FRANCISCO ARIZA

LA OBRA DE FEDERICO GONZALEZ
Simbolismo - Literatura - Metafísica


Capítulo XI

ESTUDIO SOBRE PRESENCIA VIVA DE LA CABALA
(continuación)

 

II

El capítulo II se titula «El Sefer Yetsirah y el Bahir». Trata por tanto de los dos libros que, junto al Zohar (que está tratado en otro capítulo), concentran toda la enseñanza de la Cábala. En efecto, a través de ellos penetramos en el universo espiritual, mítico y mágico-teúrgico de la «Tradición íntima», así como en el orden cosmogónico (que abre el camino para el conocimiento del Ser y lo que está más allá de él, es decir En Sof, el Infinito) revelado a través de sus principales símbolos, destacando especialmente el Arbol Sefirótico, que representa en sí mismo una síntesis de todo el Cosmos, vertebrado por los nombres y letras sagradas y sus correspondencias e identidades numéricas, igualmente sagradas.

Cabe aquí perfectamente otra explicación, en este caso expuesta en el cap. IV de El Tarot de los Cabalistas, donde se añade:

Está claro que si conocemos el valor esotérico de las letras, sus connotaciones numéricas, y las transposiciones y permutaciones a que ellas pueden dar lugar en el contexto de las palabras y las oraciones, la lectura de cualquier texto sagrado –en particular la Biblia– en el que el alfabeto hebreo se encuentra presente, pasará a tener otro sentido que el común, literal y exotérico, y adquirirá un relieve y una profundidad tanto más rica cuanto más amplia. Y es por estas asociaciones y correspondencias entre números y letras, y las relaciones a que dan lugar, que se producen iluminaciones sorprendentes en la raíz metafísica del lenguaje humano, las que son llamadas por la Cábala ‘chispas divinas’.

A este respecto, no es por casualidad que la palabra sefirah (relacionada con cada uno de los diez nombres divinos emanados de la Unidad primordial) signifique precisamente número, o numeración, lo que nos habla de esa interrelación entre las letras (y palabras) y los números, entendiendo estos últimos naturalmente en su sentido cualitativo y metafísico, que es el que siempre han tenido en la Cábala, el Pitagorismo y todas las tradiciones.[493]

En efecto, aunque el Sefer Yetsirah constituye el texto providencial que ha dado su estructura a la Cábala Judeocristiana, y no sólo eso sino que sus raíces espirituales se hunden en el judaísmo más antiguo (míticamente se atribuye su autoría nada menos que a Abraham, es decir al primer patriarca, originario de Ur de Caldea), aun así sus textos están imbricados de esa influencia griega, gnóstica y hermética que se incubó en los tiempos del esplendor alejandrino de que se hablaba dos citas más arriba, y que corrobora esta otra debido a la pluma de Gershom Scholem que encontramos en la p. 28:

En el texto se percibe claramente una mezcla de misticismo numerológico, correspondiente al helenismo tardío e incluso al neoplatónico posterior, con formas de pensamiento típicamente judías que giran en torno al misterio de las letras y el lenguaje.

El misterio de las letras y el lenguaje que éstas forman está en sus arquetipos celestes (del que las letras y el lenguaje escrito son el reflejo, es decir el símbolo), y son estos arquetipos justamente los que invoca el cabalista en sus meditaciones, las que le llevarán a las puertas de la Sabiduría, visualizada como un Libro escrito por la mano divina:

La Sabiduría es llamada «libro»; ya que las generaciones se suceden y que la Sabiduría no se mantiene más que gracias al libro, es por eso que la Sabiduría de lo alto es llamada «libro» (p. 32).[494]

El Sefer Yetsirah, que significa «Libro de las Formaciones» y también según algunos «Libro de la Creación», trata precisamente de la Cosmogonía concebida «en modo esotérico» y tiene vínculos con la Cábala de la Merkabá (del Carro Divino), o sea con toda la literatura que versa sobre la mística de los Palacios (o de los Cielos) que se expresa con fuerza en el profeta Ezequiel y donde se encuentran los principios de la Manifestación universal, principios cuyo sentido oculto se desvela a través del estudio y conocimiento de las relaciones que existen entre el mundo divino y el humano; o sea, el Cosmos considerado y asumido como un tejido viviente expresión de ese Libro Arquetípico escrito por la pluma divina, y aquí encontramos sus conexiones y analogías con la llamada «Ciencia de las Letras», que está también muy desarrollada en el esoterismo islámico (es decir en el Sufismo), y en general en todas aquellas tradiciones cuyas lenguas y letras sagradas tienen equivalencia numérica y que sustentan su visión del cosmos en las relaciones entre unas y otras.

En efecto, en el capítulo II y III del profeta Ezequiel se tiene la visión de que el Libro está escrito en su totalidad, dice el texto que estamos estudiando,

por la mano divina, o sea la creación, la cosmogonía como un discurso sacro que debe digerirse, produciéndose así en esta comunión, el hecho del Conocimiento (p. 31).

Y he aquí lo que se afirma en el libro de Ezequiel:

Abre la boca y come lo que te voy a dar. Y o miré: vi una mano que estaba tendida hacia mí, y tenía dentro un libro enrollado (…). Y me dijo: ‘Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel’. Y o abrí mi boca y él me hizo comer el rollo, y me dijo: ‘Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy’. Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel».

Si la Sabiduría se concibe como un Libro esto quiere decir que ese Libro es el Libro de la Vida, y referido más exactamente al hombre se trata entonces del Libro que «le da la vida», aquella que no procede de la generación carnal, sino de la espiritual, pues el mismo Espíritu es quien la insufla:

Y a que estos textos no solo son alimento espiritual sino el mismo Espíritu del que hemos de comer y beber, lo cual es ejemplificado constantemente por los hebreos a través de su veneración por la Torah y a otros libros bíblicos. [Y en nota: Los libros están escritos con letras que son anteriores a la creación; de hecho su discurso la constituye. Como se sabe la palabra griega biblion que da lugar a la de Biblia quiere decir libro. Por medio de ellos podemos descender de la unidad esencial al diez plural, o a la inversa, ascender de lo múltiple a lo único, labor que constantemente es la indagación del esoterismo tradicional, expresada de modo sinóptico por el Arbol Sefirótico y el Sefer Yetsirah].

En la Antigua Tradición judía se solía considerar a la Torah como creada, tal como lo llevamos dicho, antes del origen. Incluso se decía que YHVH la consultó previamente a la creación del mundo. Y es más, él mismo acude a ella permanentemente.

De estas palabras capitales –pues nos ofrecen ciertas claves para entender el sentido oculto del Sefer Yetsirah– surgen varias reflexiones que obviamente no podemos desarrollar como se merecerían. Una de ellas es la identificación de los libros sagrados con el mismo Espíritu, «del que hemos de comer y beber»,[495] lo cual constituye uno de los ejes, o ideas-fuerza, que organizan todo el proceso iniciático, a saber: que el hombre no está verdaderamente vivo (o sea que puede ser todo lo que él es) hasta que no es bendecido por la potencia creadora del Espíritu, por el Verbo espermático de que hablan los hermetistas alejandrinos y cuya presencia indeleble podemos hallar también en la escritura revelada,[496] incluidos los espacios vacíos que hay entre las letras al decir de los cabalistas, lo que en sí mismo constituye también un lenguaje invisible; ese mismo Verbo espermático que en el Sefer Yetsirah aparece bajo el nombre de Shaddai, el Todopoderoso, o sea el Dios Viviente, que comunica esa cualidad vivificadora y salvífica al cosmos y al hombre mediante la articulación ordenada de las letras y los nombres sagrados extraídos de la Torá celeste (La Torá de Atsiluth), manantial inagotable que se identifica con la propia Sabiduría y las infinitas posibilidades de conocimiento que alberga en su seno, lo que ha llevado a distintos cabalistas a concluir que la Torá está arraigada directamente en En Sof.

[…] Se nos ha enseñado que el mismo Dios es llamado Torá y que la Torá no es otra cosa que él. La raíz superior de la Torá se encuentra en el más elevado de los mundos superiores, el de En Sof. Esto corresponde al misterio del ropaje escondido que es la cuestión en los secretos de las maravillas de la sabiduría, en la doctrina de nuestro maestro, Rabí Isaac Luria. […] Cuando nuestros maestros hablan de la anterioridad de la Torá en relación al mundo, quieren decir que ella es anterior a todos los mundos sin excepción […] y comprendido también el mundo de la emanación […] También es de la Torá que proceden y que fueron creados todos los mundos, tanto los superiores como los inferiores…[497]

Acerca de la cualidad vivificadora del Dios Todopoderoso es sumamente esclarecedor lo que al respecto dicen los cabalistas sobre el texto del Sefer Yetsirah y su poder «para crear seres vivos». Esto tiene relación con las estatuas animadas (a las que en Presencia Viva se comparan con el golem)[498] descritas en el libro hermético del Asclepio, donde se afirma que:

… las figuras de los dioses producidas por el hombre están modeladas de ambas naturalezas, de la divina, más pura y enteramente digna de un dios, y de aquella de la que el hombre dispone, a saber, la materia con la que han sido modeladas; además estas figuras no se reducen sólo a la cabeza sino que están modeladas con el cuerpo entero con todos sus miembros. Por tanto, la humanidad, en el recuerdo de su naturaleza y origen, persevera en su ser imitando a la divinidad, pues del mismo modo que el padre y señor creó a los dioses eternos para que fueran similares a él, así el hombre modela a sus dioses a semejanza de sus propios rasgos faciales.

– ¿Te refieres a las estatuas, oh Trimegisto?

– A las estatuas, Asclepio. (…) Porque estas son estatuas animadas, dotadas de pensamiento y llenas de aliento vital y capaces de hacer gran cantidad de cosas de todo tipo; unas estatuas que conocen de antemano el porvenir y nos lo predicen por la suerte, la adivinación, los sueños y muchos otros métodos, que producen las enfermedades a los hombres y las curan y que nos inspiran alegría o tristeza de acuerdo con nuestros méritos.

A continuación vienen las siguientes palabras que Federico mismo ha formulado varias veces a lo largo de su obra, y que nos aclaran el sentido de este enigmático texto hermético:

… se trata del fenómeno teúrgico y transmutatorio que se va produciendo en aquellos que a través de cualquier medio se van empapando de la Doctrina, al nivel que sea. Es decir, análogo al Hombre Nuevo del que habla San Pablo. En medios eclesiásticos se han interpretado en relación al apostolado y a la conversión de infieles.

En este mismo sentido habría que recordar a Proclo, que en su Teología Platónica I,13, va desarrollando lo que se suele entender por una teosofía de los Nombres Divinos en más de un sentido relacionada con el Sefer Yetsirah y sus comentaristas posteriores. Una referencia a estas «estatuas» puede encontrarse en el Prefacio de su tratado: «se pueden comparar a estatuas», nos dice de modo enigmático al referirse a los recipiendarios de la cadena iniciática.[499]

En imitar a la Divinidad en su acto creador está la posibilidad de que el hombre conozca en primer lugar su naturaleza individual (lo que incluye el necesario conocimiento de sus limitaciones como tal individuo), para posteriormente, y gracias al aprendizaje de la Cosmogonía y la inseparable comprensión de la Doctrina metafísica que le da su contenido esencial, poner toda su voluntad en transmutar esa condición y hacerse a sí mismo consciente de su origen suprahumano.[500]

De la página 33 a la 45 se hilvana un discurso que explica y profundiza en el contenido metafísico, ontológico y cosmogónico de los dos primeros versículos del Sefer Yetsirah:

Con 32 senderos místicos de Sabiduría grabó Y ah / el Señor de los Ejércitos / el Dios de Israel / el Dios Viviente / Rey del Universo / el Shaddai / Clemente y Misericordioso / Elevado y Exaltado / que mora en la Eternidad / cuyo nombre es Santo –El es sublime y Santo– Y creó Su Universo / con tres libros (Sepharim) / con texto (Sepher) / con número (Sephar) / y con comunicación (Sippur).

Diez Sefirot de la Nada / y 22 letras Fundamento / Tres Madres /Siete Dobles / y doce Elementales.

Ciertamente la labor de síntesis que caracteriza toda la obra de Federico está también orientada a escoger las citas apropiadas, como es el caso, ya que en estos dos versículos del Sefer Yetsirah está concentrado todo el libro, como en éste está concentrado a su vez el origen increado y creado de la Manifestación universal, así como los principios divinos (las diez sefiroth) y cósmicos (simbolizados por el zodíaco, los planetas y el reflejo de sus energías en el mundo terrestre) que le darán forma. A este respecto, y en relación con esto último, son interesantes las analogías que se establecen entre las siete letras Dobles y los siete planetas (y en general con todos los septenarios tradicionales), así como entre las doce letras Elementales y los doce signos del zodíaco, mientras que las Tres Letras Madres se relacionan con la primera tríada del Arbol Sefirótico, representada por los tres principios arquetípicos: Kether, Hokhmah y Binah.[501] No son de extrañar estas analogías teniendo en cuenta que desde el comienzo se relacionó al Sefer Yetsirah con la astrología

dada la constante hebrea de un tipo de magia «popular», vinculada con amuletos, talismanes, cuadrados mágicos y astrológicos que desembocó posteriormente en la utilización de dicho texto para la construcción de estas actividades mágicas y sapienciales.

Y más adelante:

A las numeraciones se les atribuyen correspondencias con los astros y vinculaciones con sus influencias en el mundo y sobre todo con el orden cósmico, bendito sea, que la astrología y la magia de esos pantáculos y cálculos numéricos reflejan de una u otra manera.

Sin embargo, y gracias a la gran aportación de la Cábala cristiano-hermética del Renacimiento, los planetas, el cielo de las estrellas fijas y la estrella polar fueron asimilados a las sefiroth, e igualmente se hizo la asociación con los dioses grecorromanos, lo que permitió

fijar ciertas pautas que aparecían confusas en los distintos sistemas y formas anteriores en que suele manifestarse la Cábala en sus especulaciones. Esta asimilación exacta de los siete planetas a siete sefiroth es una forma de introducción para los aprendices al Arbol mismo, ya que los astros configuran un lenguaje al tener las sefiroth así las características que se les asigna a los planetas. Por otra parte quien ha usado estas analogías sabe de su efectividad.[502]

Pese a todas estas asociaciones y analogías con otras simbólicas que amplían en distintos sentidos la enseñanza de la Cábala y abren nuevas vías de investigación sobre la estructura del universo, nuestro autor nunca ha perdido de vista que las sefiroth, como su nombre hebreo lo indica,

son numeraciones, o sea interrelaciones, cálculos y sistemas imprescindibles para el trabajo del cabalista si se quiere ir uno adentrando en este sistema de sistemas de pensamiento.

Centrándonos, pues, en los dos primeros versículos del Sefer Yetsirah, Federico destaca varios aspectos. Uno de ellos es la idea de la Creación por tres libros (Sepher, Sephar y Sippur):

Uno con letras [Sepher], otro con «numeraciones» [Sephar), y un tercero [Sippur] que es el aliento que une a ambos. Pues si bien con los diez primeros dígitos puede numerarse todo lo posible, la conjunción de números y letras revela la misteriosa relación que los une, no sólo porque las letras conforman palabras, sino porque igualmente esas palabras a su vez se corresponden con números concretos, y con ellos se organizan diversas transposiciones y nuevas palabras derivadas de la propia magia del lenguaje y las cifras exactas. Su objeto –idéntico al sistema pitagórico–, los «cálculos» que iluminan, e incluso generan permanentemente mundos que el cabalista modela –aun sin pretenderlo– en su meditación.

Por otro lado, y en relación con esto, se destaca también la importancia didáctica del Arbol de la Vida Sefirótico (modelo del Cosmos), con los 32 senderos de la Sabiduría que lo estructuran, y que están constituidos por las 10 sefiroth y las 22 letras del alfabeto hebreo.[503] En este sentido, los diagramas del Arbol Sefirótico de las p. 34, 40 y 44 son sumamente instructivos y nos ayudan en la comprensión de la estructura sutil de este importante símbolo, donde se concentra gran parte de la enseñanza cabalística.[504] Se trata de las sendas a través de las cuales

el Inmanifestado se manifiesta y en forma invertida éstas también conforman las vías para llegar a El. Estos senderos se articulan en el Arbol sefirótico y sirven para que las sefiroth se vinculen entre sí, comunicándose, como la sangre y su sistema dan vida al cuerpo por el que circulan.

Según los cabalistas al discurso decimal en que se desarrolla la Creación (Arbol de la Vida), se han de agregar los 22 senderos que los unen en un diagrama tradicional (aunque levemente cambiante en el tiempo y en cada escuela o grupo particular), los que conjuntamente suman los 32 senderos que menciona el libro.

En efecto, los 32 senderos que estructuran el Arbol de la Vida son los intermediarios entre lo Inmanifestado y el propio ser humano, y a la inversa: a través de su recorrido por ellos el hombre tiene la oportunidad de ir concibiendo a lo Inmanifestado en su corazón[505] a través del conocimiento de los nombres o atributos que éste toma al manifestarse, y que actúan a modo de escala o eje que une entre sí los diferentes mundos o planos de la Creación, en sentido ascendente: el Mundo de la Concreción Material (Asiyah, con la única sefirah Malkhuth), el Mundo de las Formaciones (Yetsirah, con las sefiroth Yesod, Hod y Netzah), el Mundo de la Creación (Beriyah, con las sefiroth Tifereth, Gueburah y Hesed) y el Mundo de las Emanaciones (Atsiluth, con las sefiroth Binah, Hokhmah y Kether).

Es obvio que esos 32 senderos están dentro de nosotros (sin olvidar que también tienen su reflejo en el cuerpo físico), y cada uno ha de descubrirlos por sí mismo. Constituyen la geografía sutil de nuestra alma, que va universalizando sus contenidos en la medida en que realiza ese viaje por los 32 canales sapienciales cada uno de los cuales constituye un estado de la conciencia, que en el camino ascendente van del más denso al más sutil y en el descendente del más sutil al más denso, atravesando en su recorrido los cuatro planos creacionales. Los 32 senderos «se relacionan entre sí permanentemente» dice Federico en un momento determinado, y esas relaciones, o interacciones entre las 10 sefiroth y las 22 letras (éstas actúan como factor de comunicación y unión entre las sefiroth) constituye el despliegue de todas las posibilidades existenciales contenidas en la Unidad primigenia.[506]

Quizás al despliegue de todas esas posibilidades existenciales y la oportunidad que tiene el alma humana de experimentarlas y, utilizando términos alquímicos, «fijarlas» en la conciencia, es a lo que se refieren las dos citas de Aryeh Kaplan que se escogen para ilustrar este juego de relaciones numérico-geométricas que ejemplifican el hecho creacional. En esas citas (p. 36) se habla de que el número 32 es la quinta potencia de dos, y que como explica el Sefer Yetsirah «las Diez Sefiroth definen un espacio de cinco dimensiones», correspondiendo los 32 senderos «al número de vértices de un hipercubo pentadimensional».

Esto tiene diversas lecturas, y una de ellas nosotros pensamos que estaría relacionada con la idea, ya apuntada por diversos autores tradicionales, de que la elevación a potencias sucesivas representan grados de universalidad creciente, lo cual tendría que ver con lo que decíamos anteriormente sobre la universalización de la conciencia que se va efectuando a medida que se viaja por el Arbol Sefirótico, ascendiendo y descendiendo indefinidas veces por sus senderos, es decir viviendo en amplitud, en altura y en profundidad –o sea en todas las cosas– el permanente asombro de la Creación, y sobre todo del «Misterio de los Misterios» que es inmanente a la misma Creación y al que la Cábala designa con el nombre de Ayn, «Nada»; paradójicamente de esta «Nada» extraen toda su realidad tanto las sefiroth como las letras, es decir la Existencia universal sintetizada en los treinta y dos senderos de la Sabiduría, e incluso ésta misma: «La Sabiduría nace de la Nada» podemos leer precisamente en el libro de Job (XXVIII, 12).

Como se dice en el segundo versículo: «Diez Sefiroth de la Nada / y 22 letras Fundamento…»:

Es importante señalar que en estos versículos se repite una y otra vez «de la Nada», es decir de la Creación ex nihilo, lo que no debe ser visto como la nada tal cual hoy se la entiende, sino como la ausencia completa de aquello que pudiera considerarse algo, aún la emanación más sutil, es decir el estado indiferenciado o del más completo reposo. Aquello que solo puede ser descrito en términos negativos. La palabra hebrea Ayn (Nada) es a menudo aplicada a En Sof, o por extensión a Kether, la Corona, que está sobre la cabeza.[507]

Esta reflexión es clave: la mente humana, signada por lo individual y la forma que le es inherente, no puede concebir algo que «no sea», y sin embargo ese estado de «no ser» sí puede ser experimentado por la conciencia, que en su universalización a través del recorrido por los 32 senderos ha superado los límites de la individualidad, que mediante sus indefinidas transmutaciones, es decir a través de un trabajo intenso consigo misma, ha sido absorbida en los planos más altos del Ser. La Cábala enseña que toda transmutación o cambio de estado (y el paso de la conciencia individual a la conciencia universal supone un cambio de estado esencial en el camino del Conocimiento) implica necesariamente una inmersión en el «nivel de la Nada» (en el «Caos o Tinieblas Superiores»), donde se vive la experiencia de lo «inefable» (de lo que no puede ser nombrado, y por lo tanto de lo que no está manifestado ni se manifestará jamás), ante lo cual todo lo que «es algo» queda «borrado» y la regeneración es posible.

Como el Sefer Yetsirah, el Sefer ha Bahir (Libro de la Claridad) se nutre también de la tradición platónica, hermética y gnóstica, cuyas corrientes de pensamiento estaban particularmente vivas en la Provenza medieval, geografía ya mítica, junto a la de Sefarad (España), en el imaginario simbólico del esoterismo judeocristiano, y donde surge el Bahir como un

fruto de distintos sabios pertenecientes a la escuela cabalística de ese lugar. (…) En realidad podría ser considerado un conjunto de textos –como muchos libros sagrados– coleccionados para ser difundidos, leídos y salmodiados como ejercicios nemotécnicos. Se podría decir que este libro prologa la aparición de los textos de Isaac el Ciego, los de Cataluña y del Zohar y refleja el pensamiento cabalístico de la época a ambos lados de los Pirineos.

Como el Sefer Yetsirah su tema es el alma por la que transcurren numerosas aventuras engendradas por temor a Y ahveh, o sea por profundo respeto a lo sagrado y a la autoridad de su Tradición[508] expresada por Moisés y su decálogo, al que sin embargo trascienden en sus especulaciones, más allá de la ley.

Estas pocas líneas que están al comienzo del estudio sobre el Sefer ha Bahir (estudio que comprende las p. 45-56) nos ponen en disposición de empezar a comprender la trascendental influencia del Libro de la Claridad[509] en el ámbito de las ideas y también en el plano histórico, pues en efecto condensa o sintetiza todo un conjunto de enseñanzas esotéricas que vienen del fondo de los siglos bíblicos, se renuevan entre los místicos judíos de los primeros años de nuestra era (personificados en Simeón bar Y ochai y sus compañeros y discípulos), y gracias a determinadas coyunturas temporales emergen a la luz en la Provenza medieval, pasando rápidamente la frontera de los Pirineos para prender entre los cabalistas de Cataluña, Aragón y Castilla, es decir en Sefarad, donde eclosiona y tiene lugar lo que se ha dado en llamar la «Edad de Oro» de la Cábala.

En este contexto no es de extrañar que esos sabios se autodenominaran a sí mismos «cabalistas», es decir «receptores» de la Tradición vertical secretamente transmitida de generación en generación y con la que se identificaban en lo más profundo, aportando el fruto de sus investigaciones nacidas de su propia vivencia y encarnación de las ideas-fuerza que refulgen de los textos sagrados y su interpretación por los maestros de la «cadena iniciática», que como se dice en la cita anterior trascienden la ley grabada en el decálogo exotérico y van «más allá» de ella en sus meditaciones y especulaciones. Con respecto a esta «cadena iniciática» en el texto del Bahir se menciona a varios sabios judíos que vivieron en Tierra Santa en los primeros siglos de nuestra era pertenecientes a las escuelas talmúdicas de esa época, como es el caso de Nehunia ben Hakana, Rabí Akiba y otros, cuyas enseñanzas transmitidas de generación en generación constituyen lo fundamental de este libro,[510] testimonio vivo de la presencia de la Tradición primordial, que

en última instancia es atemporal y posee un espacio propio fuera de todo tiempo y lugar, perfectamente actual y por lo tanto siempre permanece renovada y a-histórica.

En este punto Federico quiere destacar la influencia de las corrientes herméticas y neoplatónicas en el Bahir, además de las gnósticas, que son las únicas que parecen contemplar eruditos como Gershom Scholem, que pese a su autoridad indiscutible en los estudios cabalísticos contemporáneos «desconoce la existencia de una Tradición primordial» y en consecuencia minusvalora esas otras influencias, que en el caso de la Tradición Hermética, «prediluviana y heredera del dios Thot egipcio»[511] es bastante notoria, como lo demuestra las analogías existentes entre ciertos textos del Poimandrés (el XI y XIII) y del Bahir (apartados 179 y 142), precisamente aquellos que tratan de la génesis del Cosmos.

Continuando con los cabalistas provenzales hemos de decir que una de sus aportaciones más destacadas es precisamente aquella que se refiere al Arbol de la Vida Sefirótico, que ellos comienzan a estructurar teniendo como referencia las enseñanzas del Sefer Yetsirah (de hecho gran parte del contenido del Bahir constituye una profundización en el significado cosmogónico y metafísico de las letras sagradas), estructura que con leves cambios según las distintas comunidades de cabalistas será la que se conocerá desde la Edad Media hasta el siglo XVIII llegando hasta nuestros días, donde mantiene toda su vigencia y actualidad como lo demuestra este libro que estamos estudiando y la obra de Federico en general.

¿Cuáles son las Diez Palabras? / La primera, es la Corona suprema, bendito y glorificado sea Su Nombre, / así como su pueblo / ¿Y quién es su pueblo? /

Israel. Tal como está escrito (Salmos 100, 3): / «Sabed que Y ahveh es Dios, él nos ha hecho», y no nosotros / –a fin de que sepamos reconocer y distinguir a Dios / que es el Unico de los únicos, y conozcamos que / es Uno en todos Sus Nombres.

A este versículo 41 del Libro de la Claridad, se añade lo siguiente:

Así, a partir de la Unidad se organizan los Principios o Nombres que darán lugar posteriormente a la construcción del Arbol Sefirótico que se irá poco a poco realizando a partir de la primera Tríada, y luego con la contribución de las sefiroth llamadas en la Cábala «de construcción», y que son las 6 (o 7) restantes, las que irán estructurando el Arbol hasta su conclusión final en la décima numeración, Malkhuth.

Citan los autores a continuación diferentes apartados del Bahir sobre la estructura del Arbol del mundo, y en concreto el apartado 176, que menciona la analogía con el cuerpo humano, equiparando la columna vertebral de éste con el Pilar del Medio del Arbol Sefirótico (ver p. 53-54), lo que nos evoca de inmediato el versículo del Génesis que habla de que el hombre es creado a «imagen de Dios», o sea que el ser humano encuentra una identidad entre la estructura de las sefiroth y la estructura de su cuerpo físico, y por tal motivo también en la de su alma, ya que el cuerpo (el plano de Asiyah, con la única sefirah Malkhuth) es el reflejo del alma (que comprende los planos de Yetsirah y Beriyah, con las 6 sefiroth «de construcción»), que a su vez es el reflejo del espíritu, la Realidad sin reflejo representada por la primera Tríada (el plano de Atsiluth). Recordemos que los mundos de Asiyah, Yetsirah y Beriyah (es decir el cuerpo y el alma) reciben el nombre de Zeir Anpin, el Microposopos o «Rostro Menor», que son los planos propiamente cósmicos del Arbol de la Vida. El mundo de Atsiluth es el Arik Anpin, el Macroposopos o «Rostro Mayor»: «la Creación increada o la Ontología», en palabras de nuestro autor.

Todo esto se refiere en el fondo a la concordia que se establece entre lo de «arriba» y lo de «abajo», o sea,

entre el macrocosmos y el microcosmos, como bien enseñado está en la célebre Tabla de Esmeralda Hermética,

y cuyas constantes interrelaciones, fundadas esencialmente en la energía del Amor (manifestación de Hesed, la Misericordia), es lo que en verdad cimenta y cohesiona la Creación entera (que el Arbol de la Vida simboliza en su totalidad), emanada del Santo, bendito sea, como un gesto completamente gratuito que no excluye que él esté en cada una de las criaturas (inmanente en ellas) y al mismo tiempo en ninguna (en su absoluta trascendencia).[512] Por eso, se nos invita a:

Repasar una y otra vez los textos del «Libro de la Claridad», soportes para la meditación y el conocimiento, es ir adentrándose en planos cada vez más profundos y sutiles del Ser Universal, del Adam Kadmon Primordial, que se expresa en todos los mundos, densos y sutiles, formales e informales, manifestados e inmanifestados, que van estructurando un nuevo cuerpo de luz.

Mucho más adelante, en el acápite dedicado al Zohar, y más concretamente en la página 176, leemos lo siguiente en relación con todo esto:

La Creación en su sentido más amplio, que abarca la totalidad del Ser Universal con sus cuatro mundos o planos tan nítidamente señalados en el diagrama del Arbol de la Vida, no es una cuestión cronológica, mucho menos una fantasía o especulación de la mente humana, ni un soporte para justificar un sistema mecánico, rígido y paralizante del mundo, sino algo mucho más inmenso y trascendente. Si así pudiera decirse, es la «decisión» del Infinito supraconsciente de tomar conciencia de sus posibilidades de ser, y al pensarlas, «inventa» la Manifestación Universal, le asigna un «lugar», siendo el ser humano, la criatura, a la que se otorga la función de intermediario, cual nexo o bisagra que puede vivenciar por la intuición intelectual la paradójica no dualidad entre las posibilidades de ser y de no ser, es decir, experimentar la Suprema Identidad. Lo supracósmico determina en el Principio todas las posibilidades de ser, y en un gesto de una generosidad y gratuidad sin par, emana y derrama desde su cara oculta, inimaginable, un manantial de posibilidades arquetípicas, formales y concretas en el receptáculo de su pequeña faz [Zeir Anpin], la Creación, despliegue simultáneo y jerárquico de emisores y receptores, de imágenes que se espejan en imágenes, las cuales hacen intuir ese rostro oculto que subyace en todo, que es su origen y destino y al mismo tiempo trascendente a cualquiera de sus producciones. Y todo este misterio se sintetiza en el ser humano.

 

 

XI. Continuación
III

 



NOTAS

[493] Leemos en la nota 35: «La palabra hebrea para número es mispar, mientras que sefirah expresa la majestad de lo que es el número en sí, el concepto sagrado de número».

[494] Estas líneas pertenecen a Bahya ben Acher de Zaragoza, citado por Charles Mopsik en la introducción que hace a Le Sicle du Sanctuaire de Moisés de León.

[495] La idea de comer y beber del Espíritu es profundamente tradicional y existe en muchas culturas; la tradición esotérica del judaísmo la transmite al cristianismo, que hace de ese acto sagrado (sacrum facere) su rito principal, la Eucaristía.

[496] En una tradición que como la Judeocristiana, o la Hermética, tienen en el Libro sagrado una de sus señas de identidad, tal y como Federico desarrolla en el cap. I de Hermetismo y Masonería, titulado «Los Libros Herméticos», donde se habla precisamente de la importancia capital que tiene el libro en la transmisión de la sabiduría Hermética.

[497] Hayim de Volozhyn. Ibíd.

[498] El golem es un símbolo del iniciado que pasa por las diferentes etapas «formativas» y autogeneradoras tras recibir en su alma la influencia espiritual que lo pone en disposición de acometer el viaje del Conocimiento. En la nota 25 se habla de la idea del golem, que Federico siempre ha considerado desde el punto de vista que se corresponde con su sentido más profundo y elevado, es decir el de una entidad espiritual creada por los cabalistas para perpetuar su sabiduría en el mundo. Todo ello nos habla de la virtud genésica y fecundadora inherente a las letras y las palabras contenidas en los textos sagrados y sapienciales, y en este sentido son vehículos de transmisión de la influencia intelectual-espiritual. Sobre este tema ver más adelante el capítulo XXIII.

[499] He aquí lo que dice el texto de Proclo acerca de los que forman parte de la cadena iniciática, los cuales entran: «en este coro divino para elevar su propio pensamiento hasta el éxtasis dionisíaco que proveen los escritos de Platón; es de ellos que quien, después de los dioses, ha sido nuestro guía en todo lo que hay de bello y de bueno, había recibido sin mezcla en la intimidad de su alma la auténtica y purísima luz de la verdad, y es él quien nos ha dado parte en toda la filosofía de Platón en general, y que ha hecho de nosotros sus compañeros en las tradiciones que había recibido en secreto de los más antiguos, y sobre todo quien nos ha asociado al coro de los que cantan la misteriosa verdad de los principios divinos».

[500] Afirma a este respecto René Guénon (La Metafísica Oriental) que: «no está entre las posibilidades del individuo el superar sus propios límites. La razón es una facultad propia y específicamente humana; pero lo que está más allá de la razón es verdaderamente ‘no-humano’; es lo que hace posible el conocimiento metafísico, y éste, hay que repetirlo de nuevo, no es un conocimiento humano. En otros términos, no es en cuanto hombre que el hombre puede llegar a él, sino mediante el Ser, que es humano en uno de sus estados, siendo al mismo tiempo algo distinto y mayor que el ser humano; y la toma de conciencia efectiva de los estados supraindividuales es el objeto real de la metafísica, o, mejor aún, lo que constituye el conocimiento metafísico en sí mismo».

[501] Si observamos la estructura del Arbol de la Vida conformada por los senderos, las Tres Letras Madres, además de corresponder a las tres sefiroth supremas, serían al mismo tiempo las tres líneas horizontales; las Siete Letras dobles estarían en relación con las siete líneas verticales, y las Doce Letras simples con las doce líneas diagonales.

[502] Recordaremos que estas correspondencias se encuentran ampliamente desarrolladas por Federico en Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Dichas correspondencias, siempre aproximadas, son las siguientes: «Kether, la Unidad, a la Estrella Polar; Hokhmah, sefirah número 2, al firmamento de las estrellas fijas; Binah, número 3, a Saturno; Hesed, número 4, a Júpiter; Gueburah, número 5, a Marte; Tifereth, número 6, al Sol; Netsah, número 7, a Venus; Hod, número 8, a Mercurio; Yesod, número 9, a la Luna; y Malkhuth, número 10, a la Tierra».

[503] He aquí lo que nos dice Federico acerca de las 22 letras y sus relaciones con las sefiroth y los planos del Arbol: «(…) se habla de veintidós letras Fundamento, que se dividen en tres madres, siete dobles y doce elementales. Las tres madres corresponden a la primera tríada, y son Alef, Mem y Shin (respectivamente Aire, Agua y Fuego), que se difunden por todo el Arbol para ‘coagular’ en la última sefirah, Malkhuth, a la que por lógica se vincula con el cuarto elemento: Tierra. (…) Este descenso por las esferas y su posible ascenso por las mismas en un recorrido invertido hacia zonas cada vez más transparentes es igualmente conocido por distintas congregaciones gnósticas y ha pasado al cristianismo y al islam, representando el mundo intermediario: grosero (Asiyah), sutil con formas (Yetsirah), sutil sin formas (Beriyah) y finalmente el acceso a la triunidad arquetípica que conjuga el plano de Atsiluth».

[504] Igualmente instructivo es el estudio iconográfico que se encuentra entre el cap. II y el III. Y a hemos dicho en alguna ocasión la importancia que concede Federico a la iconografía simbólica como soporte de la lectura, es decir que existe una estrecha ligazón entre la imagen y el contenido escriturario. Así es en este libro como en los anteriores, y como en el que le seguirá: Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana.

[505] Para la Cábala el número 32 está formado por las palabras Lamed y Bet, las cuales se leen Lev, corazón. En todas las tradiciones el corazón es uno de los símbolos del centro del mundo, y allí reside el «Santo Palacio Interno» de que se habla en el Zohar.

[506] En este sentido, leemos en la nota 38: «En realidad a cada sefirah corresponde un Arbol completo, como cada una de las numeraciones de ese Arbol contiene su propio Arbol, etc., dándonos así la idea de lo indefinido; incluso se visualizan como polivolumétricos».

[507] En sus enseñanzas Federico ha dicho en más de una ocasión que Kether, la primera sefirah, es el «No-Ser afirmado», o sea que en Sí mismo Kether es Ayn, «Nada», y sin embargo de su seno emerge la primera semilla de luz primigenia («una llama oscura brotó del estremecimiento del Infinito», leemos en el Zohar –ver en Presencia Viva la p. 168–) que dará lugar a través de los intermediarios divinos o sefiroth a la Existencia universal. Ese «paso» a la Existencia está señalado en la Cábala por la palabra Any, «Y o», que contiene las mismas letras que Ayn, aunque permutadas. Las siguientes palabras de Azriel de Gerona nos habla de este misterio: «El Ser está en la Nada bajo la forma de la Nada, y la Nada está en el Ser bajo la forma del Ser».

[508] Como se dice en la Biblia el temor al Señor es el principio de toda sabiduría, siendo ese temor del alma un profundo respeto y amor hacia lo sagrado, respeto que se extiende a la Tradición como su receptora. Esta idea la ha reiterado Federico numerosas veces y es fundamental tenerla siempre presente en toda circunstancia, pues como se recuerda en el propio Sefer ha Bahir recogiendo un versículo de Isaías (33, 6) «el temor de Y ahveh sea tu tesoro. Por eso el hombre debe temer a Dios y después estudiar la Torá.» (Ver en Presencia Viva las p. 52-53).

[509] Recibe este nombre del versículo 37-21 del libro de Job, donde se habla de que «una claridad llega del norte».-

[510] Ver a este respecto El Bahir, de Aryeh Kaplan (EDL, Madrid). En Presencia Viva de la Cábala se cita la edición inglesa del Bahir comentado amplia y pormenorizadamente por Aryeh Kaplan, que también hace la introducción, en donde se encuentran los nombres de esos sabios judíos.

[511] En la nota 50 se habla precisamente de las múltiples relaciones del pueblo de Israel y Egipto a lo largo de los siglos, a través de los episodios vividos por José, Jacob, Moisés, Salomón y el propio Maestro Jesús, añadiendo que esos «contactos por tiempos prolongados deben tenerse muy en consideración por los estudiosos de la historia de las religiones».

[512] Si se nos permite una comparación con la tradición hindú, en ésta se habla de Brahmâ saguna y de Brahma nirguna, o sea el Dios «con atributos» (que está implicado en su Creación) y el Dios «sin atributos» (que no puede decirse ni pensarse nada de él), respectivamente. Es, en efecto, el Dios inmanente y el Dios trascendente y oculto, aquel de quien se dice en los Salmos que ha elegido como morada las Tinieblas.

 

ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.