FRANCISCO ARIZA

LA OBRA DE FEDERICO GONZALEZ
Simbolismo - Literatura - Metafísica

 

Capítulo V

EL TAROT DE LOS CABALISTAS.
MEDITACIONES EN TORNO A SU SIMBOLISMO

(continuación)

 

Relaciones de las Sefiroth del Arbol de la Vida con los 22 Arcanos Mayores[293]

Evidentemente no es este el lugar para hablar detenidamente sobre las correspondencias y analogías entre todos los arcanos del Tarot y el Arbol Sefirótico. Para ello tiene el lector la oportunidad de poder realizar él mismo esas relaciones estudiando y meditando los capítulos de El Tarot de los Cabalistas (sin olvidarnos del capítulo V de El Simbolismo de la Rueda) donde nuestro autor expone las ideas directoras con las cuales podremos adentrarnos en su simbolismo y vivir una verdadera aventura intelectual, descubriendo un mundo realmente nuevo. Sin embargo, sí nos gustaría decir algunas cosas al respecto que han ido surgiendo, al igual que todo lo anterior, como resultado de nuestra propia meditación.[294]

En este sentido, se ha dicho que el Tarot es como un desvelamiento de la intimidad de la luz,[295] lo cual es totalmente cierto entendiendo por «luz» a la propia Inteligencia Universal, a la que está vinculada también el Verbo, la Palabra fecundadora, el Fiat Lux cosmogónico que hace pasar todas las cosas del «caos al orden» o de la «potencia al acto». El Tarot va «desvelando» paulatinamente la majestad de esa luz intelectual, o sea la recepción del Noûs y su revelación en nuestra interioridad, pues el alma humana regenerada está hecha de esa misma substancia luminosa y sutil; en realidad el alma humana que ha recuperado su estado de virginidad original no es distinta del Alma Universal.

 

Fig. 48. Arbol de la Vida. Correspondencias entre las sefiroth, los planetas y los metales

 

Por otro lado, nada más propio que esa relación con el Arbol de la Vida Sefirótico cuando se trata de abordar el Tarot en sus correspondencias con el mismo, siendo precisamente las sefiroth esas «chispas de luz» de que nos habla la Cábala y que constituyen los nombres de la Deidad, o sea sus atributos intermediarios y creadores, las ideas que dan la esencia y el ser a todas las cosas. Que todos los arcanos mayores (exceptuando el XXI –el Mundo–, y El Loco, que es el arcano sin número, como sabemos) estén vinculados a una sefirah (es decir que en ellos se exprese la energía o idea-fuerza de la misma) nos da necesariamente otras perspectivas o posibilidades contenidas en cada uno de esos arcanos. Dicho esto, señala nuestro autor en el capítulo II que las cartas del Tarot se conectan numéricamente con las sefiroth del Arbol cabalístico de una triple manera. Citaremos ahora la primera de ellas:

Por un lado, suelen colocarse los Arcanos Mayores en cada una de las esferas. Sin restar validez a otras posibles formas de ubicar estas láminas proponemos aquí la que nos parece más clara y precisa: la carta 1, El Mago, se coloca en la esfera 1, Kether; y así sucesivamente la lámina 2, la Sacerdotisa, en la esfera 2, Hokhmah; hasta la carta 10, Malkhuth, o sea que las primeras 10 cartas coinciden exactamente en su número con las diez sefiroth y recorren un camino descendente por el Arbol. Las numeradas 11 a 20 emprenderán su recorrido inverso y ascendente de este modo: la número 11, La Fuerza, se coloca también en Malkhuth, esfera número 10; la número 12, El Colgado, en la esfera número 9, Yesod; la 13, La Muerte, en la octava sefirah, Hod, y así sucesivamente hasta la carta 20, El Juicio, que se ubicará en la esfera número 1, Kether. Obsérvese que los dos arcanos correspondientes a cada sefirah suman siempre 21 (ej: 11 + 10 = 21, 13 + 8 = 21, 17 +4 = 21, 20 + 1 = 21). Finalmente, la carta 21, El Mundo, y la sin número, El Loco, se colocan por encima de Kether en la región denominada Ain, principio y fin de toda posibilidad.

Para visualizar mejor con qué sefirah se vinculan cada una de las parejas de arcanos mayores hemos realizado el siguiente cuadro elaborado según las indicaciones de la cita anterior. Como indicaba nuestro autor, quedan fuera El Mundo y El Loco, que están más allá de Kether:

 

Sefiroth

Arcanos Descendentes

Arcanos Ascendentes

En Kether

El Mago (I)

y El Juicio (XX)

En Hokhmah

La Sacerdotisa (II)

y El Sol (XVIIII)

En Binah

La Emperatriz (III)

y La Luna (XVIII)

En Hesed

El Emperador (IIII)

y La Estrella (XVII)

En Gueburah

El Papa (V)

y La Torre de Destrucción (XVI)

En Tifereth

El Enamorado (VI)

y El Diablo (XV)

En Netsah

El Carro (VII)

y La Templanza (XIIII)

En Hod

La Justicia (VIII)

y La Muerte (XIII)

En Yesod

El Ermitaño (VIIII)

y El Loco (XII)

En Malkhuth

La Rueda de la Fortuna (X)

y La Fuerza (XI)

 

Siendo descendentes, las cartas que van de la I a la X vehiculan las energías de las sefiroth hasta su concreción material, mientras que aquellas que van de la XI hasta la XX son ascendentes, indicando así que dichas energías retornan de nuevo a su origen tras haber fecundado el mundo (Malkhuth), o al hombre si lo consideramos desde el punto de vista microcósmico, pues éste una vez ha recepcionado en su alma las influencias sutiles de los mundos superiores, emprende el camino ascendente, asistido por su fuerza interior. Nuestra meditación en torno al simbolismo del Arbol de la Vida en sus vinculaciones con los arcanos mayores seguirá esa doble dirección descendente-ascendente de modo simultáneo y en cada uno de los planos en que ellas se ubican. El motivo, según nuestro entender, es que no se pueden considerar por separado las dos cartas que se disponen en cada sefirah, pese a que una de ella será necesariamente descendente y la otra ascendente. Y a veremos que existe entre ellas, y la sefirah correspondiente, relaciones sutiles que nos hablan de sus diversos significados simbólicos y que por tanto no podemos obviar.[296]

Justamente, en el capítulo V de El Simbolismo de la Rueda nuestro autor utiliza el siguiente esquema que él mismo ha descrito en la cita anterior, con el que es más fácil observar esas vinculaciones:

 

Serie de los Arcanos Mayores, de 0 a 21.

 

Quedan fuera efectivamente los arcanos XXI, El Mundo, y el 0, El Loco, que están por encima de Kether, o sea en el ámbito de lo supracósmico y del No-Ser. En palabras de nuestro autor:

Quedarían dos cartas fuera del Arbol de la Vida, que serían la cero y la veintiuno y que simbolizarían el alfa y el omega, el principio y el fin, el punto de equilibrio y unión –y escisión– entre lo propiamente llamado vertical y el plano de su reflexión horizontal. Esta salida del cosmos, más allá de Kether –en Kether como Ain, para la Cábala– y la reintegración con el mundo, es simbolizada por el arcano veintiuno, y es en definitiva la meta que posibilitan estos vehículos herméticos, que describen el movimiento desde el punto de vista de la inmovilidad.[297]

En efecto, el arcano XXI simbolizaría también el cumplimiento cíclico, o sea la culminación de todo el proceso creacional, lo que ejemplifica precisamente el descenso de la Jerusalén Celeste al final del actual ciclo cósmico. Las cuatro formas (Tetramorfo) que enmarcan la carta se refieren a los arquetipos celestes de los elementos terrestres y también a los cuatro signos fijos del Zodíaco (el marco del Cosmos), todo lo cual nos habla de la idea de una «sublimación» o «transformación» de esos mismos elementos que permite acceder al seno de lo inmanifestado; se trata de un «Mundo nuevo», aquel que ya anunciaba Salomón cuando dejó escrito que lo verdaderamente nuevo está «por encima» del Sol,[298] en lo supracósmico, al que se accede atravesando la «puerta estrecha». Pero conviene saber que ese «Mundo nuevo», regenerado, no sucede a otro ya periclitado en la cinta del devenir cíclico, es decir no pertenece a la «cadena de los mundos», sino que estamos ante una realidad, la Ciudad del Cielo, que se vive en el plano puramente ontológico y metafísico, o sea «más allá» de la Manifestación cósmica propiamente dicha.

La mujer joven que aparece dentro de la guirnalda en forma de mandorla es el arquetipo de la «eterna juventud» y estaría simbolizando precisamente la presencia central en el alma del viajero de esa realidad virginal, que es nuestro verdadero núcleo de inmortalidad, la quintaesencia hermética.[299] Por otro lado, es interesante advertir que la varita que esta mujer sostiene verticalmente en su mano izquierda es la que porta también El Mago (arcano I). De hecho, son las dos únicas cartas que poseen este objeto mágico, el cual expresa la idea de comunicación y unión entre lo de arriba y lo de abajo, entre el Cielo y la Tierra. El Mago está al comienzo del «juego cósmico», cuando tiene todas sus potencialidades y cualidades por desarrollar, viéndose éstas «cumplidas» y «sublimadas» precisamente en la carta XXI, es decir cuando ese personaje (que es uno mismo) ha descendido y ascendido numerosas veces por todo el Arbol Sefirótico, realizando así su viaje por la Cosmogonía y los estados del ser en los distintos planos y niveles de su manifestación.[300]

En lo que se refiere al otro arcano que está «fuera» del Arbol, o del Cosmos, «El Loco», estamos, como se dice en el libro, ante un «enamorado de la Vida y del Conocimiento», el cual efectivamente no tiene una ubicación precisa dentro del Tarot. Es altamente significativo en este sentido que estemos ante el único arcano que no tiene número, aunque se le asigne el 0 ó XXII. Habiendo renunciado a la ilusión del mundo manifestado (el «velo de Maya»), este juglar, bardo o trovador –que es el único personaje del Tarot que alza su mirada hacia el cielo, símbolo en este caso de lo inmanifestado–,[301] se ha entregado enteramente a las tinieblas más que luminosas del No-Ser.[302] A él convienen las siguientes palabras de Jacob Böhme que leemos en Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana, cap. V:

El camino del amor es una locura para el mundo, pero es la Sabiduría para los hijos de Dios, para quienes lo que desprecia el mundo es el más preciado de los tesoros.

Siempre resulta muy gratificante el viaje por los senderos del Arbol y comprobar que cada uno de los veinte arcanos restantes está íntimamente vinculado a una sefirah del Arbol, ya que esto nos da como decíamos antes otra visión o lectura más amplia de cada uno de ellos, y del Arbol Sefirótico en su conjunto. Esa amplitud de perspectiva tiene que ver fundamentalmente con la enseñanza que emana de la doctrina tradicional, mediadora de la luz del Intelecto, nuestro verdadero guía y maestro interno. Con esta «actitud» o recta intención, es decir provistos del necesario rigor intelectual, debemos abordar siempre todo modelo simbólico y sus soportes y métodos de conocimiento, que encarados de ese modo serán los que regenerarán nuestra mente y vaciarán nuestro corazón de las pasiones que agitan «las aguas inferiores» de este mundo sublunar. Por otro lado, y en relación con la asimilación de la doctrina tradicional, ¿cómo, sin conocer el significado de las sefiroth, lograremos ver sus correspondencias con los arcanos mayores? Y viceversa: ¿cómo sin haber aprendido lo que significa cada uno de esos arcanos vamos a saber de sus vínculos con las sefiroth? De nuevo aparece aquí la necesidad de una formación doctrinal a través de la enseñanza de la Simbólica –como siempre propone nuestro autor– para adentrarse en profundidad en la vía formulada por el Tarot.

La estructura del Arbol está constituida por tres pilares verticales y cuatro planos que los atraviesan horizontalmente, a los que se añaden las diez sefiroth, esferas o números que están simbolizando los atributos intermediarios de la Deidad (figs. 47 y 48). Este esquema geométrico-numérico está en conformidad con la estructura cósmica, y por esto puede reflejarla.

Sobre los tres pilares y en los cuatro planos del Arbol se disponen los arcanos que van del I al XX de esta manera, y de arriba a abajo: en la esfera uno (Kether, Corona) se sitúan El Mago (I) y El Juicio (XX); en la dos (Hokhmah, Sabiduría) La Sacerdotisa (II) y El Sol (XIX); en la tres (Binah, Inteligencia) La Emperatriz (III) y La Luna (XVIII). Estos seis arcanos estarían pues dentro del plano más alto del Arbol, el de Atsiluth (o de las Emanaciones), que se corresponde con el Espíritu y los arquetipos universales.

No debe sorprendernos en este sentido que en ese plano encontremos el arcano de La Luna, que está más bien emparentada con el mundo psíquico y en este sentido debería ubicarse en el plano de Yetsirah, y más concretamente identificada con la sefirah Yesod. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que este es uno de los arcanos que «ascienden» por el Arbol de la Vida, y aquí el Tarot nos está indicando la idea de una «sublimación» de esas energías psíquicas y mentales que encuentran su arquetipo original en Binah, es decir en la Mente Universal, la cual cabalísticamente está considerada precisamente como el aspecto superior de Yesod (la Madre Menor), de ahí que Binah se denomine también la Madre Mayor, es decir la matriz celeste por la que nacemos al Espíritu.[303] Como indica a este respecto nuestro autor en el capítulo VII en referencia a la Luna:

La tradición siempre la asimiló a las aguas, a las que rige, y vio dos niveles en ellas que manifiestan dos estados del ser: un mundo supra-lunar, las aguas superiores visibles en Binah, y otro sub-lunar (Yesod y Malkhuth), el ilusorio mundo de la multiplicidad y los cambios.[304]

Podemos ver también que en la misma esfera de Binah está la carta III, La Emperatriz, la que se asocia precisamente a la Inteligencia Universal como reflejo directo de la Sabiduría (Hohkmah), y que también estaría representando esa sublimación de las energías lunares asociadas con el principio femenino, perfectamente encarnado en este arcano III, al que se identifica igualmente con la Dama o Reina (paredro del Rey) como idea metafísica de lo femenino para el caballero.[305]

Lo mismo podemos decir del arcano El Sol, ubicado también en el plano de Atsiluth, concretamente en la esfera de Hokhmah, y junto a la carta II, La Sacerdotisa, entidad que en palabras de nuestro autor expresa a lo «femenino como depositario del misterio».[306] Pero una de las ideas-fuerza que el arcano El Sol nos está revelando es que la Sabiduría también es un sol radiante de cuyos rayos luminosos emergen las «chispas» que inseminarán a Binah, o sea a la Mente o Inteligencia Universal. Este Sol es entonces el verdadero Sol espiritual al que aluden todas las tradiciones, en el que están depositadas las «semillas» que engendrarán, a través de la Madre, de Binah, todos los mundos y los seres que pueblan el Universo. Tiene entonces sentido que a Hokhmah se le denomine también el «Padre de padres» en relación a ese principio activo del que proceden todas las emanaciones del plano ontológico. Pues bien, este «Padre de padres», o «Sol de soles», es la energía por medio de la cual todas las posibilidades de manifestación quedan actualizadas en Atsiluth (el plano del Ser) antes de descender a la Creación propiamente dicha, constituyendo así los arquetipos de la misma. Este «Sol de soles» que es el Sol del Tarot ubicado en Hokhmah es, como decimos, el aspecto «radiante» e inteligible de la Sabiduría, mientras que la Sacerdotisa simboliza su aspecto oculto,[307] aquel que la vincula con el «Misterio de los misterios», o el «Arcano de los arcanos», que es Kether en sí mismo, o sea como Ain, el No Ser.[308]

En la esfera número cuatro (Hesed, Misericordia, Gracia, Amor) encontramos El Emperador (IV) y La Estrella (XVII); en la cinco (Gueburah, Rigor) El Papa (V) y La Torre de Destrucción (XVI); y en la seis (Tifereth, Belleza, Armonía) El Enamorado (VI) y El Diablo (XV). Estos seis arcanos estarían dentro del plano de Beriyah (o de la Creación), que se corresponde con el Alma Superior, donde las ideas y principios arquetípicos comienzan a manifestarse, pero sin tomar formas sutiles y corporales, las que se darán en el plano de Yetsirah y Asiyah, respectivamente. Por eso la mente individual no puede abarcarlas (ya que ella está condicionada por la forma), siendo únicamente a través de la intuición intelectual como podemos tener conocimiento de su realidad.

Se ha de considerar aquí que las cartas «descendentes» son la IV, la V y la VI, y se trataría de aquellos arcanos vinculados con las esferas respectivas de Hesed, Gueburah y Tifereth, las que como decimos crean el Cosmos a partir de la irradiación de los principios universales contenidos en el mundo de Atsiluth. La carta IV, El Emperador, se adecua perfectamente al simbolismo de Hesed, por cuanto que estamos ante un principio esencialmente constructivo, como lo indica también el hecho de estar signada con el número cuatro, considerado como el número cosmogónico por excelencia. A esta sefirah, e igualmente a la carta de El Emperador, se la asocian con el Demiurgo constructor, influido en su hacer cósmico directamente por Binah, la Inteligencia divina, con la que crea las leyes que cristalizarán en la estructura cósmica.[309] Al igual que El Emperador, Hesed es una energía expansiva y generosa (como es la energía de Júpiter, con quien se corresponde entre los planetas), y aunque como decimos deriva de Binah (sefirah número 3) en su orden jerárquico, ella está sin embargo bajo la influencia cualitativa y directa de Hokhmah, la Sabiduría, como se puede apreciar en el esquema de más arriba, donde ambas sefirah aparecen, junto a la de Netsah (número 7), en el Pilar de la derecha, llamado de la «Fuerza» o de la «Misericordia».

Tiene entonces un sentido profundamente simbólico el que junto a El Emperador encontremos el arcano XVII, La Estrella, o Las Estrellas, donde aparece una joven mujer vertiendo con generosidad el contenido de dos vasijas en lo que podría ser descrito como el «río de la vida» u «océano cósmico». Sin duda ese contenido son los efluvios espirituales emanados de las estrellas (los estados superiores) y que fueron recogidos en dichas vasijas para posteriormente derramarlos sobre la creación entera.

Así pues, esa acción sobre el mundo ha de estar hecha con sabiduría e inteligencia, que bien mirado son las cualidades que distinguen a todo buen emperador en su función de rey-pontífice, y que el iniciado en el Conocimiento ha de tomar como dos de sus herramientas principales en el trabajo con su «piedra bruta» y durante todo el proceso de Conocimiento.[310]

Si la energía de Hesed es expansiva, la de Gueburah (el Rigor) es contractiva, o sea es aquella que dentro del plano de la Creación se encarga de dar las primeras formas prototípicas a todos los seres que emanan de Hesed. Es por esto que el pilar sobre el que se encuentra Gueburah (y también Binah, y Hod, la número 8) es llamado precisamente de la «Forma», o del «Rigor». Iniciáticamente es la energía del rigor intelectual, que es la que representa mejor que ninguna otra el arcano V, El Papa o Hierofante.[311] Pero en verdad Hesed y Gueburah son dos sefiroth complementarias, ya que ambas, como sintetiza perfectamente nuestro autor:

emanan simultáneamente, siendo el primero el Creador y Constructor, y el segundo, el Discriminador y Destructor.[312] Hesed es una energía expansiva, de la que brota a borbotones la Gracia ilimitada, produciendo constantemente nuevas criaturas, a las que inunda con su Amor y Misericordia. Pero para que pueda haber equilibrio en la Creación, precisa la acción también constante de Gueburah, que se encarga de negar todo lo que no es la Unidad, permitiendo por su poder destructivo que todos los seres retornen nuevamente a ella, de la que provienen y a la que habrán de volver indefectiblemente.[313]

En realidad, hemos de tener presente que en el Rigor, es decir en Gueburah, tiene que existir necesariamente una efusión del Amor, o sea de Hesed, y viceversa, lo mismo que en todo yin ha de haber algo de yang, y en el yang algo de yin para que verdaderamente sean complementarios. El Hierofante o Papa, con su rigor intelectual se encarga de «negar la negación del Ser», lo que implica afirmarlo. Niega a aquellos que niegan la Unidad, y por ello mismo es un acto de profundo Amor a la Verdad. De ahí que tenga pleno sentido que junto a él aparezca el arcano XVI, La Torre de Destrucción, de la que caen dos personajes fulminados por el rayo divino, el que también tiene forma de «lengua de fuego», lo que viene a corroborar la idea del Verbo y la Inteligencia divinas como un poder esencialmente creador, pero también destructor y discriminador de todo aquello que niega el Ser. No olvidemos en este sentido que, entre las energías planetarias, Gueburah recibe la de Marte, el dios de la guerra, la que el aprendiz en estas labores ha de saber transmutar para convertir el arrojo de su espada en un instrumento que sirva para disolver los lazos psicológicos que le tienen muchas veces paralizado y aprisionado en los estados inferiores. O sea desatar la guerra interna, pero alumbrándose con la luz de su Intelecto. El simbolismo que todo esto entraña es meridianamente claro: es tras haber negado la negación del Ser que aparecen los signos de la regeneración espiritual, representada por la carta de La Estrella, que viene después de La Torre de Destrucción.

En determinado momento, todo lo que se había logrado comprender de pronto es destruido y el filósofo queda nuevamente en ayunas. Reconstruir piedra por piedra el athanor es volver a integrar un orden en el que los seres humanos estamos comprendidos. (Capítulo VII).

Al desprendernos de las concepciones caducas del mundo y del hombre profano creamos un espacio mental donde es posible que germinen las ideas que recibimos de la Ciencia Sagrada. Estas últimas palabras de nuestro autor nos hacen recordar aquellas otras que expone en el Programa Agartha, y que parecen referirse al arcano XVI, donde está presente la energía de Gueburah:

La lucha por quitarnos los condicionamientos que nos marcan y a los que inconscientemente obedecemos (haciéndonos sus esclavos, cuando no sus cómplices, por temor a destruir lo que pretendidamente somos y a cambiar nuestra manera de ser y existir) debe realizarse con la asepsia del guerrero e invocando la gracia de las deidades para que los espíritus nos guíen en el intrincado laberinto del destino. El fruto de nuestro anhelo es la virginidad capaz de levantar todo nuestro pequeño cosmos nuevamente, después de muerto a las concepciones caducas, pero ahora edificando sobre un orden que hemos elegido. (…) En ese caso estaríamos gobernados por los númenes que señalan nuestro camino y la obediencia a las voces interiores sería acceder a su amor y misericordia.[314]

El arcano XVI es ascendente, y la torre destruida por el rayo es el símbolo de la vanidad humana, aunque también nuestro autor nos recuerda que en algunos Tarots dicha torre recibe el nombre de «La Casa de Dios», o «Morada de Dios», en hebreo Beith-El, de la que hemos hablado en la nota 277 en relación con las cofradías de constructores. De esta palabra hebrea deriva «betilo», la piedra sagrada descendida del cielo que simboliza el «centro del mundo», exactamente igual que el ónfalos entre los antiguos griegos, o el menhir entre los celtas.[315] Según la visión que tiene Jacob en su sueño, esta «Casa de Dios» es la «puerta de los cielos» y al mismo tiempo un «lugar terrible», expresión que sin duda alguna está aludiendo a la idea de que sólo Dios, la Unidad, puede residir en ella, estando excluida cualquier noción de individualidad. El Sí Mismo sólo se conoce a Sí Mismo por Sí Mismo.

Como decíamos antes, Hesed y Gueburah son en realidad uno solo, es decir expresan una convergencia sin la cual no existiría la Creación, que se teje con las acciones y reacciones concordantes simbolizadas por el yang y el yin, masculinas y femeninas, dos energías opuestas que sin embargo se complementan. Y precisamente esa unión de los contrarios es lo que está simbolizando Tifereth, la sexta sefirah, con la que se completa la tríada del plano de Beriyah. En efecto, es

la esfera Nº 6, Tifereth, la Belleza Divina, la que se encarga de neutralizarlos y unirlos [a Hesed y Gueburah], constituyendo el Centro de Centros o Corazón del Arbol, que se encarga de ligar tanto lo derecho y lo izquierdo como lo de arriba y abajo. En Tifereth se entrelazan todos los colores y se interrelacionan todas las sefiroth. Se puede ver a esta esfera como un niño que nace, como un Rey esplendoroso, o como un dios o héroe que se sacrifica; y asimismo como un puente, o como una puerta estrecha que separa el mundo inferior del superior. (Capítulo III).

Estas palabras cabalísticas encuentran eco en el significado de uno de los elementos simbólicos que componen la carta descendente de El Enamorado (VI); nos referimos al Eros o Cupido, que lanza sus flechas ubicado en el centro de la esfera solar. Esta carta es evidentemente el arcano del Amor, y el Amor, estrechamente unido a la Belleza, es precisamente esa fuerza que liga o armoniza entre sí todas las partes dispersas del Universo. Ninguna creación puede existir sin la presencia de Eros, que como nos recuerda nuestro autor evocando a Hesiodo, es uno de los dioses más antiguos, es decir que precede en cierta forma a la Creación misma, que comienza con la participación activa de su energía mediadora y reunificadora. Es por tanto una deidad esencialmente benéfica que nos conduce hasta el Ser apuntando directamente a nuestro corazón, la sede de la Inteligencia divina en nuestra individualidad; una deidad, en fin,

que nos vacía de extrañamiento y nos llena de intimidad.[316]

Por eso mismo el personaje del Enamorado es aquel que en las sucesivas encrucijadas de su vida ha de saber elegir y entregarse siempre a aquella Dama (personificación de la Venus Urania) que le señala precisamente su corazón, haciendo caso omiso de aquella otra que de perfil (es decir equívoca y extraña a su verdadero ser) pretende arrastrarlo a sus estados más inferiores, y que por ello mismo ha sido identificada con la Venus Pandemos.

En la misma esfera de Tifereth encontramos el arcano El Diablo (XV). Conviene recordar que las distintas parejas de cartas que se encuentran en una determinada sefirah se influyen y vinculan entre sí, pues existen en ellas idénticas ideas-fuerza, si bien expresadas a distintos niveles. Esto ocurre precisamente con la carta VI y la XV: ambas, asociadas a Tifereth, se refieren a la energía de Eros, pero así como en El Enamorado se trata de una energía que promueve la búsqueda del Conocimiento (satwica), y por tanto ascendente, en El Diablo se presenta por el contrario como descendente (tamásica), especialmente ligada a las entidades del inframundo. Asimismo, la preponderancia de los colores que en la carta de El Diablo aluden a la substancia corpórea y material (color carne) y al psiquismo (color azul) nos dicen mucho acerca del simbolismo de este arcano, a los que hay que añadir, aunque en menor proporción, el color rojo, que sin duda aquí está aludiendo a la pasión y al deseo en su nivel más elemental, pero que el iniciado ha de saber «utilizar» como herramientas para su transmutación. De lo contrario esas pasiones y deseos se limitarían a lo carnal y psíquico, estándole vedado entonces el plano espiritual, acabando como esos dos diablillos de la carta XV que aparecen atados y esclavizados al Diablo.[317] Leemos al respecto:

Los hombres, condicionados por las innumerables circunstancias que impone el medio, sirven como esclavos de un nivel de la realidad que no sobrepasa la ilusión, las sombras y el sueño. Atados a los sentidos conceden realidad a ese mundo imaginario. A liberarnos de esa esclavitud nos llama la iniciación en los misterios, y a penetrar otros mundos que estando siempre aquí y ahora se nos escapan por estar distraídos en la cotidianidad de un tiempo sucesivo y horizontal que nos esclaviza. La pareja que aparece en la carta XV, El Diablo, simboliza esa esclavitud. Liberarnos de ella es trascender.[318]

En este sentido, puede resultar paradójico y hasta contradictorio que la carta XV esté situada en el plano de Beriyah, y más concretamente en la esfera de Tifereth, que además está en el Pilar central del equilibrio. Hay aquí en efecto un «arcano» que, como tal, hay que desentrañar, sabiendo que todas las cosas tienen distintos niveles de lectura. Una vez más obtenemos las «claves» a través de nuestro autor para acceder a otra perspectiva desde la que comprender el símbolo del Diablo, al recordarnos que éste es

un ángel caído que puede ser reconocido en cada quién, pero también es maestro y psicopompos que al mostrarnos las profundidades de sus reinos subterráneos nos permite la posibilidad de hallar la piedra oculta en el interior de la tierra y de redimirnos de esa caída accediendo al conocimiento de aquello imperceptible que une al bien con el mal. Llegando el Sol a lo más bajo no le queda más que ascender.[319]

Su ubicación en Tifereth ya nos indica que el Diablo constituye una entidad «solar» descendida en el inframundo,[320] y esto, en efecto, permite que la «luz» que ella posee como atributo de su origen uránico nos guíe por los procesos laberínticos del plano intermediario y poder hallar una salida, que siempre será axial, haciendo posible de esta manera la unión de los contrarios –en este caso la unión del «bien con el mal»– en el ser del hombre, lo cual evidentemente generará una nueva visión de la realidad más sintética y de acuerdo a la naturaleza de las cosas.[321] Esa «luz» es la posibilidad, íntimamente presentida, de que la fuerza espiritual (o virilidad trascendente) «invierta» la tendencia descendente de tamas y la transmute en satwa, y pueda así el viajero que transita por los senderos del Arbol cósmico, «puro y presto subir a las estrellas».[322]

En la esfera número 7 (Netsah, Victoria) encontramos El Carro (VII) y La Templanza (XIV); en la 8 (Hod, Gloria) La Justicia (VIII) y La Muerte (XIII); y en la 9 (Yesod, Fundamento) El Ermitaño (VIIII) y El Colgado (XII). Estos seis arcanos y sus correspondientes sefiroth están comprendidos dentro del plano de Yetsirah, también llamado de las Formaciones como sabemos (el «caldo de cultivo» o materia prima del alquimista), pues en él toman formas sutiles las ideas prototípicas que se encuentran en Beriyah, el Alma Superior, pero igualmente, en su viaje de ascenso, es donde el ser debe abandonar y morir a sus concepciones profanas y su denso psiquismo, al «hombre viejo», para nacer nuevamente y regenerarse psicológicamente. Aquí comienza el viaje por el laberinto, por el plano intermediario, donde inevitablemente nos perderemos y reencontraremos multitud de veces, siendo esto, una vez más, expresión del solve et coagula alquímico.[323]

Los seis arcanos del Tarot que están comprendidos en este plano tienen relación con lo que estamos diciendo. Los personajes que aparecen en ellos, como es el caso de El Ermitaño, expresan en sus simbolismos inherentes esas ideas de búsqueda del sentido sagrado de la existencia en las tinieblas de este mundo. O bien, como El Colgado, la certeza íntima de que en esa búsqueda hay que ir a contracorriente, a contranatura, y saber que lo esencial es estar «suspendido» de lo más sutil, de lo invisible, es decir «colgado» de la vertical celeste y que todo nuestro ser esté «aplomado» con respecto a ella. Asimismo, la imperiosa necesidad de «morir» a los estados inferiores una vez que el aspirante al Conocimiento ha recibido en la intimidad de su alma la promesa de una «vida nueva». Una muerte a la que sigue un nacimiento (de nuevo solve et coagula), y así indefinidas veces, pues se trata de una «muerte activa», no pasiva; no estamos hablando de «misticismo» sino de iniciación, y de invocar el «furor divino» haciendo violencia al «Reino de los Cielos», según la máxima evangélica.[324] Hemos de entender que el arcano de La Muerte (XIII) nos revela que ella es un aspecto trascendente de la vida, y que morir a un plano, o a un estado, es nacer simultáneamente a otro. La voz unánime de la Tradición nos dice que en los misterios de la muerte se encuentran los de la inmortalidad.[325] Señalemos, en fin, que la esfera de Hod, donde está el arcano XIII, se relaciona con la energía de Hermes-Mercurio, que además de mensajero de los dioses es también un dios psicopompo, aquel que nos guía en el proceso de cambio de estado o «muerte iniciática».

No menos necesaria en este proceso es la invocación del arcano de la Justicia divina (VIII), pues ella, como la Inteligencia y el Rigor –de las que emana– nos enseña que el «juego» de la dualidad inherente a la Creación encuentra siempre un equilibrio (el fiel de la balanza) que es la imagen proyectada de la Unidad en todas las cosas.[326] Esa misma imagen de equilibrio es la que se expresa en el arcano XIV (La Templanza), donde el ángel alado mantiene el flujo constante del agua de vida entre las dos vasijas, simbolizando así el trasvase ininterrumpido del Alma Universal en el alma individual. No hay transmutación ni regeneración posible sin ese flujo espiritual. Y, en fin, esa idea de viaje por el laberinto iniciático, es decir de aquello que le acontece al alma humana en su peregrinar hacia el Sí Mismo, está perfectamente plasmada en el arcano VII, donde aparece un rey con su cetro en serena actitud de «victoria» sobre sus estados inferiores.

Recordemos que la sefirah número 7, en la que se ubican estos dos últimos arcanos de La Templanza y El Carro, lleva precisamente el nombre de Netsah, Victoria, que tiene que ver

más bien con el auténtico triunfo sobre uno mismo (reiterado muchas veces en el rito de la existencia), lo que es igual que la victoria sobre el adversario (que pese a nuestra lucha continua a veces nos derrota) y que en la mayor parte de los casos toma la forma de las concepciones del hombre viejo, que aún sigue pensando en vencer en una competencia inexistente y sin ningún sentido.[327]

Es interesante señalar que el Carro o Carroza del arcano VII está asociado con el símbolo universal del «carro solar», el cual lleva su luz a todos los confines del universo, siendo así un mensajero del Ser universal reflejándose en la miríada de seres que pueblan el universo manifestado.[328] Como carta descendente situada en la columna de la derecha (de la Gracia o Misericordia), y por lo tanto vinculada con las esferas de Hesed y Netsah, hay que considerar al arcano VII portador de una energía creadora y constructora, proclamando la «victoria» de la luz sobre la oscuridad, es decir sobre el caos de las posibilidades existenciales no desarrolladas o en estado embrionario, a las que da forma y realidad mediante Hod, la potencia del rigor divino en el plano de Yetsirah. Todo esto lo sintetiza perfectamente nuestro autor cuando nos recuerda que Netsah emana, junto con Hod, de Tifereth,

llevando su Belleza a toda la manifestación, a la que se encargan de formar, multiplicando ilusoriamente la Unidad por medio de indefinidos «colores». La función cósmica de estas dos sefiroth es, pues, la de proyectar la Unidad en toda la Creación, reabsorbiendo a su vez esta aparente multiplicidad y conduciéndola nuevamente hacia lo Unico. (…)

Netsah, el aspecto masculino y activo de este plano, se encarga de manifestar a Hesed, del que proviene cualitativamente, siendo por lo tanto una energía plena y expansiva, a la vez que «benéfica». Hod, en cambio, es el aspecto restrictivo, su cara pasiva, que se ocupa de separar a las criaturas surgidas de Netsah, otorgándoles forma y a la vez dándoles la muerte y la transformación.

Vemos así cuales son las funciones principales de estas dos sefiroth y de las cartas con las que están asociadas, las que enriquecen sus significados. Netsah y Hod hacen múltiple la Unidad al reflejarse ésta en el espejo cósmico de Yetsirah. Pero, a su vez, esa multiplicidad aparente ha de volver necesariamente a la Unidad, o sea debe ascender hacia ella muriendo o separándose (en el sentido alquímico) de su realidad ilusoria, función que evidentemente es la que corresponde a Hod como manifestación del rigor y la justicia divinas en ese plano, que a la vez que da la «forma» en el descenso hacia la manifestación, la destruye, o mejor la «transforma», cuando, por el contrario, se produce el ascenso hacia lo inmanifestado, que es su destino final al mismo tiempo que su origen increado.[329] Así, en nuestro ascenso por el Arbol Sefirótico el mundo intermediario de Yetsirah representa el pasaje por el que accedemos de la realidad individual y múltiple a la universal y unificadora, y a la inversa cuando se trata del descenso: de esa realidad universal a la individual. Es en este sentido que cobran relieve especial las siguientes palabras de nuestro autor en relación a la función didáctica de estas dos sefiroth, a las que vincula con el Arte y el Rito respectivamente.

Desde la perspectiva del hombre, Netsah es el Arte verdadero, capaz de conducirnos a los arquetipos y al Espíritu, y Hod es el Rito con el que sacralizamos el tiempo y el espacio y vivificamos a los seres míticos, identificándonos con ellos.

La vivificación de los seres míticos, entre los cuales se encuentran naturalmente los héroes que pueblan la historia de todos los pueblos, no significa otra cosa que asumir interiormente sus pruebas y hazañas como paradigmas de nuestra propia iniciación. En el Tarot, el personaje que ejemplifica precisamente la iniciación, o mejor dicho, aquel en donde ese proceso comienza a ser efectivo pues con él comienza el ascenso vertical, es El Colgado, así llamado porque aparece colgado «al revés», es decir por los pies, cabeza abajo, simbolizando ese ir «a contracorriente» del mundo que es el proceso de Conocimiento, y también la idea de «inversión» de polaridad, pues en vez de sentirse atraído por la gravitación terrestre (el cuerpo, los sentidos físicos) el ser que «pende» de la vertical está absorbido por la fuerza gravitacional del espíritu, o sea que «vive de arriba».[330] Cómo no recordar, en fin, cuando se medita en esta carta, lo que dice Platón en el Timeo de que el hombre es como una planta celeste, pues sus raíces tienden hacia el cielo y sus ramas hacia la tierra. Nuestro autor, refiriéndose al personaje de El Colgado, evoca esas palabras de Platón cuando en el cap. VII dice:

Tanto el personaje central como los dos árboles truncados y equidistantes que lo acompañan enverdecen en la tierra mientras sus extrañas raíces parecerían estar en lo celeste.

La vinculación que El Colgado tiene con el Ermitaño, o sea la relación del arcano XII con el VIIII, se hace aquí muy patente en el sentido de que si el Ermitaño buscaba pacientemente el Conocimiento con la débil luz de su lámpara, el Colgado ha encontrado finalmente la senda axial que conduce hasta él. Existe aquí, desde luego, el fruto de un trabajo que tiene que ver con la maduración que sólo puede dar el tiempo (encarnado en el anciano Ermitaño, poseedor de la virtud de la paciencia, además de la prudencia y la serenidad, con las que siempre se ha relacionado la sabiduría). Es evidente que se trata del mismo personaje, pero el Colgado es un hombre joven, lo que está indicando precisamente el hecho incuestionable de que se ha producido una regeneración, un «nuevo nacimiento», es decir que ha habido en él una «inversión» del tiempo ordinario para vivir un tiempo otro, mítico, sacralizado por la vivencia del Arte y el Rito.[331]

 

Fig. 53

 

Recordemos que el Ermitaño y el Colgado están vinculados con la esfera de Yesod, el Fundamento, que también recibe el nombre de «Justicia», Tsedeq, y en este sentido ambos personajes serían el prototipo del hombre «justo» (tsadiq), o sea el «hombre recto», denominación con que también se conoce al iniciado en los misterios de la Cábala.[332] En su realidad arquetípica, la esfera de Yesod está toda ella penetrada por la energía del Dios Vivo, la cual se derrama sobre Malkhuth, es decir sobre la substancia sutil e indiferenciada del mundo, también llamada la Reina o Esposa del Rey.[333]

Todas las energías celestes, simbolizadas por las nueve primeras sefiroth, se concretan en el mundo de la realidad sensible, Olam ha Asiyah, donde se encuentra únicamente la esfera de Malkhuth (Nº 10), la Tierra, Madre Inferior, receptáculo de todos esos efluvios que en ella toman formas perceptibles por nuestros sentidos, las que se encuentran en una perenne transformación. Malkhuth –cuya traducción es «El Reino»– es, según la Cábala, la presencia real de Dios, llamada también la Esposa del Rey y la Virgen de Jerusalén. Como divina inmanencia, constituye el descenso de la Shekinah o presencia verdadera de la deidad, «luz del mundo», principio manifestado de toda la Creación. (Capítulo III).

Como ya sabemos, en la esfera de Malkhuth encontramos La Rueda de la Fortuna (X) y La Fuerza (XI). La relación de Malkhuth con La Rueda de la Fortuna ya viene dada de entrada porque ambas están signadas por el número 10, y en consecuencia por el cuaternario (1+2+3+4=10), lo cual hace que, en este punto concreto de su simbolismo, La Rueda de la Fortuna se corresponda con Malkhuth considerada como la Tierra y la Madre Inferior, es decir con el mundo que perciben los sentidos físicos, manifestación concreta de «todos los efluvios celestes». El cuaternario visto en este caso como expresión de los cuatro elementos cuya interacción hace girar efectivamente la «rueda del mundo». Pero Malkhuth tiene otro aspecto más interno, identificado con esa «luz» espiritual, que es la Presencia real de la Divinidad en el corazón del hombre, la Shekinah.

En este sentido queremos traer aquí las palabras del cabalista Elijah de Vidas que encontramos también en Presencia Viva de la Cábala, y que creemos iluminan estas últimas reflexiones:

…pues la Shekhinah no está unida [a Tif’eret] salvo por medio de las almas de los individuos justos. Ahora, en vista de que este amor entre la Shekhinah y Tif’eret depende de lo justo, es importante que ellas se apresuren a unirse a Su amor.

Yesod, el «Justo Fundamento del Mundo», actuaría verdaderamente de intermediario en la unión entre Malkhuth (la Reina, la Shekinah) y Tifereth (el Rey, identificado con Metatrón), el que conectaría a su vez con Kether, el Uno sin Segundo. Como podemos observar, estas cuatro sefiroth están situadas en el Pilar del Equilibrio, el auténtico eje axial del Arbol de la Vida donde se concilian todas las oposiciones que pudiera haber entre el Pilar de la Misericordia y el Pilar del Rigor. En este caso, sería entonces el arcano de La Fuerza el que se vincularía más específicamente con ese aspecto interno de Malkhuth, pues, ¿no es esta joven y bella mujer que serenamente acalla todas las pasiones, sin participar empero en acción alguna,[334] la imagen misma de esa Virgen Reina, o sea de la Sabiduría, inmanente en los repliegues secretos de este mundo, y hacia la que en verdad van dirigidas las flechas del Cupido o Eros (mensajero alado de los estados superiores) que se encuentra en el arcano de El Enamorado, situado precisamente en la esfera de Tifereth? ¿Y no es El Colgado, es decir el «hombre justo» que mora en Yesod, el que actúa verdaderamente de enlace en la unión del Rey y la Reina pues es en su alma donde esta unión tiene lugar, y por lo tanto donde esa posibilidad real de la transformación, o sea de nacer al Espíritu (Kether), se efectiviza?[335]

Se evidencia así la estrecha ligazón que une a todos estos personajes ubicados en las esferas que están situadas en el Pilar del Equilibrio, el Eje universal. Respectivamente y de arriba a abajo: El Mago (en Kether), El Enamorado (en Tifereth), El Colgado y el Ermitaño (en Yesod), La Fuerza (en Malkhuth). A ellos habría que añadir El Loco (situado más allá de Kether, en Ain).

Todo este simbolismo se hace muy claro y emerge luminosa esa vertiente cabalística oculta veladamente en el Tarot, y que la guía de nuestro autor ha servido para darnos las claves necesarias con las que intentar desentrañarlo y vivir su aventura intelectual-espiritual, percatándonos de que:

El Tarot, y su interrelación con el modelo sefirótico, es una cosa bien distinta –y no tan fácil– de aquella visión que lo encuadra en un juego, o en un procedimiento predictivo, en el sentido más literal aplicado a estos vocablos.

Continuamos ahora, siguiendo esas interrelaciones, con las analogías y correspondencias entre los 40 Arcanos Menores, las 16 Cartas de la Corte y las esferas y planos del Arbol de la Vida.



NOTAS

[293] Si bien en las páginas que siguen no vamos a tratar de las correspondencias entre los 22 arcanos mayores y las 22 letras del alfabeto hebreo, sí queremos destacar que se trata de una simbólica que nuestro autor ha apuntado como una posibilidad real para ir tejiendo relaciones y equivalencias entre unos y otras. Las 22 letras, junto a las diez sefiroth, conforman lo que la Cábala denomina los «32 senderos de la Sabiduría», y esta expresión quizá pueda servirnos como una referencia a tener en cuenta en la meditación sobre las relaciones entre esos arcanos mayores y las diez sefiroth.

[294] En la nota seis del II capítulo de Simbolismo y Arte leemos lo siguiente: «El ‘juego’ del Tarot (…) combinado con el esquema del Arbol de la Vida cabalístico y con el auxilio de las artes liberales, constituye un excelente medio introductorio muy propicio para las iniciaciones herméticas modernas».

[295] Raymond Abellio, Approche de la nouvelle gnose.

[296] Para visualizar de modo completo todas estas relaciones y correspondencias recomendamos nuevamente acudir al desplegable que se encuentra al final de la segunda edición (mtm, Barcelona 2008) de El Tarot de los Cabalistas.

[297] El Simbolismo de la Rueda, capítulo V. Esa referencia a los vehículos herméticos como aquellos «que describen el movimiento desde el punto de vista de la inmovilidad», nos está indicando el aspecto esencialmente metafísico que ellos revisten, o sea ese carácter primordial de símbolos verdaderamente fundamentales que efectivamente describen la cosmogonía, o sea el «movimiento de la rueda», desde el centro de ella misma, o lo que es lo mismo, desde el punto de vista de lo inmanifestado.

[298] Dice nuestro autor en este sentido que el «Mundo es regenerado luego de ser absorbido en su propia belleza», es decir en Tifereth, en el centro o corazón del Arbol de la Vida.

[299] Es evidente que la simbólica de esta carta procede enteramente del hermetismo judeocristiano, pues el Tetramorfo que describe San Juan en el Apocalipsis rodea la mandorla luminosa en la que se encuentra Cristo en majestad, muy representada en la iconografía medieval, sobre todo en las portadas de los templos levantados por los artesanos constructores, herederos también de ese simbolismo hermético. Por otro lado, el Tetramorfo es exactamente igual a los cuatro Hayot (Vivientes) de que nos habla Ezequiel, y también el Zohar (I, 19a), cuando hablando de la Carroza divina nos dice que ella: «proyecta una luz viva; despide flechas luminosas, desplegando haces resplandecientes que caen fragmentándose en infinitos destellos. Cual árbol frondoso y grávido de frutos, el carro de Dios, distinguido por los cuatro semblantes, da origen a todas las almas que constituyen las semillas del mundo».

[300] Nuestro autor también da a entender que esa relación que El Mago tiene con Kether (la «Corona») no procede sólo del hecho de que ambos tienen asignados el número uno en el Tarot y el Arbol cabalístico, respectivamente, sino también porque El Mago aparece asimismo «coronado» por un sombrero con forma de ocho apaisado (símbolo del infinito matemático) que está «por encima» de una «estructura», en este caso la corporal, igualmente imagen simbólica del cosmos. Por otro lado, también señala que ese mismo sombrero es el que porta el personaje femenino de La Fuerza (arcano XI), que como se ha dicho es la que inaugura el ascenso por el Arbol. Alude, en este sentido, al principio hermético de la «fuerza fuerte de todas las fuerzas», capaz de sublimar las pasiones terrestres y humanas, simbolizadas por el león, cuyas fauces esta mujer abre sin el menor esfuerzo, con serenidad, manifestando así el poder de las ideas y al mismo tiempo un estado de «activa receptividad» a los influjos de los mundos superiores, hacia los que es atraída.

[301] Por su lado El Mago (arcano I) mira hacia abajo, hacia la manifestación, donde se van a desplegar todas las posibilidades creativas que él porta en sí mismo, como la unidad contiene dentro de sí todos los números y su desarrollo indefinido. Pero tanto el Mago como el Loco es el mismo personaje, visto al comienzo del viaje iniciático y al final del mismo, si así pudiera decirse.

[302] Pero cuando en las tiradas aparece «al revés», El Loco puede tomarse entonces como la imagen del profano que está a punto de precipitarse en el abismo. Tenemos aquí uno de esos casos en que el «punto más bajo» aparece como el reflejo invertido del «punto más alto». Es la misma relación que existe entre las «Tinieblas Superiores» (el No Ser) y las «tinieblas inferiores», o «exteriores», que son propiamente el mundo profano.

[303] Mientras que la Luna, al igual que Yesod y por extensión todo el plano de Yetsirah, es la matriz donde toman sus formas sutiles los seres y las cosas que se van a manifestar en el plano concreto, en Asiyah, donde está únicamente la esfera de Malkhuth. Por otro lado, y hablando del «nacimiento espiritual», habría aquí una relación con la carta XX, El Juicio (que como vemos también está ubicada en Atsiluth), asociada con la idea de la «resurrección de los muertos» por el llamado vivificador del Espíritu, simbolizado en la carta por el ángel que anuncia con su trompeta la Buena Nueva. De este arcano afirma nuestro autor en el capítulo VII (Trompeta): «El ángel del juicio final hace sonar su trompeta; mediante su vibración todo lo muerto renace, resucita. Esta carta también debe relacionarse con el libro de Juan, llamado de la Revelación».

[304] Todo esto nos hace recordar la correspondencia que Binah mantiene con el planeta Saturno, el más alejado del sistema solar entre los planetas tradicionales, aquel que linda con la Octava esfera, también llamada la Ciudad Celeste entre algunas escuelas de conocimiento de la Antigüedad.

[305] Acerca del espíritu de la caballería nuestro autor afirma lo siguiente en el capítulo VII (Caballero): «Los caballeros del Tarot pertenecen a la antigua ordenación medioeval donde la autoridad era ejercida por los sabios, los cuales otorgaban el poder a los guerreros y sus cortes como prolongación de su mandato divino. (…) Las órdenes militares de todos los pueblos han contribuido de una manera directa y activa a la generación universal».

[306] Recordemos en este punto que La Sacerdotisa es la depositaria de la Ciencia Sagrada y la conservadora de la misma, función que está simbolizada por el libro que sostiene entre sus manos.

[307] Dice nuestro autor: «La sacerdotisa esconde sus manifestaciones exteriores para de ese modo callar el secreto de la fecundación universal». Ibíd.

[308] Leemos en Job (28-12): «Pero la sabiduría, ¿dónde hallarla? ¿Dónde está el lugar del entendimiento?» Por entendimiento, o inteligencia, hemos de considerar a Binah. Tanto la Sabiduría como el Entendimiento tienen sus raíces en Kether, pero en Kether como Ain, pues estas interrogaciones de Job son de la misma naturaleza de aquella otra que el cabalista se formula al final de su viaje por el Arbol Sefirótico: «¿Quién?», en referencia al No Ser. En este sentido, el Sol del plano de Atsiluth prefigura el «Sol de medianoche», expresión que los iniciados en los Antiguos misterios utilizaban para referirse a las «tinieblas más que luminosas» del No Ser.

[309] En la antigüedad, los reyes y los emperadores tuvieron siempre, por lo general, una relación muy estrecha con las órdenes de constructores, y podríamos decir que el «espíritu» constructivo formaba parte de sus funciones como gobernantes, pues de hecho concebían sus reinos o sus imperios como una construcción que reproducía también el orden cósmico, posibilitando así que la idea misma de civilización continuara propagándose a lo largo del tiempo. A esta idea se refería quizás nuestro autor cuando en una cita anterior hablaba de la nobleza y las órdenes militares como motores de la generación universal.

[310] Como concluye Job (28-28): «El temor de Dios, ésa es la sabiduría; apartarse del mal, ésa es la inteligencia».

[311] Recogemos las siguientes palabras de nuestro autor extraídas del capítulo VII, las cuales añaden una nueva perspectiva a la función de la carta V: «El auténtico hierofante es en primer lugar un celoso guerrero, guardián de lo sagrado, encargado de atraer los efluvios celestes, invocar los dioses y practicar los ritos que posibilitan que la Tradición permanezca viva gracias a la generosa transmisión regenerativa que realiza de los mensajes y revelaciones de que ha sido dotado». En otro lugar también afirma que este arcano es el «Señor del Tarot». Esa generosa transmisión de la Ciencia Sagrada es lo que sugiere justamente su actitud ante los dos discípulos que aparecen en su lámina, a quienes bendice comunicándosela. Al igual que la Sacerdotisa, el Hierofante también simboliza a la autoridad espiritual pero en un aspecto más activo –si así pudiera decirse– en tanto que transmisor directo del Conocimiento.

[312] Esa acción discriminadora que separa lo sutil de lo espeso, lo verdadero de lo superfluo, es también una función de la Inteligencia divina, de Binah, ubicada cualitativamente por encima de Gueburah.

[313] Capítulo III. «La Alquimia del Tarot». Recordemos que la esfera de Gueburah también recibe el nombre de Din, el «Juicio» divino.

[314] Programa Agartha. Módulo III: «Sobre el trabajo interno».

[315] Recordemos que esas piedras descendidas del cielo eran muchas de ellas oraculares. Por otro lado, seguramente nuestro autor está aludiendo a los betilos, e implícitamente al sueño de Jacob, cuando en el cap. VII (Piedra) nos dice que «los efluvios celestes que caen a la tierra en el arcano XVI son piedras caídas del cielo, como las que sirvieron de altar o ara en varias tradiciones». En efecto, la piedra sobre la que Jacob reposa su cabeza mientras tiene su sueño revelador pasa a convertirse en un altar tras ungirla el patriarca con el aceite sagrado. Sobre el significado simbólico de los betilos recomendamos también la lectura del cap. IX de El Rey del Mundo, de René Guénon.

[316] Platón, Banquete, 197 c-e. Ver a este respecto la voz Eros en el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, de donde hemos extraído esta cita platónica.

[317] Estos dos diablillos son, además, la «expresión clara de la ambivalencia que suele regir nuestros pensamiento y acciones». Cap. VII (Esclavitud).

[318] Ibíd. Esa esclavitud toma muchas veces la forma de la tontera, pues el Diablo es también la personificación de la estupidez, y ese personaje está dentro de nosotros, del cual debemos liberarnos pues se puede convertir en un formidable obstáculo en el proceso de Conocimiento.

[319] Ibíd. Esta expresión: «hallar la piedra oculta en el interior de la tierra», alude claramente al acróstico hermético-alquímico VITRIOL. Por otro lado, y como muy bien nos lo describe Dante, la subida hacia los cielos pasa necesariamente por la visita a lo más inferior, o interior, de la tierra. «Sin paso por el infierno no se hace el camino hacia el cielo», nos dice nuevamente nuestro autor, en este caso en Noche de Brujas a través del personaje del Diablo, pieza teatral donde podemos encontrar otras claves importantes para entender todo este simbolismo.

[320] Recordemos aquí que Lucifer, o Luzbel, el ángel caído, tiene una naturaleza luminosa, como lo indica la etimología de su propio nombre, el «portador de la luz».

[321] Como dijimos en el capítulo II el mito precolombino nos habla del aspecto oscuro de Quetzalcóatl simbolizado en su «gemelo» Xolotl (dios del inframundo al igual que el Diablo), el cual «resucita» en forma Venus, con la que precisamente está vinculado Lucifer. Xolotl es también un dios psicopompo que libera la luz celeste que está encerrada en el alma humana. En ciertos aspectos debemos ver aquí la misma relación que existe entre Apolo y Dionisos, los cuales son complementarios, como lo son el cielo y la tierra. El Diablo del Tarot hereda los atributos de Dionisos, el Baco romano.

[322] Divina Comedia, Purgatorio XXXIII, 145. Con ese «subir a las estrellas» se está indicando el «impulso» o atracción de la Divinidad para ascender a los estados y mundos superiores. Recordemos en este sentido, y en el contexto que estamos hablando, que el arcano XVII, La Estrella, o Las Estrellas, viene después del arcano XV, pasando por el XVI, La Torre de Destrucción, o «Casa de Dios».

[323] En realidad el plano Intermediario está comprendido tanto por el alma inferior (Yetsirah) como por el alma superior (Beriyah). Es en el plano Intermediario donde se cumple todo el proceso de regeneración iniciática, solo que en dos niveles distintos, por decirlo de alguna manera. En este sentido no debemos olvidar que en Beriyah también existe un laberinto, diferente evidentemente al de Yetsirah pues en él las energías que se expresan son más sutiles por el hecho mismo de su universalidad. Pero el «peligro» de este plano es precisamente que el ser puede tomarlo como el fin de su proceso, cuando en verdad todavía está «dentro» del cosmos, aunque sean en sus niveles más altos y haya experimentado su regeneración psicológica como un verdadero nacimiento a «otra realidad». Pero ésta no es aún la Realidad, sino la antesala, y el «salto» hacia ella supone morir nuevamente a ese estado para renacer en el mundo del Espíritu, o sea de Atsiluth, donde el Ser absorbiendo el Fiat Lux en Sí Mismo lo reintegra a las Tinieblas Superiores del No Ser, el Misterio insondable.

[324] «El Reino de los Cielos cede a la violencia / de amor ardiente y esperanza viva…». (Divina Comedia, Paraíso, XX, 94-97).

[325] Leemos en Ezequiel (37, 2-5) estas palabras que nos evocan las imágenes contenidas en esta lámina XIII: «Los huesos eran muy numerosos por el suelo de la vega, y estaban completamente secos. Me dijo: «Hijo de hombre, ¿podrán vivir estos huesos?» Y o dije: «Señor, tú lo sabes». Entonces me dijo: «Profetiza sobre estos huesos. Les dirás: Huesos secos, escuchad la palabra de Y ahveh. Así dice el Señor a estos huesos: He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros, y viviréis».

[326] Es a la justicia divina a la que se refiere Salomón en el libro de la Sabiduría (I, 15) cuando afirma que ésta no está sometida a la muerte, entendiendo aquí por muerte no la que se «vive» en la iniciación, sino la muerte como aniquilación del ser por imposibilidad de su regeneración.

[327] Capítulo IV. En el Arbol de la Vida arquetípico Netsah es llamado también «Dios de los Ejércitos», lo cual evidentemente está en relación con el nombre de «Victoria».

[328] Hay quien ha visto en esta carta VII una imagen de La Carroza divina (Merkabah en la Cábala), tal cual se describen en Ezequiel (I, 4-28) y en Isaías (VI, 1-3). Nuestro autor menciona también este simbolismo en el capítulo III, pero él habla más bien de todo el Arbol de la Vida como siendo la totalidad de esa Carroza divina, constituyendo Netsah y Hod sus ruedas, cuyos movimientos simultáneos en todas direcciones permiten que las energías de los planos superiores se desplieguen por todo el cosmos manifestado.

[329] Recordemos que el número ocho es símbolo de «pasaje», y está relacionado con el mundo intermediario, que en efecto actúa de «paso» entre una realidad conocida (individual) y otra desconocida (universal).

[330] Manifiesta nuestro autor en el capítulo VII que frente al hombre viejo y profano, impregnado de la vulgaridad del medio, «el nuevo hombre, nacido de arriba, es real».

[331] Si nos fijamos bien, por la vinculación que tiene el número nueve con la circunferencia podemos inferir que con el Ermitaño se cierra un ciclo y se abre la posibilidad del nacimiento de otro nuevo, que comienza verdaderamente con El Colgado, pues como decimos con él se inicia el ascenso por los mundos invisibles.

[332] En el Glosario que aparece al final de Presencia Viva de la Cábala, podemos leer en la voz Yesod: «Azriel se refiere a ella como ‘Justo Fundamento del Mundo’ (Sadiq Yesod ‘Olam)».

[333] Ese mismo descenso de las energías divinas estaría figurado por El Colgado, cuya forma esquemática, si nos fijamos bien, no sería otra que la del símbolo del azufre, pero invertido, es decir con el triángulo hacia abajo y la cruz encima. Como sabemos, en la Alquimia el azufre simboliza el principio divino presto a fecundar el alma humana, simbolizada por el mercurio. Esto mismo es lo que señala R. Guénon en una nota a pie de página del cap. XV de La Gran Tríada. En este sentido queremos recordar que en el Nº 11-12 de la revista Symbolos (sección «Notas y Noticias») dedicado a la Tradición Hermética, aparece esa misma nota en una recopilación que nuestro añorado amigo Antonio Casanovas tituló: «La palabra Tarot en la obra de René Guénon». Concretamente para el autor francés esa misma inversión del azufre representaría el cumplimiento de la «Gran Obra» hermética, y asociada «con el simbolismo de la lámina 12 del Tarot».

[334] Recordemos de nuevo ese principio hermético recogido en La Tabla de Esmeralda: «Esta es la fuerza fuerte de toda fuerza, pues vence todo lo que es sutil y penetra todo lo que es sólido». Es una manera de referirse al poder de la Sabiduría, que ya estaba junto a la Deidad antes de que el mundo fuera, en palabras de Salomón.

[335] «Pues bien, a todo eso he aplicado mi corazón y todo lo he explorado, y he visto que los justos y los sabios y sus obras están en manos de Dios». (Eclesiastés, 9, 1).

 

ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.