FRANCISCO ARIZA

MASONERÍA
Símbolos y Ritos

 

 

Capítulo III

EL RITO DE APERTURA Y CLAUSURA DE LA LOGIA

 

LA CLAUSURA

 

Como hemos visto la apertura de la Logia permite la “creación”, o mejor, “re-creación”, de un tiempo y un espacio sagrados, un enmarque protector dentro del cual los masones realizan sus trabajos “a cubierto” del mundo profano (profanum: fuera del templo), ejercitando el Arte Real o “Gran Obra” de la cosmogonía. Y todo ello en perfecta correspondencia con los planes del Gran Arquitecto del Universo, a cuya “Gloria” y “Nombre” se cumplen precisamente esos trabajos, pues como se lee en el Volumen de la Ley Sagrada: “Si el Eterno no edifica la casa en vano trabajan los que la edifican”.

Cuando éstos llegan a su fin, el Maestro de la Logia, ayudado por los demás Oficiales del Taller, procede a la clausura de los mismos, a su cierre y recogimiento (clausura, de “clau”, “llave”), lo que se hace, como todo en la Masonería, de manera ritual y simbólica. Con esa clausura o cierre la Logia ha cumplido su ciclo de manifestación, habiendo desarrollado hasta llegar a sus propios límites (señalados por el tiempo simbólico) todas las posibilidades en ella contenidas, y la luz, cuya irradiación ha iluminado esos trabajos, se repliega progresivamente en sí misma, retornando así al origen o principio de donde brotó. La Palabra, el Verbo, el Logos (de donde Logia), esto es el Ser, vuelve a concentrarse en el “Silencio” de lo inefable e inmanifestado, siendo éste el sentido profundo que tiene el “juramento del silencio” que todos los miembros del Taller realizan antes de abandonar definitivamente el Templo.

La Logia, imagen simbólica del Mundo, ritualiza con ese doble movimiento expansivo (centrífugo) de la apertura, y contractivo (centrípeto) de la clausura, la cadencia del ritmo universal, del expir y aspir cósmico, pues esta es la Ley o Norma a la que está sujeto todo lo manifestado, ya se trate de un ser, un mundo o del conjunto entero de la Existencia Universal. A todo nacimiento le sigue un proceso de expansión y desarrollo, alcanzados los límites del cual se inicia un período inverso de contracción, replegamiento y finalmente extinción. A este respecto, la clausura de la Logia coincide con la “Medianoche en punto”, es decir con el “fin del día”, el cual es en sí un ciclo completo análogo a ciclos más grandes, en los que está incluido.

El repliegue de la luz al que antes nos referíamos, está ritualmente representado por el hermano Experto en el momento en que cierra el Libro de la Ley Sagrada y recoge el compás y la escuadra, esto es, las “Tres Grandes Luces” de la Masonería, pasando a continuación a “enrollar” o “borrar” el cuadro de la Logia (que el mismo Experto “desenrolla” o “dibuja” durante la apertura), llamado así porque en él se plasman los símbolos más importantes y significativos del grado en que la Logia esté trabajando: ya sea en el de aprendiz, en el de compañero o en el de maestro. A continuación se procede a la extinción de las “Tres Pequeñas Luces” que alumbran en la sumidad de los pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza, extinción que llevan a cabo el Maestro de la Logia y los dos Vigilantes (estrechamente relacionados con la simbólica de esos pilares), llamados las “Tres Luces”. Contabilizamos, por tanto, nueve luces en total, y esto está en relación con la idea de ciclo, pues el nueve es, como sabemos, un número cíclico por su directa vinculación con la circunferencia, la cual expresa el desarrollo completo de lo contenido virtualmente en su punto central, gracias al cual la circunferencia misma existe. Así, las nueve luces que alumbraron y generaron el espacio y el tiempo en el que se desarrollaron los trabajos, se concentran, efectivamente, en el centro de donde emanaron.

Por consiguiente, todo lo que debía realizarse y manifestarse en la Logia, en el Taller de trabajo, ya ha sido cumplido, pero antes de retirarse los obreros reciben su “salario”, recogiendo lo que han sembrado o edificado en sí mismos, y que son los frutos de su acción, en definitiva de su intención, de lo que ellos han contribuido, y en qué medida, en la realización efectiva de los planes del Gran Arquitecto. Este es el sentido que tiene el “salario” masónico (o iniciático), palabra que deriva de “sal”, substancia que en la Alquimia es considerada como la síntesis o el fruto de la acción del azufre sobre el mercurio, es decir el resultado de la unión o conciliación de una energía celeste, activa, yang, y de una energía terrestre, pasiva, yin. Se trata, en suma, de “conciliar los opuestos”, o de “reunir lo disperso”, y que al igual que el alquimista el masón debe operar en sí mismo, lo que constituye la principal razón de su oficio.

No es entonces por casualidad que los masones reciban su salario en las columnas J y B (situadas a la entrada y por tanto también a la salida de la Logia), pues ellas simbolizan respectivamente el principio activo y el principio pasivo o receptivo. Cuando la Logia trabaja en grado de aprendiz, el salario se recibe en la columna B, y cuando lo hace en grado de compañero en la columna J. Añadiremos que ambas columnas aluden al necesario “establecimiento” o “fundamento” que hace posible la edificación del Templo, construcción que en realidad no es otra cosa que el proceso mismo de la realización interior[1]. Los maestros, en cambio, reciben su salario en la “Cámara del Medio”, o en el “centro del círculo”, pues su función no está ligada directamente a esa construcción (que es la que llevan a cabo los aprendices y compañeros), sino a elaborar sus planos de acuerdo a los del Arquitecto o Ser Universal, lo que implica un conocimiento directo (no mediatizado) de la cosmogonía y sus leyes, así como del orden ontológico y metafísico.[2]

Por todo ello, el salario masónico también alude a la virtud de la justicia, ya que cada uno recibe en su columna lo que merece, que en realidad es lo que tiene, pues como dice el Evangelio: “Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Mateo 25, 29), y en donde también se afirma: “que el que tenga oídos para oír que oiga”. Sólo entonces “los obreros estarán contentos y satisfechos” y tendrán “derecho al descanso”, pues la justicia de que se trata no es otra que el reflejo en el orden humano de la ley de equilibrio y armonía que rige el orden cósmico, reflejo a su vez de la Justicia divina.[3] Habiendo recibido lo que les corresponde, los obreros podrán despedirse así “en la libertad, el fervor y la alegría”, pues habrán cumplido sus acciones, es decir su trabajo, en “bien general de la Orden (del Orden) y de la Logia en particular”.

Pero quizás el rito más significativo e importante de la clausura es la “cadena de unión”, constituida por todos los miembros del Taller “enlazados” unos con otros alrededor de los tres pilares de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza y del cuadro de la Logia, es decir en el centro mismo del Templo. Ciertamente, y como se dice en el ritual, esta cadena es el símbolo de la fraternidad masónica, sin embargo podríamos preguntarnos en base a qué debe su existencia dicha fraternidad y por qué se manifiesta a través de la cadena de unión, pues sin duda alguna ella expresa otra cosa bien distinta a cualquier tipo de “camaradería” o cosa por el estilo. Tal vez la respuesta esté en las palabras y gestos que realiza el Maestro de la Logia momentos antes de formarse dicha cadena: “Hermanos, siguiendo la antigua costumbre (tradición) no queda más que cerrar nuestros secretos en lugar seguro y sagrado”, y acto seguido lleva su mano derecha al corazón, como indicando que es ahí, en el corazón, en el lugar más puro y central del ser y en donde éste comunica con su verdadera esencia, donde los “secretos” han de guardarse y cerrarse. Y ya se sabe que el corazón es el tabernáculo del verdadero Templo, aquel que según las Escrituras “no es hecho por mano de hombre”, pues nada de individual o particular puede penetrar en él. Por tanto, esos secretos no son sólo los que se refieren específicamente a los de la Orden masónica y la Logia (y que deben ser salvaguardados de las “miradas indiscretas de los profanos”), sino también, y podríamos decir que ante todo, a la esencia (o “quinta-esencia”) misma de lo que se ha recibido de la enseñanza tradicional vehiculada por los símbolos y los ritos, de aquello que verdaderamente se ha comprendido y asimilado de esa enseñanza en lo más interno de uno mismo, en definitiva, de la efectiva e íntima vinculación que cada ser mantiene con su Principio uno y eterno. Esto sería, pues, lo que “enlaza” o “une” a los hermanos entre sí, y por esto ellos forman la cadena de unión, que es la unión con la Unidad del Sí mismo, y con respecto a la cual las individualidades, por las propias limitaciones a las que están sujetas, son sólo el soporte, sobre todo en una iniciación como la masónica que siempre reviste un carácter “colectivo”. En relación con esto último, queremos señalar que en algunas Logias la cadena no está completamente cerrada al comienzo de formarse, es decir que aparece como “rota”, afirmándose que ello es así debido a “nuestras imperfecciones” (o limitaciones), las que sólo desaparecerán invocando los nombres sagrados de la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza,[4] tras lo cual la cadena acaba cerrándose definitivamente.[5]

Sin embargo, que la cadena esté sin cerrar también indica (y aquí tenemos un caso del doble sentido de los símbolos, que siempre hay que tener presente para poder comprender sus diversos significados) que al mismo tiempo ella continúa “abierta” a todo aquel que quiera sumarse a ella, estando esto perfectamente señalado cuando en un momento de la ceremonia de iniciación al neófito o recipiendario se le recibe precisamente en la cadena de unión. Esto nos da a entender, entre otras cosas, que la cadena continúa viva y transmitiendo la enseñanza y el Conocimiento, en este caso a través de la cosmogonía expresada por los símbolos y los ritos masónicos, pues tradición significa exactamente transmisión, y ésta ha de continuar perpetuándose para que aquella continúe existiendo y sea una posibilidad siempre presente y actual.[6] A ello alude expresamente el Maestro de la Logia cuando al concluir el rito de la cadena de unión exclama: “¡Que la Luz que ha iluminado nuestros trabajos continúe brillando en nosotros para que terminemos fuera la obra empezada en este Templo!”, imagen, volvemos a repetir, del Orden y la Armonía Universal.




Notas

[1]    Queremos señalar en este sentido, que la palabra “fundamento” era sinónimo de “Verdad” en algunas lenguas precolombinas, como la hablada por los antiguos nahuas mexicanos, la que también estaba en relación con el hecho de “estar de pie”, lo cual, curiosamente, también guarda una estrecha relación con lo que se entiende por “columna” en la Masonería.

[2]    De más está decir que aquí nos estamos refiriendo a una estructura iniciática que es la de la Masonería considerada en ella misma como organización esotérica y tradicional, prescindiendo de que esto sea considerado así en las múltiples Obediencias y Logias actuales, en la gran mayoría de las cuales la idea de una realización espiritual a través de los símbolos y los ritos masónicos es tan inexistente como en cualquier organización de tipo profano. Sobre todo esto, remitimos al lector al interesante estudio titulado “A propósito de la Masonería”, aparecido en el Nº 5 de SYMBOLOS (Guatemala, 1993).

[3]    En este sentido, y para comprender esta simbólica, hay que tener en cuenta que las columnas J y B están situadas al Occidente de la Logia, al Oeste, el punto cardinal por donde se oculta el sol (la luz del día), y que se corresponde con el equinoccio de Otoño en el ciclo anual. La tradición judía celebra al inicio del Otoño la fiesta del “Gran Perdón” (la más importante junto a la Pascua, celebrada al comienzo del equinoccio de Primavera), periodo durante el cual se implora la justicia de Dios tanto en el orden individual como social, y que prefigura el “Jubileo” del ciclo completo de la humanidad, pues es en Otoño donde esta tradición (en concordancia con todas las tradiciones) sitúa el “fin de los tiempos” o el “retorno” al origen primordial. Igualmente, la tradición cristiana celebra en esta estación la festividad de San Miguel (29 de Septiembre), el arcángel que imparte la Justicia divina durante el “Juicio Final”, pues él “pesa” las almas y sitúa a cada una en el lugar que le corresponde dentro del orden universal, tal y como puede verse en la iconografía cristiana, en los dinteles de muchas portadas románicas y catedrales góticas.

[4]    Estos nombres o atributos divinos aluden directamente al versículo bíblico que dice que Dios todo lo hizo (el orden cósmico o la obra de la Creación) “en número, peso y medida”. Vemos pues que lo que invocan los masones en la cadena de unión no es otra cosa que la potencia o energía creadora del Gran Arquitecto (“o Todopoderoso Gran Arquitecto de los Cielos y la Tierra”), y expresadas como “Palabra”, “Luz” y “Vida”.

[5]    Ver, a este respecto, el último capítulo de Símbolo, Rito e Iniciación, de Siete Maestros Masones. Ed. Obelisco, 1992

[6]    A este respecto, la cadena de unión se extiende no sólo a los “masones esparcidos por toda la superficie de la Tierra”, sino también a todos los hombres de hoy y de siempre que han cumplido, cumplen y cumplirán su camino hacia el Conocimiento, pasando a ser entonces la cadena de unión masónica un símbolo de la cadena “áurea e inmemorial”, esto es de la Tradición Perenne y Universal. También queremos añadir que el nombre de cadena de unión se le asigna igualmente al cordel con doce nudos que rodea por su parte superior las paredes de la Logia, siendo esos doce nudos una representación de los doce signos del zodíaco, es decir que se refieren directamente a la simbólica celeste y a su reflejo en el orden terrestre.