FRANCISCO ARIZA

TARTESOS, LA CIUDAD DE ULIA, EL SEÑORÍO DE MONTEMAYOR Y EL CASTILLO DUCAL DE FRÍAS
Linajes históricos y mitos fundadores

 

Capítulo I

EN EL PAÍS DE TARTESOS
(fin)

 

III

El último de los reyes de Tartesos fue Argantonios, que vivió a caballo entre los siglos VII-VI a.C. Es el único que está datado históricamente y además tuvo una intensa relación comercial y cultural con los griegos focenses procedentes de la región de Jonia, los cuales establecieron distintas colonias en el Levante hispano, como Emporiom (Ampurias), Rode (Rosas), Hemeroskopeion (Denia), Akra Leuké (Alicante) y Mainaké (cercana a la actual Málaga), entre otras zonas. Si bien el núcleo central de Tartesos comprendía las provincias actuales de Huelva, Sevilla, Cádiz y Córdoba, su influencia cultural fue mucho más extensa y sus límites geográficos coincidían bastante con los de la Bética romana, si bien comprendía parte de la Lusitania y de Extremadura, como lo demuestra el yacimiento arqueológico llamado el “tesoro” de La Aliseda (Cáceres), formado por un ajuar de piezas de oro semejante al descubierto en El Carambolo (Sevilla) y otros lugares.

En la misma Extremadura, pero en el sur de Badajoz, y lindando con las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Córdoba, existía una región llamada Beturia. Allí se encuentran los vestigios de Cancho Roano, considerado un santuario tartésico de estructura cuadrangular, y que recuerda ciertas construcciones de Oriente. Lo hemos visitado personalmente y pudimos comprobar que todavía conserva su antigua belleza arquitectónica. Levemente elevado sobre el terreno circundante, el hecho de estar rodeado por un meandro nos indica que se trataba efectivamente de un lugar de culto, es decir de un espacio sacralizado, que pudiera haber tenido también otras funciones, además de las rituales propias de un centro espiritual.

 

Fig. 10. Bronce de Cancho Roano.

 

Allí se han encontrado numerosas figuras votivas de bronce de una depurada técnica, como es el caso del llamado “bronce de Cancho Roano”, una pieza que forma parte de un arreo de caballo que representa a una divinidad bifronte y de evidente carácter solar (fig. 10). Tengamos en cuenta que por Cancho Roano y La Aliseda pasaba la ruta comercial que unía Tartesos con el noroeste peninsular, es decir con el mundo celta y otros pueblos que habitaban las costas atlánticas y cántabras. De hecho, un núcleo celta existía ya en la Beturia, y los tartesios, así como los griegos y los fenicios, mantuvieron con ellos intensas relaciones comerciales y culturales.[23] Se dice que Argantonios era un rey filoheleno debido al interés que mostraba hacia la cultura griega, hasta el punto de ofrecer, sin éxito, a los griegos foceos asentarse definitivamente en Tartesos. Así lo afirma Herodoto en el libro I de su Historia:

Los habitantes de Focea, por cierto, fueron los primeros griegos que realizaron largos viajes por mar y son ellos los que descubrieron el Adriático, Tirrenia, Iberia y Tarteso. No navegaban en naves mercantes, sino en penteconteros. Y, al llegar a Tarteso, se hicieron muy amigos del rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que gobernó Tarteso durante ochenta años y vivió en total ciento veinte. Pues bien, lo foceos se hicieron tan grandes amigos de este hombre, que […] les animó a abandonar Jonia y a establecerse en la zona de sus dominios que prefiriesen.

Se destaca su longevidad y su nombre, Argantonios (fig. 11), alude a la plata, muy abundante en el sur de España, al igual que el oro, el cobre, el estaño, el plomo, etc. Pero también a la riqueza en un sentido más amplio que el puramente material, pues para la mentalidad arcaica la riqueza revestía un carácter sacro, como la propia tierra, y era el rey, o rey-sacerdote como fue en realidad Argantonios y sus predecesores, quienes canalizaban esa sacralidad gracias al vínculo que mantenían con los númenes telúricos, al mismo tiempo que eran portadores de las energías más sutiles del cielo.

 

Fig. 11. El nombre del último rey de Tartesos, Argantonios, en una inscripción griega.

 

Por otro lado, recientes investigaciones han llegado a la conclusión de que el nombre de Argantonios, por su raíz griega Arganth, también puede hacer referencia a las aguas, a lo blanco y a lo brillante, y hay que recordar que así aparecen descritas en muchas crónicas antiguas las abundantes aguas del río Tartesos (el Guadalquivir). Argantonios y su reino se identifican así con las aguas de ese río, que adquiere los rasgos de una divinidad fértil y generadora (como el Nilo entre los egipcios), que se sintetizó en la imagen del toro androcéfalo, muy representada en Mesopotamia (regada por el Éufrates y el Tigris) y en el mundo griego, como es el caso del dios Aqueloo (fig. 12), o Asopo, entre otros.

 

Fig. 12. Dios-río Aqueloo.
Tetradracma s. IV a.C. Gela, Sicilia.

 

La potencia genésica del toro unida a la acción vivificante de las aguas de los ríos (que también trasportan los metales de las montañas auríficas, argentíferas, las de cobre, estaño, hierro y plomo)[24] son imágenes simbólicas que claramente aluden a la abundancia de una tierra pletórica, henchida de riquezas ilimitadas.[25] En aquella época, y hasta el periodo romano, el río Tartesos desembocaba en el llamado “Lago Ligustino” (parte del cual está ocupado hoy en día por las marismas y campos de cultivo) para adentrarse seguidamente en el “Mar de Tartesos” y de ahí al gran océano. Precisamente existe también una relación simbólica de las aguas y la blancura con la plata (argyros), y asimismo con la luna, identificada con ese metal y su color, como lo sugiere también el nombre de este planeta en hebreo, Lebanah, que quiere decir blanco y luminoso.

Desde luego los reyes y dinastías tartésicas son todo un tema que obviamente no podemos tratar ahora en profundidad, aunque sí nos referiremos brevemente a algunos de ellos a través de testimonios dejados sobre todo por los antiguos griegos y romanos, que recogían tradiciones que hablaban de Tartesos como el país del Extremo Occidente, destacando sus riquezas de todo tipo,[26] y también la benignidad de su clima, la longevidad de sus habitantes y el carácter de “reino ideal”, “utópico”, que siempre revistió Tartesos en el imaginario de los pueblos mediterráneos, especialmente griegos y cretenses,[27] y que ha llegado hasta hoy mismo, lo cual es algo que debería hacernos reflexionar sobre el por qué de la permanencia de Tartesos en la memoria, que acaso tiene que ver con el origen antediluviano común a esos pueblos, que ya Platón evoca en el Timeo y el Critias cuando habla de la civilización atlante, de su ciudad y de sus reyes, igualmente de origen divino, y que tanto recuerdan a los reyes legendarios de Tartesos.

Gerión primero y posteriormente Gargoris, y su hijo Habis fueron prototipos de reyes civilizadores y legisladores. Este último, Habis, distribuyó a su pueblo en siete ciudades (seguramente ciudades-estado similares a las que existían en Grecia y Oriente Próximo), que serían los centros en torno a los cuales se organizaría el vasto territorio tartésico,[28] que llegó a ser una confederación de pueblos y cuya área de influencia ya hemos esbozado anteriormente; se extendía desde la región portuguesa de Lisboa hasta cerca de Cartagena, teniendo como frontera norte una parte del río Guadiana (el Anas), e incluso del río Tajo en el trayecto hacia su desembocadura en el Atlántico.[29]


Fig. 12b. El reino de Tartesos.

 

Como podemos ver en la imagen de arriba (fig. 12b), el territorio de Tartesos en su máxima expansión geográfica y cultural aparecía como una especie de rectángulo que comprendía tanto la costa atlántica como la mediterránea, y en cuyos extremos se encontraban los cuatro cabos o promontorios sagrados (hieron akroterion), delimitando y haciendo de ese espacio geográfico una imagen del cosmos.[30] En dicha imagen, los puntos se corresponden con yacimientos tartesios, los triángulos con algunas colonias griegas y los cuadrados con las fenicias.

Por la parte de lo que hoy es Portugal tenemos el Promontorio Magno, también llamado el “Promontorio de la Serpiente” en la Ora Marítima de Avieno,[31] que es el actual Cabo de Roca (en la comarca montañosa de Sintra, cerca de Lisboa), y considerado como el más occidental de Europa. Ptolomeo lo denomina “Promontorio de la Luna”. Más abajo, en el extremo suroeste (por mucho tiempo tenido por el extremo más occidental) se encuentra el otro Promontorio Sagrado (el actual Cabo de San Vicente), considerado en sí mismo un templo natural y al que, según Estrabón (III, 1-4), los dioses visitaban cada noche. Muy cerca del Cabo de San Vicente hay otro Promontorio: la Punta de Sagres o Cabo Sacro (“sagres” parece una contracción de la palabra “sagrado”), donde sí existía un templo dedicado al dios Saturno.

Por el lado de España tenemos el Promontorium Scombraria (la isla de Escombreras) en la actual Cartagena -Cartago Nova-,[32] donde se levantaba un templo a Melkart-Hércules. Cercana a esta isla está el Cabo de Palos, donde también existía un templo al dios fenicio Baal Hammon, y posteriormente otro a Saturno, su equivalente griego; y descendiendo por la costa mediterránea se llega el extremo sureste, donde se alza el “Promontorio de las Cornalinas”, Charidemo Acra, también llamado en tiempo de los romanos Iugum Veneris -Cabo de Venus-, que es el actual Cabo de Gata (Almería). Anteriormente los fenicios habían levantado allí un templo a Astarté -la Venus fenicia- y los griegos otro a Afrodita.

No se han conservado los nombres tartesios de todas estas divinidades, que ya tenían sus templos consagrados a ellas antes de la llegada de los colonizadores orientales, los cuales evidentemente encontraron una total correspondencia y analogía con sus propias deidades. Es lo que sucede por ejemplo entre el Heracles-Hércules grecorromano y el Melkart fenicio, al que estaba dedicado un templo en Gadir (Cádiz), seguramente en la isla de Sancti Petri donde se han encontrado numerosas estatuillas del dios.

Volviendo de nuevo a los reyes tartesios, del primero de ellos, Gerión, se tiene noticias a través de Hesíodo y de Estesícoro, ambos nacidos en el siglo VII a.C. En su Teogonía (288 y ss.) Hesíodo recoge lo siguiente:

Con ella [con Medusa] solo se acostó el de Azulada Cabellera [Océano] en un suave prado, entre primaverales flores. Y cuando Perseo le cercenó la cabeza, de dentro brotó el enorme Crisaor y el caballo Pegaso. A este le venía el nombre de que nació junto a los manantiales del Océano, y a aquí el porqué tenía en sus manos una espada de oro. Pegaso, levantando el vuelo y abandonando la tierra madre de rebaños, marchó a la mansión de los Inmortales y allí habita, en los palacios de Zeus, llevando el trueno y el rayo al prudente Zeus. Crisaor engendró al tricéfalo Gerión unido con Calírroe, hija del ilustre Océano; a éste lo mató el fornido Heracles por sus bueyes de marcha basculante en Eriteia rodeada de corrientes. Fue aquel día en que arrastró los bueyes de ancha frente hasta la sagrada Tirinto, atravesando la corriente del Océano [después de matar a Orto y al boyero Euritión en su sombrío establo, al otro lado del ilustre Océano].

Señalaremos que ese carácter tricefálico de Gerión es común en las divinidades celtas de origen indoeuropeo, lo que indicaría, según algunos, una influencia de la cultura celta e indoeuropea en la formación de este mito.[33] Por otro lado, ciertos autores clásicos, como Pompeyo Trogo en su obra Historias Filípicas, recoge otras tradiciones en la que ese aspecto triple se refería a que Gerión en realidad eran tres hermanos que vivían en tal armonía que sus almas eran movidas por un mismo espíritu. Sea como sea, en este mito se trata de resaltar la unidad y la armonía en la que vivía la sociedad de Tartesos en sus primeros tiempos.

Por su lado, Estesícoro que era un poeta griego de Sicilia al cual nombra Platón en el Fedro como un hombre inspirado por las Musas, escribió un poema titulado Gerioneida, donde habla de las andanzas civilizadoras de Hércules (fundador mítico de Cádiz y otras ciudades como Toledo y Barcelona) en el país situado más allá de las columnas de su mismo nombre, pero que antes eran llamadas las “puertas de Tartesos”, las que daban acceso a otro espacio geográfico y marítimo distinto, que hasta Hércules (o sea hacia el II milenio a.C.) seguramente los griegos no habían atravesado nunca, o al menos no queda testimonio de ello. He aquí un fragmento de la Gerioneida referido al nacimiento de Gerión en la caverna de la roca, es decir del monte, y la identificación de este rey mítico con el propio río Tartesos, cuya desembocadura está muy cerca del monte llamado Argyros, la “plata”:

Casi enfrente de famosa Eritia, / junto a las fuentes de Tarteso el río / inextinguibles, de argénteas raíces, / en la gruta de una roca.[34]

Estesícoro rescata las leyendas, fundamentadas en los descubrimientos arqueológicos más recientemente, acerca de este rey tartesio al que se enfrentó el héroe griego cuando en su décimo trabajo tuvo que robar sus bueyes o toros rojos para llevarlos posteriormente a Micenas (fig. 13). Esto evidentemente nos indica una estrecha vinculación entre Tartesos y el mundo griego desde al menos 2000 años a.C. como hemos dicho, y cuyo último testimonio histórico es justamente Argantonios.

 

Fig. 13. Herakles-Hércules luchando con Gerión.
Cerámica ática siglo VI a.C.

 

Siglos más tarde el romano Avieno, en su Ora Marítima, recoge los relatos de antiguos viajeros, geógrafos e historiadores griegos, como Pausímaco de Samos, Fileo de Atenas, Hecateo de Mileto, Bacoris de Roda, Cleón de Sicilia, Helánico de Lesbos, Escílax de Carianda, etc.

Avieno además visita esos lugares, es decir tiene una experiencia directa de lo que está describiendo, y amplía lo que dice Estesícoro sobre el río Tartesos, la desembocadura en el lago Ligustino y la ubicación del monte Argentario; en fin, menciona a Gerión (o Geronte) y su fortaleza, el “Arx Gerontis”:

Pero el río Tarteso, fluyendo desde el lago Ligustino, a campo traviesa, envuelve una isla de pleno con el curso de sus aguas. No corre adelante por un cauce único, ni es uno solo en surcar el territorio que se le ofrece al paso, pues, de hecho, por la zona en que rompe la luz del alba, se echa a las campiñas por tres cauces; en dos ocasiones, y también por dos tramos, baña el sector meridional de la ciudad. Por su parte, el monte Argentario se recorta sobre la laguna; así llamado en la Antigüedad a causa de su belleza, pues sus laderas brillan por la abundancia de estaño y, visto de lejos irradia más luminosidad aún a los aires, cuando el sol hiere con fuego las alturas de sus cumbres. Este mismo río, además, arrastra en sus aguas raeduras de estaño pesado y transporta este preciado mineral a la vera de las murallas. A partir de aquí una extensa región se aleja de la llanura de aguas saladas, tierra adentro; la raza de los etmaneos la habita. Y después, por otro lado, hasta los labrantíos de los cempsos se extienden los ileates sobre tierras fértiles; si bien las zonas marítimas las controlan los cilbicenos.

A la ciudadela de Geronte y al cabo del santuario, como hemos explicado antes, los separa la salada mar por medio; y entre altos acantilados se recorta una ensenada. Junto al segundo macizo desemboca un río caudaloso. Luego se yergue el monte de los tartesios, cubierto de bosques. (…)

Por donde se da el ocaso del día, hay una isla consagrada a Venus del Mar, y en la misma un templo de Venus, una ermita en roca viva y un oráculo…

Gerión nace pues en la “montaña de plata”, es decir la “montaña blanca” (en una gruta de la misma, como muchos héroes civilizadores, Hermes o el mismo Cristo sin ir más lejos), lo cual contiene de por sí un simbolismo presente en muchas tradiciones: el de asociar el color blanco con los “lugares sagrados” de las diversas tradiciones, color que es también el de la autoridad sacerdotal.[35] En este sentido, ya Estrabón señala que el templo que había en el promontorio sagrado estaba dedicado a Saturno, el rey de la edad de oro. Todas estas referencias a Saturno por parte de los cronistas y geógrafos clásicos nos llevan a considerar que Tartesos fue efectivamente una civilización gobernada por dinastías que conocían sus orígenes primordiales, y gobernaron de acuerdo a una Sabiduría que habían recibido “por Tradición”.

Recordemos, en este sentido, que el padre de Gerión, Crisaor, evoca esos orígenes primordiales pues su nombre quiere decir “falcata de oro”, espada cuya forma de hoz es precisamente uno de los símbolos de Saturno, y también de Deméter, la diosa de la agricultura y de la fecundidad. Por otro lado, la madre de Gerión fue la ninfa Callirhoe, la de los “cabellos ondulantes”, hija de Océano, es decir de las aguas primigenias. Recordemos asimismo que el Hermes que se casa con Eriteia (hija de Gerión y madre de Norax), es seguramente uno de los Hermes que emanan del Hermes arquetípico, el “Hermes antediluviano”, o atlante. A su vez, Eriteia era llamada "la isla del crepúsculo vespertino", y en esa descripción encontramos también una referencia al continente perdido, la Atlántida, que se encontraba en efecto en el Extremo Occidente, allí donde el Sol se sumerge en las aguas del “mar Océano”.

Todo se torna claro y luminoso al evidenciar aquí una genealogía mítica que en verdad se reproduce en todas las culturas que, como la de Tartesos, fueron herederas en nuestro ciclo actual de las civilizaciones antediluvianas.

Argantonios seguramente formaba parte de una dinastía tartesia signada por los griegos con ese nombre: la dinastía de los Argantonios, que estuvo comprendida dentro del ciclo histórico, como las dinastías de Gerión, de Gargoris y la de Habis se desarrollaron dentro del ciclo mítico, anterior a la historia.[36] Pero existe un hilo de continuidad entre unas y otras, y desde luego el último Argantonios -el “hombre de plata”- es el genuino heredero y continuador de esa tradición ancestral, de la que emanaron las culturas y civilizaciones que iban a ser las protagonistas en el último período cíclico de Occidente.


Fig. 14. Mapa de la Bética según Ptolomeo



NOTAS

[23] Hablamos concretamente de los celtas nerios. Esas relaciones continuarían existiendo cuando éstos se trasladaron a la costa atlántica de Galicia. Precisamente el cabo de Finisterre (del latín Finis terrae) se denominaba anteriormente cabo Nerio en honor a ese pueblo originario de la Beturia. Este es un tema de sumo interesante, pues amplía nuestra visión de los pueblos que habitaban la España Antigua y de su interrelación, y que en algún momento intentaremos investigar más a fondo.

[24] No sólo las aguas del Guadalquivir arrastraban esos metales, sino asimismo sus distintos afluentes, y otros ríos como el Odiel y el Tinto, que se unían en la desembocadura de la ría de Huelva, que era también territorio tartésico.

[25] Eran también pueblos agricultores y ganaderos, y esto nos conduce nuevamente a la leyenda de Gerión y su magnífica cabaña de bueyes, símbolo de riqueza y prosperidad. Los rebaños, especialmente los de toros, eran efectivamente sinónimos de prosperidad. Precisamente de la palabra rebaño (pecus) procede “pecuniario”, es decir riqueza. Ver nuestro estudio aparecido en la revista Symbolos, versión telemática: “La Numismática Romana como una Simbólica de la Historia. A través de la Colección de Monedas de Federico González Frías”. También está publicado en la “Caceta Numismática” de la Asociación Numismática Española (A.N.E.), diciembre de 2014.

[26] En la Biblia se habla de la abundancia de las riquezas de Tarsis, país que sin duda aludía a Tartesos.

[27] Los griegos y los cretenses, al igual que los chipriotas e incluso los etruscos, estuvieron muy unidos culturalmente –y esto es especialmente obvio en el arte escultórico y la cerámica- a los pueblos del levante y del sur español, territorio que en un momento dado de la historia fue como una segunda patria para ellos, y en donde muchos buscaron refugio (como en el sur de Italia y Sicilia, dando lugar a la Magna Grecia) huyendo de la inestabilidad provocada por las invasiones dorias y de los “pueblos del mar” hacia el final del segundo milenio, y posteriormente por las guerras entre griegos y persas.

[28] El hecho de que sean siete las ciudades que articularon el reino de Tartesos nos permite ver en ello una analogía con el septenario planetario y por tanto con el modelo cósmico.

[29] Menciona Estrabón (ibíd.), que el Tajo y el Guadiana (el Anas), a partir del momento en que el primero se dirige hacia poniente y el segundo hacia mediodía, conforman una “mesopotamia”, es decir un “país entre ríos”. Esa región, señala Estrabón, “está integrada en su mayor parte por celtas y algunas tribus de lusitanos, trasladadas por los romanos a la orilla opuesta del Tajo”.

[30] Algunos autores consideran que los límites de Tartesos estarían situados un poco más al norte, concretamente en el río Júcar, con lo que, de ser así, el promontorio sagrado sería Hemeroskopeion, donde existía un templo griego en honor a Artemisa.

[31] Llamado así porque allí habitaba un pueblo que descendía de los Estrímnides, que como hemos dicho anteriormente eran de origen antediluviano y tenían a la serpiente como una de sus principales divinidades, de ahí que antes de llamarla Iberia, los griegos conocieran la península bajo el nombre de Ofiusa, “Tierra de serpientes”. Pero antes de esa denominación, y según Avieno (Ora Marítima 47), la península era conocida por los griegos con el mismo nombre de este pueblo: “Al principio se la denominó Estrimnis, y los habitantes de estos lugares y campos eran los estrímnicos”. Al hilo de esto, nosotros nos preguntamos si de este nombre no derivaría con el tiempo la palabra “Extremadura”, región que no sólo se encuentra en España sino también en la antigua Portugal, y situada precisamente en la zona donde habitaron los estrímnicos.

[32] Cartago Nova era el nombre romano de la antigua Cartago púnica, pero anteriormente a ella se habla que en ese mismo lugar se levantaba la ciudad tartésica de Mastia Tarseion.

[33] Pero aquí hablamos de los celtas anteriores a aquellos que procedían de la Europa Central (los del Campo de Urnas) y que se instalarían en un principio sobre todo en la Meseta y el Noreste peninsular antes de llegar a Galicia y al Norte cantábrico. Seguramente los celtas a los que nos referimos (lusitanos, cántabros, astures, vascos y los que habitaban ciertas partes del Pirineo occidental y que Estrabón consideraba, junto a los tartesios, los habitantes más antiguos de Iberia) estaban ya en la península al menos mil años antes de la llegada de los celtas “históricos”. Ver Martín Almagro-Gorbea: “El origen de los celtas en la Península Ibérica. Protoceltas y celtas.” (Polis, Revista de ideas y formas políticas de la Antigüedad Clásica, 1992).

[34] Eritia, o Erytheia, era una de las islas Gadeiras, entre las cuales se encontraba la actual Cádiz. Erytheia también se llamaba la hija de Gerión, la que casó con Hermes y de cuya unión nacería Norax, uno de los reyes míticos de Tartesos, el cual hizo expediciones marítimas por el Mediterráneo occidental, fundando en Cerdeña la ciudad que lleva su mismo nombre, Nora. Recordemos en este sentido lo que hemos dicho anteriormente sobre la presencia de la cultura megalítica en Cerdeña, entre otras islas.

[35] La montaña y la caverna, o la gruta, conforman un conjunto simbólico que expresa la idea de una Tradición madre, o primordial (la montaña), que acoge en su seno (en la caverna) a cada una de las tradiciones secundarias nacidas de ella misma a lo largo del tiempo. El nacimiento de Gerión (de la dinastía que creó la civilización de Tartesos) en la gruta de la montaña así lo manifiesta.

[36] Es un dato a subrayar que el fin del ciclo mítico tartésico coincide aproximadamente con la desaparición de la “raza de los héroes” (Perseo, Hércules, Jasón, Aquiles, Héctor, Teseo, etc), que la ciclología tradicional sitúa en los acontecimientos guerreros que provocaron la caída de Troya, es decir hacia el 1200 a.C. Hesíodo menciona a esta raza en Los Trabajos y los días cuando trata de las edades de la humanidad (106-202). Se trata de una raza más justa y virtuosa que la raza anterior, “la estirpe de los héroes que se llaman semidioses, raza que nos precedió sobre la tierra sin límites”. Añadiremos que las mismas virtudes otorgadas a los héroes de la Hélade griega la encontramos en los legendarios reyes tartésicos, que eran también de estirpe divina como ellos, y desde luego fueron igualmente héroes que trajeron la civilización y la cultura a su pueblo.

 

DL: CO 2050-2016. Diputación de Córdoba. Montemayor 2016.