FRANCISCO ARIZA

TARTESOS, LA CIUDAD DE ULIA, EL SEÑORÍO DE MONTEMAYOR Y EL CASTILLO DUCAL DE FRÍAS
Linajes históricos y mitos fundadores

 

Capítulo II

ULIA EN EL CONTEXTO DE LA BÉTICA ROMANA
UNA IDEA DE CIVILIZACIÓN
(fin)

 

II

Un ejemplo del arte romano inspirado en las divinidades griegas nos lo ofrecen distintos hallazgos arqueológicos que se han ido produciendo a lo largo del tiempo en el municipio de Fernán-Núñez, un territorio que como antes hemos anotado estuvo integrado, o formó parte, del ager o entorno rural de Ulia, o incluso de la propia ciudad ibero-romana, como señalamos en su momento. Precisamente la zona donde se ubica hoy Fernán-Núñez, se denominaba Agri Uliensis.

Los restos arqueológicos, tanto íberos como romanos, localizados en Fernán-Núñez y su término municipal han sido bastantes y constantes a lo largo del tiempo, al igual que en toda la zona de la Campiña. De entre ellos merece nombrarse la estatua del dios Atti (actualmente en el Museo Arqueológico de Córdoba) y sobre todo el mosaico encontrado en el siglo XIX en el yacimiento de Valdeconejos, y del que da testimonio el escritor, arqueólogo, bibliotecario y archivero D. Narciso J. de Liñán y Heredia en su artículo “Los Mosaicos de Fernán-Núñez” (1907), donde cita los trabajos del párroco y arqueólogo de la nombrada villa D. Antonio Jurado Moreno en pos de la conservación del patrimonio arqueológico descubierto por él mismo en lo que fue una mansión romana, mosaico que data del siglo III d.C. y hoy en día desaparecido (excepto la parte del mismo correspondiente al Rapto de Europa), siendo uno de los más grandes de la Hispania romana.[47]

Se refiere particularmente a los restos de lo que fue un pavimento mosaico de 8,23 x 7,46 m. (60 metros cuadrados) dividido en nueve compartimentos (figs. 35-36), y en cuyas esquinas se representaban escenas de las cuatro estaciones (lo cual es muy común en los mosaicos romanos, sobre todo en la parte oriental del Imperio), pero de las que sólo quedaban dos cuando fue descubierto, las correspondientes al Otoño y al Invierno (fig. 37).

 

Fig. 35. Esquema del pavimento mosaico de Fernán-Núñez con sus nueve compartimentos o espacios que lo albergaron. Extraído del artículo de Narciso J. de Liñán y Heredia.

 

Fig. 36. Mosaico de Fernán-Núñez. S. III d.C.

 

Fig. 37. El Otoño y el Invierno.

 

En las diferentes secciones del mosaico todavía visibles aparecían distintas escenas mitológicas referidas, o en relación, con diferentes episodios mitológicos protagonizados por Zeus-Júpiter: el Rapto de Europa, Asopo, el dios fluvial, y su hija Egina, raptada también por Júpiter metamorfoseado en águila, o en fuego según otros autores como Ovidio. Por lo visto, y aunque no figura en las fotografías hechas tras su descubrimiento, también podía apreciarse una representación del rapto de Antíope (hija de Nicteo, rey de Tebas) por Júpiter, metamorfoseado en sátiro.

De hecho, el de Fernán-Núñez es uno de los ocho mosaicos con representación de dioses-río, en el que además de Asopo, aparecen Aqueloo, Nilo, Éufrates, Orontes y Píramo. Si nos fijamos bien son todos ríos que provienen de Grecia, Egipto, Asia Menor y Cercano Oriente, es decir que las historias representadas son episodios que suceden en esas regiones orientales del mundo greco-romano.

El mosaico de Fernán-Núñez se inscribe dentro del llamado “Ciclo de los Amores de Júpiter”, es decir de las relaciones que, como otros dioses olímpicos, el Padre del Cielo mantuvo con los diferentes aspectos de la Diosa madre personificada en multitud de entidades femeninas humanas (p.ej. con la madre de Hércules, la reina Alcmena), del mundo intermediario (las ninfas y todos sus nombres, náyades, nereidas, oceánidas) y distintas diosas, como Mnemosine (la Memoria, de las que nacen la Musas inspiradoras), dando lugar a una descendencia y genealogía mítico-espiritual que comprendida en clave simbólica desvela al hombre su propio universo interior y todo cuanto él es en tanto que microcosmos que refleja enteramente al macrocosmos. O sea toda la secuencia o proceso de la fecundación del alma por el espíritu.

Hay también una Historia arquetípica en esa mitología, que es inseparable de una Geografía igualmente significativa que coexiste con el mito en ese mismo plano intermediario, donde se desarrollan las aventuras y gestas de los dioses y los héroes civilizadores. Los amores de Júpiter hacia las hijas de los reyes (o de los dioses-río, símbolos de la fecundación, como es el caso precisamente de Asopo y su hija Egina), o hacia las ninfas (seres asociados con las aguas y los bosques, y asimismo con la iniciación a lo sagrado a través de la comprensión del orden sutil del Cosmos, según enseña Porfirio en El Antro de las Ninfas), tienen evidentemente un trasfondo civilizador, como el ciclo de “los amores de Mercurio y Herse” descritos entre otros por Ovidio, el cual se hace eco también de la leyenda griega en torno al primer rey ateniense, Cécrope, padre de Herse.[48]

 

Fig. 38. En el recuadro de la izquierda el dios-río Asopo y su hija Egina.
A la derecha la ninfa Metope, madre de Egina en el momento de tocar la roca de la fuente Pirene.

 

En esa parte del mosaico donde aparece Asopo, su hija Egina y la madre de ésta la ninfa Metope (fig. 38), el primero se muestra de espaldas, apoyado en un cántaro del que emana agua, y tiene junto a él a su hija Egina. De los amores de Zeus con Egina nace Éaco, quien fue rey de la isla del mismo nombre de su madre, Egina. A la derecha aparece la ninfa Metope, madre de Egina, reclinada sobre el cuerno de la abundancia que escancia su contenido sobre un río, fertilizándolo, y con una rama toca una roca de la que emerge un árbol. Esta escena, relatada por Apolodoro y Diodoro de Sicilia, estaría indicando el momento de hacer brotar la fuente Pirene, situada en la ciudad de Corinto, a cambio de lo cual su rey Sísifo le revelaría a Asopo el paradero de Júpiter, el raptor de su hija.[49]

 

Fig. 39. Rapto de Europa por Zeus metamorfoseado en toro, del mosaico de Fernán-Núñez.
Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

 

De entre estos mitos civilizadores es precisamente el rapto de Europa por Zeus-Júpiter (fig. 39) uno de los más conocidos y representados en la musivaria romana, y en él se van intercalando la Historia y la Geografía puesto que trata nada más y nada menos que del nacimiento de Europa como un continente que recibe una luz intelectual de su Oriente Cercano, y aquí incluimos no sólo a Grecia y Fenicia, sino a Egipto y Mesopotamia fundamentalmente. ¡Ex Oriente Lux! (“del Oriente la Luz”), exclamaban los romanos a la salida del sol. Recordemos que la palabra Europa tiene un parentesco etimológico con euroeis, “sombrío”, es decir el lugar del ocaso del sol, Occidente. El Padre de los dioses rapta a Europa en Oriente y la conduce hacia Occidente, y esto tiene también una explicación de carácter cíclico que estaría relacionado con el “desplazamiento histórico de las civilizaciones”, que no es el caso desarrollar aquí sino tan sólo señalarlo.

En su viaje por el mar Zeus y la princesa fenicia recalan en Creta, y allí, fruto de su amor, tienen varios hijos, entre ellos a Radamantis y Minos, ambos legendarios reyes de Creta y fundadores por tanto de la civilización minoico-cretense, una de las raíces culturales de Europa. Precisamente, un hermano de Europa, Cadmo (rey de Canaán), se dirige a la región griega de Beocia y allí funda la ciudad de Tebas, otro caso más de que en sus historias míticas el mundo griego y heleno en general, el de tierra firme y el de las islas del Egeo, reconoce que una parte de su civilización procede del Cercano Oriente.

Esos amores y sus frutos carnales entre los dioses y las hijas de los hombres, tan presentes en los mitos de muchos pueblos de la tierra (hasta en la Biblia, Génesis 6-2), generan una estirpe de reyes y héroes que serán los encargados de llevar la civilización y la cultura allí donde éstas no existían o bien habían entrado en franco proceso de decadencia. Este es, a nuestro entender, el mensaje que subyace en estos mitos, y en el mito en general, palabra que no olvidemos está relacionada, paradójicamente, con el “misterio” y el “silencio”, y que nos explica la esencia de los acontecimientos, su sentido profundo, es decir el vínculo de éstos con las ideas arquetípicas de las que emanan, mientras que el relato histórico se encarga de describirlos simbólicamente en el devenir del tiempo. A este respecto, y junto al relato histórico y geográfico, y entretejido con él, siempre está presente la idea de que con ese mito, el rapto de Europa, se está representado simbólicamente el viaje interior del alma (ejemplificado por la princesa fenicia, identificada también con la diosa Astarté) a través de la hierogamia, o casamiento, con el Espíritu, es decir con Zeus-Júpiter.

En su Diccionario antes citado Federico González habla precisamente de los diversos sentidos del “rapto”, y en relación con lo que estamos diciendo entresacamos los siguientes fragmentos:

Las preguntas del aprendiz al Conocimiento son múltiples, indefinidas y nos ayudan a ir descorriendo cortinas, desentrañar cosas, observar el poder de lo pequeño e ir conociendo temas que nos amplían el horizonte, que nos van despertando y aclarando nuestro camino mediante chispas, o iluminaciones en el viaje del alma. (…)

Incluso la voz rapto es usada como sinónimo de enamoramiento o pasión amorosa, por lo que puede advertirse que estos ejemplos recuerdan estados de la conciencia donde se perciben cosas que no son ordinarias y alteran el ritmo, la dinámica, el tedio de nuestros días. Y eso se debe a la ruptura de nivel que prodigan estos símbolos acerca del más allá cualquiera que sea el grado o la condición que suponen estos acercamientos a una realidad otra inscrita dentro de la vida que llevamos, o mejor padecemos. (…)

La mitología grecorromana es pródiga en raptos diversos, así el de Europa, Ganimedes y nada menos que Perséfone, e igualmente Ereshkigal en la mitología sumeria.

En las distintas epopeyas, en los mitos transmitidos por la poética evocadora de Homero (que recoge antiquísima memoria), en los Himnos Órficos, en los textos de Hesíodo, en la obra de Platón, en la de los romanos Cicerón, Virgilio, Ovidio, Horacio y Séneca o bien en las crónicas de los historiadores, mitógrafos y geógrafos como Heródoto, Pausanias, Diodoro Sículo, Apolonio de Rodas, Estrabón, Apolodoro, Plutarco, Macrobio, etc., etc., todos ellos, entre muchos otros, alimentan una tradición filosófica, literaria e iconográfica que en un principio se extiende por todo el Mediterráneo y Cercano Oriente, pero que con el tiempo llega hasta el Renacimiento, propagándose por toda Europa y a partir de un momento dado por la América Latina, o sea por todo lo que se llama Occidente.

El tema representado en los mosaicos de Fernán-Núñez forma parte de una iconografía simbólica que se plasma también en lucernas, pinturas, bronces, terracotas, cerámicas y monedas no sólo de la Bética (Itálica, Córdoba, Écija, Cástulo, Andújar…) y del resto de Hispania (Mérida, Menorca, Ibiza, Cartago Nova, Bilbilis, Caesaraugusta, la portuguesa Coimbra, etc.) sino de otros lugares del Imperio, y que tienen a Zeus-Júpiter como deidad olímpica principal, pero no única, pues en el caso concreto de Fernán-Núñez (al menos en lo que todavía se conservaba en el momento de su descubrimiento) también aparece en el cuadrado central quien posiblemente sea Helios/Zeus, o Helios/Dionisos (fig. 40) según algunos investigadores:

En el cuadrado central aparece un joven nimbado, que según D. Fernández-Galiano podría ser representación de Helios/Zeus, reflejando la teología estoica de época helenística que consideraba a Helios como el equivalente de Zeus, acompañado de dos figuras alegóricas identificadas por inscripciones en griego como el Otoño y el Invierno. La comparación con el mosaico de Palermo lleva asimismo a una identificación de Helios/Dionysos, tal como se le llama en la doctrina órfica (Macrobio, Saturnales, I 18, 18), donde ambos dioses se asimilan: “...Oh luminoso Zeus Dionysos, padre del mar, padre de la tierra, Sol creador de todas las cosas...” (Macrobio. Ibíd., I, 23).[50]

Fig. 40. Parte de la escena central del mosaico de Fernán-Núñez.

Fig. 41. El dios Eros con rayos jupiterinos en la mano derecha.

A este contexto pertenecería también el dios Eros, que en este mosaico aparece con sus alas características, pero también con un haz de rayos jupiterinos, símbolo de la fecundidad por el Espíritu (fig. 41) Los temas de este mosaico guardarían seguramente relación con todas esas asimilaciones entre las deidades representadas en él, y que formaban parte de la filosofía estoica (tan arraigada en Hispania), ella misma heredera también del gran legado mitológico, mistérico y filosófico de la Grecia antigua. Las inscripciones en griego y no en latín revelan una influencia oriental en quienes elaboraron el mosaico de Fernán-Núñez, y según esos mismos investigadores responden a un prototipo de los años 330-320 a.C., o sea anteriores a la llegada de Roma a Hispania, dato este que no es baladí, pues demostraría que esa influencia oriental permanecía viva en plena romanización.

Esto nos permite entender un poco mejor el ámbito cultural de los hispano-romanos de la Bética, y en este caso concreto de los que vivían en el entorno de Ulia y en la zona de la Campiña, o sea el imaginario simbólico que les proveía una tradición cultural, la romana, que era heredera insigne de la griega, es decir greco-romana en el sentido amplio del término, y en la que ellos estaban plenamente integrados.

La “romanidad” de los habitantes de la Bética

A pesar de las apariencias y de un tópico muy generalizado debido a una lectura algo superficial de la Historia de España, la huella dejada por Roma en Andalucía (y por extensión en el resto de la península ibérica, incluida Portugal, que ocupa actualmente gran parte de la antigua Lusitania) es más profunda de lo que a simple vista parece. Desde luego, y según nuestro criterio, más profunda que la dejada por la civilización islámica, y esto por distintos motivos; entre ellos la total implantación del Imperio romano en los territorios de Hispania (cosa que no ocurrió durante el dominio musulmán), acompañada de una paulatina romanización de sus habitantes, que no se vieron abocados a una “conversión” religiosa, sino que poco a poco fueron atraídos por una idea de civilización inclusiva e integradora que facilitaría su incorporación a ese proyecto común que fue en realidad el Imperio Romano cuando éste se hizo realidad según el concepto que de él tenían sus fundadores, Julio César y su sobrino César Augusto.

La fulgurante entrada en la península de los ejércitos árabes y bereberes y la rápida imposición de su religión es evidente que contrastaba fuertemente con esa política integradora de Roma (no sin recurrir en muchas ocasiones a las armas y a la guerra de conquista) una vez ésta vence definitivamente a Cartago en suelo peninsular. También contrastaba el largo período de paz, estabilidad y prosperidad proporcionada por el Imperio romano con la inestabilidad casi permanente que existió en la España musulmana, provocada por el enfrentamiento con los reinos cristianos, que además se consideraban herederos de ese Imperio, que ellos vieron encarnado en el desaparecido Reino visigodo, al que quisieron revitalizar tomando como modelo el Sacro Imperio Romano de Carlomagno (siglo VIII-IX), hasta el punto de instituirse el título de “Emperadores de toda Hispania” para los reyes astur-leoneses y posteriormente castellanos, y que, según la voluntad de esos reyes, cobijaba dentro de sí tanto a cristianos como a musulmanes y judíos, lo cual evocaba esa idea de integración e incorporación del Imperio romano a la que antes nos referíamos.[51]

Continúa existiendo, pese al paso del tiempo, esa “romanidad” en el ser de los habitantes de Córdoba y su provincia, que comprende actualmente una parte importante de los dos “conventus” administrativos (de los cuatro en que se dividía la Bética), los que fueron denominados Cordubensis y Astigitanus, este último ocupando toda la Campiña y con la capital en Astigi, la actual Écija (fig. 42).

 

Fig. 42. Las tres provincias romanas de la Hispania altoimperial: Lusitania, Bética y Tarraconense, con sus distintas capitales y conventus administrativos. Abajo la división de la provincia de la Bética en sus cuatro conventus: Hispalensis, Gaditanus, Cordubensis y Astigitanus.

 

No olvidemos un dato importante a este respecto: el hecho de ser la Bética una provincia que dependía directamente del Senado, indica claramente el alto grado de romanización de sus gentes, que habían interiorizado por completo la cultura romana, su ethos, es decir las costumbres arraigadas en la tradición secular. La Bética no creaba conflictos debido a esa romanización, y no se requería por tanto una gran presencia militar, como sí ocurría en las provincias de rango Imperial como la Lusitania y la Tarraconense.

No es casual entonces que en casi todos los pueblos y ciudades de Córdoba (en realidad de todo el territorio que perteneció a la Bética), como por ejemplo Baena, Puente Genil, Cabra, Lucena, Priego, Montoro, etc., e incluso en los núcleos más pequeños (pienso por ejemplo en Santaella, Almedinilla o Zuheros, estos dos últimos en las estribaciones de la Sierra Sub-bética cordobesa), exista un museo arqueológico donde es notoria la presencia de la cultura romana (e incluimos en ella el período ya cristianizado del Imperio) por encima de cualquier otra, y esto, lejos de parecer un simple dato histórico, señala por el contrario algo mucho más profundo, a saber: que Roma selló un pacto indeleble con el alma de la Bética, receptora como en pocos lugares del Imperio de esa utopía que fue por momentos la “Pax romana” (ver figs. 43-44-45-46-47-48-49). En el caso de Almedinilla, además, se encuentran los restos de otra importa villa romana, la que ha recibido el nombre de “Villa del Ruedo”, la cual ha nutrido de piezas a su museo arqueológico.

 

Fig. 43. Efebo romano. Museo de Almedinilla.

 

Fig. 44. Grupo escultórico de Perseo y Andrómeda. Museo de Almedinilla.

 

Fig. 45. Bustos de damas romanas. Museo de Priego de Córdoba.

 

Fig. 46. Busto griego. Santaella. Colección Fco. Palma Franquelo.

 

Fig. 47. León ibero-turdetano. Santaella. Colección Fco. Palma Franquelo.

 

Fig. 50. Séneca. Pintura mural.
Seguramente se trata del único retrato auténtico que se conserva del filósofo hispano-romano.

No olvidemos que de la Bética surgieron nada menos que dos de los más grandes emperadores romanos: Trajano y Adriano (nacidos ambos en Itálica, Santiponce, Sevilla). El otro emperador de origen hispano, Teodosio I el Grande, nació en Cauca (Coca, Segovia) en el siglo IV, aunque también se ha hablado de Itálica. En cualquier caso, todo esto confirma esa plena romanización de la Bética, lo cual ciertamente se hizo extensible con el tiempo a toda Hispania, que no por casualidad fue llamada en esa época la “Península de los romanos”.

Como hemos señalado, el Cristianismo fue el sucesor de la civilización romana, heredando de ella fundamentalmente sus estructuras jurídico-políticas y una cierta concepción del mundo que giraba en torno a la filosofía estoica, cuyos mayores representantes fueron Cicerón y Séneca (fig. 50), este último nacido precisamente en Córdoba en el seno de una ilustre familia hispano-romana (de la gens Annea) a la que perteneció también el poeta Lucano (autor de La Farsalia, poema épico sobre la guerra entre César y Pompeyo) y otros escritores, oradores y cargos públicos romanos. En este sentido, y es algo a poner de relieve, el Cristianismo de los primeros siglos no se opuso frontalmente a la cosmovisión romana, todavía con cierta vitalidad durante el periodo de decadencia del Bajo Imperio (siglos IV-V), sino que convivió con ella y se nutrió de ciertas ideas-fuerza divinas como la ya nombrada clemencia, y por supuesto la providencia y la piedad, etc., conceptos estos que siempre formaron parte de la esencia constitutiva de Roma.

En el imaginario de los primeros cristianos de la Bética (y esto lo podríamos extender a muchas partes del Imperio) la figura del emperador romano estaba fuertemente arraigada, y ya hemos visto que esto tiene, en el caso de la Bética, raíces muy profundas que nos llevan a la mítica Tartesos y sus legendarios reyes de origen divino. En ese imaginario, Cristo sustituiría al emperador romano como el símbolo central de un nuevo imperio (fig. 51), el Cristiano, y por eso mismo la transición de uno a otro se hizo a través de una lenta ósmosis, teniendo en cuenta además que los propios Padres de la Iglesia que suministraron los fundamentos filosóficos y teológicos al Cristianismo surgieron prácticamente todos del mundo clásico greco-romano, y algunos de ellos fuertemente influenciados por Platón, Proclo y el neoplatonismo en general.


Fig. 51. Mosaico bizantino. Cristo como general romano.

 

Aunque aparentemente nos desviemos del tema que tratamos, reparemos en un dato importante que nos ayudará a entender lo que estamos diciendo: la penetración del primitivo Cristianismo en el Imperio romano tuvo en el levante y mediodía peninsular una de sus vías principales. El primer Concilio, antes del de Nicea (el cual consagró definitivamente al Cristianismo como la religión del Imperio), fue el de Iliberri (también conocido como Concilio de Elvira), al principio del siglo IV (305-306), situado posiblemente en lo que hoy es Granada (la romana Municipium Florentinun Iliberritanum), y más concretamente en uno de sus barrios más emblemáticos como es el Albaicín, donde ya existió anteriormente un antiguo poblado ibérico.

Numerosos ciudadanos romanos consideraban al dios cristiano como parte del panteón clásico, sin duda como un dios poderoso que ya había probado su fuerza bienhechora entre sus fieles y al cual se ofrecían los dones o que se veneraba con este fin, según las normas de la cultura religiosa hispano-romana. Nada es más significativo a este respecto que la cristianización de los flamines y de los sacerdotes paganos constatada en diversos cánones de Elvira (2-4, 55), lo que demuestra que las élites del paganismo no encontraron incompatibles o extrañas las creencias cristianas y que los dirigentes y los fieles cristianos no se sorprendieron de su conversión. (…) Pero si las creencias continuaban expresándose por las mismas vías y con los mismos objetivos de la piedad tradicional, el Cristianismo no se oponía a la cultura religiosa de Roma, sino que por el contrario él se integraba en ella como la respuesta más segura y entusiasta en siglos de profundos cambios políticos y sociales. De hecho, el paganismo se mantuvo vivo en múltiples manifestaciones espirituales del Cristianismo triunfante, lo cual, dicho sea de pasada, nos recuerda que los antiguos dioses no habían sido todavía definitivamente liquidados y que el pueblo romano no se sentía definitivamente abandonado por ellos. (José F. Ubiña. Le concile d'Elvire et l'esprit du paganisme. In Dialogues d'histoire ancienne. Vol. 19 N°1, 1993. pp. 309-318).

Las distintas fuentes literarias nos indican que fue la numerosa presencia cristiana en la Bética romana la causa principal de que se celebrara allí dicho Concilio, al que asistieron obispos y presbíteros de distintos lugares de Hispania, pero sobre todo de las provincias de la Cartaginensis y la Bética. Precisamente, en las actas del Concilio de Elvira aparece Ulia como una de las ciudades de la Bética que enviaron representantes al mismo, ciudades situadas en la vía que comunicaba Córdoba con Anticaria (Antequera) y Malaca (Málaga), es decir: Singilia Barba (cerca de Antequera), Igabrum (Cabra), Ipagrum (Aguilar de la Frontera), Ategua (Teba la Vieja) y la propia Ulia. En esas actas está posiblemente la última mención hecha sobre Ulia.

También queremos destacar la presencia en el Concilio de Elvira de Osio, obispo de Córdoba, el cual asistiría a otros dos Concilios importantes, el de Nicea (325) y el de Sárdica (343). Padre de la Iglesia y consejero del emperador Constantino, Osio de Córdoba estuvo en varias ocasiones en la corte de este emperador en Milán, donde contactó con Calcidio, un neoplatónico cristiano perteneciente al círculo neoplatónico milanés, y a quien le encomendaría la traducción del Timeo de Platón al latín. Ese interés de Osio por Platón llama nuestra atención, e indica los intereses intelectuales de este obispo por la filosofía clásica y más concretamente platónica, lo que pone de manifiesto que ella no desapareció de Córdoba desde los tiempos del propio Séneca, y que había permanecido vivo un fervor, ciertamente estoico y discreto, hacia esa herencia, y que jamás llegaría a apagarse totalmente.

En consecuencia, podemos asegurar que Osio de Córdoba fue uno de los primeros platónicos cristianos dentro de la Hispania todavía romana. Calcidio le dedicó su traducción del Timeo, en uno de cuyos fragmentos leemos lo siguiente:

Tú habías concebido en tu espíritu que florecía en todos los estudios humanísticos y en tu excelente ingenio la digna esperanza de acometer una obra no intentada hasta ahora y habías decidido tomar prestado su uso de los griegos por el Lacio. Y aunque tú mismo podías hacer esto de un modo tanto más fácil cuanto más conveniente, creo que, por tu admirable humildad, has preferido encomendarlo a quien tú considerabas tu otro yo.[52]

El Timeo fue prácticamente el único libro de Platón que llegó a la Edad Media, y no podemos negar la clarividencia que tuvo a este respecto Osio, nombre de origen griego que entre otras acepciones quiere decir “Justo”.

La Bética fue así una de las provincias romanas que hicieron de puente en la transición que hubo del Imperio romano al Cristianismo como religión de Estado que sucede a aquel en la regencia de los destinos de ese inmenso territorio que abarcaba gran parte de Europa, el norte de África y el Cercano Oriente.

Tras la desaparición de Roma, la ciudad de Ulia entra en decadencia y con el tiempo tan sólo quedarán ruinas de ella. Sin embargo, persistirán en la memoria de ese lugar unas simientes sutiles que brotarán de nuevo cuando quienes vuelvan a habitar el lugar se consideren de alguna manera herederos de Roma y su civilización, la cual dio las señas de identidad a una tierra que conoció con ella un gran esplendor cultural, recogido en parte por el reino cristiano de los visigodos, los más romanizados y cultos de los pueblos germánicos, sin olvidarnos de la presencia, aunque por breve período de tiempo, del Imperio bizantino en la franja suroriental de la península, siendo sus ciudades principales Córdoba y sobre todo Cartagena, la cual era considerada su capital.

Llegamos así al final de este capítulo, que entre otras cuestiones ha querido destacar de manera muy somera que ese período de nuestra historia fue una época de esplendor en todos los sentidos. Que en la Bética de aquel tiempo la famosa “Pax Romana” alcanzó quizá su expresión más elevada, por diversas razones, entre ellas la situación geográfica, muy alejada de la frontera, del limes, que limitaba con los pueblos bárbaros (extranjeros) del norte, que cada vez con más asiduidad asediaban esa Pax.[53] Al contrario de muchos territorios del Imperio (incluso dentro de la península ibérica), por lo general no había grandes murallas de defensa que protegieran las ciudades de la Bética. Las murallas que había en ellas no eran otras que las que se levantaban según los ritos de construcción ya dispuestos desde los lejanos tiempos de Rómulo como parte integrante de la idea romana de ciudad.

Pero también contribuyó a ello algo a lo que ya hicimos alusión: el alto nivel cultural de los pueblos de la Bética, herederos todos ellos de Tartesos y otras civilizaciones anteriores a los romanos. Ha habido momentos en la Historia en los que el concepto de Utopía, es decir de la sociedad ideal cuyos principios están basados en la sabiduría, la justicia y la concordia, se hizo realidad. Nosotros pensamos que eso es lo que sucedió en la Bética romana, al menos se hizo realidad por momentos. Lo mismo podemos decir de ciertos períodos del Imperio Carolingio, incluso de la Edad Media española y europea, y desde luego en algunas de las Repúblicas y Cortes del Renacimiento italiano, como muy bien lo ha dejado escrito Federico González en su libro Las Utopías Renacentistas.

Y ese legado es el que hemos recibido nosotros como partícipes y habitantes de una Geografía común inseparable de la Historia, y vale la pena hacerse consciente de él para reconocer que la idea de la utopía sustentada en esos principios que hemos enunciado, es la que mueve a los hombres a buscarla permanentemente y realizarla también en sí mismos.

 

Fig. 52. Escudo Nobiliario de la Casa de Frías.



NOTAS

[47] Hemos tenido noticia de este autor gracias al libro antes mencionado El Municipio Romano de Ulia, de Mª Luisa Cortijo Cerezo, donde dicha autora hace un pormenorizado estudio de la historia de la ciudad ibero-romana.

[48] Ver a este respecto el cap. XXI de Viaje Mágico-Hermético a Andros. Una Aventura Intelectual, de Mª Ángeles Díaz. Ed. Symbolos, 2014.

[49] Es precisamente por ese hecho que Sísifo fue condenado por Júpiter a subir perpetuamente una roca a la cima de la montaña.

[50] “El mito de Europa en los mosaicos hispano-romanos”. G. López Monteagudo y M. P. San Nicolás Pedraz.

[51] Esto marcaba también una diferencia cualitativa entre esos reinos cristianos de la Edad Media y los reinos musulmanes. En este sentido Américo Castro, en La Realidad Histórica de España, señala que en la tumba de Fernando III el Santo (el reconquistador de gran parte de Andalucía) sita en la catedral de Sevilla (donde también está la tumba de su hijo Alfonso X el Sabio, quien continuó la obra de su padre), hay cuatro lápidas en honor suyo escritas en las cuatro lenguas: la castellana, la latina (eclesial), la judía y la árabe, testimoniando así el hecho de que en su reinado se respetaban las distintas expresiones religiosas y culturales. Esa política fue seguida también durante un tiempo por Alfonso X el Sabio, quien recordemos fue pretendiente en firme a la sucesión del Sacro Imperio Romano-Germánico a la muerte de Federico II Hohenstaufen a mediados del siglo XIII.

[52] Extraído de “Calcidio, traductor y comentarista del Timeo platónico”, de Cristóbal Macías Villalobos.

[53] Como sabemos, toda la ribera sur del Mediterráneo, es decir el norte de África, formaba parte del Imperio romano. Más al sur se encontraba el desierto del Sáhara, una enorme extensión de terreno sólo habitado por los tuareg y otras tribus bereberes.

 

DL: CO 2050-2016. Diputación de Córdoba. Montemayor 2016.