FRANCISCO ARIZA

TARTESOS, LA CIUDAD DE ULIA, EL SEÑORÍO DE MONTEMAYOR Y EL CASTILLO DUCAL DE FRÍAS
Linajes históricos y mitos fundadores

 

Capítulo III

EL SEÑORÍO DE MONTEMAYOR Y EL CASTILLO DUCAL DE FRÍAS

 

La utopía de la “Confederación Hispánica” en el XIV Duque de Frías, Bernardino Fernández de Velasco, y el embajador de la Gran Colombia

Y nos referiremos por último al XIV Duque de Frías, Bernardino Fernández de Velasco (fig. 82). Nacido en 1783 y fallecido en 1851, fue en realidad el último gran representante del Ducado de Frías y de la Casa de Velasco. Él hereda de sus ilustres antepasados el interés por las letras, ya que fue un reconocido poeta dentro de la corriente romántica del siglo XIX español (fig. 83), y asimismo por la carrera militar y por los asuntos de Estado, desempeñando en distintas ocasiones el papel de embajador en Londres y París.

 

Fig. 82. Bernardino Fernández de Velasco. XIV Duque de Frías.

 

Fig. 83. “Los poetas contemporáneos”, de Antonio María Esquivel, 1846. El XIV Duque de Frías aparece sentado el segundo por la derecha.

 

Entre sus numerosos títulos nobiliarios, hereda también el del Condado de Oropesa, dentro del cual estaba el Señorío de Montemayor, y por lo tanto la titularidad del castillo pasa a la Casa de Frías, hecho que ocurrió en 1802. Bernardino Fernández de Velasco se convierte en el XX señor de Montemayor, y en este sentido no deja de ser significativo que su madre (Francisca de Paula de Benavides y Fernández de Córdoba) perteneciera al linaje de los Fernández de Córdoba, concretamente a la rama de los alcaides de los Donceles o de Comares.

En cierto modo con el XIV Duque de Frías se cierra un círculo que comprendía dentro de él a estas dos familias de antigua raíz astur-gallega y castellana, los Fernández de Córdoba y los Fernández de Velasco, que como hemos visto colaboraron muy estrechamente con los distintos monarcas hispanos a lo largo de la historia, lo cual no podría ser una excepción en este Duque de Frías, que fue nada más y nada menos que Presidente del gobierno de España en 1938 durante el reinado de Isabel II, si bien por un breve período de tiempo. Su hijo, José Bernardino Fernández de Velasco, fue además gobernador civil de Madrid (fig. 84). Podemos apreciar en las figs. 85-86 imágenes el Escudo de Armas de los Duques de Frías en la iglesia de Montemayor, y en la fig. 52 el Escudo Nobiliario de la Casa de Frías.

Fig. 84. José Bernardino Fernández de Velasco, XV Duque de Frías.

Fig. 85. Capilla de los Duques de Frías, con su Escudo de Armas, y de donde emerge una representación de la Justicia. Iglesia de Montemayor.


 Fig. 86. Detalle de la capilla de los Duques de Frías con la leyenda: Superbos Gladio Fideles Praemio, “Premio a la Fidelidad de la Soberbia Espada”.

 

Pero de su actividad política queremos resaltar un hecho que de haberse llevado a buen término hubiera cambiado no sólo la posterior historia de España sino también de Hispanoamérica y a buen seguro del mundo. Nos estamos refiriendo a un episodio protagonizado por el Duque de Frías cuando era embajador en Londres allá por 1820, durante el famoso Trienio Liberal. En ese momento se estaban produciendo las guerras de emancipación de las colonias españolas en Hispanoamérica, y nuestro Duque tuvo la oportunidad de trabar relación con el embajador de la Gran Colombia en Londres, Francisco Antonio Zea, una relación que se vio facilitada por su mutua filiación masónica.[72] Ambos tenían ideas muy similares en cuanto a crear una gran Confederación Hispánica, como una especie de la Commonwealth británica para entendernos, aunque no fuese exactamente lo mismo. La iniciativa partió del embajador colombiano, y fue enseguida recibida con entusiasmo por el Duque de Frías, pues como decimos sus pensamientos eran afines al respecto, ya que éste pretendía integrar a ese gran proyecto también a Portugal y por lo tanto a Brasil. Dice a este respecto Alberto Navas Sierra en su obra Utopía y atopía de la Hispanidad (De Londres 1820 a Guadalajara 1991):

Conforme a lo advertido por Zea en las primeras líneas de su comunicación, su propuesta era de carácter “eminentemente politico y eminentemente filantrópico”. Con ella pretendía, no sólo “la reconciliacion y reunion de nuestra gran familia [hispánica] discorde y dispersada... [sino] la regeneracion completa de la Monarquia [española, y con ello finalmente] ...la creacion de un nuevo Imperio y la Institucion de una nueva Politica.”

Plenamente convencido de la grandeza, importancia y necesidad de realizar su Plan, el Enviado colombiano enfatizó a Frías la motivación última de su iniciativa:

“Se trata nada menos que de sustituir el espiritu de repulsion y de divergencia que va separando de la Monarquia tantos pueblos y acabara por separarlos todos, [por] otro espíritu de atracción y de convergencia que concentrándolos en la metrópoli, constituya un fuerte y poderoso Imperio federal sobre un principio idéntico al en que fue constituido el Universo para conservarse inalterable.”

Dicho proyecto fracasó como todos sabemos. Pero lo que nos interesa resaltar es el hecho mismo de que se plantearan dichas ideas en el campo de la geopolítica, que podría ser vista como una rama de la Filosofía de la Historia, y vinculada también con la Geografía Sagrada, al menos como una derivación moderna de esta última. Desarrollar esta cuestión nos llevaría a consideraciones muy amplias y desde luego muy interesantes acerca de lo que significó, significa, y pudo significar, Hispano-América en el conjunto de la Historia y la Geografía Universal, vistas como organismos vivos que responden a las leyes secretas del Cosmos.

Estamos en presencia de ideas verdaderamente utópicas, que no se llevaron a cabo no porque fueran irrealizables en sí mismas sino debido a la mezquindad y mediocridad de hombres y políticos que no estuvieron a la altura de los acontecimientos, pues no supieron leer los signos que en ese momento se estaban manifestando en los pueblos hispanos a uno y otro lado del atlántico, que en general no deseaban la separación, sino establecer un nuevo marco de convivencia fraternal entre países libres e iguales. Faltó esa visión de unidad armónica del mundo que es necesaria para que todo proyecto personal y colectivo quede bien cimentado, y que en la Historia de Occidente. Precisamente a esa unión entre los pueblos de España y América es a la que se refiere el embajador colombiano con las siguientes palabras, y que sin duda alguna suscribiría el propio Duque de Frías.

La union que nos conviene es la que se admira en las ruedas de una ingeniosa maquina. Cada una tiene su movimiento particular y todas concurren al movimiento general de que resulta el efecto a que se haya destinada. Es ciertamente un beneficio de la Providencia, habernos puesto en la necesidad de adoptar la unica organizacion apropiada a tan dispersos y remotos pueblos y favorable a su felicidad.

Esa única organización era la Confederación Hispánica, que se constituirá:

“sobre un principio identico al que fue constituido el Universo para conservarse inalterable” […] “todos mis conatos se han dirigido a fixar en la Metropoli [es decir en la Madre Patria] un centro de atraccion a cuyo alrededor giren como los planetas alrededor del Sol. Entre nosotros se verificara la bella hypotesis de la separacion de los planetas de la masa solar y su fuerza centrifuga que los hubiere dispersado en los cielos a la merced de los Cometas, si el sabio y provido Autor del Universo no hubiere dotado al Sol de la fuerza de atraccion que los retiene, haciendolos girar tan acordes y magestuosamente al rededor del Padre de la luz”.

Hay en estas palabras como un eco del pensamiento de Platón, de Dante, de San Agustín y de todos los filósofos platónicos y herméticos (como Tommaso Campanella, por ejemplo, y su utopía de “La Ciudad del Sol”) entregados a la búsqueda de la Sabiduría para intentar establecer en la tierra, y concretamente en Occidente, una imagen de ese orden armónico universal, que efectivamente se ha ido realizando en sucesivas etapas de la Historia, conformando el núcleo fundamental de todas las civilizaciones. Un orden que también habría sido posible en el ámbito de la cultura hispanoamericana si las ideas del embajador colombiano y español hubieran encontrado eco en sus gobernantes respectivos.

El mundo actual sería otro evidentemente. Una España que fuera la frontera norte de la Confederación Hispana (“Imperio federal” la denomina el embajador Zea), con Europa hubiera permitido en ella otro centro de gravedad diferente al anglosajón, francófono y germánico, con el consiguiente enriquecimiento y juegos de equilibrios geopolíticos que quizá habrían impedido o aminorado el desmoronamiento de la civilización Occidental, al que estamos asistiendo desde comienzos del siglo XX, y que hoy en día se está recrudeciendo. Por eso mismo es importante interiorizar en las conciencias de las personas la idea de la unidad a todos los niveles, y buscar siempre aquello que nos une y no lo que nos separa. Queremos traer aquí las palabras reveladoras de Federico González, que están en sintonía con lo que llevamos dicho sobre este tema:

A los hispanoamericanos no nos separa el Atlántico, sino que este nos une. Para algunos, nuestra madre común, la Atlántida (presente en la raíz TL de los nombres de las ciudades-centros de Tula y Toledo) selló este pacto en el siglo XV con la sangre generosa de los vencedores y vencidos e hizo que sus hijos conciliaran los opuestos de dos tradiciones, de dos mundos aparentemente excluyentes, el cristiano y el indígena, el europeo y el americano que, sin embargo, se han influido mutuamente al punto de complementarse, tan identificados se encuentran el uno con el otro, aún más allá de la inmensa importancia de una lengua, una historia y en muchos casos una sangre común. Y, asimismo, más allá de las susceptibilidades y diferencias de dos tradiciones, la precolombina y la cristiana que al enfrentarse se resolvieron en conquistadores y conquistados, es enorme el sustrato común que se manifiesta en cantidad de hechos y cosas, conscientes e inconscientes, que nos hermanan para siempre y en forma definitiva, tomada debida cuenta, entre muchas otras razones, que en la Historia (de los hombres y los pueblos) nada hay de casual, y que próximos a arribar al fin de un ciclo nos toca un destino obviamente compartido.

Bajo esta luz que hace a la Historia y a la Geografía trascendentes, otorgándoles la categoría de simbólicas sagradas, el descubrimiento de América recupera un sentido significativo y encuentra su verdadero lugar en el mapa mental de españoles y americanos. Los que haciendo caso omiso de las palabras huecas y los discursos que se estilan en estas ocasiones se consideran mutuamente responsables de comprender la magnitud de esta unión, bajo la tutela de un Dios único, un Arquitecto del Universo revelado de todos los pueblos del mundo, y una Tradición Universal y Unánime que se ha manifestado actualmente para América y España bajo una forma común: Hispano-América, lo que no sólo nos obliga solidaria y fraternalmente, sino que, además, nos mueve a actuar conjuntamente en los cauces ordenados del tiempo y el espacio, reuniendo los contrarios que más bien nos unen que separan, en aras de la realización ontológica y metafísica, o sea de la vida verdadera y la identidad, lo cual abonará una vez más los vínculos fraternos y los ideales compartidos.[73]

Ese “Imperio federal” al que se refería el embajador Zea tenía muchos puntos en común con la Monarquía española que se instauró en tiempos de Carlos V, muy elogiada por cierto por Tommaso Campanella, pero que no llegó a cuajar definitivamente en su empeño por “reunir lo disperso” y “conciliar” entre sí culturas diferentes que hubiera hecho posible la realidad plena de esa única Tradición: Hispano-América. Las causas fueron varias, y cualquier lector informado las conocerá -distinguiendo la verdad de la falsedad histórica-, pero que se pueden resumir en una sola palabra: la ambición material, opuesta a las potencias fecundas del espíritu humano cuando éstas tienen su raíz en la sabiduría y la justicia divinas. Hubiera bastado para llevar a cabo tan magna empresa tomar como modelo las ideas que tuvieron en su mente los fundadores del Imperio Romano (en síntesis: “integración” y “concordia” entre los pueblos que componían dicho Imperio),[74] del que el propio Carlos V se sentía heredero como emperador que era del Sacro Imperio cristiano. Sobre todo faltó la férrea voluntad de llevarlas a cabo. Obviamente la Historia también está manejada por los hilos de la fatalidad, como dice el propio Duque de Frías en una de sus epístolas al embajador de la Gran Colombia.

Estamos convencidos que ambos embajadores representaban, ética y espiritualmente, lo mejor de España y de América, y estaban efectivamente unidos por estas ideas, que no desaparecen con el tiempo sino que por su condición de arquetípicas son las que siempre han impulsado lo mejor de la Historia humana, las que han dado a esta una estructura análoga a la obra del “Autor del Universo”, y en la medida en que ello ha sido posible y siempre que las circunstancias cíclicas y la voluntad de los hombres y mujeres se hayan sumado a ella, como hemos podido comprobar con algunos de los ejemplos que se han ido desgranando en estas páginas, que como dije al principio nos ha llevado a un viaje al interior de la Historia de España (que en un momento dado comprendió también a América), un viaje que tal vez sea el germen de un estudio más amplio que abarque períodos de esa misma Historia donde ha estado presente la huella imperecedera de la Sabiduría Perenne.




NOTAS

[72] Efectivamente, y al igual que su padre Diego Fernández de Velasco, el XIV Duque de Frías fue miembro de la Orden Masónica, lo cual era frecuente en esa época dentro de los ambientes liberales de la cultura española.

[73] Federico González Frías: “Carta desde Guatemala”. Añadiremos que de la memoria de los pueblos atlánticos americanos y europeos nunca desapareció la imagen mítica de la Atlántida y su civilización, que Platón recoge en su obra gracias a las enseñanzas de Solón (uno de los siete sabios de Grecia), el cual las recibe a su vez de los sacerdotes egipcios. La Atlántida fue el nombre de aquella gran isla situada entre Europa y América desaparecida tras el fin de la última Glaciación. Ella unía en cierto modo estos dos continentes, o servía de puente entre uno y otro, y así lo expresa el hecho de que el nombre de la capital atlante, Tula (que fue también la del continente Hiperbóreo), sea asimismo el de una ciudad de la América Central y esté presente igualmente en la etimología de la palabra Toledo, según nos recordaba anteriormente Federico González. Los romanos la llamaron Toletum (derivándola seguramente de otra palabra más antigua), los judíos Toledoth (“Generaciones”), y los árabes nada menos que Tulaytula.

Esto nos lleva a considerar que tanto la Tula americana como el Toledo español (en el centro geográfico de la península) son emanaciones de la Tula atlante, como de hecho ésta lo es de la Tula primordial. En cierto modo ese “destino compartido” de americanos y españoles que señalaba Federico González ya estaba prefigurado desde muy antiguo, y el “descubrimiento” de América (al que se unieron inmediatamente los portugueses) no fue sino un “reencuentro” de los herederos espirituales de aquella gran civilización que teniendo su centro sagrado en la “isla” Atlántida se extendía hacia uno y otro extremo del “mar océano”, uniendo efectivamente sus dos orillas, creando en su expansión colonizadora ciudades según el modelo de la original. A este respecto no deja de ser significativo, por lo que tiene de simbólico, que Cristóbal Colón partiera para su gran aventura oceánica de Palos de la Frontera, en la provincia de Huelva, donde antaño floreció la civilización de Tartesos, considerada precisamente como una colonia atlante que pervivió en Andalucía durante siglos, como ya apuntamos en el primer capítulo de este libro.

También es significativo que ese reencuentro se produjera tras un gran ciclo temporal de 12000, equivalente a un período de la precesión de los equinoccios, que es una vuelta completa del movimiento de los cielos, tras la cual, efectivamente, se encontrarían nuevamente los herederos de aquella civilización, y en un tiempo que, como el actual, está destinado según los planes del Gran Arquitecto del Universo a “reunir lo disperso” en vista de un nuevo fin de ciclo ya próximo. Aquí entramos de lleno en el simbolismo cíclico, histórico y geográfico que nos daría para mucho, pero lo que nos interesa destacar es ese concepto acuñado por Federico González, sumamente revelador por otro lado, de Hispano-América como una Tradición o ente cultural que deriva de una “Tradición Universal y Unánime”, que reuniera los contrarios en “aras de la realización ontológica y metafísica”.

[74] Decían los antiguos romanos que “la victoria está siempre donde está la concordia”. Esta frase no se debería olvidar nunca, y no sólo en los asuntos socio-políticos.

 

DL: CO 2050-2016. Diputación de Córdoba. Montemayor 2016.