FRANCISCO ARIZA

MASONERÍA
Símbolos y Ritos

 

Instrucción masónica. Grabado. Viena, 1791
Instrucción masónica.
Viena, 1791.

 

Capítulo IV

ALGUNOS SIMBOLOS Y RITOS MASONICOS
 

EL RITO

La palabra rito (ritus en latín) procede de la raíz sánscrita rt, la misma que encontramos en ritli: marchar, ir, encaminarse.1 También la hallamos en rita (orden), y asimismo en “arte” y en “ritmo”. El rito es por definición cualquier acción hecha “conforme al orden”, considerando ese orden en su sentido más amplio, es decir como expresión de la Norma universal, lo que las tradiciones hindú y budista llaman el Dharma, la Ley, o Armonía cósmica. El orden cósmico es el rito por excelencia; y ese orden, de origen supra-humano, es el modelo o paradigma de cualquier rito o gesto ritual, al que reproduce en sus indefinidas formas. En las antiguas sociedades tradicionales, para quienes la existencia estaba impregnada de sacralidad, todo tenía un carácter ritual. Esto está claro en la práctica de los oficios, artes y artesanías, en los ritos sacerdotales y en los ritos guerreros, pero hasta los actos más cotidianos revestían ese mismo carácter. Para esas sociedades la vida misma era un rito permanente, y el hombre participaba enteramente de él. Esto era lo “normal” (la norma), sin que esos actos tuvieran nada de artificioso, como por ejemplo ocurre con lo “ceremonial”, que siempre conduce a actitudes pomposas y engoladas, cuando no a un estrecho y petrificante “ritualismo”. Por eso mismo habría que distinguir netamente entre el rito y la ceremonia, que hoy en día se confunden fácilmente, como se confunden también lo metafísico y lo religioso cuando cada uno se refiere a dos dominios completamente distintos. A la sumo la ceremonia vendría a ser el ropaje del rito, su aspecto más exterior y superficial, pero no el rito en sí, que ante todo es una disposición interior que al expresarse se integra de forma natural en el fluir armonioso del ritmo universal, en el que todo rito sagrado encuentra su fuente perpetua.

Para comprender la naturaleza del rito hay que tener en cuenta la estrecha relación que tiene con el símbolo, pudiéndose considerar al rito como “un símbolo en acción”, y al símbolo como “la fijación de un gesto ritual”, sobre todo (aunque no exclusivamente), cuando se trata de símbolos geométricos y visuales, cuyo trazado o ejecución manual tiene todas las características de un rito. En verdad el rito y el símbolo son dos aspectos de una misma realidad, aunque el rito, como cualquier acción, “se cumple forzosamente en el tiempo, mientras que el símbolo como tal puede ser considerado desde un punto de vista 'intemporal' “ (René Guénon: “El rito y el símbolo” en Aperçus sur l'Initiation). Según este autor habría aquí una cierta preeminencia del símbolo con respecto al rito, pero ambos, en efecto, se refieren a la misma realidad, expresada en su carácter atemporal (eterno), y en tanto que esa misma realidad se revela en el tiempo. Podría decirse que el rito desarrolla toda la “energía-fuerza” contenida en el símbolo, y la hace pasar de la potencia al acto, o en otros términos de lo “especulativo” a lo “operativo”, esto es, de efectivizarla en uno mismo, viviendo ese proceso como un paso de las “tinieblas (del caos) a la luz (al orden, a lo inteligible). En efecto, cualquier símbolo no es sino la representación de una idea, o de un conjunto de ideas y principios de orden universal, que prorrumpen en el tiempo, y por ende en la existencia humana, gracias al rito, a todo acto o acción hecha de acuerdo a la realidad revelada por esas ideas y principios, es decir respecto al propio Orden, Norma o Ley universal, lo que en lenguaje masónico se denomina el “Plan del Gran Arquitecto del Universo”. Cuando eso es así la existencia humana se asume como una “aventura” hacia el Conocimiento, como una “gesta”, palabra que indudablemente procede de “gesto”, en el sentido de “acto ritual”. Verdaderamente no hay mayor rito que la búsqueda del Conocimiento, pues en ella el hombre encuentra el fundamento mismo de su existencia. Esa búsqueda es un “acto consciente”, y todo lo que a partir de entonces es realizado, experimentado y vivido durante su desarrollo pasa a ser significativo, a tener un sentido que nos “orienta” en el laberinto de este mundo perecedero, y nos impulsa hacia el encuentro de nuestro verdadero ser y origen. Esa gesta es también una “gestación” (procedente igualmente de gesto), es decir un “alumbramiento” o “nuevo nacimiento”. Conocer es co-nacer, nacer de nuevo. Esta idea es la que está presente en todos los ritos iniciáticos, o de pasaje, los cuales preparan al candidato para la recepción de la influencia espiritual (o intelectual), que es la que en realidad propicia el “nuevo nacimiento”.

En la Masonería la palabra rito tiene dos aspectos. Por un lado designa un determinado sistema o estructura masónica, léase Rito Escocés Antiguo y Aceptado, Rito de York, Rito Emulación, Rito Escocés Rectificado, Rito Francés, etc. Por otro, el rito es propiamente el gesto ritual, que en la Masonería recibe el nombre de “signo”, como por ejemplo pueden ser los llamados “signos de reconocimiento”. Podríamos entonces decir que la Masonería es ella misma un rito, de ahí que también se denomine “la Orden”, palabra que como hemos visto anteriormente es la traducción del sánscrito rita. Por esto mismo, en la Logia masónica (imagen simbólica del orden cósmico) todo se cumple según el rito, y todos los gestos y signos rituales realizados en el interior de la misma han de ser considerados como lo que son: vehículos transmisores de la enseñanza simbólica y de su influencia espiritual. Esta es la razón principal de por qué se dice que el verdadero trabajo masónico consiste en la “ejecución del ritual”, el cual ha de ser practicado lo más perfectamente posible, pues no se trata en absoluto de una convención más o menos arbitraria, o de un vano simulacro, sino de algo que reposa en reglas precisas y rigurosas, o como dice también R. Guénon, en “leyes netamente definidas según las cuales actúan las influencias espirituales, leyes, cuya 'técnica' ritual no es en definitiva sino su aplicación y su puesta en práctica” (“De los ritos iniciáticos”, en Ibid.). Esas leyes no son otras que las que se desprenden de las analogías y las correspondencias que ponen en comunicación los diferentes órdenes o planos de la realidad, desde el corporal al espiritual (intelectual), pasando por el psicológico o anímico. Si como venimos diciendo el gesto ritual es un símbolo en movimiento, una “idea-fuerza” en acción, éste necesariamente ha de repercutir en las modalidades sutiles del que lo realiza, armonizándolas y propiciando la “concentración” necesaria que posibilite “comprender”, en toda la extensión de esta palabra, la Idea que el símbolo está representando. En este sentido la meditación, la concentración y el trabajo sobre los símbolos constituyen también una forma del rito, pues el fin último de éste es generar un estado apto para la comprensión de las realidades superiores. Se diría, pues, que el rito, realizado en estas condiciones, es una “meditación en acción”, y esto puede hacerse tanto en el interior de la Logia como en el mundo, considerado como el Templo universal, la Obra del “gesto” creador del Gran Arquitecto.

LA CÁMARA DE REFLEXIÓN

La Masonería, en concordancia con todas las vías iniciáticas, conserva un símbolo que alude directamente a la necesaria separación entre el mundo profano y el sagrado: la Cámara, o Gabinete, de Reflexión. Se trata de un pequeño habitáculo, totalmente pintado de negro, en el que es introducido el aspirante a la iniciación masónica. Allí, en completa soledad y abandonado a sí mismo, deberá despojarse de sus múltiples egos y máscaras (las que conforman la personalidad del hombre viejo), permitiéndole así recuperar la identidad con su auténtico ser (el hombre nuevo). Esto es lo que simboliza precisamente el “despojamiento de los metales” a que se ve sometido el candidato por el Hermano Preparador antes de entrar a la Cámara, tras lo cual podrá acceder al interior de la Logia, en donde deberá superar las “pruebas de los elementos”: del aire, del agua y del fuego. De hecho, la estancia en la Cámara (que está fuera de la Logia) representa la primera de esas pruebas, la de la tierra, y más concretamente el interior de ésta, es decir el mundo subterráneo, que es donde simbólicamente se ubica el Gabinete. Estamos, por tanto, ante una prueba que se refiere directamente al “descenso a los infiernos”, común a todas las cosmogonías tradicionales, y que de manera tan ejemplar describió Dante en La Divina Comedia. Mediante ese descenso el ser conoce sus estados más densos e inferiores, de los que ha de purificarse para poder ascender posteriormente hacia sus estados sutiles y superiores. A ese descenso-ascenso alude, precisamente, el acróstico alquímico V.I.T.R.I.O.L, que se encuentra inscrito en una de las paredes del Gabinete: Visita el Interior de la Tierra y Rectificando Encontrarás (Invenies) la Piedra Oculta (Ocultum Lapidem). Como a este respecto indica R. Guénon “la 'rectificación' es aquí el 'enderezamiento' que señala, después del 'descenso', el comienzo del movimiento ascensional”.

Por todo ello, el Gabinete de Reflexión está emparentado con la simbólica de la caverna o gruta, o con la choza ritual, e incluso con la espesura del bosque, lugares en donde el neófito vive la experiencia directa de su muerte iniciática. En este sentido, en el Gabinete de Reflexión se opera el “regreso al útero o matriz” de la Madre Tierra (Mater Genitrix), pues como dice Mircea Eliade: “el candidato a la iniciación se sitúa antes de su nacimiento biológico, en la noche cósmica, a fin de participar de un segundo nacimiento”. O como también afirmaba Paracelso: “Quien quiera entrar en el Reino de los Cielos, debe primeramente entrar con su cuerpo en su Madre y, allí, morir”. Se trata, todo ello, de un simbolismo que se refiere efectivamente a la “muerte iniciática”, representada en Alquimia por la nigredo o “el negro más negro que el negro”, es decir por un estado de completa oscuridad o concentración, necesaria para la purificación completa de la psiqué, lo que en verdad constituye una catarsis en el sentido propio del término, y que confluirá en el “nacimiento iniciático”, o “segundo nacimiento”. Ese proceso es lo que en la Masonería se denomina el pasaje de “las tinieblas a la luz”, semejante al proceso cosmogónico del “caos al orden”.

La luz de la vela que ilumina débilmente la estancia del Gabinete simboliza precisamente el germen de ese nuevo nacimiento, que está también representado por el gallo figurado en una de las paredes. Ave eminentemente solar, que anuncia el nacimiento del nuevo día en lo más profundo de la noche, el gallo es también un símbolo del dios Hermes, el guía celeste educador de los hombres que conduce al iniciado en su camino hacia el Conocimiento. La banderola que aparece encima del gallo con la inscripción “Vigilancia y Perseverancia” aluden directamente a un estado activo de la conciencia y a un estar “despierto” interiormente para recibir la influencia espiritual (intelectual) que al menos virtualmente le será conferida al candidato durante el rito de la iniciación en el interior de la Logia.

Remitimos a cada uno de los restantes elementos simbólicos que aparecen en el Gabinete de Reflexión, a saber: el Pan y el Agua, los tres principios herméticos: Azufre, Mercurio, y Sal, el Cráneo y el Reloj de Arena.

SIGNOS DE ORDEN Y DE RECONOCIMIENTO

El rito masónico se desarrolla a través de determinados signos, palabras y toques. Gracias a ellos el masón es reconocido como tal: “¿Cómo reconoceré que sois masón? - Por mis signos, palabras y toques”. En ellos también se guardan los “secretos del grado”. Refiriéndonos concretamente a los signos, recordaremos que cuando hablamos del Rito mencionamos que en la Masonería los gestos rituales llevan el nombre de “signos”. De nuevo encontramos aquí la estrecha relación que existe entre el rito y el símbolo, que en su aspecto de símbolo gráfico y geométrico, podría ser considerado como un signo, es decir como algo que tiene un significado, que traduce una idea en definitiva. De hecho los toques también son signos manuales, y las palabras sagradas y de paso (pertenecientes a los símbolos sonoros) no dejan de ser en el fondo signos vocales.

Pero específicamente considerados como escenificación ritual de los símbolos visuales y geométricos, los signos, en los tres primeros grados, se realizan en “escuadra, nivel y perpendicular”, y por tanto han de estar necesariamente vinculados al simbolismo de esas tres herramientas, a lo que ellas significan en tanto que representación de ideas fundamentales relacionadas con la construcción de la mansión interna. Apuntaremos que la escuadra, el nivel y la perpendicular son también las “tres joyas móviles” de la Logia, y esa movilidad está sin duda relacionada con la idea del rito como “símbolo en acción”. Cada grado tiene sus signos correspondientes, entre los que podemos distinguir los “signos de al orden” y los “signos de reconocimiento”.

Signo de al orden. En el grado de aprendiz este signo se realiza teniendo el brazo derecho horizontal (es decir a nivel) a la altura de la garganta, mientras que el brazo izquierdo cae en perpendicular a lo largo del cuerpo. Con los pies se forma una escuadra. En el grado de compañero el brazo derecho horizontal se sitúa a la altura del corazón, en tanto que el izquierdo realiza la forma de la escuadra. Los pies también en escuadra. En el grado de maestro el brazo derecho, horizontal, está a la altura de las dos caderas, y el izquierdo cae en perpendicular. Los pies en escuadra al igual que en los grados anteriores.

Señalaremos que en algunos rituales se dice que es estando en posesión del signo de al orden como los “secretos masónicos son comunicados”. Sin duda esto encierra una profunda enseñanza, pues está claro que ese “estar al orden” no se refiere tan sólo a un orden externo, sino sobre todo a un estar al orden “interiormente”, para que sea posible la “recepción” de la luz masónica.

Signo de reconocimiento. En cada uno de los tres grados, estando “al orden”, con el brazo derecho se traza el nivel y la perpendicular, describiéndose la escuadra. Esto gesto ritual vendría a decir que el masón se reconoce como tal gracias a la perpendicular, al nivel y a la escuadra. En el primer grado ese gesto comienza a la altura de la garganta (signo gutural), en el segundo a la altura del corazón (signo cordial), y en el tercero a la altura de las dos caderas (signo umbilical). Pueden verse aquí tres etapas o niveles en el proceso de realización masónica, que va del más exterior al más interior, pues la región umbilical, donde traza su signo el maestro, está simbolizando aquí la idea de centro, sin duda alguna ligada al significado de la “Cámara del Medio”. Resulta también esclarecedor la misma palabra “reconocimiento”, pues no se trata tan sólo de que mediante ese signo un masón sea reconocido por otro en su condición de tal. Desde luego que esto es así, pero ha de existir una lectura más profunda. Aquí, reconocimiento quiere decir “conocerse a sí mismo”, o “re-conocer” lo que se es. A ello contribuye sin duda la enseñanza simbólica transmitida mientras el masón está “al orden”, la cual, más allá de un momento determinado del ritual, ha de ser una actitud permanente durante el desarrollo de los trabajos en Logia. Por otro lado, el “signo de reconocimiento” también es llamado “signo penal”, aquel que corresponde a la “pena” que es sobrevenida al masón si incumple el juramento solemne prestado ante las Tres Grandes Luces de la Masonería en el momento de su recepción en cualquiera de los grados. Esa punición forma parte desde luego del proceso iniciático, si no no estaría contemplada en la Masonería, y se refiere al estado de “errancia” o de “pérdida” que en ocasiones puede darse durante ese mismo proceso, debido fundamentalmente a la identificación con los “metales” del hombre viejo, del profano que se resiste a la transmutación.

LAZOS Y NUDOS

En la Masonería, como en todas las tradiciones, los lazos o los nudos simbolizan esencialmente la vinculación que el individuo mantiene con la propia organización iniciática (de ahí la expresión “lazos de amor” empleada en la Masonería para designar la unión que entre sí mantienen los diferentes integrantes de una Logia), y a través de ésta, considerada como soporte, con el Principio que esa misma organización vehicula, y que en la Masonería no es otro que el Gran Arquitecto del Universo. Sin embargo, ese anudamiento con lo que constituye la naturaleza profunda y más interna del ser, incluye previamente un “des-anudamiento” o un “des-enlace” con lo que en ese ser hay de más externo y periférico. Esta doble operación de “des-anudar” y “anudar” es idéntica al solve et coagula de la Alquimia, consistente en separar, o “des-ligar”, lo “espeso de lo sutil”, lo profano de lo sagrado. Con la disolución o muerte a un plano inferior, se produce simultáneamente la coagulación o nacimiento a un plano superior, lo cual constituye un proceso arquetípico que va señalando las diferentes etapas por las que transcurre la iniciación en los misterios del cosmos y de la vida. Esta es la razón por la que el significado de los lazos se presta a una ambivalencia que, por otro lado, es consubstancial a numerosos símbolos. En efecto, existe un cierto aspecto “negativo” de los lazos y los nudos, pues en ocasiones éstos, en lugar de simbolizar la unión permanente y armónica entre todos los estados del ser, traducen, por el contrario, determinadas trabas o ataduras psicológicas que suponen un serio obstáculo en la realización interior. Recordemos, en este sentido, el “nudo gordiano” de la leyenda de Alejandro Magno.

En la Masonería, este aspecto ambivalente de los nudos aparece claramente definido cuando en un momento de la iniciación al grado de aprendiz se le pone al postulante una cuerda anudada alrededor del cuello. Por un lado, esa cuerda le advierte del estado de dependencia que aún mantiene con el mundo profano, del que procede y del que deberá desvincularse. Pero, al mismo tiempo, la cuerda que le anuda representa un símbolo del “lazo iniciático”, o del “cordón umbilical” sutil que liga al masón con su Principio, unión que sólo se hace efectiva una vez se ha asumido íntegramente la realidad sagrada y metafísica contenida en la enseñanza iniciática. Además, en llegar a comprender y encarnar esa realidad, en vivenciarla en uno mismo, consiste el verdadero “secreto masónico”. De ahí que en algunos antiguos manuales se diga expresamente: “¿Qué lazo nos une?.- Un secreto. ¿Cuál es este secreto?.- La Masonería”.

EL ALTAR

El altar o ara masónico (como el altar cristiano) está generalmente ubicado en el Oriente, que es el lugar hacia el que se dirigen constantemente las miradas de los masones, pues éste representa el punto de referencia espacial más importante y significativo de la Logia. Concretamente el altar está situado delante mismo del estrado del Venerable Maestro, justo donde terminan los tres peldaños o gradas que separan, y unen, el Debir del Hekal, los cuales, en la estructura del templo masónico, simbolizan respectivamente el Cielo y la Tierra, la vertical y la horizontal. Sin embargo, no en todos los Ritos masónicos el ara se sitúa en esa posición. Por ejemplo, en el Rito de York inglés, practicado también en muchas logias del Norte, Centro y Sur de América (sin olvidar tampoco las logias operativas que aún perviven en Inglaterra y Escocia), el altar se halla en medio del Hekal, entre los tres pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza, sin que esta circunstancia en nada altere el sentido y el significado real de su simbólica, que es el de señalar de manera invariable la presencia de un centro sagrado en la Logia. Los tres peldaños, presentes también en el templo cristiano, sugieren la idea de ascenso, que está incluido en la propia etimología de altar, del latín altare, cuya raíz, altus, significa lugar alto o elevado. En muchas culturas tradicionales los altares (como los templos) se erigían en la sumidad de las montañas, o de las pirámides escalonadas, como en el caso de las civilizaciones precolombinas, o de los zigurat babilónicos, por poner sólo dos ejemplos.

El altar constituye así el “punto geométrico” donde confluyen y concentran las energías del Cielo y de la Tierra. Es verdaderamente el corazón del templo, su espacio más sagrado e interno, a partir del cual se organiza toda su estructura, y en donde simbólicamente finaliza el recorrido horizontal (asimilado al paso por el laberinto), comenzando el ascenso vertical que conduce a los misterios más profundos de la iniciación. Todo esto está perfectamente señalado en ciertos “cuadros de Logia” donde aparece dibujada una escala cuyo extremo inferior está apoyado en el altar mientras que su extremo superior toca los cielos. Ese camino vertical es el que emprenden los “Venerables Maestros Pasados” o Past Masters cuando abandonan sus funciones con respecto a la Logia terrestre y comienzan su viaje axial en “tránsito” de una realidad a otra, en este caso de una realidad condicionada y horizontal (limitada por el tiempo y el espacio) a otra incondicionada, vertical y eterna.

Es sobre el altar que se disponen las “Tres Grandes Luces” de la Masonería: el Volumen de la Ley Sagrada, el Compás y la Escuadra, siendo estas dos últimas herramientas los símbolos respectivos del Cielo y de la Tierra. Además, es “en presencia de las Tres Grandes Luces” donde los masones prestan sus juramentos y establecen las alianzas con el Espíritu de su Orden, significando con ello que son dichas “Luces” las que dentro de la simbólica masónica mejor expresan el Verbo y la acción ordenadora del Gran Arquitecto del Universo.

LOS TRES PILARES

Yo la amé [a la Sabiduría] desde mi juventud;

me esforcé por hacerla esposa mía

y llegué a ser un apasionado de su belleza

(Sabiduría, VIII, 2)

 

Según los rituales hay tres pilares que sostienen simbólicamente la logia masónica, y sus nombres son Sabiduría, Fuerza y Belleza. El lugar que estos pilares ocupan en el templo les confieren una posición “central” en el mismo, al estar ubicados en tres de las cuatro esquinas del tapiz cuadrangular del pavimento mosaico. El pilar de la Sabiduría se dispone en el ángulo sud-este del tapiz, el de la Fuerza en el nord-oeste, y el de la Belleza en el sud-oeste. Los capiteles de los pilares se corresponden igualmente con tres de los cinco órdenes de arquitectura, con el jónico, dórico y corintio, respectivamente. Los pilares son también las “Tres Pequeñas Luces” de la Masonería, y a los que no habría que confundir con la “Tres Grandes Luces”: el Volumen de la Ley Sagrada, el Compás y la Escuadra. En efecto, en la sumidad de cada uno de ellos, sobre la base de sus respectivos capiteles, se encuentra una vela que es encendida durante la apertura de los trabajos y apagada instantes antes de su clausura. Esto lleva a pensar que, y al igual que ocurre con el cuadro de logia, estos pilares desempeñan un papel de suma importancia en lo que se refiere al desarrollo del ritual masónico, en cualquiera de sus grados. En este sentido recordaremos que el significativo nombre de “estrellas” con el que también se conocen a los tres pilares alude sin duda al carácter supra-terrestre que se desprende de su simbólica, pues es claro que se tratan de las “ideas” rectoras que han de presidir los trabajos masónicos.

Atendiendo a lo que a este respecto se menciona durante el ritual de apertura esas estrellas deben “hacerse visibles” a fin de que esos trabajos sean “iluminados” y se desarrollen en armonía con los arquetipos celestes. La penumbra en que está sumida la logia antes del alumbrado de los pilares ejemplifican las “tinieblas” primigenias que precedieron la formación del orden cósmico, de lo que se deduce que la iluminación de la logia vendría a representar un símbolo más de la acción del Fiat Lux cosmogónico emanado de la Palabra o Verbo creador. La Sabiduría, la Fuerza y la Belleza son, pues, tres nombres o atributos con los que el Gran Arquitecto determina el orden de la manifestación universal. Recordaremos nuevamente que a estos atributos se refiere el versículo bíblico cuando dice que “Dios ha dispuesto de todas las cosas en número, peso y medida”, correspondiendo el número a la Sabiduría, el peso a su Fuerza y la medida a su Belleza. Esto último pone en relación a la Belleza con la Geometría, que es efectivamente la “ciencia de la medida”

Considerados desde el punto de vista microcósmico, estos tres principios también representan tres cualidades o estados del alma humana, los que vividos en el interior de la conciencia hacen posible su transmutación y contribuyen, por tanto, a la edificación del templo espiritual, aquel que “no es hecho por manos de hombre”, según se lee en el Volumen de la Ley Sagrada, y del cual el templo material es la figuración simbólica. Precisamente los tres pilares se vinculan respectivamente con el Venerable Maestro, el Primer Vigilante y el Segundo Vigilante, es decir con los tres principales oficiales de la logia (llamados las “tres luces”), aquellos que se encargan de dirigir y “ordenar” los trabajos que en ella se realizan. Son estos tres oficiales los que encienden o iluminan los pilares (y también los que los apagan durante la clausura), pronunciando al mismo tiempo que esto se cumple, las invocaciones claramente alusivas a la construcción del templo interior y del templo exterior. En el Rito Escoces Antiguo y Aceptado esas invocaciones son las siguientes:

¡Que la Sabiduría del Gran Arquitecto presida la construcción de nuestro edificio!

¡Que la Fuerza lo sostenga!

¡Que la Belleza lo adorne!

Así, estos tres oficiales asumen en sus respectivas funciones las ideas o principios representados por los nombres de los tres pilares, lo que por otro lado permite que los trabajos de logia estén en concordancia con los planes del Gran Arquitecto.

EL CUADRO DE LA LOGIA

Durante el rito de instalación y apertura de los trabajos, el hermano Experto, a petición del Venerable, extiende en el centro del templo el llamado “cuadro de la Logia”, exactamente en medio del tapiz cuadrangular del pavimento mosaico y delimitado por las “tres pequeñas luces”, o pilares, de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza. A su vez, la clausura de los trabajos se produce instantes después de que el cuadro sea recogido, de lo que se deduce que éste desempeña un papel de vital importancia en la sacralización del ritual masónico, el cual únicamente adquiere plena validez cuando el cuadro de la Logia está presente.

El origen de este cuadro, y del rito que lo acompaña, se remonta a la antigua Masonería operativa, mas en ella, y a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, el cuadro era dibujado directamente en el suelo al iniciar los trabajos (de ahí el término inglés de Tracing Board para designar al cuadro), y borrado una vez que éstos llegaban a su fin. Añadiremos que la costumbre de trazar sobre el suelo dibujos y figuras simbólicas, ha sido, y sigue siendo, una práctica bastante habitual entre ciertos pueblos tradicionales, tal y como puede comprobarse todavía entre los indios navajos de Nuevo México, cuyas pinturas sagradas realizadas con arena son muy ilustrativas al respecto.


Cuadro de Logia. Grabado de J. Curtis, 1801.

Cuadro de Logia. J. Curtis, 1801.

De hecho, es suficiente la sola presencia del cuadro -y de las tres pequeñas luces, así como de las tres grandes luces, el Libro de la Ley Sagrada, el Compás y la Escuadra- para que una tenida pueda celebrarse con toda legitimidad, aunque faltaran los restantes elementos simbólicos que decoran la Logia. Para entender todo esto, en primer lugar habría que tener en cuenta que el cuadro de la Logia “recapitula” lo que de más fundamental hay en el propio templo masónico. Incluso la forma cuadrangular o de “cuadrado largo” del cuadro guarda en su escala una exacta proporción con la de la Logia. Asimismo, la cuerda de doce nudos, o houppe dentelée, que aparece enmarcando el cuadro del grado de aprendiz en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, se corresponde con aquella otra, de igual número de nudos, que rodea por su parte superior el recinto de la Logia, siendo el significado simbólico de ambas cuerdas el mismo en uno y otro caso.

De otro lado, cada uno de los distintos grados masónicos posee su propio cuadro, pues el conjunto de emblemas y símbolos que éste contiene en su interior, conforman una síntesis visual y geométrica que “recoge” lo esencial de la enseñanza iniciática del grado correspondiente, lo que podríamos denominar su “memoria” espiritual. Como tal, el cuadro de la Logia constituye un soporte de contemplación y concentración especialmente adecuado para favorecer el despertar de la intuición intelectual, con la que se aprehenden directamente los principios de orden cosmogónico y metafísico que dicha enseñanza expresa y transmite. En este sentido, y al menos en lo que se refiere a su función simbólico-ritual, algunos autores masónicos han comparado el cuadro de la Logia con los mandalas y yantras orientales, cuya contemplación se acompaña muchas veces de la recitación de palabras sagradas o mantrams que aluden a los nombres de las energías divinas creadoras del orden cósmico, el que se concretiza en la estructura geométrico-simbólica del mandala. Esta comparación es bastante notoria con el Rito de Emulación inglés, en donde la contemplación visual se acompaña también de una lectura o comentario oral (realizado “de memoria”, como se dice expresamente) que va describiendo todos y cada una de los elementos simbólicos plasmados en el cuadro. Se determina así un encuadre o espacio sagrado y significativo, una “Tierra Sagrada” como se dice en las lecturas del Rito Emulación. Es, por tanto, un receptáculo en el que las imágenes simbólicas en él figuradas devienen las “ideas-fuerza” que vehiculan la influencia espiritual en la Masonería. Así debe ser, en efecto, sobre todo teniendo en cuenta que es alrededor del cuadro de la Logia, como centro geométrico del templo masónico, donde se cumplen las circumbalaciones rituálicas y en donde se “anuda” o “enlaza” la Cadena de Unión fraterna, es decir, el rito colectivo en el que precisamente se invoca la presencia de la energía creadora del Gran Arquitecto del Universo.

TRAZADO DEL PRIMER GRADO

Como complemento al trabajo anterior ofrecemos la transcripción completa de la lectura del trazado del cuadro de logia en el primer grado según se practica en el Rito Emulación*. Lo hemos extraído de los Rituales de la Logia de San Juan Nº 115, al Oriente de Gibraltar, según una edición de 1927. Como ya dijimos anteriormente, el cuadro, en cualquier Rito masónico, representa una síntesis visual de los principales elementos simbólicos contenidos en la Logia, comenzando por su forma misma, sus direcciones, dimensiones y medidas geométricas, que reflejan las del propio cosmos. No solamente se trata de una simple mención de esos símbolos, sino que, como en el caso de las herramientas o útiles, también se destacan las funciones para las que fueron creadas, y que son las que les dan todo su valor en la obra de la construcción material e iniciática. Asimismo, se nos describe una geografía sagrada, destacándose la idea de un “Centro” arquetípico (ejemplificado en la Estrella flamígera, símbolo entre los antiguos masones del Gran Arquitecto) en torno al cual se organiza todo el cuadro, y por extensión la Logia, y que está presente de manera oculta y germinativa en el corazón del hombre. Se trata, en suma, de un excelente soporte para la meditación y la concentración que coadyuvan al conocimiento del verdadero sentido del trabajo masónico. Para más ampliación sobre el tema recomendamos el excelente estudio realizado por J. François Ferraton, titulado “El Cuadro de Logia como soporte de meditación y como lugar del gesto”, aparecido en el Nº 8 de la revista Villard de Honnecourt.

*Lectura del trazado del cuadro de primer grado (1927)

Los usos y costumbres entre Masones han tenido siempre un parecido cercano a los de los antiguos Egipcios. Sus filósofos, remisos a exponer sus misterios al vulgo, enseñaban sus sistemas de estudios y constitución por medio de señales y figuras jeroglíficas, las cuales eran comunicadas a sus principales Sacerdotes y Magos solamente, quienes estaban sujetos por juramento sagrado a ocultarlas. El sistema de Pitágoras fue fundado de manera parecida, así como muchos otros de tiempo más reciente. La Masonería, sin embargo, no es solamente la más antigua, sino también la sociedad más honorable que ha existido, porque no hay un carácter o emblema aquí representado que no sirva para inculcar los principios de piedad y virtud entre todos aquellos que profesan sus verdaderos ideales.

Permítame primeramente llame su atención a la hechura de la Logia, que es cuadrilonga, su largo de Oriente a Occidente, su ancho entre Norte y Sur, su base desde la superficie de la Tierra hasta su centro, y de altura hasta el Cielo. La razón de que una Logia Masónica es representada de tan inmensa extensión es para demostrar la universalidad de las ciencias, igualmente porque la caridad de un Masón no debe tener más límites que los de la prudencia.

Nuestras Logias están sobre tierra Sagrada, porque la primera Logia fue consagrada debido a tres grandes ofrecimientos que se hicieron en ella, que hallaron la Aprobación Divina. Primero: la pronta complacencia de Abraham con la voluntad de Dios en no rehusar ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio, complaciéndole luego al Altísimo sustituirlo por otra víctima más agradable. Segundo: las muchas piadosas oraciones y jaculatorias del rey David, que apaciguó la ira de Dios, y detuvo una pestilencia que entonces hacía estragos entre los suyos, debido a haberlos enumerado inadvertidamente. Tercero: las muchas oblaciones, acción de gracias, sacrificios y costosas ofrendas hechas por Salomón, rey de Israel, a la terminación, dedicación y consagración del Templo de Jerusalén al servicio de Dios. Esos tres fueron entonces, son ahora y espero serán siempre, motivos para que nuestras Logias estén sobre tierra Sagrada.

Nuestras Logias están construidas de Oriente a Occidente, porque todos los lugares dedicados a Dios, así como las Logias Masónicas, debidamente formadas y constituidas, están o deben estar construidas así, por lo cual asignamos tres Razones Masónicas. Primera: el Sol, la Gloria del Señor, sale por Oriente y se pone por Occidente. Segunda: la erudición tomó su origen en el Este, y desde allí esparció su benigna influencia al Oeste. La tercera, última y gran razón, la cual es muy larga de contar, es explicada en el curso de nuestras leyendas, lo que espero tenga muchas oportunidades de oír.

Nuestras Logias están sostenidas por tres grandes pilares. Ellos se llaman Sabiduría, Fuerza y Belleza; Sabiduría para dirigir, Fuerza para soportar y Belleza para adornar; Sabiduría para dirigirnos en todas nuestras empresas; Fuerza para soportarnos en todas nuestras dificultades, y Belleza para adornar interiormente al hombre. El Universo es el Templo del Señor, a quien servimos: Sabiduría, Fuerza y Belleza, están cerca de Su trono como pilares de Su obra, pues Su Sabiduría es infinita, Su Fuerza, omnipotente, y Su Belleza brilla por toda la creación con simetría y orden. El Cielo lo ha extendido como un dosel; la Tierra la ha puesto como un suelo; con estrellas adorna Sus Sienes como una diadema, y con Sus Manos extiende el poder y la gloria. El Sol y la Luna son mensajeros de Su voluntad y toda Su ley es armonía. Los tres grandes pilares que sostienen una Logia Masónica, son emblema de estos atributos Divinos. Además representan a Salomón, rey de Israel; Hiram, rey de Tiro, y Hiram Abí. A Salomón, rey de Israel, por su sabiduría en edificar, completar y dedicar el Templo de Jerusalén para el servicio de Dios; a Hiram, rey de Tiro, por su fuerza sosteniéndole con hombres y materiales; y a Hiram Abí, por su curiosa y hábil arquitectura al hermosearla y adornarla; pero como no tenemos órdenes en Arquitectura conocidas por los nombres de Sabiduría, Fuerza y Belleza, aludimos a las tres más célebres, que son: el Jónico, Dórico y Corintio.

Las Logias Masónicas están cubiertas de un celestial dosel de diversos colores, a imagen del Cielo. El camino por el cual nosotros, como masones, esperamos llegar, es por medio de una escala, llamada en la Sagrada Escritura la Escala de Jacob. Esta se compone de muchos escalones, que nos señalan otras tantas virtudes, pero tres principales, que son Fe, Esperanza y Caridad. Fe en el Gran Arquitecto Del Universo, Esperanza en la salvación, y Caridad para con todo el género humano. Esta escala alcanza al Cielo, y descansa sobre el Volumen de la Divina Ley, pues por las doctrinas que contiene ese sagrado libro, somos enseñados a creer en la Divina providencia, la cual refuerza nuestra fe, y nos ayuda a ascender el primer escalón; esta Fe naturalmente crea en nosotros una esperanza de que seremos partícipes de las benditas promesas que contiene, cuya esperanza nos ayuda a ascender el segundo escalón; pero el tercero y último, siendo la Caridad, lo comprende todo, y el masón que está en posesión de esta virtud en su más amplio sentido puede justamente ser considerado de haber llegado al límite de su profesión; figuradamente hablando, una mansión etérea, velada a los ojos de los mortales por el estrellado firmamento, emblemáticamente representado aquí por siete estrellas, que aluden a otros tantos masones, sin cuyo número ninguna Logia es perfecta, ni tampoco puede ningún candidato ser legalmente iniciado.

El interior de una Logia Masónica se compone de Ornamentos, Mobiliario y Joyas. Los ornamentos son el Pavimento de Mosaico, la Estrella de Bendición y el Dentado o Taraceado borde. El Pavimento de Mosaico es el bello entarimado de la Logia, la Estrella de Bendición la gloria en el centro, y el Dentado o Taraceado borde la orilla alrededor de la misma. El Pavimento de Mosaico puede justamente considerarse como el bello entarimado de una Logia, por estar abigarrado y variado. Esto nos enseña la diversidad de objetos que adornan lo creado, tanto lo animado como lo inanimado. La Estrella de Bendición, representa al Sol, que ilumina la Tierra, y por su benigna influencia derrama sus bendiciones sobre toda la humanidad. El Dentado o Taraceado borde nos muestra a los planetas, quienes en sus revoluciones forman un bello borde u orilla alrededor del gran luminar, el Sol, de la misma manera que éste lo hace alrededor de una Logia Masónica. El mobiliario de la Logia consiste del Volumen de la Sagrada Escritura, el Compás y la Escuadra; la Sagrada Escritura gobierna y rige nuestra Fe, y sirve para juramentar a nuestros candidatos; así como el Compás y la Escuadra unidos gobiernan nuestras vidas y acciones. La Sagrada Ley fue enviada por Dios a los hombres en general, el Compás pertenece al Gran Maestro y la Escuadra a toda la Hermandad.

Las Joyas de la Logia son tres movibles y tres inamovibles. Las tres movibles son la Escuadra, el Nivel y la Perpendicular (o Plomada). Entre masones operativos la Escuadra sirve para probar y ajustar los ángulos rectangulares y asiste a traer la materia tosca a su debida forma; el Nivel sirve para nivelar y probar horizontales; y la Perpendicular para probar y ajustar perpendiculares, mientras son fijadas sobre sus debidas bases. Entre masones libres y aceptados, la Escuadra nos enseña moralidad, el Nivel igualdad y la Perpendicular rectitud de vida y acciones. Se las llaman movibles porque son usadas por el Maestro y sus Vigilantes, y son transferidas a sus sucesores en noches de instalación. El Maestro se distingue por la Escuadra, el Primer Vig. por el Nivel, y el Segundo Vig. por la Perpendicular. Las Joyas inamovibles son la plancha de trazar, la piedra tosca y la piedra cúbica. La plancha de trazar sirve al Maestro para trazar y designar; la Piedra bruta sirve al Aprendiz para trabajar sobre ella; y la cúbica la usa el hábil Compañero para probar y ajustar sus herramientas. Se las llaman inamovibles porque están en sitio fijo y visible en la Logia para estudio de los hermanos.

Así como el caballete sirve al Maestro para trazar y delinear, como guía a los hermanos para terminar sus trabajos con regularidad y esmero, de la misma manera el Volumen de la Sagrada Ley puede justamente considerarse como la plancha de trazar espiritual del G. A. D. U., en el cual hay trazadas todas las leyes Divinas y planos, que si estuviéramos versados en ellas y las practicáramos, nos llevarían a una mansión etérea de eterna gloria. La piedra bruta es una piedra como recién sacada de la cantera, hasta que por la industria y habilidad del obrero es modelada, labrada y dejada servible para la edificación de la estructura; ésta representa al hombre en su estado infantil o primitivo, rudo y sin pulimento como esa piedra, hasta que con el cuidado y atención de sus padres o tutores, dándole una educación virtuosa y liberal, su mente es cultivada, y lo hacen digno de pertenecer a la sociedad civilizada. La piedra perfecta es una piedra de un verdadero dado o perfectamente cuadrada, dispuesta a ser probada solamente por la Escuadra y el Compás; ésta representa al hombre en el declive de su vida, después de una vida de piedad y virtud, que no puede ser probada de otra manera más que por la Escuadra de la palabra de Dios y el Compás de su misma conciencia.

En toda Logia regular, debidamente formada y bien constituida, hay un punto dentro de un círculo alrededor del cual los Hermanos no pueden errar; este círculo se halla comprendido y rodeado de Norte a Sur por dos grandes líneas paralelas; una representa a Moisés, y la otra al rey Salomón; en la parte alta de este círculo descansa el Volumen de la Sagrada Ley, que sostiene la Escala de Jacob, cuya parte superior alcanza el Cielo; y si estuviéramos tan versados como ese sagrado libro, y tan adheridos a las doctrinas contenidas en él, como esas dos líneas paralelas están, nos conduciría a El, quien no nos engañaría ni tampoco El sufriría decepción. Al pasar alrededor de este círculo, tenemos por necesidad que tocar ambas líneas paralelas, de la misma manera sobre el Volumen de la Sagrada Ley; y mientras un masón se mantenga dentro de este círculo no puede equivocarse.

La palabra Lewis denota fuerza, y está representada aquí por ciertas piezas metálicas introducidas en la piedra a cola de pato, formando una grapa y en combinación con alguno de los sistemas mecánicos, tales como un sistema de poleas; el masón operativo puede levantar grandes pesos hasta ciertas alturas sin gran esfuerzo y fijarlas sobre sus propias bases. Lewis, asimismo, denota el hijo de un masón; su obligación hacia sus padres es soportar el trabajo y fatigas del día, que ellos debido a su edad deben ser exceptuados, asistirlos en sus necesidades y así hacer que sus últimos días sean felices y confortables; el privilegio que con esto adquiere es el de ser iniciado en nuestra orden antes que cualquiera otra persona, por muy digna que sea.

Pendiente de los cuatro ángulos de la Logia hay cuatro borlas que aluden a las cuatro virtudes capitales, que son: Templanza, Fuerza, Prudencia y Justicia, todas las cuales, según las antiguas tradiciones, fueron constantemente practicadas por una gran mayoría de nuestros antiguos hermanos. Los distintivos característicos de un buen masón, son: Virtud, Honor y Misericordia, y puedan éstos siempre ser hallados en el pecho de un Masón.

 

Notas

[1]    Federico González, La Rueda: una imagen simbólica del cosmos, cap. I.