FRANCISCO ARIZA

MASONERÍA
Símbolos y Ritos

 

Capítulo IV

ALGUNOS SIMBOLOS Y RITOS MASONICOS
(continuación y fin)

EL SIMBOLISMO DEL TERNARIO

En el Manual del Grado de Aprendiz del Rito Escocés Antiguo y Aceptado se encuentra una referencia expresa al simbolismo de los números, tan importante en la Masonería:

P.– ¿Cuáles son esos Misterios?

R.– Se deducen de las propiedades intrínsecas de los números.

De todos es sabido el lugar preponderante que ha ocupado el número en las cosmogonías de todas las culturas tradicionales, para quienes era completamente desconocido el uso cuantitativo que hoy en día se hace de él, pues por lo general se ignora su aspecto cualitativo y sagrado, que es el que precisamente siempre ha tenido en aquellas culturas, y el que sin lugar a dudas se contempla también en el simbolismo masónico. Señalemos en este sentido que entre las siete Artes Liberales practicadas en la Masonería (Gramática, Retórica, Lógica, Aritmética, Geometría, Música y Astronomía), la Aritmética corresponde a la cuarta, y por tanto tiene una posición “central” con respecto a las demás, lo que quiere decir que éstas son como una “irradiación” de ella, es decir que se estructuran de acuerdo a las “propiedades intrínsecas de los números”, que conllevan en sí mismos la idea de proporción (o analogía), lo que permite las relaciones armónicas entre las partes de un todo o conjunto, ya se trate ese todo del discurso humano o del Gran Arquitecto (el Ieros Logos o “Discurso Sagrado” del que nos hablan los pitagóricos), a través del cual el caos se convierte en orden al extraer de él todas las posibilidades de manifestación.[1]

Como ya sabemos, de entre esas artes y ciencias la que mantiene un vínculo más estrecho con la Aritmética es sin duda alguna la Geometría, la “ciencia de la medida”. A cada número le corresponde una figura geométrica, y viceversa. El uno equivale al punto, el dos a la recta, el tres al triángulo, el cuatro al cuadrado, el cinco a la estrella pentagramática, etc. Si para Pitágoras:

Todo está arreglado conforme al Número,

para Platón:

...ni el cuadrado ni el círculo tienen, como las otras cosas, una belleza arbitraria, sino que son absolutamente bellas en sí,

y es conocido que para ambos las aplicaciones de los números y las formas geométricas traducen bajo sus expresiones simbólicas la acción de los principios creadores en el mundo y la realidad concreta de las cosas, es decir que son esencialmente ideas-fuerza emanadas del Pensamiento del Ser o Unidad primordial.

En este sentido la expresión hermética "Todo es Uno" indica precisamente el vínculo indivisible entre el conjunto de la Manifestación Universal (el Todo) y su Principio o Causa primera (el Uno); y a su vez la expresión "Uno es el Todo" sugiere que la Unidad del Ser está presente en todas la cosas, y que es gracias a ello que todo existe, pues como nos dice el sabio taoísta Chuang-Tseu:

No preguntes si el Principio está en esto o en aquello. El está en todos los seres. Es por eso que se le da los epítetos de grande, de entero, de universal, de total.

En este caso el Todo no es sino el resultado de la adición o suma de los cuatro primeros números: 1+2+3+4=10, de lo que resulta el Cuaternario o la Tetraktys pitagórica. Esto mismo es lo que nos dice Lao-Tse en el Tao-Te-King.

El Tao engendró la Unidad, la Unidad engendró la Dualidad, la Dualidad produjo la Tríada, la Tríada dio vida a todas las cosas.

Además de la Tetraktys, cuya forma geométrica es triangular, la figura geométrica que corresponde a las relaciones entre el Cuaternario y el Denario es el círculo con una cruz de brazos perpendiculares inscrita en su interior. Muy sumariamente los cuatro radios que dividen el círculo representan otras tantas emanaciones que surgen del punto central, que al expandirse en todas las direcciones crean y realizan íntegramente el espacio, que de esta manera se constituye en el símbolo del plano de reflexión donde tiene lugar el desarrollo de la Manifestación.[2] Según esto, siendo la Década el símbolo de la manifestación de las posibilidades contenidas en la Unidad primigenia, es en definitiva esa Unidad misma porque 10 es igual a 1+0=1.

Igualmente, la unidad aritmética, considerada como el símbolo de la Unidad metafísica, está contenida en toda la serie numérica, puesto que es por la suma de sí misma que surgen todos los números, los cuales existen porque cada uno de ellos contiene a la propia unidad. A este respecto, y como leemos en el cap. 12 de Símbolo, Rito, Iniciación:

Siendo en apariencia el más pequeño de los números [la unidad aritmética] es, sin embargo, desde una perspectiva “real”, el más grande de todos. Poniendo un ejemplo, cuantitativamente el número 365 es 365 veces más grande que la unidad; cualitativamente, ese número es la fragmentación de la unidad en 365 partes. Es decir, que en realidad el Uno no sólo está contenido en los demás números, sino que, además, la Unidad los contiene a todos dentro de Sí Misma, pues es el principio y origen de toda posible numeración.

Estas sutilidades numéricas nos indican que todo surge del Ser, y que todo vuelve a él tras cumplir su propio ciclo de manifestación, ejemplificada universalmente por el Cuaternario y el Denario.

Sin embargo, hemos de tener en cuenta que la referencia que se hace en el Manual de Instrucción es al Ternario más que al Cuaternario, aunque éste naturalmente está implícito en aquel, lo que indica que aquí se trata sobre todo del plano "ontológico", simbolizado precisamente por los tres primeros números. Y el hecho de que su estudio pertenezca a la instrucción del primer grado nos sugiere que el aprendiz masón debe, en primer lugar, tomar conciencia de cuáles son los principios creadores, de conocer sus nombres y símbolos, meditando sobre ellos, pues no hay que olvidar que este grado conforma la base y el fundamento de la estructura iniciática de la Orden masónica, apoyada sólidamente en los principios teóricos, aunque éstos se comprendan en toda su profundidad con la adquisición efectiva del grado de compañero y de maestro:

– ¿Qué habéis aprendido por el estudio del Número Uno? – Que todo es uno, y que nada podría existir fuera del todo: "uno es todo".

– Cómo formuláis los principios que os revela el estudio del número Dos? – A menudo el hombre asigna artificialmente límites a lo que en realidad es uno e ilimitado. Sólo lo percibimos diferenciando el objeto observado de su entorno. Bajo este punto de vista, Dos es el número de la Ciencia. Pero al mismo tiempo representa un antagonismo que conviene conciliar.

–¿Qué concluís de todo ello? – Que hay que llevar la Dualidad hacia la Unidad por medio del número Tres.

El Ternario constituye para nosotros la representación inteligible de la Unidad. Por esta razón la Masonería recuerda la luz del Ternario por sus principales símbolos.

Como su propio nombre indica la Ontología trata del conocimiento del Ser o Unidad. Pero por su propia naturaleza trascendente la Unidad es la Idea más alta que hombre pueda concebir, pues como se dice en la Cábala:

más allá del Uno ¿qué puedes contar?,

lo que quiere decir: más allá de la Unidad ¿qué puedes comprender? Lo que está “más allá" de la Unidad es el Gran Misterio, absolutamente incondicionado, infinito y eterno.

Es mediante la polarización de la Unidad, es decir mediante la "suma" de sí misma: 1+1=2, que ella empieza a ser conocida por el ser humano, pues el concepto de dos (o Díada como decían los pitagóricos) necesariamente ha de llevarnos a concebir que también existe el concepto de uno, es decir de la Unidad metafísica (o Mónada según los mismos pitagóricos), un "lugar" por decirlo así donde se concilien todas las dualidades y todas las oposiciones, empezando por la más alta de todas ellas: la Esencia y la Substancia universales, de la cual nace el binomio masculino-femenino en sus indefinidas variedades.

Sin embargo, toda dualidad por el hecho de serlo implica, en cierto modo, una negación de la Unidad, de ahí que represente "un antagonismo que conviene resolver". Si como dice el Manual de Instrucción el Dos es el número de la Ciencia es porque a partir de él da comienzo el estudio de las relaciones entre el sujeto que conoce y el objeto conocido. Pero en la Unidad (o en el estado que corresponde a ella) no puede haber distinción ni separación alguna que pueda dar cabida a la dualidad, puesto que en la Unidad del Ser sujeto y objeto se identifican. Como señala de nuevo la Cábala, y en general todas las doctrinas iniciáticas:

El (el Uno sin segundo) se conoce a Sí mismo por Sí mismo,

o también "El Ser es el Ser", de manera que ese aparente antagonismo se resuelve mediante el simbolismo numérico sumando al dos de nuevo la unidad, es decir 2+1=3.

En realidad la dualidad irreductible no existe, porque si así fuese sería imposible crear cualquier cosa. Todos los seres concilian sus aparentes oposiciones en un punto neutro, que es el factor de equilibrio imprescindible para su propia existencia. Lo mismo podría decirse del axioma clásico: Tesis-Antítesis-Síntesis, que reproduce el desarrollo de cualquier idea o concepto y su síntesis mediante la conciliación de su antítesis. Cuando la Unidad se polariza y surge el Binario simultáneamente a esa misma acción se crea el Ternario, como nos detalla el simbolismo geométrico con la figura del triángulo. La unidad, que sería el vértice superior de dicho triángulo, al polarizarse, al "salir" o "alejarse" de sí misma, irradia dos líneas diagonales simétricas que llegadas hasta sus propios límites crean un plano de reflexión al ser unidas mediante el trazado de una línea horizontal. Por otro lado, si consideramos sólo ese eje horizontal los dos extremos del mismo serían como la expansión de un punto situado en el centro a igual distancia de ambos extremos, siendo este punto central la proyección de la vertical que parte del vértice superior del triángulo:

 

 

Así pues, y aquí el simbolismo geométrico es bastante explícito, tanto se la encare "por arriba como por abajo", es la Unidad el principio creador por excelencia, conciliando además todas las posibles oposiciones o contrarios que pudieran darse cuando las cosas toman la apariencia de lo dual. Y el triángulo, como símbolo del Ternario, sería entonces la imagen más perfecta y la primera "forma" que adquiere el Ser universal, o Gran Arquitecto, el Sí mismo infinito y sin límites, para hacerse inteligible al hombre.

La Masonería adopta el Ternario como uno de sus principales símbolos, el cual está reflejado especialmente por el Delta Radiante. Además, de los símbolos más importantes y que conforman tríadas eminentemente creativas se encuentran las Tres Grandes Luces: el Volumen de la Ley Sagrada, el Compás y la Escuadra. Igualmente los tres pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza. Además los tres pilares están relacionados con el Venerable Maestro, el Primer Vigilante y el Segundo Vigilante, respectivamente, los cuales son las "tres luces" encargadas de dirigir los trabajos de la Logia.

Es indudable que este rico e importante simbolismo de los tres primeros números se presta a más largos desarrollos, pero al menos con los lineamientos aquí vertidos se habrá podido sugerir que ya en el primer grado se encuentra todo lo necesario para ir comprendiendo la verdadera razón de ser de la Orden masónica, que comporta un carácter sagrado que no hay que ignorar ni subestimar, so pena de suprimir el término de universal que con toda legitimidad se le atribuye.


[1]    Recordemos que las siete Artes Liberales se corresponden simbólicamente con los siete planetas, contando entre ellos al Sol, el astro rey, señor y dueño de su sistema, que ocupa también el cuarto lugar y que por ello mismo se relaciona con la Aritmética. Sobre las Artes Liberales ver R. Guénon: El Esoterismo de Dante, cap. III. También José Manuel Río: “Simbólica de las Artes Liberales”, en Symbolos Nº 1. Allí podemos leer lo siguiente: “Como todas las artes y ciencias de origen tradicional, [las Artes Liberales] han servido de vehículo de expresión y enseñanza para verdades de un orden superior al de su propia literalidad, y ese fue también el caso en la Edad Media y principio del Renacimiento. Queremos decir que no sólo estuvieron al servicio de una teología como hoy se la entiende, sino de algo de orden más profundo, donde se da la verdadera unidad de las formas tradicionales, la metafísica, pudiendo servir así de soporte o auxilio en la realización iniciática”.

[2] Ver F. González: "El simbolismo de la rueda", cap. II de La Rueda. Una Imagen Simbólica del Cosmos. También R. Guénon: "La idea del centro en la tradiciones antiguas", cap. VIII de Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada.

LA PLANCHA DE TRAZAR

Es uno de los símbolos pertenecientes al tercer grado, aunque también es motivo de estudio en el primero y el segundo, en donde aparece dibujada en sus respectivos cuadros de logia. Se trata de una de la tres “joyas inmóviles” de la Logia, junto a la piedra bruta y la piedra cúbica, símbolos respectivos del aprendiz y del compañero. Su forma está constituida por dos rectas horizontales recortadas en ángulo recto por otras tantas rectas verticales:


 

Aparecen así nueve partes dispuestas en tres líneas y tres columnas, sobre las cuales se distribuyen los nueve primeros números naturales, o enéada. Se trata, por tanto del triple ternario, de ahí que también reciba el nombre de “plancha tripartita”, en inglés tiercel board, de donde proceden trestle board y tracing board, referidos al cuadro de la logia, en el que también aparecen trazados signos y símbolos. Algunos autores, como Arturo Reghini, han señalado que el origen de la plancha de trazar remonta al pitagorismo, y más concretamente a la tabla de Theón de Esmirna,


1       2       3

4       5       6

7       8       9

en la que la división ternaria tenía una importancia especial, de tal manera que

los números de la segunda línea [4-5-6] son los medios aritméticos de los números de las otras dos líneas pertenecientes a la misma columna; así 4=(1+7)/2, 5=(2+8)/2, 6=(3+9)/2. Y paralelamente los números de las otras dos columnas pertenecientes a la misma línea; así 2=(1+3)/2, 5=(4+6)/2, 8=(7+9)/2. El número cinco, que ocupa la casa central, tiene, además, la propiedad de ser la media aritmética de los números extremos de cada línea, columna o diagonal que pase por su casa [...] La plancha tripartita, como el Delta, o tetraktys, se refieren a los números de la década. La plancha tripartita contiene los nueve primeros números distribuidos en tríadas y dispuestos con el fin de que el número cinco sea el único central. La suma global de los números de la plancha tripartita es 45=5·9; la de los números de la tetraktys es 55=5·11; y el global de 100=102. La tetraktys se relaciona con la numeración decimal y se basa sobre la derivación de los números por desarrollo lineal, plano y espacial. La plancha tripartita se basa sobre la numeración ternaria, y sobre la función e importancia que el número tres tiene en la filosofía pitagórica.

El mismo autor señala que la plancha de trazar puede asociarse con

el antiguo ábaco pitagórico, el deltos o mensa pitagórica, confundida más tarde con la antigua tabla de Pitágoras, que hasta no hace mucho se enseñaba todavía en nuestras escuelas (A. Reghini: Les Nombres Sacrés dans la Tradition Pythagoricienne Maçonnique, cap. VI).

La tabla de Theón también se disponía así:


1       4       7

2       5       8

3       6       9

Se trata, por tanto, del estudio de los nueve primeros números (que encierran las posibilidades indefinidas de lo numerable), de conocer sus propiedades y las relaciones simbólicas que existen entre todos ellos. Esos números son sobre todo proporciones y medidas que revelan la estructura armónica del mundo, expresada asimismo en las formas geométricas (que son el cuerpo del número), y plasmándose a través de éstas en la construcción, concebida a imitación del orden cósmico. De ahí que en algunos rituales se diga que la plancha de trazar

sirve al Maestro para trazar los planos y diseñar los proyectos afin de permitir a los Hermanos construir el futuro edificio con regularidad y exactitud.

Esta es precisamente una de las razones de por qué la plancha de trazar está vinculada con la piedra bruta y la piedra cúbica, los dos elementos fundamentales de la construcción, y sobre los cuales se aplican con “paciencia y perseverancia” las herramientas del trabajo masónico.

Añadiremos que en la plancha de trazar la única casilla que aparece completamente cerrada es precisamente la que corresponde al número cinco, el cual ocupa una posición verdaderamente “central” en la Masonería, como lo demuestra la importancia otorgada a la Estrella Flamígera, que era antiguamente uno de los símbolos de la maestría antes de que pasara a formar parte del grado de compañero.

 

 

Esa posición central del cinco la encontramos también en el “cuadrado mágico” de Saturno, así como en el esquema del Ming-Tang chino, con los cuales la plancha de trazar tiene claras analogías.

La utilización de la plancha de trazar como “clave” del alfabeto masónico aparece con el advenimiento de la Masonería especulativa en el siglo XVIII. Seguramente ese alfabeto deriva de la escritura cifrada utilizada por algunos cabalistas cristianos y herméticos del Renacimiento, como Cornelio Agrippa, que substituían la letra hebrea por su casilla correspondiente. En la Masonería, que utiliza en este caso el alfabeto latino pero cuyo número de letras son 22 como el hebreo, se hace exactamente de la misma manera:

 

 

Cada letra de ese alfabeto es una de las nueve casillas de la plancha de trazar, a las que se le añaden un punto hasta completar 18 letras. Las cuatro letras restantes hasta las 22 surgen de las cuatro escuadras que forman una X o cruz de San Andrés. Llama particularmente la atención la forma que adquiere la letra L, inicial de Logia, que corresponde al cuadrado central con un punto en medio. Esta figura es verdaderamente una imagen del centro del mundo, que es lo que la Logia masónica simboliza, y más especialmente cuando ésta trabaja en la “Cámara del Medio”.

 

 

La plancha de trazar, como se dice en algunos rituales del grado de aprendiz, también simboliza la memoria, que es una de las facultades del alma humana, y gracias a la cual está en permanente “recuerdo” de su origen divino, según el sentido de la anamnesis platónica. A ello, sin duda, contribuye el estudio de la plancha tripartita, dividida en nueve partes, como nueve son también las musas, nacidas de Mnémosyne (la diosa Memoria) al ser fecundada por Apolo, el dios geómetra que la Masonería identifica con el Gran Arquitecto del Universo. En la vía iniciática conocer es recordar.

LOS COMPAÑEROS

La palabra 'compañero' quiere decir "el que comparte su pan". En su significado mismo hallamos, pues, lo que dicha palabra es en esencia: un gesto de generosidad y desprendimiento. Este gesto es, sin duda, una forma del amor y de la belleza, las que se manifiestan como energías benefactoras que disuelven los espejismos del ego ilusorio, de esa entidad psíquica enemiga de lo humano. En el contexto iniciático, esto es, en el plano de las ideas, "compartir el pan" no es otra cosa que dar lo mejor de uno mismo, pues no tan sólo esta expresión se está refiriendo al alimento material, sino sobre todo al alimento sutil y espiritual que sustenta y propicia el crecimiento del ser interior. Al que ha recibido una herencia de este orden le nace compartirla con otro, o con otros; sabe que a él no le pertenece, en el sentido de que dicha herencia no es de la 'propiedad' exclusiva de nadie. Los que a sí mismos se sienten receptores de la Palabra no pueden hacer sino comunicarla, ser sus emisarios, brindando la posibilidad de que al 'otro', que es su semejante, le sea restituido el recuerdo y la memoria. Todo ello supone una entrega y una plena identificación con la Tradición, pues es ella, y su energía salvífica, la que verdaderamente es el vehículo transmisor del Conocimiento.

El que se siente compañero de otros lo da todo por ellos, es decir se sacrifica (con todo lo que esta palabra significa de 'hacer sagrado'), les entrega su vida para después ganarla, pues como se afirma en los Evangelios:

El que quiera salvar su alma (su vida), la perderá.

Hay entonces una voluntad de servicio en el gesto de dar y compartir, y es esto precisamente lo que distingue a los auténticos copartícipes en la cadena tradicional, de aquellos otros que antes de entregarse presuponen las 'ganancias' o los 'intereses' que su acción les puede reportar. Es en los Evangelios donde asimismo se dice:

Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha.

Esta sería también la idea de fraternidad iniciática: los que comparten la Tradición y la doctrina han sido aspirados por ella, y muriendo, han vuelto a nacer de nuevo, pero ya no como extraños los unos a los otros, sino que un vínculo, sellado por un secreto, les hermana en lo invisible y sagrado. Naturalmente, esto no tiene nada que ver con la mojigatería 'beata' con olor a sacristía, y además ese vínculo no es ningún yugo. Al contrario, los hermanos y compañeros son hombres libres, o aspiran a serlo, pues su 'contrato' es consigo mismos, y ese secreto es algo que está guardado en lo más profundo del corazón, sin ellos muchas veces saberlo. En todo caso, esto siempre es una sorpresa y un permanente asombro. Si así no fuera, la posibilidad de la fecundación y la regeneración no tendría lugar, y por consiguiente sobrevendría la petrificación. El "amiguismo" y la complicidad sustituirían a la auténtica fraternidad.

 

Cena masónica

Pintura francesa c. 1785

 

No es por casualidad entonces que la palabra compañero sea el nombre de un grado iniciático, concretamente del segundo de los tres que componen la Masonería. Por otro lado, también existe una orden iniciática por nombre Compañerazgo, que tanta relación tuvo, y tiene, con aquélla. Y es interesante resaltar que ambas organizaciones son de origen artesanal, lo que quiere decir que el trabajo colectivo se toma como la base y el fundamento para el desarrollo espiritual del ser que participa de ellas. Asimismo, en el sello de la antigua Orden del Temple aparecen dos jinetes compartiendo el mismo caballo, o el mismo vehículo simbólico, dando a entender que la colaboración y la ayuda mutua son imprescindibles también en una organización que, como el Temple, fue sobre todo caballeresca y guerrera. En suma, que el gesto de "compartir el pan" es una cualidad inherente al proceso iniciático, cualquiera sea la forma que éste adopte, y que si ese gesto faltara se haría bien difícil, por no decir imposible, emprender y continuar el viaje hacia el Conocimiento. 

EL SIMBOLO Y EL RITO DE LA CADENA DE UNION

La cadena de unión es sin duda alguna uno de los símbolos más significativos de entre todos los que decoran la Logia masónica. Se trata de un cordel que rodea todo el templo por su parte superior. Esta situación en lo “alto” le da una connotación celeste, confirmada por los doce nudos que aparecen de trecho en trecho a lo largo de todo el cordel, los cuales simbolizan los doce signos del zodíaco. Esos nudos se corresponden, además, con las doce columnas que excepto por el lado de Oriente también rodean el recinto de la Logia. Cinco de esas columnas están situadas en el lado de Septentrión, otras tantas a Mediodía, y las dos restantes –las columnas J y B– a Occidente.

Para comprender esta simbólica habría que tener en cuenta que la Logia es, ante todo, una imagen del mundo, y como tal debe existir en ella una representación de lo que constituye el “marco” mismo del cosmos, que es propiamente el zodíaco. Muchos recintos o santuarios sagrados –al igual que las ciudades edificadas según las reglas de la arquitectura tradicional–, siendo la proyección en la tierra del orden celeste, están de una u otra manera “enmarcados” por las constelaciones zodiacales. Es el caso, por ejemplo, del Ming-Tang chino, del Templo de Jerusalén (y su arquetipo la Jerusalén Celeste), de muchas fortalezas templarias, y en construcciones tan antiguas como puedan ser el crómlech megalítico de Stonehenge. Asimismo, los masones operativos, y en general los artesanos constructores de cualquier sociedad tradicional, se servían de un cordel para determinar la posición correcta de los templos o catedrales, que siempre y de forma invariable, estaban orientados según las direcciones del espacio señaladas por los cuatro puntos cardinales, exactamente igual que la Logia. Ahora bien, como menciona René Guénon:

... entre las funciones de un 'marco' quizá la principal es mantener en su sitio los diversos elementos que contiene o encierra en su interior de modo de formar con ellos un todo ordenado, lo cual, como se sabe, es la significación misma de la palabra 'cosmos'. Ese 'marco' debe pues, en cierta manera, 'ligar' o 'unir' esos elementos entre sí, lo que está formalmente expresado por el nombre de 'cadena de unión', e inclusive de esto resulta, en lo que a ella concierne, su significación más profunda, pues como todos los símbolos que se presentan en forma de cadena, cordel o hilo (todos ellos símbolos del eje) se refieren en definitiva al sûtrâtmâ.3

Por consiguiente, la cadena de unión masónica vendría a significar, considerada desde el punto de vista metafísico, exactamente lo mismo que la “cadena de los mundos”: un símbolo que resume el conjunto de todos los estados, seres y mundos que conforman la manifestación universal, los cuales subsisten y están ligados entre sí por el “hilo de Atmâ” (sûtrâtmâ), es decir por su hálito o espíritu vivificador.

Por otro lado, la cadena de unión es también la cuerda anudada (o houppe dentelée) que aparece figurada en los “cuadros de Logia” masónicos, y concretamente en los pertenecientes a los grados de aprendiz y de compañero. La significación simbólica de dicha cuerda es idéntica a la de la cadena de unión, pero, al mismo tiempo, y vinculado específicamente con el simbolismo del cuadro de Logia, habría que considerar también otro aspecto importante de ella: el que tiene como función “proteger”, además de “unir” y de “ligar”, los símbolos y emblemas que aparecen dibujados en el cuadro, el que es considerado como un espacio sacralizado, y por tanto inviolable. En este sentido, la idea de “protección” está incluida en el simbolismo de los nudos y las ligaduras, que por sus formas respectivas recuerdan el trazado de los dédalos y laberintos iniciáticos. En la simbólica universal, el laberinto, además de estar relacionado con los “viajes” y las pruebas iniciáticas, también tiene como función la defensa y protección de los lugares sagrados o centros espirituales, impidiendo el acceso a los mismos a los profanos que no están cualificados para recibir la iniciación. Pero la defensa se extiende igualmente (y podríamos decir que principalmente) a impedir el acceso a las influencias sutiles del psiquismo inferior, el que por su carácter especialmente disolvente representan un claro peligro que ha de ser controlado y evitado a toda costa, pues por medio de esas influencias se introducen determinadas energías maléficas y caóticas destinadas a destruir, o en el mejor de los casos a debilitar, a los propios centros espirituales y a las organizaciones tradicionales ligadas a ellos, y consecuentemente a impedir en lo posible la comunicación con las influencias verdaderamente superiores, de las que esos centros y organizaciones han sido -y son- precisamente el soporte. Y al hilo de esta última reflexión, quizá no estaría de más señalar los peligros de disolución (o de petrificación, pues para el caso es lo mismo) que en la actualidad acechan a la Masonería, ya que es a todas luces evidente que esta organización tradicional se ha visto sometida a una paulatina extirpación de la dimensión iniciática y esotérica de sus símbolos y sus ritos. Y lo que es tal vez más lamentable es que esa acción ha sido llevada a cabo muchas veces por masones que no han comprendido que es precisamente gracias a esos símbolos y ritos (revelados en el origen y transmitidos a lo largo del tiempo) que la Orden masónica adquiere su pleno sentido, pues ellos constituyen sus señas de identidad, lo que dicha Orden es en sí misma, y no podría dejar de ser, a menos de quedar totalmente desvirtuada y vacía de contenido esencial. Para que esa situación no llegue a ser irreversible, pensamos que se hace necesario que los masones restituyan de nuevo el sentido cosmogónico y metafísico de su legado simbólico y ritual, empezando por considerar que la cadena de unión es, efectivamente, el “marco” celeste que delimita, separa y protege el “mundo de la luz” del “mundo de las tinieblas”, lo sagrado de lo profano.

Además de la cuerda anudada que rodea la Logia y el cuadro, existe un rito en la Masonería que también recibe el nombre de cadena de unión. Se trata de aquel que está constituido por el entrelazamiento que forman las manos, con los brazos entrecruzados, de todos los integrantes del taller, lo cual, precisamente, tiene lugar alrededor del cuadro de la Logia y de los tres pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza momentos antes de clausurar los trabajos. En primer lugar, habría que decir que la cadena de unión es uno de los ritos masónicos que más directamente aluden a la fraternidad masónica, la que, en efecto, está sustentada en los lazos de armonía y concordia que entre sí ligan a todos los masones. De ahí el por qué a los nudos de la cuerda también se les denomine “lazos de amor”, pues el amor, entendido por lo más alto, es la fuerza que concilia los contrarios y resuelve todas las oposiciones en la unidad del Principio. Dicha fraternidad representa, por tanto, el fundamento mismo sobre el que se apoya la propia organización iniciática y tradicional. En este sentido, el entrelazamiento de manos y brazos configura una trama cruciforme que evoca la imagen de una estructura fuertemente cohesionada y organizada.

Pero este rito se realiza, fundamentalmente, para dirigir una plegaria o invocación al Gran Arquitecto, siendo en esa invocación donde reside su sentido profundo y su razón de ser. Por ello, prescindir de la plegaria como sucede en muchas logias actuales, por el mero hecho de ignorarla o por considerarla un trasnochado anacronismo, provoca inevitablemente el empobrecimiento del propio rito, quedando éste, en consecuencia, reducido prácticamente a casi nada. Sin embargo, en la antigua Masonería operativa, la plegaria y las invocaciones de los nombres divinos formaba parte constitutiva del rito y de los trabajos simbólicos; y precisamente ella se realizaba en la cadena de unión y alrededor del cuadro de la Logia, con lo cual se confirma el papel verdaderamente “central” que este último ha desempeñado siempre en la Masonería.

Por lo general, la cadena de unión comienza y termina en el Venerable Maestro, y es él, como la máxima autoridad de la Logia, el que dirige la invocación al Gran Arquitecto. Veamos a continuación un ejemplo de ésta según es de uso todavía en algunos Ritos masónicos: “¡Arquitecto Supremo del Universo! ¡Fuente única de todo bien y de toda perfección! ¡Oh Tú! Que siempre has obrado para la felicidad del hombre y de todas Tus criaturas; te damos gracias por Tus paternales beneplácitos, y te conjuramos para que los concedas a cada uno de nosotros, según Tus consideraciones y según nuestras necesidades. Esparce sobre nosotros y sobre todos nuestros Hermanos Tu celeste Luz. Fortifica en nuestros corazones el amor hacia nuestras obligaciones, a fin de observarlas fielmente. Que puedan nuestras reuniones estar siempre fortalecidas en su unión por el deseo de Tu placer y para hacernos útiles a nuestros semejantes. Que ellas sean por siempre la morada de la paz y de la virtud, y que la cadena de una amistad perfecta y fraterna sea en lo sucesivo tan sólida entre nosotros que nada pueda alterarla.”

Por consiguiente, y según se desprende de esta invocación, la unión encadenada y fraterna se convierte en el soporte horizontal y psicosomático (terrestre), sobre el que “descenderán” -estimulados por la plegaria- los beneplácitos (bendiciones) de la influencia espiritual o supra-individual -”Tu celeste Luz”-, posibilitando así una vía de comunicación axial entre el cielo y la tierra, o como se dice en lenguaje masónico, entre la Logia de lo Alto y la Logia de Abajo. Es decir, que a través de la invocación lo que se pretende esencialmente es la comunicación con las energías celestes (las Ideas o atributos creadores del Arquitecto universal) cuya acción espiritual ha conformado –y conforma permanentemente- la realidad simbólica, ritual y mítica (es decir, cosmogónica y metafísica) de la organización iniciática. Al mismo tiempo, en el rito de la cadena de unión se concentra la entidad colectiva constituida por todos los antepasados que realmente participaron en la Tradición y su conocimiento, y de los que se dice moran en el “Oriente Eterno” (la Logia celeste). Dicha entidad se hace una en comunión con sus herederos actuales, esto es, con los masones que, habiendo recibido y comprendido (en la medida que sea) el mensaje de su legado tradicional, contribuyen hoy en día a mantenerlo vivo y actuante. En este sentido, la cadena de unión también está simbolizando la cadena iniciática de la tradición masónica (y por analogía la de todas las tradiciones), cuyo origen es inmemorial, como lo es asimismo el mensaje que ella ha ido transmitiendo a lo largo del tiempo y de la historia.

Las individualidades, o mejor, la idea de lo individual y lo particular que cada componente de la cadena pudiera tener de sí mismo, desaparece como tal para formar un solo cuerpo que vibra y respira a una misma cadencia rítmica. La cadena de unión deviene así un círculo mágico y sagrado donde se concentra y fluye una fuerza cósmica y teúrgica que asimilada por todos y cada uno de los integrantes de la misma les permite participar del verdadero espíritu masónico y de su energía salutífera y regeneradora.

No es entonces de extrañar que durante el transcurso del rito de la iniciación, el neófito reciba simbólicamente la “luz” integrado en la cadena de unión, lo cual es perfectamente coherente en una tradición en la que el rito y el trabajo colectivo desempeñan una función eminente como vehículos de transmisión de la influencia espiritual.

 

[3]    R. Guénon, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. LXV.