FRANCISCO ARIZA

MASONERÍA
Símbolos y Ritos

 

Cuadro de Logia, fragmento.
J. Bowring, 1819.
Cuadro de Logia, fragmento.
J. Bowring, 1819.

 

Capítulo III

EL RITO DE APERTURA Y CLAUSURA DE LA LOGIA 

 

El ritual de apertura y clausura de la Logia es, junto a los catecismos o manuales de instrucción y los símbolos que aluden a la construcción, el único legado (pero sin duda inapreciable) que la Masonería actual ha recibido de la antigua Masonería operativa. Dicho legado ha permitido que se continuara conservando la descripción simbólica de la cosmogonía, y por consiguiente, la posibilidad de acceder a su conocimiento y comprensión. De esta manera lo fundamental del Arte Real masónico, que ejemplifica el proceso que conduce a ese Conocimiento, se ha perpetuado a través del tiempo, y con él el Espíritu de esta organización iniciática de Occidente.

Esta sería la principal razón de que la Masonería continúe siendo una tradición viva con todos los elementos necesarios para hacer efectiva la realización espiritual. Por otro lado, el que muchos masones ignoren el verdadero contenido iniciático y esotérico de la Orden a la que pertenecen en nada altera la validez de la iniciación masónica, ni disminuye su fuerza para quien esté interesado realmente en un trabajo interno serio y ordenado, y sepa ver más allá de la apariencia formal e “institucional” con que se reviste y “cubre” esta tradición para expresar la primordialidad de su mensaje, el que constituye su esencia y su razón misma de ser.

 

LA APERTURA

 

El ritual de apertura de la Logia, ritual que consagra, en el verdadero sentido de la palabra, los trabajos que en ella se cumplen. En efecto, mediante dicho ritual, lo que no era sino un lugar cualquiera, deviene un templo, esto es, un espacio sacralizado y significativo. Gracias a la acción de las energías espirituales vehiculadas por los símbolos, palabras y gestos rituales, podría decirse que ese lugar es “transmutado” en algo esencialmente distinto de lo que era. De ahí, por tanto, la importancia de que el ritual sea practicado lo más perfectamente posible, siguiendo con la máxima escrupulosidad lo en él prescrito, y sin alterar, suprimir o modificar sin razón alguna ninguno de los elementos que lo constituyen, ya que en el respeto a los mismos reside precisamente la eficacia del propio rito. Naturalmente esto no quiere decir que los gestos rituales se repitan de una manera “mecánica”, sino que al tiempo que se realizan han de comprenderse las ideas que vehiculan, que hablan de una realidad arquetípica, siendo uno con ellas, pues el rito no es otra cosa que el símbolo hecho gesto. Por consiguiente, el ritual ha de vivirse como lo que realmente es, como un conjunto o un todo ordenado y armónico en donde cada una de las partes que lo conforman se corresponden mutuamente entre sí. Se trata, por tanto, de un organismo que está vivo, y que actúa de acuerdo a los estímulos que recibe, es decir en cuanto se pone en práctica de una manera consciente. Es por eso que si una de esas partes faltara el ritual entero se resentiría, perdiendo “fuerza y vigor” la influencia espiritual que a través de él se transmite.

Para su mejor explicación, podemos dividir el ritual de apertura en cuatro partes:

 
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Asegurarse de la “cobertura” de la Logia.

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Comprobar la regularidad iniciática de los asistentes y
determinación del espacio simbólico.

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El “encendido de las luces” y el trazado del cuadro de Logia.

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Descripción del tiempo simbólico y consagración de la Logia.

 

Asegurarse de la “cobertura” de la Logia.

La apertura de la Logia comienza comprobándose ritualmente la “seguridad” o “protección” de la misma. En eso consiste el “primer deber de un Vigilante en Logia”, pues ésta ha de estar plenamente “a cubierto” de las influencias procedentes del mundo exterior o profano. Dicha cobertura asimila el templo masónico a la “caverna iniciática”, cuya simbólica está en relación con la idea cíclica de ocultación y repliegue de la doctrina tradicional en un “lugar” inaccesible a las “miradas de los profanos”. De esa cobertura se encarga directamente el Guardatemplo, oficial que, como la propia palabra indica, tiene la función de “guardar” y “cubrir” el templo. Con el cumplimiento de su oficio, el Guardatemplo, al actualizar la idea que el símbolo manifiesta, ritualiza la efectiva “separación” que necesariamente ha de existir entre ese mundo profano y la realidad de lo sagrado que se vivencia en la Logia.

Dicha separación está señalada simbólicamente por el Pórtico de la entrada, que según se dice “no está dentro ni fuera de la Logia”. Se trata entonces de un espacio “intermediario”, lugar de “pasaje” o de “tránsito” entre el exterior y el interior del templo, entre lo profano y lo sagrado. Así lo indican las “marchas” o “pasos” rituales que se efectúan desde la puerta del templo hasta el medio de las columnas J y B que sostienen el Pórtico. Precisamente es en ese espacio intermediario donde se ubica el Guardatemplo, estando ese espacio bajo su custodia, velándolo (sin abandonarlo en ningún momento) para que los trabajos masónicos se desarrollen y cumplan en perfecta armonía. Esta función hace del Guardatemplo un verdadero “guardián del umbral”, entidad que impide el paso a los que no están cualificados para recibir la iniciación, pero que al mismo tiempo “abre” las puertas del templo a quien verdaderamente reúne las condiciones necesarias para recibirla. En los antiguos rituales esta función también la cumplía el “Hermano Terrible”, cuyo nombre es bastante ilustrativo al respecto.

Comprobar la regularidad iniciática y determinación del espacio simbólico.

Una vez el templo está “a cubierto”, se procede a comprobar que todos los integrantes de la Logia están en el lugar que les corresponde dentro de ella, asegurándose también que estén en posesión del signo de “al orden”, que forma parte de los “secretos” del grado, y que se refiere a la disposición interior adecuada para recibir la enseñanza tradicional vehiculada por los ritos y los símbolos. En asegurarse de ello consiste el “segundo deber de un Vigilante en Logia”. En este sentido, si el Guardatemplo se encarga de la seguridad “externa” de la Logia, el Primer y el Segundo Vigilantes asumen su seguridad “interna”. Es por ello que el término de 'vigilantes' (que incluye la idea de estar “despiertos”) con que se les designa, concuerda perfectamente con las funciones respectivas de estos dos oficiales, los que, junto al Venerable Maestro, representan las “tres luces” de la Logia masónica. Ellos “vigilan” la regularidad iniciática de todos los hermanos que se sitúan en las “columnas” de Mediodía (el Sur) y Septentrión (el Norte), las cuales no son otras que los lados anchos del rectángulo de la Logia.

Para comprobar esa regularidad los dos Vigilantes recorren sus respectivas columnas, lo que se ejecuta, como todo en la Logia, de una manera ritual. En efecto, para dirigirse a las columnas que están bajo su vigilancia (la del Mediodía para el Primer Vigilante, y la de Septentrión para el Segundo Vigilante), ambos oficiales han de “cruzarse” previamente en el Occidente (el Oeste), lo que vuelven a repetir cuando pasan por delante del Altar de los Juramentos, situado hacia el Oriente (el Este), regresando seguidamente a sus correspondientes estrados. Es de advertir que dicho recorrido constituye la primera “circumambulación” ritual que se realiza en la Logia, y con la que se señalan de manera clara los cuatro puntos cardinales que determinan el espacio de la misma, comprendido entre las columnas J y B que sostienen el Pórtico hasta los tres peldaños que suben al Oriente. Este espacio rectangular constituye lo que se denomina el Hikal, que es propiamente el plano-base de la Logia análogo al plano horizontal del mundo), en toda la extensión del cual se llevan a cabo el desarrollo integral de los trabajos rituales, es decir donde éstos se manifiestan y son posibles. Pero esa determinación, o “enmarque” espacial, es 'trazado', si así puede decirse, previamente por los saludos o gestos rituales que los dos vigilantes se hacen entre sí durante la “circumambulación”. Cada gesto describe de manera significativa una escuadra, siendo cuatro en total: dos cuando se saludan en Occidente y dos cuando pasan por el lado de Oriente, al que se denomina el Debir, situado a un nivel superior al plano-base del Hikal.

Esos cuatro gestos “en escuadra” serían análogos a las cuatro piedras de fundación de toda construcción, a partir de las cuales podrá levantarse todo el edificio. Precisamente, en este momento del ritual de apertura se trata de poner los fundamentos, o los cimientos, de los trabajos que se van a realizar en la Logia, su base firme y “segura” sobre la que dichos trabajos podrán ser consagrados. Efectivamente, sólo si los que “decoran” las columnas de Mediodía y Septentrión están en “su lugar” e interiormente “al orden”, la Logia estará “debidamente cubierta”, y se podrá así penetrar “en las vías que nos han sido trazadas”, es decir en el camino que conduce a la Luz del Conocimiento.

La iluminación del Templo y el trazado del cuadro de Logia.

Es dicha Luz lo primero que se solicita cuando se entra en esas vías. Y la luz que ilumina la Logia, como la que ilumina el mundo, procede del Oriente, donde está situado el Delta luminoso, símbolo por excelencia del Gran Arquitecto del Universo. Y es a los pies del Oriente en donde los tres principales oficiales de la Logia (el Venerable Maestro y los dos Vigilantes) se “unen” para “recibir” la Luz que simbólicamente emana del Delta, lo que es lo mismo que la recepción y transmisión ritual de la influencia espiritual que a través de las respectivas funciones de estos tres oficiales en verdad “dirigirá” los trabajos de la Logia. Al menos así debería ser en un taller masónico cuyos miembros fueron lo suficientemente conscientes de la realidad sagrada que se expresa mediante el rito y el símbolo, asumiéndola en sí mismos y en la medida de las posibilidades de cada uno.

Antes hemos dicho que a estos oficiales se les denomina también las “tres luces”, queriendo mostrar así que ellos, o mejor sus funciones, son los portadores del espíritu que ilumina la Logia, y que la luz sensible simboliza de manera manifiesta. A este respecto, y según señala Guénon, en los antiguos rituales operativos se necesitaba la reunión o el concurso de tres maestros para que una Logia pudiera trabajar regularmente, representando cada uno de ellos un determinado arquetipo espiritual o nombre divino creador. Esa simbólica ha permanecido en la actual Masonería, y esos tres maestros no son otros que el Venerable y los dos Vigilantes, cuyas funciones respectivas, como estamos viendo, se vinculan con un atributo, aspecto o nombre del Gran Arquitecto: con la Sabiduría el Venerable Maestro, con la Fuerza el Primer Vigilante, y con la Belleza el Segundo Vigilante. Y Sabiduría, Fuerza y Belleza son los nombres que reciben los tres pilares o “tres pequeñas luces” situadas en el centro mismo de la Logia, y dispuestas en forma de escuadra. Estos tres pilares son llamados también “estrellas” (alusión directa a su simbólica celeste), las cuales son hechas “visibles” y presentes en la Logia gracias a la invocación de los nombres divinos. El rito del encendido de estos pilares que acompaña las invocaciones, señala el momento preciso en que la Logia, que hasta entonces permanecía en penumbras, queda plenamente iluminada, produciéndose un paso de las “tinieblas a la luz”. Es, pues, un rito esencialmente cosmogónico, análogo al Fiat Lux del Verbo creando el orden cósmico al fecundar el caos primigenio, es decir el conjunto de todas las posibilidades de manifestación que se actualizan gracias a esa acción demiúrgica.

La invocación de los nombres divinos y el encendido de los tres pilares que conjuntamente llevan a cabo los tres principales oficiales de la Logia están ritualizando, haciéndolo presente, ese gesto generador del Arquitecto. Por lo tanto, la apertura de la Logia describiría de manera simbólica un proceso análogo al de la creación del mundo. Por otro lado el término Logia procede de Logos, la Palabra o Verbo, y también de términos lingüísticos que designan la luz, como el griego liké. De hecho, el templo masónico (como cualquier recinto sagrado) es una imagen simbólica del cosmos, que a su vez es el templo universal y la obra directa del Creador. Y así como éste “todo lo dispuso en número, peso y medida”, la Logia se edifica con Sabiduría, Fuerza y Belleza, o con Fe, Esperanza y Caridad, las tres altas virtudes que se corresponden respectivamente con cada uno de los tres pilares. En la triple invocación se apela a la Sabiduría del Arquitecto como la verdadera artífice de la obra de la creación, a la que preside; a su Fuerza como la voluntad que la sostiene y la regenera perennemente; y a su Belleza como a la energía que la “adorna” al imprimirle las medidas exactas y armónicas que conforman su orden interno y externo, revelado fundamentalmente a través de las estructuras geométricas y simbólicas.

Con las invocaciones de esos atributos divinos también se está recordando, o reiterando en la memoria de los presentes, aquello que se dice en los Salmos: “Si el Eterno no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican”. Sólo después de esas invocaciones, y gracias al influjo espiritual en ellas contenido, el espacio de la Logia (del templo universal), previamente “encuadrado” por las “circumambulaciones” de los dos Vigilantes, queda iluminado, u ordenado, en toda la extensión del mismo.

Es a partir de ese momento que se procede a la apertura del Libro de la Ley Sagrada (la Biblia), y a disponer sobre él el Compás y la Escuadra, lo cual lleva a cabo el Experto de la Logia, oficial al que se considera como el “guardián” del rito. El libro y los dos instrumentos, constituyen las “Tres Grandes Luces” de la Masonería, situadas encima del Altar de los juramentos, es decir en el punto geométrico donde simbólicamente se efectúa la unión del cielo y de la tierra, de la vertical y la horizontal. Esa unión está representada por la posición en forma de estrella de David, o sello de Salomón, del Compás y de la Escuadra, ambos símbolos respectivos del Cielo y de la Tierra. La Logia aparece así como el lugar donde se hace manifiesta la conjunción cielo-tierra, y por consiguiente la comunicación entre el mundo superior y el mundo inferior. En este sentido, recordaremos que en la rica iconografía descrita en los cuadros de Logia masónicos en ocasiones aparece una escalera (símbolo del eje) apoyando su parte inferior en el altar con las tres grandes luces, mientras su parte superior toca los cielos. Al integrante de la Logia se le indica así cual ha de ser el camino que debe seguir en su proceso interno, un camino vertical, hacia lo “alto”, sin olvidar, empero, que ese ascenso sólo es posible gracias a la comprensión de la doctrina tradicional. Esta se articula y expresa a través de la enseñanza vehiculada por el Libro de la Ley Sagrada (que recoge las revelaciones y teofanías transmitidas a los componentes de la “cadena tradicional”), y el Compás y la Escuadra (instrumentos que sirven para trazar las medidas prototípicas del Cielo y de la Tierra aplicadas a la construcción mediante el uso de la geometría sagrada).

Inmediatamente después de la aparición de las “Tres Grandes Luces”, el oficial Experto dispone en medio del pavimento de mosaico el cuadro de Logia, así llamado porque en él se reproducen a escala las dimensiones de la Logia, que es un “cuadrado largo” o rectángulo, pues sus lados largos son exactamente el doble de sus lados anchos. Además en ese cuadro están dibujados los símbolos y emblemas más significativos del grado en que la Logia esté trabajando, ya sea en el de aprendiz, en el de compañero o en el de maestro, los que constituyen la jerarquía iniciática de la tradición masónica. El cuadro conforma así una síntesis visual y gráfica de la enseñanza simbólica contenida en cada uno de esos grados, de ahí también que represente un soporte de meditación y concentración indispensable dentro de esa misma enseñanza. El cuadro de Logia podría ser considerado como un auténtico mandala masónico. Recordaremos, en este sentido, que en la antigua Masonería operativa el cuadro de Logia era dibujado directamente en el suelo, utilizando para ello la tiza y el carbón. Esta costumbre, que nosotros sepamos, ya no se conserva en la actual masonería (excepto en el Rito Emulación, en el que el trazado del cuadro está acompañado de las lecturas de determinados textos), que si ha sido llamada “especulativa” es precisamente por haber olvidado determinadas técnicas de transmisión de la influencia espiritual practicadas entre los antiguos masones, como es sin duda alguna el caso que nos ocupa. La importancia de trazar directamente el cuadro de Logia deriva del valor que en sí mismo tiene el gesto ritual como vehículo de esa influencia, pues siendo éste el símbolo en movimiento, el gesto ritual “actualiza” (siempre y cuando se haga conscientemente) la idea o energía-fuerza en él contenida de manera potencial o virtual. Por idénticos motivos, aquél que traza el cuadro (el Experto) y todos los símbolos que lo configuran, se convierte también en un vehículo intermediario de esas mismas energías. Podríamos incluso decir que esa función vehicular es desempeñada en realidad por todos los integrantes de la Logia, los cuales al “contemplar” el desarrollo ordenado del trazado ejecutado por el Experto participan por igual de él. Esa contemplación, o “concentración” ritualmente cumplida, necesariamente ha de generar un vínculo de orden sutil entre todos y cada uno de los miembros de la Logia, vínculo que una vez establecido deviene el soporte para la manifestación de la influencia espiritual. Se comprenderá entonces por qué es imprescindible la presencia del cuadro de Logia durante el desarrollo de los trabajos masónicos, teniendo en cuenta, además, que para los operativos el lugar donde él es depositado se convertía en una auténtica “tierra sagrada”. Por ello el cuadro ocupa una posición central en la Logia, exactamente en medio mismo del Hikal, siendo además el eje ordenador alrededor del cual se efectúan las marchas o “circumambulaciones” rituales, y se realiza el importante rito de la Cadena de Unión.

Descripción del tiempo simbólico y consagración de la Logia.

Una vez el cuadro ha sido trazado, o dispuesto sin más en su lugar correspondiente como es el caso habitual, se puede decir que la Logia dispone de todos los elementos necesarios para que los trabajos puedan abrirse “regularmente”, pues “todo está conforme al rito”. Como se señala en los rituales, esos trabajos comienzan a “Mediodía en Punto”, cuando el Sol se encuentra en su cenit y su luz cae en “perpendicular” o en “plomada” sobre nuestro mundo, siendo la verticalidad de esa luz un símbolo más del eje invisible que une el Cielo y la Tierra, El Mediodía es el momento en que el Sol detiene su curso en lo alto de la bóveda celeste, fenómeno éste que llevado al ciclo del año se repite durante los solsticios de verano y de Invierno, correspondiéndose éste último con el Septentrión y la “Medianoche en Punto”, cuando esos mismos trabajos finalizan. A partir de mediodía se inicia la curva descendente de la luz solar, que encuentra su punto más bajo (nadir) en medianoche. Y lo mismo ocurre del Solsticio de Verano al de Invierno.

Considerado simbólicamente (es decir, estableciendo las correspondientes analogías entre el orden natural y el orden espiritual) ese descenso de la luz solar expresa también el “descenso” de la influencia sagrada en el seno de la organización iniciática, lo que está formalmente ritualizado en la invocación realizada “a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo”[1], y con la cual los trabajos quedan definitivamente “con-sagrados”. A este respecto, sería sin duda interesante recordar lo que Guénon menciona en El Rey del Mundo acerca de la “presencia real” de la Divinidad en el mundo manifestado. Textualmente dice: “Es preciso señalar que los pasajes de la Escritura donde se menciona especialmente (a la Shekinah o a la “Gloria”) son sobre todo aquéllos que tratan de la institución de un centro espiritual: la construcción del Tabernáculo y la edificación de los Templos de Salomón y de Zorobabel[2]. Un centro semejante, constituido en condiciones regularmente (la cursiva es nuestra) definidas, debía ser, en efecto, el lugar de la manifestación divina, siempre representada como “Luz”; y es curioso señalar que la expresión “lugar muy iluminado y muy regular”, que la Masonería ha conservado, parece ser un recuerdo de la antigua ciencia sacerdotal que regía la construcción de los templos”[3].

Si tenemos en cuenta que los Templos de Salomón y de Zorobabel (que esencialmente son sólo uno) se consideran como los modelos del templo masónico, comprenderemos entonces por qué se invoca la “Gloria del Gran Arquitecto” (esto es, su “Presencia”) en el momento de abrir y consagrar los trabajos, con lo que culmina este verdadero rito de fundación (periódicamente reiterado) que representa en realidad la apertura de la Logia masónica.




Notas

[1]    Esa misma invocación encabeza todos los documentos y escritos masónicos.

[2]    En el Prólogo del Evangelio de San Juan (patrón de la Masonería) también se hace mención de la “Gloria”, cuando se dice: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su ‘Gloria’”. Señalaremos que en algunas logias el Prólogo del Evangelio de San Juan es leído ante el Altar de los Juramentos y en presencia de las “Tres Grandes Luces” en el momento de abrirse y consagrarse los trabajos.

[3]    El Rey del Mundo, cap. III.