FRANCISCO ARIZA

LA OBRA DE FEDERICO GONZALEZ
Simbolismo - Literatura - Metafísica

 

Capítulo V

EL TAROT DE LOS CABALISTAS.
MEDITACIONES EN TORNO A SU SIMBOLISMO

(continuación)

 

El Arte del Tarot y su función oracular (cont.)

II

Tal y como ha llegado hasta nosotros, el Tarot ha sido elaborado por los maestros, magos y teúrgos de la Tradición Hermética en un momento concreto del ciclo de Occidente (final de la Edad Media y principio del Renacimiento) en el que se hizo necesario acudir a las grandes síntesis entre las distintas corrientes esotéricas, filosóficas y de pensamiento tradicional en general para preservar la continuidad del Conocimiento. Entre esas corrientes merecen mencionarse la de las cofradías de constructores[277] y las órdenes de caballería que convivieron durante grandes períodos de la Edad Media desarrollando un simbolismo hermético que se refleja perfectamente en el Tarot, e incluso la denominación de «Cartas de la Corte» no hace sino referencia a ese legado. Por ejemplo, ya en la corte carolingia (siglo IX) se crearon determinados juegos de carta cuya iconografía se integrará posteriormente en el Tarot gracias a la labor de los hermetistas. Este es un tema muy interesante a desarrollar pues seguramente en él encontraremos una de esas formas de transmisión de un pensamiento sustentado en la Tradición Unánime que siempre ha pasado desapercibido a la historia oficial, que ignora que el Hermetismo bajo sus diversas formas de expresión ha conservado para Occidente su Tradición viva, el alma y el espíritu de su cultura.

A todas estas corrientes hay que añadir el esoterismo judío, es decir la Cábala, que se desarrolla en suelo europeo y «convive» por tanto con todas esas expresiones de la Filosofía Perenne, produciéndose inevitablemente un contacto fructífero (cuyos antecedentes ilustres los encontramos en la Alejandría helenística y romana) que daría paso en pleno Renacimiento a la Cábala Cristiana, o Cábala Hermética, que florece en Italia y se expande rápidamente por toda Europa.[278]

En efecto, el Tarot, compendio del Hermetismo, también recepciona en su cuerpo simbólico el influjo de la Cábala, y en concreto la simbólica del Arbol de la Vida. Podríamos decir incluso que tal y como ha llegado hasta nosotros, el Tarot vendría a ser una forma emanada de la Cábala Hermética, que como otras corrientes (caso de la Masonería moderna) cristalizan definitivamente entre los siglos XVII y XVIII.[279] Cobra así pleno sentido el título del libro: El Tarot de los Cabalistas. Es decir, el Tarot como un código simbólico empleado por los cabalistas herméticos en su enseñanza de la Cosmogonía.

Asimismo, y como indicaba nuestro autor en la nota anterior, el Tarot, como el Arbol Sefirótico, es un sistema de pensamiento que podemos comprender dentro del Arte de la Memoria, cuestión ésta que es recurrente en todo el libro puesto que en definitiva todo modelo del universo es eso precisamente: un instrumento para fijar en la memoria humana las ideas universales. La palabra «sistema» debe ser entendida aquí como sinónimo de estructura ordenada, donde todos sus componentes interactúan y se relacionan entre sí, como es el caso del «sistema solar» por ejemplo. El Tarot sería entonces un «sistema de pensamiento» articulado por imágenes que revelan las formas sutiles y las ideas emanadas de una Inteligencia Universal y del Verbo que la articula dando origen a la Existencia Universal. Es por tanto una maravillosa herramienta del trabajo simbólico. Nada que ver entonces con la «sistematización» del racionalismo filosófico –individualista y antimetafísico por definición– engendrado por el mundo moderno.

Señala nuestro autor en el capítulo I que este sistema de pensamiento propio del Tarot incluye asimismo una actividad lúdico-sagrada conocida por todos los pueblos desde siempre, o sea que esa actividad es un componente esencial de la cultura humana, y ésta no se entendería completamente si prescindiéramos de la presencia en ella de ese sentido lúdico. Hay muchas maneras de abordar el estudio del Tarot, pero siempre, de una u otra manera acabaremos «jugando» con él, o sea estableciendo una relación entre nosotros y él, de tal forma que estimulado por nuestro interés en su conocimiento el Tarot nos revele algunos de sus tesoros escondidos, esas ideas-fuerza que si logramos impresionarlas en nuestra mente y en nuestra alma serán capaces de alterar el rumbo equivocado de nuestro destino profano inculcándonos la necesidad de buscar la Sabiduría, necesidad que, como señala nuestro autor en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, «es el único camino seguro para llegar a la verdad».

 

Fig. 47. El Arbol de la Vida, donde apreciamos, a la izquierda, los cuatro palos del Tarot con varias de sus correspondencias, entre ellas las del simbolismo constructivo

 

El Tarot ha sido elaborado teniendo en cuenta esa particularidad, su actividad lúdica, y además debemos recordar que existe una metafísica del juego, es decir un arquetipo del mismo que el hombre siempre ha tomado como un modelo para recrear la Cosmogonía y poder salir de ella gracias a su conocimiento;[280] ese arquetipo no es otro que el juego del Sí Mismo organizando y creando los mundos mediante la intervención de energías que se equilibran y oponen conformando la estructura prototípica que se reflejará en todas las cosas, tal cual la danza rítmica de Shiva (fig. 14) y otros mitos tradicionales lo ejemplifican.[281] El mundo como resultado de un juego que teje la potencia creadora de la Deidad (su Diosa o Shakti), y que ha dado lugar a todas las posibilidades que son susceptibles de jugarse, o sea de vivirse, pues como dice nuestro autor nuevamente en su Diccionario de Símbolos (entrada «Juego»):

El universo es asimismo un juego de posibilidades perpetuo pues siempre se está haciendo, porque, como el hombre, es un mundo inacabado. Las coordenadas de la armonía universal son vistas como un juego perfecto de correspondencias y oposiciones cuyo corolario es la vida.

El Tarot es un juego que, como la vida misma, va en serio, es decir es un juego de verdad, y como tal hay en él ciertas reglas y un orden al que hay que ceñirse para que las jugadas (la manifestación de todas esas posibilidades) puedan darse.

Pero en el cosmos, y en la vida, también interviene el azar como un componente esencial del mismo; o sea lo «fortuito», lo «casual», que siempre nos ofrecerá una perspectiva nueva de las cosas y de nosotros mismos con la que no contábamos ni sospechábamos de su existencia, o sea que fuera una «permanente sorpresa», que es como se manifiesta siempre la Deidad al hombre. Los «juegos de azar» son aquellos en los que interviene la «suerte» o la «fortuna» (que no olvidemos es una diosa),[282] lo que no impide que tengan una estructura, que es la que permite justamente que se pueda «jugar el juego». En realidad, todos los juegos, ya sean o no de azar, tienen una estructura que imita el orden cósmico y su armonía.[283] Las distintas «tiradas» de las cartas del Tarot, así como el tablero de ajedrez y los movimientos de sus piezas, son formas de ejemplificar dicho orden, que siempre será un encuadre que la Deidad crea para que vivamos el juego de nuestra existencia,[284] pero también para que, mediante la identificación con los principios universales, podamos salir de él y conocer otros estados más sutiles y superiores de nosotros mismos. Como señala uno de los personajes de En el Útero del Cosmos: «Conocer el juego es aprender a salir de él. Jugándolo».

Pues lo que se pone en «juego» son precisamente ideas que, como venimos diciendo, van conformando poco a poco una estructura, un pensamiento, moldeado por la dialéctica sutil que se establece entre esas ideas y la capacidad de nuestra mente para comprenderlas, lo cual ha de producirse también dentro de un contexto vital, o sea invadiendo todo el ámbito de nuestra individualidad, que se va «afinando» –universalizando– gracias a ellas, produciendo así su transmutación para poder reflejar otras realidades más sutiles emanadas del Espíritu, que no olvidemos «sopla donde quiere y a quien quiere», y que cada vez ha de hallar menos resistencia en nosotros para manifestarse.

En este sentido, nos recuerda nuestro autor a través de la cita de Platón con que abre su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos que «el azar es hermoso», y esto nos lleva a considerar algo fundamental que está presente en el Tarot y en todo oráculo, y que debemos aceptar siempre ante cualquier consulta que se les haga: que la Divinidad, o sus atributos los dioses, no siguen las reglas o leyes del juego, y mucho menos aquellas que los humanos se imponen entre sí;[285] las deidades no tienen leyes a seguir en su acción en el mundo por la sencilla razón de que ellas mismas son esas leyes y actúan según su voluntad, y si nuestra voluntad se deja en manos de los dioses y sabemos leer sus signos –aceptando así nuestro destino–, entonces podremos participar libremente del juego (cósmico y humano), con lo cual en el fondo, y llegados a la comprensión y vivencia de lo que todo eso significa, ya no será tan relevante que estemos dentro o fuera de ese juego, pues nos habremos abandonado a la Providencia divina, es decir a lo que el azar venturoso nos brinda en todo momento y circunstancia. Esa entrega es en realidad una forma de amor a la Sabiduría, la misma que manifiesta el arcano El Loco, en el que se ha querido ver a un juglar, trovador o bufón, cuyas actitudes desenfadadas son muy propias del juego del Tarot, las cuales, como señala nuestro autor, son más mercuriales que saturninas.[286] Recordemos en este sentido un fragmento de la entrada «Azar» de dicho Diccionario:

Así el azar se transforma en algo venturoso y el estudiante, o sea el neófito, debe tener presente esta posibilidad perenne de realización que el azar nos ofrece de sí mismo, ya que creer en el azar es creer en un elemento vital en el proceso iniciático –análogo a la fe.

No es entonces de extrañar que la actividad lúdico-sagrada siempre haya estado ligada de una u otra manera con los oráculos, es decir con los vaticinios, augurios y profecías presentes desde siempre, y en mayor o menor medida, en todas las culturas y civilizaciones tradicionales. El Tarot estaría comprendido dentro de las «artes adivinatorias», es decir «oraculares», asevera nuestro autor, el cual desarrolla una idea muy interesante acerca del significado simbólico de dichas artes. Consideramos que para entender ciertas «claves» del Tarot, y de los oráculos en general, es conveniente que nos detengamos un momento en las explicaciones que al comienzo del capítulo I nos brinda acerca de todo esto, y cita para ello el tratado De la Adivinación de Cicerón, señalando que esta palabra, adivinación, está relacionada etimológicamente con el «hacer divino», o sea con la forma en que la divinidad, o divinidades, actúan en y sobre el mundo y la lectura o interpretación que de ello han extraído los filósofos, magos y teúrgos de las diferentes culturas.[287] Así, Cicerón

distingue dos formas fundamentales de las artes adivinatorias (…) Una de ellas es espontánea, nacida de la inspiración directa, o sea, aquélla que por determinadas circunstancias es propia de ciertos «videntes» que en la mayor parte de los casos se relaciona con acontecimientos espacio-temporales de orden psicológico o «supra-normal», los que se producen de modo «natural» en estos sujetos que son capaces de leer la cinta horizontal de la historia y la geografía, muchas veces sólo de forma anecdótica y sin mayor sentido –o en el mejor de los casos, con significados siempre limitados–; sin embargo, para nosotros, los «sueños» reveladores o estados proféticos no serían homologables con estas experiencias.

Para los estoicos, y para la antigüedad clásica en general, la existencia de los dioses se manifestaba por determinados signos, entre ellos los oráculos, y también su ubicación geográfica (p. ejem. Delfos) y su procedencia (ejem. oráculos caldeos) tenían una importancia tal que, si se observa con atención, han determinado la historia de Occidente y por lo tanto del mundo actual.

La segunda es la que, surgida de un pensamiento igualmente espontáneo, toma como base ciertos símbolos o conjunto de símbolos tradicionales, reputados como de fuerza o poder, para formular sus asertos y conjeturas, por lo general cargados de conceptos filosóficos, o mejor meta-físicos (en el sentido etimológico de la palabra), o sapienciales.

Es en este último caso donde se incluye el Arte del Tarot, que no es sino la lectura del Libro de la Vida y la actualización permanente de la fuerza del símbolo y el rito, la que actuará constantemente en nosotros, la mayor parte de las veces de modo subliminal o inconsciente, en el interior del individuo, a medida que éste reitere las distintas jugadas y aun las tiradas con preguntas meramente predictivas, puesto que de cualquier manera que sea, ésta es la forma en que entramos en comunicación con un agente mágico, considerado como transformador de imágenes, conceptos, e incluso conductas.

Y en otro lugar (capítulo II), nuestro autor nos advierte de la necesidad de saber leer este código, y tener los elementos para poder interpretarlo.

Dejar que el oráculo nos hable, y no tratar de imponer nuestra voluntad, forzándolo a seguir interpretaciones previas. Hay también un error posible en el que debe hacerse hincapié: el de consultar el oráculo y comprender sus respuestas sólo en un sentido estrictamente literal (cuando sabemos que la lectura de cualquier texto sagrado incluye tres o cuatro niveles) o sujeta a medidas estrictas de tiempo cronológico, generalmente corto. El Tarot contesta en profundidad, y su «tiempo» no está sujeto a medidas estrictamente estadísticas. Más bien es el conjunto de las imágenes que nos transmite, y aquéllas que oscuramente se van haciendo en lo más hondo de nosotros, lo que otorga su valor «práctico» a este Libro Sagrado, que a veces actúa de un modo tan paradojal como indirecto. Su «efectividad» no radica tanto en sus manifestaciones vinculadas con nuestros deseos más inmediatos, sino con aquellos más lejanos, que está latentes en lo ignoto de nuestro ser. El Tarot no se equivoca. Somos nosotros los que aún no hemos terminado de comprenderlo, o descifrarlo.

Estas indicaciones se completan con las que desarrolla más adelante (capítulo VI) acerca del significado de los oráculos, de su estructura simbólica y su función mágico-teúrgica. Así, los oráculos:

Reproducen en pequeño un mundo de relaciones análogo al cosmos, a través de números, pautas, cifras o proporciones, en las que el Universo se expresa. Un oráculo es un mundo en pequeño y reúne dentro de sí la posibilidad de todo lo que ha sido y será. Incluye en su diseño una serie de alternativas rítmicas que se producen en determinados espacios y tiempos reincidentes, y que se signan aritmética y simbólicamente, y dan lugar a los cálculos de posibilidades. Estas relaciones numéricas, macrocósmicas y microcósmicas, permiten la transposición de lo universal a lo particular, mediante un juego de coordenadas que el oráculo traduce a nivel sensible; de allí la posibilidad de constituirse en vehículos iniciáticos (…).

En líneas generales podría decirse que la utilidad de consultar un oráculo es válida en cuanto el consultante desee obtener una radiografía interior de sí mismo, adecuada a la situación o pregunta que ha formulado, con todo respeto, en ocasiones solemnes. Por otra parte se debe recordar que el futuro es sólo una proyección del pasado, y que no somos ajenos a los acontecimientos que nos toca vivir. La reincidencia en nuestros gestos y acciones es algo que vale la pena observar en las respuestas oraculares. Más difícil es romper con las situaciones y hábitos que nos aprisionan; y en muchos casos lo que nos dice un oráculo es una sugerencia en ese sentido. Trate siempre de entender las respuestas por lo más elevado, y luego considérelas a distintos niveles (…) Lo más probable es que su destino sea completamente desconocido para usted mismo.[288]

Como podemos comprobar, todas estas «definiciones» acerca de la dimensión oracular de las artes adivinatorias son totalmente doctrinales, es decir van al meollo de la cuestión, y por ello mismo merecen ser leídas atentamente distinguiendo con claridad, como advertía nuestro autor, entre lo que en ellas hay de puramente fenoménico y horizontal, y lo que hay de trascendente y vertical, o sea aquello que está en relación con esos conceptos filosóficos, metafísicos o sapienciales que se comprenden «mediante la actualización permanente de la fuerza del símbolo y el rito». En realidad, la lectura de El Tarot de los Cabalistas se complementa perfectamente con la del capítulo V de El Simbolismo de la Rueda: «Dos Modelos Simbólicos Herméticos: El Tarot y el Árbol de la Vida Sefirótico». En ese capítulo nuestro autor habla de las correspondencias y analogías entre ambos esquemas herméticos, siempre relacionándolos con el símbolo de la Rueda. Ese capítulo comienza así:

La relación del simbolismo de la rueda con el Tarot resulta obvia. Efectivamente, la palabra «taro» está invertida silábicamente, y este nombre criptogramático no quiere decir sino rota, es decir, rueda. (Y en nota añade: El agregado de una T final viene a sumarse a este nombre, para afirmar la idea de circularidad y retorno al principio).[289]

El Tarot es idéntico y expresa exactamente lo mismo que la Rueda de la Vida, que la Rota Mundi. Pero él lo hace con las imágenes y símbolos que le son propios como decíamos al principio, los cuales conforman en realidad un libro –el Liber Mundi– en el que siempre podemos leer una realidad nueva de las cosas y de nosotros mismos, precisamente porque esas imágenes se ponen en «movimiento» (como la rueda), o sea les damos «vida» estimulando su contenido latente, exactamente igual que ocurre con cualquier código simbólico y por cierto con el rito, que no olvidemos es la energía del símbolo en acción, o sea actuante. Nuestro autor lo dice claramente con estas palabras, extraídas de ese mismo capítulo V de El Simbolismo de la Rueda:

En el caso del Tarot, éste consta de setenta y ocho láminas o cartas simbólicas, módulos que combinados y barajados entre sí crean un plano o enfoque de la realidad. Este punto de vista es variable pues es indefinido, ya que las distintas tiradas de cartas configuran, en cada una de ellas, una situación particularizada, análoga a la de cada punto de la periferia de nuestro modelo de la rueda en relación con la inmovilidad central. Estas imágenes que se crean simultáneamente con el plano de una tirada, conforman diversas situaciones o articulan un lenguaje en el que ellas se expresan y que todo aquel que esté dispuesto a oír escuchará. Para eso es previamente necesario el aprendizaje paciente y fatigoso de este código; pero él mismo se va revelando a medida que profundizamos en su interior.

Aun tratándose de «tiradas» de las cartas, y por tanto de imágenes visuales, nuestro autor sin embargo repara en nuestra capacidad de saber «escuchar» lo que éstas nos dicen a través de la belleza inteligible de un lenguaje articulado por el símbolo (es decir por la idea, o ideas, que lo configuran), y mediante el cual ellas mismas expresan el contenido de su mensaje. El Tarot, como oráculo que es, ayuda efectivamente a despertar ese necesario «oído interno» que está relacionado evidentemente con la audición de las «armonías secretas» que ligan entre sí todas las cosas manifestadas, y a éstas con su Origen.

Tomando concretamente los 22 arcanos mayores es interesante destacar que las distintas tiradas, o tendidos, que con ellos se realizan constituyen estructuras geométricas muy concretas, o sea son formas simbólicas y en consecuencia actúan como especies de talismanes que contribuyen a vehicular las respuestas del oráculo. Es en El Tarot de los Cabalistas donde nuestro autor menciona estas tiradas y su simbolismo: estamos hablando concretamente de la tirada de la cruz, del arco, de la espiral, de la zodiacal-astrológica y la del Arbol de la Vida sefirótico (fig. 50).

 

Tirada del Arbol de la Vida

Fig. 50. Tirada del Arbol de la Vida

 

Ellas constituyen entonces el enmarque o encuadre que hace posible canalizar las energías que el oráculo despliega, ofreciendo su respuesta como un mensaje en clave que las cartas descifran y que nosotros debemos interpretar como la radiografía de una realidad interior que necesariamente está en relación con la pregunta que se le formula al Tarot. Las cartas nos ofrecen los distintos matices y aspectos contenidos en esa misma realidad, es decir las energías positivas y negativas, yang y yin, «benéficas y «maléficas» (representadas por aquellas que, en las tiradas, salen «al derecho» y «al revés», respectivamente)[290] que están involucradas en cualquier proceso dialéctico y creacional, pero lo importante será la síntesis, o unión de los opuestos, que saldrá de todo ello, y que deberá ser leída en su sentido más alto (que incluye a todos los demás), es decir comprendiendo en profundidad lo que esa realidad significa en el momento presente, en un ahora que constantemente se actualiza junto con el tiempo y el espacio en que vivimos.[291] Cabe la posibilidad, empero, de que el Tarot, como otros oráculos, se niegue a contestar, permaneciendo en silencio, lo cual ha de tomarse como una respuesta que hemos de aceptar como tal y encontrar también su sentido, el más alto de los cuales es el que se atribuye al silencio una connotación metafísica. En efecto, debemos familiarizarnos con el silencio, que al igual que la idea del vacío contribuye a gestar en nosotros estados muy sutiles, de orden metafísico, y que nos ayudarán a escuchar esas «armonías secretas» cuya resonancia musical conforma la delicada trama del mundo. Por otro lado, si nos fijamos bien el Tarot, y todos los oráculos en realidad, siempre nos están hablando del presente, incluso cuando la pregunta está relacionada con el futuro, con lo por-venir, pues éste está ya incluido en los actos de nuestro presente, y por otro lado el pasado es comprendido desde el presente mismo, o sea desde la perspectiva que nos da el tiempo, al que cada vez vivimos con más amplitud y universalidad, que es lo que parecen sugerir las palabras de Cicerón en su tratado De la Adivinación:

Por otra parte, no hay nada que el largo transcurso del tiempo no pueda establecer y hacer comprensible, gracias a la salvaguarda del recuerdo y a la transmisión de los testimonios.

Todo el tiempo está en el presente, el que ha sido y el que se va actualizando a partir de él.[292]

 



NOTAS

[277] Una muestra de esto es la carta XVI de los arcanos mayores, cuyo nombre, La Torre de Destrucción, alude con toda seguridad a la famosa torre de Babel, que formaba parte de la historia mítica y legendaria de las cofradías de constructores medievales. Se da la circunstancia de que esta carta también recibe el nombre de «Casa de Dios», en hebreo Beith-El, ligada al episodio de la piedra en la que reposó el patriarca Jacob y donde tuvo el sueño en el que vio a los ángeles descender y ascender por una escala (eje). Pues bien, todo esto también tenía un papel relevante en el simbolismo y las leyendas de la antigua Masonería operativa.

[278] Ver más adelante el capítulo XIII: «El Renacimiento en la Obra de Federico González. Utopía y Cábala Cristiana». Recordemos que las primeras noticias de la elaboración de los naipes del Tarot aparecen entre los siglos XIV y XV dentro de los círculos herméticos que proliferaban principalmente en las cortes de Italia y Francia, aunque posteriormente se extendieron a las de centro Europa, como por ejemplo es el caso de la corte de Bohemia. A este respecto, dice nuestro autor en Las Utopías Renacentistas (cap. XI): «Debemos mencionar aquí en ese sentido varios otros juegos emparentados con el arte de la memoria como son los distintos tarocchi italianos de la época, y sus significados, entre los que son más conocidos los florentinos y el Visconti-Sforza de Milán (mitad s. XV), –y el más autorizado el mazo francés llamado Tarot de Marsella, desde esa época vinculado con el Arbol de la Vida Sefirótico de la Cábala judía y sus tres niveles, dentro de una sociedad prioritariamente cristiana».

[279] Hablamos concretamente del Tarot de Marsella, que es el más fidedigno a su legado, siendo el que utiliza nuestro autor.

[280] Recordemos también que los alquimistas siempre han considerado su Arte como un «juego de niños».

[281] A lo largo de su obra nuestro autor ha hablado en varias ocasiones del «juego de las simbólicas» para referirse a las múltiples asociaciones y relaciones que pueden crearse y recrearse entre distintos símbolos y métodos de conocimiento con el fin de ampliar nuestro aprendizaje y conocimiento del Cosmos; este «juego de las simbólicas» configuraría esas «arquitecturas del pensamiento» y «estructuras imaginales» que se refieren a ciertas formas de la utopía que van jalonando la realización espiritual-intelectual en la Tradición Hermética. El Tarot, como toda «estructura imaginal», es un sistema lógico basado en la analogía lo que desemboca igualmente en una «arquitectura del pensamiento».

[282] Que exista un arcano mayor llamado «La Rueda de la Fortuna» (lámina X) ya nos habla de la relevancia que esta diosa tiene en el «juego» de la vida y de la iniciación a los misterios inherentes a ella.

[283] El laberinto, que aparentemente es un «caos», tiene sin embargo una estructura análoga a ese orden, y como se sabe en él encontramos el origen de algunos juegos, como pueda ser el de «la oca», perteneciente también a esa tradición lúdico-sagrada que se pierde en la noche de los tiempos.

[284] Nuestro autor ha aludido en varias ocasiones al término «panludo» (el juego total) para referirse precisamente a ese juego de la vida, o gran teatro del mundo, en el que estamos embarcados y «movidos» por hilos invisibles en manos de los dioses. Ver en la tercera parte de este volumen los capítulos dedicados a su obra literaria y dramatúrgica donde se habla varias veces de este término.

[285] Si la justicia humana no es la justicia divina (ver el arcano VIII, «La Justicia»), como se dice popularmente, tampoco el orden humano es el divino, aunque siempre será un reflejo más o menos nítido de él.

[286] En el capítulo XXVII de Iniciación y Realización Espiritual, «Locura aparente y sabiduría oculta», René Guénon habla del juglar en estos términos: «Esto nos conduce directamente al caso de los ‘juglares’, cuyas maneras de actuar han servido tan frecuentemente de ‘disfraz’, en todas las formas tradicionales, a iniciados de alto rango, sobre todo cuando tenían que desempeñar en el exterior alguna ‘misión’ especial (…) Es así como se entendía en la Edad Media, donde al juglar se le identificaba por eso en cierto modo con el bufón; y, por lo demás, se sabe que al bufón también se le llamaba ‘loco’, aunque no lo fuera realmente, lo que muestra el lazo bastante estrecho que existe entre los diversos casos que acabamos de mencionar. (…) En efecto, la locura es en definitiva una de las máscaras más impenetrables con las que la sabiduría pueda cubrirse, por el hecho mismo de ser su extremo opuesto». Puede consultarse este interesante y desacondicionante capítulo en la página «Antología Hermética», dentro del anillo telemático de Symbolos.

[287] Recordemos a este respecto que El Tarot de los Cabalistas se abre con esta cita del filósofo neoplatónico Apuleyo (Apología, 43, 2): «…he de creer a Platón cuando asegura que entre los Dioses y los hombres existen ciertos poderes, que les sirven de intermediarios, por su naturaleza y por el lugar que ocupan, y que tales poderes rigen todas las manifestaciones de la adivinación y los milagros realizados por los magos».

[288] Como complemento a estas citas de nuestro autor sobre los oráculos, podemos nombrar además de a los griegos y otros –por ejemplo los druidas–, a los etruscos entre los pueblos que desarrollaron más ampliamente la «ciencia augural» en Occidente. Esta ciencia constituía un verdadero rito, y en ella la voluntad de los dioses podía averiguarse gracias al estudio de unos textos (la «Etrusca Disciplina» o «Libros Sibilinos») que se habían ido elaborando generación tras generación como resultado de la observación prolongada y minuciosa de las «señales» inspeccionadas o «escrutadas» en las entrañas de ciertos animales, o en el vuelo de las aves, los relámpagos y otros prodigios y maravillas celestes y sobrenaturales. Como tantas otras cosas, los romanos heredaron de los etruscos esa «Disciplina».

[289] La idea de relacionar el Tarot con la Rueda y la Cábala, como hace aquí nuestro autor, está presente también entre los cabalistas cristianos y herméticos del Renacimiento. Pensamos sobre todo en Guillaume Postel, al que le dedica un iluminador acápite en Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana. Concretamente, esa idea la plasma Postel en su obra La llave de las cosas ocultas, donde en efecto vincula entre sí las palabras Taro y Rota con las cuatro letras del Tetragrama, YHVH, y también con las cuatro de homo (hombre en latín). En ese mismo acápite de Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana, la palabra Taro o Rota aparece inscrita en la empuñadura circular de una llave, la cual está presidida por la palabra «Intelligentibus».

[290] En el capítulo VII, señala nuestro autor que el Tarot nos enseña a ver el doble aspecto de todas las cosas, y a unificarlo, en el significado dual, al derecho y al revés, con que se leen las cartas. También en el Arbol de la Vida cada sefirah tiene un aspecto ‘luminoso’ (que mira a Kether) y otro ‘oscuro’ (que mira a Malkhuth).

[291] En Historia Viva. Un recorrido por la obra de Federico González (p. 118), Mª Victoria Espín, hablando de El Tarot de los Cabalistas, nos dice lo siguiente a este respecto: «Siendo el Tarot una formulación de la Cosmogonía, contempla absolutamente todo, y por tanto, toda pregunta que pudiera plantearse el tarotista, y también la respuesta, están en él incluidas; es un ‘juego a través del cual se ofrecen verdades eternas’, un vehículo que nos lleva más allá, sumergiéndonos en el presente por un conocimiento sintético, lo que nos hace reflexionar y darnos cuenta de que nunca un discurso analítico puede conducirnos verdaderamente a la certeza, al conocimiento».

[292] Escribe a este respecto nuestro autor en el capítulo VII: «La Sacerdotisa lee constantemente el libro del presente, compuesto de pasados y futuros».

 

ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.