FRANCISCO ARIZA

TARTESOS, LA CIUDAD DE ULIA, EL SEÑORÍO DE MONTEMAYOR Y EL CASTILLO DUCAL DE FRÍAS
Linajes históricos y mitos fundadores

 

 

A los Ancestros

A Federico González Frías

 

INTRODUCCIÓN

 

Un germen de la Historia de España

Los capítulos que componen este opúsculo formaron parte en su momento de diversas conferencias impartidas en el año 2015 en distintos lugares de la provincia de Córdoba, si bien para esta edición he ampliado ciertas ideas con el fin de completar determinadas cuestiones relativas a los temas tratados. Pero sobre todo he añadido un capítulo, el primero, que trata sobre Tartesos, un tema al que apenas hice referencia en dichas conferencias y que he considerado que merecía ser tratado con más amplitud, teniendo en cuenta que estamos ante una de las civilizaciones más antiguas de Europa, y que surgió aquí, en España, lo cual ha sido un estímulo más para acercarme a ella, y descubrir algunos de sus tesoros, siempre relacionados con su concepción del mundo. Tartesos, como Troya y otros lugares de la geografía europea y mediterránea, forma parte de nuestro imaginario cultural y reverbera como un eco en la memoria de Occidente.

Hemos de decir que este trabajo es el fruto de una investigación que pretende ser mucho más amplia, y que en realidad se inició hace bastantes años atraído por el trasfondo mítico y legendario que para el autor siempre ha tenido la Historia y la Geografía del Sur peninsular, que llevó en tiempos pretéritos el nombre de la Bética, y antes el de Turdetania, y más allá aún el de Tartesos, una civilización que desaparece como tal en el siglo VI a.C., precisamente en una época donde se encuentran una de esas “barreras de la historia” que señalan un antes y un después en la percepción cualitativa que el hombre tiene del tiempo.

Para tener una “imagen” lo más aproximada posible a la realidad de lo que fue Tartesos, debemos recurrir a los fragmentos que su cultura nos ha dejado, sobre todo a través de las distintas expresiones de sus artes y artesanías, de su arquitectura, de sus símbolos principales en torno a los cuales construyeron su cosmogonía y también de las crónicas y relatos de los geógrafos, viajeros e historiadores antiguos, más cercanos a Tartesos que nosotros evidentemente, y que recogieron también ciertos mitos que explican aspectos fundamentales de su teogonía y de su visión sagrada de la existencia.

Pero todo esto, a nuestro entender, hay que saber interpretarlo a la luz de la Filosofía Perenne, que es lo que nosotros hemos intentado hacer aquí, y que consideramos un requisito necesario para superar ciertos condicionamientos psicológicos que nos impiden acercarnos a Tartesos como una parte constitutiva de nuestra propia identidad cultural.

No superar esos condicionamientos, nacidos del excesivo racionalismo de nuestra época, resulta un verdadero impedimento cuando tenemos que acercarnos a la esencia de las antiguas culturas y civilizaciones, que nos atraen no por el simple hecho de pertenecer al pasado más o menos remoto, sino porque ellas nos transmiten una enseñanza que es mucho más importante que la simple información “arqueológica” sin más; a través de sus vestigios ellas nos entregan su concepción del mundo, como hemos dicho, estructurada de acuerdo a un orden invariable sustentado en la armonía entre el Cielo y la Tierra, una Cosmovisión que se va haciendo en nosotros en la medida en que la vamos comprendiendo, y que nuestras sociedades modernas desgraciadamente han olvidado pero que siempre se puede recuperar pues no está realmente perdida la posibilidad de su conocimiento. Las “barreras de la historia” son sobre todo “barreras mentales”.

Lo que aquí se expone empezó a tomar forma cuando en Junio y Octubre de 2011 visité con Federico González Frías ciertos lugares de la tierra andaluza, como Cádiz, Jerez, el Puerto de Santa María, Sevilla, Málaga, Córdoba y su provincia, concretamente la Campiña, a la que estoy unido por lazos familiares. La idea fue madurando a medida que ordenaba las notas recogidas durante aquellos viajes, nutridas también con las conversaciones mantenidas al respecto con Federico, mi guía intelectual, y autor de una importante obra metafísica que abarca los grandes temas de la Simbólica Universal, la Cosmogonía Perenne y la Tradición Hermética. También quiero resaltar el interés mostrado por Federico hacia la Arqueología y la Numismática como ciencias auxiliares de la Historia, un interés que ciertamente él supo despertar en mí, y que también están presentes en estas páginas.

Por motivos que hay que atribuir al azar (que “es hermoso” al decir de Platón) la génesis del libro comenzó precisamente con la visita al Museo Arqueológico de Ulia cuando este todavía no estaba ubicado en su sede actual sino en una de las dependencias anejas a la iglesia de Montemayor.[1] De aquel modestísimo museo nació el actual, con todas las características de un museo arqueológico, que va ampliando poco a poco sus fondos.[2] Es un museo lo suficientemente representativo de las diversas culturas que han ido dejando aquí sus huellas.

Efectivamente, el museo de Ulia ha sido como una puerta de entrada no sólo a ese fecundo período civilizador que se dio en la Bética romana (y al papel determinante jugado por Julio César en ella, el cual destacamos), receptora asimismo de las distintas corrientes filosóficas y mistéricas venidas de las distintas partes del Imperio (algunas de las cuales abordamos someramente al referirnos a la Lucerna de Harpócrates-Isis-Anubis encontrada en Montemayor, o al mosaico perteneciente al ciclo de los “Amores de Júpiter” hallado en la vecina localidad de Fernán-Núñez, por no hablar de las innumerables piezas arqueológicas que periódicamente aparecen en los muchos yacimientos de Andalucía), sino también a todas aquellas culturas que forjaron la España Antigua, precristiana y prerromana, y que han continuado perviviendo en la memoria colectiva (por ejemplo en ciertas formas del folclore, que no “folclorismo”) de las distintas regiones peninsulares.

He de decir que el punto de vista sobre la Historia que aquí expresamos se fundamenta en la Vía Simbólica y sus códigos de conocimiento, en tanto que vehículos de la realidad metafísica, que son los que al fin y al cabo explican el acontecer de la vida humana como ejes vertebradores de la misma, pues de las ideas y principios emanados de esa realidad, entre ellos el modelo cósmico, es decir la cosmogonía, se han derivado todas las artes, las ciencias y el pensamiento de las distintas culturas y tradiciones de la tierra desde tiempo inmemorial.

Y desde ese mismo punto de vista también hemos abordado el Señorío de Montemayor y el Castillo Ducal de Frías, castillo-fortaleza que corona dicho municipio singularizándolo en el vasto territorio de la Campiña. Hablamos concretamente de dos de las familias nobiliarias más importantes de España, ligadas a Montemayor desde antiguo y que también establecieron entre sí lazos de consanguinidad a partir de un momento dado; nos referimos a los Fernández de Córdoba y a los Fernández de Velasco, siendo estos últimos durante varias generaciones los Condestables de Castilla, y asimismo titulares del Ducado de Frías desde que éste fue creado por los Reyes Católicos a finales del siglo XV.[3]

De estas dos Casas nos han interesado sobre todo sus linajes históricos y sus mitos fundadores, algunos de los cuales se remontan al tiempo de los godos, e incluso de los romanos y más allá todavía, como es el caso de los Velasco, originarios de la Bardulia, o Vardulia (que más tarde se llamará Castilla) antiquísimo territorio que comprendió lo que hoy es Cantabria, Burgos y parte de la tierra vasca. Nos hemos centrado especialmente en algunos de los miembros más representativos de estas Casas (empezando con esa rama de los Fernández de Córdoba que se instaló en Montemayor y seguidamente con los Duques de Frías), por estar muy estrechamente vinculadas a los distintos reyes castellanos, y de España cuando ésta se constituye definitivamente como entidad política. He podido comprobar la existencia de un “compromiso” de fidelidad entre los miembros y titulares de estas Casas hacia los valores intangibles que han presidido la construcción de esa entidad, que no olvidemos se produce durante el primer Renacimiento, es decir en pleno auge de las utopías políticas y espirituales, coincidiendo con la era de los descubrimientos geográficos, que fueron también descubrimientos que afectarían a la percepción y concepción que de la Historia tenía hasta ese momento el hombre europeo.

Somos conscientes de que la naturaleza humana está hecha de claroscuros, y en consecuencia también la Historia, pero sabemos igualmente que existe una jerarquía entre la luz y la oscuridad, y los periodos álgidos de una cultura aparecen cuando esa diferencia cualitativa está perfectamente definida en las acciones y reacciones de quienes son sus protagonistas. La extensa historia peninsular, que por momentos se hizo universal, ha conocido épocas muy densas y oscuras, pero también de un fulgor extraordinario y mucho más poderoso, y ello, estamos convencidos, ha sido posible por haberse engendrado una nobleza (no toda evidentemente) que ha encontrado en su raíz genealógica unos principios muy superiores a sus puros intereses particulares, principios ligados con una tradición secular transmitida y recibida de forma ininterrumpida a lo largo de los siglos, y que en muchos casos han sido los modelos que han presidido y aplicado en sus pensamientos y acciones.

Por otro lado, siempre es complejo adentrarse en el ámbito de la nobleza y la aristocracia, y se necesita de un hilo conductor para no perderse en su anecdotario y sus excesos, e ir a lo esencial, a lo que ellas realmente pueden aportarnos para conocer la Historia desde el núcleo mismo donde ha sido forjada. Por eso mismo, y para un mejor conocimiento del “ser” de esta nobleza castellana y andaluza, hemos acudido a otra disciplina auxiliar de la Historia como es la ciencia y el arte de la Heráldica, muy presente tanto en los Fernández de Córdoba como en los Duques de Frías. La heráldica ha sido llamada la “ciencia heroica”, cuyo lenguaje hermético está articulado igualmente por códigos simbólicos muy esclarecedores.

Asimismo, al final del libro, he añadido dos Apéndices que tampoco surgieron de manera premeditada, pero que he considerado que tenían cabida, y sentido, incorporarlos, teniendo en cuenta que están estrechamente relacionados con la Historia de España, que es al fin y al cabo de lo que tratamos, aunque no de una manera convencional, o al uso.

Hemos tenido la sensación de estar viajando por el interior de esa Historia, que por momentos ha sido “intrahistoria”; y además con la certeza de que ella está comprendida dentro de un ciclo mayor, que es el de Occidente, considerado como una “unidad en la diversidad”. Unidad que se expresa a través de toda una constelación de símbolos, ritos y mitos que se reconocen entre sí conformando la imagen de un Todo. Es esto, pese a las diferencias que pudieran haber existido entre unas y otras, lo que ha permitido que haya habido esa continuidad y recíproca influencia entre las diferentes culturas y civilizaciones surgidas en la cuenca mediterránea: desde Egipto y Grecia (incluida Creta), pasando por Fenicia, Etruria y finalmente Roma como gran receptora de todo esa herencia y que a través del Imperio establece también su unidad política, de la que Europa surge al mismo tiempo que recibe la impronta de la tradición judeo-cristiana.[4]

En este sentido, y aludiendo de nuevo a la “intrahistoria”, podemos ampliar aún más la imagen de ese todo cultural de Occidente si incluimos en él a Tartesos, contemporánea de algunas de esas grandes civilizaciones antes nombradas, y esto situaría a la antigua Iberia en un contexto que ya no es sólo mediterráneo, sino también atlántico, conectándose a través de él, vía Tartesos precisamente, con la mítica civilización atlante, de la que Egipto y otras se consideran también herederas. En realidad este es uno de los motivos principales por los que hemos tratado de Tartesos, como un eslabón perdido que, una vez encontrado, nos acerca un poco más a nuestro origen.

Apenas hablamos de la civilización islámica, a pesar de su larga presencia en suelo peninsular. Consideramos que aunque en algunos aspectos de su cultura ella es también receptora de toda esa herencia, sin embargo su devenir histórico le ha impedido sentirse plenamente integrada en la cultura occidental, oponiéndose a ella en determinados momentos.[5]

En una concepción de la Historia que no es simplemente lineal, sino cíclica, estamos convencidos de que existe un hilo de continuidad que enlaza los distintos ciclos históricos acaecidos en un mismo espacio geográfico, sobre todo cuando esos periodos corresponden a civilizaciones que en lo fundamental participan de una misma identidad cultural, como es el caso que nos ocupa. Y como la parte refleja el todo, también los distintos ciclos históricos acaecidos en la Bética se corresponden con los de la ecúmene mediterránea, incluida la egipcia y la cretense.[6] Destacar esa permanencia cultural en el tiempo es una de las cuestiones que más nos ha interesado poner de relieve en este pequeño ensayo. Y existe esa permanencia entre la Ulia ibero-romana y la Montemayor de los Fernández de Córdoba y la Casa Ducal Frías, gracias precisamente a la herencia romana, inseparable de la griega y del helenismo alejandrino, y que desde luego se proyectan en la civilización cristiana, o judeo-cristiana, pasando a formar parte constitutiva de ella para siempre.

No exageramos si decimos que la Historia de España, y en este caso concreto la de Andalucía, sintetiza perfectamente todo ese cosmos cultural, y esto es lo que hemos intentado reflejar también a través de estos viajes, y las reflexiones que han surgido de ellos, que es posible podamos desarrollar algún día con mayor amplitud.

Como podemos ver es mucho lo que podría decirse de todo esto, por eso hablamos de que este estudio es en realidad un “germen” de la Historia de España, que ha comenzado, y sin saber muy bien por qué, con los linajes de los Fernández de Córdoba y la Casa Ducal de Frías, titulares en distintos momentos del Castillo de Montemayor, donde antaño estuvo ubicada la ciudad de Ulia.

Todos los viajes lo son por la memoria, ligada con el tiempo y también con el espacio, pues la historia va íntimamente unida a la geografía y con el medio vital donde las culturas pretéritas han vivido y coexistido entre sí. Por eso mismo, nuestro interés por la Antigüedad, en este caso de Occidente, y lo que ella significa, supera con mucho el mero horizonte “histórico”. Para nosotros esa Antigüedad está viva. No es sinónimo de vetustez sino todo lo contrario: es un estado de la conciencia donde habitamos conjuntamente con los ancestros y con los orígenes de nuestra cultura, en la que con seguridad encontraremos un vehículo simbólico para lograr la identidad con nuestro ser verdadero, y que en algún momento quedó atrapada, o perdida, entre los meandros del río del olvido.

En la memoria de quien esto escribe, ese viaje por el Sur aparece ahora como un hito en su transcurrir por la rueda de la vida, como una coyuntura favorable que quieran los “hados del destino” pueda conducirle a ese lugar o espacio del alma a partir del cual, como diría Federico González, todo está por descubrir. Un lugar que es una tierra, o isla, ignota, transfigurada en su virginidad primigenia, y de alguna manera presentida desde siempre. Saber que todo lo anteriormente experimentado y conocido ha sido en realidad una preparación para emprender otro tipo de viaje que internamente se vive como de permanente apertura hacia lo vertical, pues no hay otra manera de salir del laberinto. De lo particular a lo universal, vivenciando en el alma los distintos estados del “Ser del tiempo”.



NOTAS

[1] Cuando el párroco era todavía D. Pablo Moyano, quien dedicó toda su vida a coleccionar piezas arqueológicas encontradas en el mismo término municipal de Montemayor y alrededores.

[2] Nuestro agradecimiento, en este sentido, a Mª Ángeles Luque, Conservadora- Restauradora de Bienes Culturales, que nos ha prestado en todo momento su apoyo. Igualmente a D. Enrique López, del Departamento de Cultura del Ayuntamiento de Montemayor, y al propio Concejal de Cultura, D. Antonio Soto.

[3] Para nuestras investigaciones es de destacar también el Archivo de esta Casal Ducal de Frías, ubicado actualmente en el Archivo Histórico de la Nobleza Española en Toledo. Concretamente, el Archivo de Frías es uno de los más voluminosos que existen, y desde luego es una fuente de información no sólo sobre esta Casa nobiliaria sino sobre la misma historia de España. Nos hemos dado cuenta de la importancia de los Archivos Históricos, que en sí mismos constituyen un conjunto unitario. Ellos nos brindan la posibilidad de una investigación documental, pero también “guardan” o “conservan” otro tipo de memoria que nos hace comprender mejor cómo se fue gestando la Historia en relación con las ideas-fuerza que la han generado en todo momento. Se da la circunstancia de que el Archivo de Frías estuvo en las dependencias del castillo de Montemayor hasta que en 1987 pasó en su mayor parte al Archivo Histórico de la Nobleza. Por lo visto esta fue una decisión que no gustó para nada a los habitantes de Montemayor, que ofrecieron resistencia a su traslado, lo que da la medida de hasta qué punto lo consideraban parte muy querida de su patrimonio cultural.

[4] Ver nuestro artículo aparecido en la revista Symbolos Nº 31-32 (también en versión telemática): “La influencia de Hermes en Barcelona y el Mediterráneo”.

[5] Esto no quiere decir que un estudio que trate de la Historia de España en su conjunto no contemple a esta civilización, lo cual sería un absurdo completo. Nosotros nos estamos refiriendo en este momento a las civilizaciones que comprenden el Occidente cultural, y en éste desde luego la presencia y la influencia de la civilización judeo-cristiana ha sido mucho más amplia y profunda que la de la civilización islámica. Ésta, ciertamente, y en un momento dado de la Edad Media que podemos situar en los siglos XII y XIII, fue un puente por donde pasaron a Europa los conocimientos de los griegos referentes a las ciencias y la filosofía de Aristóteles, no así la de Platón y los neoplatónicos, que sí estuvo presente en la metafísica y la cosmogonía del sufismo, es decir en la vertiente esotérica o iniciática de esa tradición. Asimismo entre el islam persa o iranio. Precisamente uno de los más grandes representantes de la metafísica sufí no fue otro que un gran platónico, Ibn Arabí, nacido en Murcia aunque vivió durante los años de su juventud y de instrucción en Andalucía. Tuvo que abandonar la península tras la invasión almohade, que traían consigo la versión rigorista del Islam.

[6] Esto lo confirma la arqueología, además de los relatos mitológicos e históricos. En el caso concreto de la cultura cretense el “culto al toro” que la distingue, quedó impreso en Tartesos (los toros de Gerión) y posteriormente en la Bética, llegando hasta nuestros días.

 

DL: CO 2050-2016. Diputación de Córdoba. Montemayor 2016.