FRANCISCO ARIZA

LA OBRA DE FEDERICO GONZALEZ
Simbolismo - Literatura - Metafísica

Alzado de la Ciudad de Cristianópolis

Fig. 68. Cristianópolis. Alzado

Planta de la Ciudad de Cristianópolis

Fig. 69. Cristianópolis. Planta


Capítulo X

LAS UTOPIAS RENACENTISTAS
LA IDEA DE LA CIUDAD CELESTE

 

 

Tres años después de Hermetismo y Masonería nuestro autor publica una obra que continúa en la línea de ir exponiendo la enorme trascendencia que la Tradición Hermética ha tenido en la gestación y desarrollo de la cultura occidental. Nos referimos a Las Utopías Renacentistas. Esoterismo y Símbolo.[463] Pero aquí toca un tema, el de la utopía, muy específico y concreto, relacionado no tan sólo con el esoterismo de la Historia del Renacimiento (que es importantísimo y que está ampliamente tratado) sino también, y como reza su subtítulo, con todo aquello que la utopía supone como símbolo, lo cual la liga inevitablemente al proceso de la iniciación hermética, y es esto precisamente lo que hace que, si lo leemos con atención, el libro se nos aparezca en muchos momentos como una verdadera guía que nos va revelando algunos de los «misterios» vinculados con esa iniciación en la medida en que la idea de la utopía, de lo que es y significa, constituye el meollo de la misma (en total unanimidad con lo manifestado por todas las tradiciones), es decir el acceso a otro mundo: a la realidad de la Ciudad Celeste. Es por tanto un libro doctrinal, repleto de imágenes arquetípicas y nemotécnicas relacionadas efectivamente con el proceso de Conocimiento en tanto que búsqueda de la identidad del sí mismo en el Sí Mismo.

Evidentemente hay capítulos donde se habla con más amplitud y profundidad de ese aspecto iniciático,[464] pero éste se encuentra presente en realidad en los doce capítulos[465] que componen la obra, en los que se busca rescatar el sentido real de la utopía, demostrando

sus raíces y vinculaciones herméticas, atestiguadas por las propias obras y autores y su intención de manifestar posibilidades ocultas para el género humano en estado profano y transmitir conocimientos y sugerir mundos y realidades no conocidas por los seres corrientes. Estos mundos o planos ignorados para las personas ordinarias, pero absolutamente reales para aquellos que los han experimentado, constituyen en última instancia el legado del Renacimiento. (Capítulo I).

Por eso mismo este libro sobre las utopías del Renacimiento hay que leerlo como un todo, y dejará sin duda una «huella imborrable» en todo aquel que comprenda lo que en él está escrito, que será alimento para su alma, y de esta manera pudiera llegar a participar plenamente de lo que dice Tommaso Campanella en este fragmento de su Del sentido de las cosas y de la magia, que Federico cita en el frontispicio de Las Utopías:

Bienaventurado aquel que lee en este libro y aprende de él lo que las cosas son, y no de su propio capricho, y aprende el arte y el gobierno divino, y por consiguiente se hace a Dios semejante y unánime, y ve con Él que cada cosa es buena y que el mal es relativo, y máscara de las partes que representan gozosa comedia al Creador, y consigo goza, admira, lee y canta al infinito, inmortal Dios, Primera Potencia, Primera Sapiencia y Primer Amor, de donde todo poder, saber y amor deriva y es y se conserva y muda, según los fines que se propone el alma común, que del Creador aprende, y siente el arte del Creador presente en las cosas, y mediante aquél cada cosa hacia el gran fin guía y mueve, hasta que cada cosa se haga cada cosa y muestre a toda otra cosa las bellezas de la idea eterna.

Esta obra de Federico es la primera en tratar de una manera unificada y desde el punto de vista hermético y tradicional el tema de las utopías en el Renacimiento,

razón por la que destacamos los elementos esotéricos presentes en ellas, o sea su relación con una Tradición directamente vinculada con el Conocimiento, heredera de las Escuelas Mistéricas de la antigüedad ejemplificadas por la obra de Hermes Trismegisto, Platón y Proclo que revivieron en el Renacimiento… (Capítulo V).

Aquí nuestro autor ha sabido, una vez más, «reunir lo disperso», y rodearse de una extensa bibliografía de obras de autores antiguos, medievales, renacentistas y contemporáneos, extrayendo de ellas lo esencial y engranándolo a su discurso,[466] donde la utopía ha sido despojada de toda literalidad y de idealismos sociopolíticos, que en cualquier caso son formas de las «utopías negativas e inversas», un tema del que por cierto se trata en el capítulo VI.

Pero yendo al fondo de la cuestión, debemos decir que se debe a nuestro autor el haber recuperado para nuestro tiempo el fondo metafísico de la utopía, su potencia y capacidad, como idea-fuerza, para dar un nuevo impulso y vitalidad a la Tradición, permitiendo un nuevo «renacimiento» histórico de la misma. En este sentido, debemos agradecer profundamente a Federico el haber recuperado el Renacimiento como una época de esplendor donde, en efecto, se dio un renacer de la Tradición gracias a que se pudo rescatar el legado del saber antiguo y medieval a la luz de las ideas que todo nuevo tiempo trae consigo. Es verdad que en el Renacimiento también se sembraron las simientes que generaron el mundo moderno y antitradicional, y este fue su lado «oscuro», el que por cierto todo período histórico genera en sí mismo como síntoma de su decadencia.[467]

El Renacimiento mismo puede ser considerado como una utopía que en momentos muy concretos se hizo realidad, y ahí están por ejemplo la «vuelta a la superficie»[468] de la Academia Platónica en Florencia dirigida por Marsilio Ficino, la cual está en el origen de los distintos florecimientos culturales que tuvieron lugar en muchas de las cortes, principados, condados, etc. de Italia y de toda Europa. Precisamente, el capítulo I, «Las Artes Ignotas del Renacimiento», da cuenta del ambiente que hizo posible la manifestación de la idea de la utopía

En la descripción de todo ese flujo de ideas y corrientes herméticas y neoplatónicas que se desplegaron con una vitalidad asombrosa está uno de entre los muchos aportes importantes de Las Utopías Renacentistas, un libro que, como se ha dicho, «nos sumerge en el alma de la historia y la geografía».[469]

Fig. 76. Tomás Moro

Fig. 80. Johann Valentín Andreae

II

Precisamente, y al hilo de esto último, quisiéramos reiterar que los estudios más recientes de nuestro autor están en gran parte volcados en desentrañar el carácter esotérico y metafísico de la Historia (y por tanto de las ideas que la conforman), penetrando en la trama invisible y las causas profundas sobre las que se teje el discurso creacional, o sea el «Gran Teatro del Mundo», que aparece así como un inmenso símbolo que constantemente nos revela su origen vertical y trascendente siempre y cuando sepamos «leer» más allá de las apariencias que lo ocultan. En este sentido, la obra entera de nuestro autor nos ayuda de manera inestimable a hacer nacer y a fomentar en nosotros esa «mirada» o «audición metafísica» que nos permita entender la realidad en que vivimos, la histórica y personal con la transhistórica y arquetípica, ya que podemos comprender verdaderamente aquella gracias a ésta, y nunca al revés, pues es una ley universal que lo que es menos no puede nunca abarcar lo que es más, existiendo por tanto entre una y otra una jerarquía, si bien las dos coexisten simultáneamente, y en lograr su armonía consiste precisamente gran parte del trabajo iniciático.

Tener conocimiento de ambas realidades es justamente una de las diferencias fundamentales que hay entre lo que podríamos llamar la «mentalidad tradicional» (que fue unánime en los pueblos antiguos) y la que es propia de la gran mayoría de los hombres y mujeres que viven en las sociedades desacralizadas de nuestro tiempo, situación a la que han llegado ya por el anquilosamiento o petrificación de su propia cultura, ya por haberse olvidado de sus orígenes culturales, o por ambos motivos a la vez, como es el caso de la «sociedad del bienestar», totalmente volcada en la satisfacción de las necesidades más elementales del ser humano, cuando en verdad esas «necesidades» no tienen por qué ser incompatibles con otras de mucha mayor trascendencia, cayendo por tanto cada vez más en el «polo substancial» del «reino de la cantidad», en detrimento del «polo esencial» identificado con todo lo que tiene que ver con el Principio y la dimensión cualitativa de los seres y las cosas.

Sin embargo, esa mentalidad tradicional, en Occidente, pervive de forma clara hasta el Renacimiento (o al menos hasta lo que nuestro autor denomina el «primer Renacimiento» que ocupa todo el siglo XV), según es fácil ver por las investigaciones que desde hace años se han llevado a cabo sobre ese período, en el que nacen nuevas posibilidades latentes en la propia historia de Occidente, renovando, o adaptando a las circunstancias cíclicas, las ya caducas estructuras medievales y recuperando al mismo tiempo el legado sapiencial de la Antigüedad Clásica. En efecto,

El Renacimiento, como su nombre lo indica, es un período histórico donde surgen nuevas posibilidades latentes en la propia historia de Occidente, frente a valores ya caducos de la organización medieval que, como todos los períodos históricos y en virtud de la dialéctica que los opone, se transforman permanentemente en nuevas realidades, abonando así el discurso de la historia. En ese sentido es que su nombre, relacionado con un nuevo nacimiento de posibilidades dormidas de la antigua ciencia sapiencial que corre desde los egipcios, griegos y romanos –con el aporte de numerosos pueblos que la han engrosado–, y que desemboca afortunadamente, valiéndose de una serie de hechos clave, en el período histórico al que estamos haciendo mención, posee validez propia. (Capítulo I).

En por eso que el Renacimiento, en muchos aspectos, constituye una «culminación» y una síntesis prodigiosa del espíritu de Occidente, cuya verdadera decadencia acontecerá propiamente hablando cuando, al final de ese segmento, irrumpen con fuerza como dice Federico las huestes literales y del bajo intelecto, ligado a la pasión de la Reforma y la Contrarreforma. Fueron ellas precisamente

las que destruyeron el primigenio soplo vivificador que lo animaba al punto de dejar casi sin huellas ciertas artes de origen clásico que se produjeron durante ese período histórico y que hemos llamado a nuestros efectos las artes ignotas del Renacimiento, a la par que condenaban a los sabios y las obras a ellos vinculadas; de lo que dan testimonio con su vida entre otros Tomás Moro y Giordano Bruno. (Ibíd.).

Así pues, durante ese período se dan cita prácticamente todas las corrientes de pensamiento que fueron gestando la cultura y el ser de Occidente a lo largo de los siglos, recibiendo un impulso revitalizador con la llegada de un nuevo ciclo histórico, que va a servir, entre otras cosas, para que esa cultura germine también en un Nuevo Mundo (América), el «descubrimiento» del cual se asumirá en muchos casos como la posibilidad de vivir –a distintos niveles– la realización de la Utopía, donde se presenta el Renacimiento no tan sólo como una época histórica sino también y sobre todo como una realidad permanente del espíritu humano que se reconoce en su Arquetipo y ello le permite «renacer» a otra posibilidad de sí mismo más realmente universal. Esta es una de las razones de por qué la lectura de este libro atrapa desde el primer momento sumergiéndonos en las frescas y vivificantes aguas de la Memoria, la que fue precisamente un Arte durante todo ese tiempo: el Arte de la Memoria, heredado de la Antigüedad Clásica, pero ampliado por los hermetistas del Renacimiento, y que es considerada también una forma de la Utopía capaz de recrear el cosmos entero en el alma humana y reconocerse ésta, como dice Marsilio Ficino, habitante

De la altísima ciudadela de la bienaventuranza celeste. (Capítulo I).

De ahí la importancia de mantener vivo en lo posible el vínculo con el legado renacentista, el eco de cuya influencia no se acallará con la llegada del mundo moderno, pues, y yendo al fondo de la cuestión éste vive, en lo que se refiere a las estructuras que conforman su sociedad y el pensamiento que la configura en lo más profundo, de la herencia que ha recibido de la Antigüedad Clásica y medieval, pero más concretamente del Renacimiento. Es más, leyendo esta obra se llega a la conclusión de que nuestra época vive todavía bajo su influencia, que de alguna manera pertenece a él en todo cuanto constituye lo mejor de ella misma, es decir en cuanto mantiene en su memoria colectiva los valores inalterables que, por pocos que ya queden, siempre serán una referencia ejemplar para no sucumbir a la tremenda degradación de este fin de ciclo. Y aquí está precisamente uno de los grandes aportes no sólo de este libro sino de la obra entera de nuestro autor, el cual ha sabido ver, como pocos escritores contemporáneos, la importancia del Renacimiento como época en que las distintas corrientes herméticas que la poblaban se constituyeron en las depositarias y transmisoras de la Ciencia Sagrada en Occidente, abarcando también dentro de esta denominación geográfica al Nuevo Mundo recién «descubierto». Pero, por encima de todo, da fe de que esas corrientes están vivas y de que si nos quitamos los muchos prejuicios que cubren nuestra mente sabríamos reconocer en ellas verdaderamente la «Buena Nueva», es decir la permanente sorpresa de la regeneración encarnada en el alma humana, que se asoma así a un mundo completamente «otro» que, sin embargo, está siempre presente, dando contenido y sentido a todo cuanto existe.

Fig. 78. Robert Fludd

Fig. 79. Michael Maier.
Obsérvese cómo su mano izquierda se apoya en la espada y su derecha sostiene un libro

III

Dentro de dichas corrientes tuvo una importancia capital el resurgimiento de la Cábala en la Italia renacentista, y que algunos estudiosos, como François Secret citado por Federico, consideran como «un descubrimiento tan importante como el del Nuevo Mundo», sin duda alguna debido a la enorme repercusión intelectual que aquélla tuvo entre los círculos herméticos de toda Europa a partir de su contacto con el cristianismo (patrocinado por Pico de la Mirandola) impregnado de neoplatonismo y neopitagorismo, dando así nacimiento a la Cábala cristiana. Esto lo corrobora totalmente nuestro autor cuando afirma que

La Cábala hebrea propagada en medios cristianos es también un ingrediente cultural fundamental en el Renacimiento, cuya transmisión se ha prolongado hasta el siglo XX –junto con la Tradición Hermética y la Platónica– y constituye también una de esas artes –o ciencias– ocultas del período al que nos estamos refiriendo. (Capítulo I).

Destaca Federico el decisivo aporte de la doctrina cabalística (sintetizada en el Arbol Sefirótico) en el mantenimiento de las ideas herméticas hasta hoy mismo. La Cábala fue adoptada, en efecto, en medios cristianos, y su influencia, junto a las otras corrientes de la Tradición Hermética y Platónica, se deja sentir también en algunas de las utopías estudiadas por él. Por ejemplo en todas aquellas que, agrupadas bajo el título «Otras Utopías del Renacimiento» (cap. XI), no tienen relación directa con la polis, con la ciudad (consubstancial a la utopía), si bien persisten en ellas determinados elementos comunes que las relacionan con ésta y permiten entender cómo la idea de la utopía es, en efecto, parte constitutiva de cualquier proceso que toma al alma humana como «materia de obra» alquímica. Hablamos de: «Utopías sin polis. Arquitecturas del pensamiento. Estructuras imaginales»; «Tratado de Las Leyes de Gemisto Pletón»; «Diálogos de Amor de León Hebreo»; «Luca Pacioli: Las Matemáticas como Utopía»; «Atalanta Fugiens de Michael Maier: Alquimia, música, imagen», y finalmente «Robert Fludd: El Sello de la Utopía».

Hemos querido recoger las siguientes palabras de Mireia Valls sobre este capítulo plasmadas en el número de Symbolos dedicado a Celebraciones (Nº 29-30), y que conforma el capítulo 3 de su libro Viaje en pos de un Destino:

Uno disfruta acompañando los recorridos existenciales de esos sabios herméticos que el investigador contemporáneo rescata inteligentemente del olvido, y sobre todo se goza cuando nos hace descubrir ese hilo sutil y conductor que religa entre sí todos esos tratados, grabados o partituras de un único discurso escrito con letras invisibles en el Libro de la Vida, otro de los símbolos de la utopía. El tratado de Las Leyes de Gemisto Pletón, Los Diálogos de Amor de León Hebreo, los estudios matemático-geométricos de Luca Pacioli (la Divina Proporción, Summa de Arithmética y otras), el Atalanta Fugiens de Michael Maier así como Utriusque Cosmi Historia de Robert Fludd son obras aquí presentadas (con nutridas y jugosas citas originales, así como con los dibujos que las iluminan en algunos casos) como excelsas construcciones simbólicas de carácter intelectual-espiritual que desvelan el código secreto del universo y las muy diversas formas de acceder e identificarse con ese ser único que es todo además de la posibilidad de habitarlo en la medida que se lo va conociendo. Por eso no hemos dudado ni un momento en leer y releer este capítulo, meditar en sus simbólicas, practicar con regla y compás las construcciones geométricas que se proponen, así como escuchar la sutil armonía que dimana de un discurso que entreteje constantemente los textos inéditos del autor con lo ya cristalizado por los sabios que nos han precedido, en un lenguaje que reconocemos arcano pero universal y liberador.

Pero queremos resumir con las propias palabras de nuestro autor este capítulo especialmente importante, en donde aparece con toda su fuerza y luminosidad la capacidad ordenadora del símbolo:

Esta forma de la utopía no está necesariamente relacionada con la polis, o sea con las estructuras de una ciudad concreta o la construcción de un medio social, político y económico. No obstante del mismo modo que se organizan los distintos módulos sociales en un territorio, igualmente lo hace en la mente un pensamiento y de manera análoga al vincularse con otros, y estos con terceros, conforman una totalidad, un mundo imaginal perfectamente estructurado, un sistema, con sus diversas vivencias y espacios intelectuales –como las plazas, edificios, templos y parques de una villa–, tal cual los cajones repletos de imágenes, referencias y símbolos que conformaban el mueble con el que Giulio Camillo trabajaba en su Arte de la Memoria.

Por lo tanto estas utopías a las que estamos aludiendo ahora son tan válidas y actuantes –tan reales– como aquellas que suponen un sitio específico, empero inventado, y una organización social. Ambas configuran un orden compuesto de determinados elementos que irán constituyendo un conjunto en el que se articularán de modo preciso y coherente, produciendo como ya hemos mencionado un sistema apto para el Conocimiento que, como la Utopía de Moro, no tiene «lugar» físico, aunque está siempre presente, y sea atemporal (…); espacio mental que puede ser revisitado, recorriendo las aulas y espacios de la conciencia, una y otra vez, por los que saben cómo llegar a ellos y donde son contemporáneos con todos aquellos que lo han conocido en el pasado –y quienes lo harán en el futuro– y que aún están vivos, tal el caso de Henoch y Elías; la posibilidad de encarnar tal entidad, para ciertos cabalistas como Guillaume Postel, es lo mismo que el arribo a la utopía de la ciudad celeste, en un mundo donde todo está en todo. Este espacio es parte constituyente del plano intermediario en sus dos aspectos, la psiqué más densa y la más sutil. La más ligada a la forma y la que se identifica con lo no formal. Todo lo cual se encuentra presente en el alma humana, la que de hecho allí mora, pues el ser se reconoce en ella y puede llegar a considerarla un medio apto para acceder al verdadero espíritu, al Ser universal, y aun a sus posibilidades negativas.[470]

 

Fig. 81. Juan Bautista Villalpando. Interior del
Sancta Sanctorum
del Templo de Salomón

 

 

 



NOTAS

[463] Ed. Kier, 2004. Añadiremos que ciertos temas estudiados por nuestro autor en este libro los trataremos más ampliamente en el cap. XII, titulado «El Renacimiento en la Obra de Federico González. Utopía y Cábala Cristiana».

[464] Como es el caso del cap. III («La Ciudad del Sol»); del IV («La Utopía de los Manifiestos Rosacruz»); del V («Cristianópolis»); del VIII («Las Utopías del Sueño. Hypnerotomachia Polifili»), y el XI («Otras Utopías Renacentistas»).

[465] Número éste de por sí significativo en el contexto iniciático.

[466] Por nombrar a unos cuantos: Platón, Cicerón, Ovidio, Virgilio (Antigüedad); Dante, Boccaccio (Edad Media); Nicolás de Cusa, Marsilio Ficino, Pico de la Mirandola, Baltasar Castiglione, Giordano Bruno, Giulio Camillo, Fray Diego Valadés, el Inca Garcilaso de la Vega, Isaac Newton (Renacimiento); Frances Y ates, Edgar Wind y Joscelyn Godwin (Contemporáneos). Amén de todos aquellos a cuyas obras dedica los capítulos del libro: Tomás Moro, Tommaso Campanella, J. Valentin Andreae, François Rabelais, Francis Bacon, Francesco Colonna, Cristóbal Colón, Luca Pacioli, Gemisto Pletón, León Hebreo, Robert Fludd y Michael Maier.

[467] Es en este lado «oscuro» sobre el que incidió René Guénon, quien prácticamente sólo vio en el Renacimiento al precursor del mundo moderno. Admitiendo esto como parte de la verdad de los hechos, sin embargo Federico destaca ante todo lo que significó el Renacimiento como una «chance» que se dio a sí mismo Occidente para manifestar posibilidades todavía ocultas en su alma en relación con los postulados de la Tradición Unánime. De esto trata en realidad Las Utopías Renacentistas, así como otra obra importante de la que ésta es perfectamente complementaria: Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana.

[468] Empleamos esta expresión recordando lo que Federico apunta en el Apéndice 2 de Hermetismo y Masonería cuando, refiriéndose a la Escuela de Pitágoras y la Academia de Platón, menciona a esos «baches en el tiempo» que hacen que la «Cadena Aurea» se haga subterránea en determinadas épocas debido a las condiciones cíclicas adversas, para en otro momento resurgir nuevamente a la superficie y dar testimonio a los hombres de la Sabiduría Eterna.

[469] Mª Angeles Díaz: Viaje Mágico-Hermético a Andros. Una Aventura Intelectual.

[470] Esas «posibilidades negativas» es lo que entendía Dionisio Areopagita por las «tinieblas más que luminosas» y que metafísicamente se corresponden con todo aquello que está más allá de Ser, es decir con el No Ser, que incluye todo lo que puede manifestarse y lo que no se manifestará jamás pues no está su naturaleza sujeta en modo alguno a ningún tipo de condicionamiento. El Ser, que es el No Ser afirmado, contiene ya una primera determinación o condicionamiento.

 

ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.