FRANCISCO ARIZA 

EL SIMBOLISMO DE LA HISTORIA
Una perspectiva hermética de la Tradición de Occidente

 

Fig. 5. «Que la Fortuna sigue a la Virtud». Alciato, Emblemata, 1635.

 

CAPÍTULO V

«QUE LA FORTUNA SIGUE A LA VIRTUD»

 

La Filosofía Perenne nos enseña que todo lo que se manifiesta (incluida naturalmente la propia creación tomada en su conjunto) está ya virtualmente contenido en su principio metafísico, esto es, que coexiste simultáneamente con él, y es sólo mediante el desarrollo del proceso cíclico cuando las cosas y los seres aparecen, como dijimos más arriba, secuenciados en el tiempo y el espacio, manifestando así todas sus posibilidades existenciales, si bien el vínculo con ese principio perdura siempre, como no puede ser de otro modo, pues de lo contrario no existirían.[48] Con los acontecimientos históricos ocurre exactamente lo mismo: de alguna manera estos no están aislados de su origen o causa primera, si bien en ellos muchas veces hay un componente de «azar» inevitable, pues en vez de unos hechos determinados pudieron haber ocurrido otros.

Sin embargo, lo importante es advertir que todo concurre a la realización del plan de la Providencia ejecutado por el Destino, y los hechos concretos, ya sean estos o aquellos, finalmente «colaboran», de una u otra manera, en dicha realización. Consideradas así las cosas, el azar es también un instrumento en manos del Destino,[49] pues incluso él tiene, y desde esa misma concepción metafísica, una «causa» que entra dentro de los designios divinos. Lo que queremos decir es que aquello que se percibe como azar es tan sólo una posibilidad que puede darse en cualquier momento, y por tanto que está fuera de los «planes» predeterminados por la lógica humana. Hay que atender a las fuerzas invisibles que se «ocultan» detrás de los hechos históricos, «visibles» (ya sean estos o aquellos), fuerzas que manifiestan las tendencias profundas de la época determinada, y que constituyen, como se dice en la tradición árabe, los «pensamientos secretos del destino».

Como afirma a este respecto el ya nombrado historiador francés Jacobo Benigno Bossuet (1627-1704) en su obra Discurso sobre la historia universal:

Así es como Dios reina sobre todos los pueblos. No hablemos de azar ni de fortuna, o si usamos de estas palabras, usemos de ellas solamente como de nombres de que nos servimos para explicar lo que ignoramos. Lo que es un azar, con respecto a nuestras resoluciones es un designio meditado en un consejo más alto, es decir, en aquel consejo eterno que encierra en sí todas las causas y todos los efectos en un mismo orden. De esta manera todo ocurre al mismo fin; y por no conocer el todo es por lo que nosotros calificamos de azar los resultados particulares.

Por esto se verifica lo que dice el apóstol, que «Dios es feliz, y él sólo Poderoso, Rey de los Reyes y Señor de los Señores». Feliz porque su reposo es inalterable, porque ve mudarse todo sin mudarse él mismo, porque hace todas las mudanzas por un juicio irrevocable; porque es quien da y quien quita el poder, quien le transfiere de un hombre a otro, de una dinastía a otra, de un pueblo a otro, para manifestar que todos le tienen prestado, y que él es el único en quien reside naturalmente.[50]

La Historia, como la vida misma, está llena de hechos «fortuitos» e imprevisibles, pero que observados con atención y desde esa perspectiva metafísica, vemos que no son tales y además forman parte, como todas las cosas manifestadas, del conjunto del Orden Universal, del Destino cuando es expresión fiel de los planes de la Providencia, en la misma medida en que todas las desarmonías particulares generan finalmente la Armonía del conjunto, o todas las diferencias que vienen de los seres individuales confluyen finalmente en la Indiferenciación total.

En este sentido, no deberíamos olvidar que para la Antigüedad Clásica el azar tenía nombre de una diosa: la Tiqué griega, que los romanos llamaron Fortuna, «la que amparaba la ciudad terrestre, reflejo cosmogónico de la utópica ciudad del cielo, o academia numénica»,[51] que es sin duda alguna ese «consejo más alto y eterno que encierra en sí todas las causas y todos los efectos en un mismo orden» de que se hablaba en la cita de Bossuet. Por eso mismo, la diosa Fortuna, más allá de sus aspectos ligados con el «azar», juega un papel importante en el teatro de la Historia, pues no deja de ser en verdad un instrumento de la Providencia en el mantenimiento del orden universal, o sea que el azar es un poder divino que promueve, y determina, los hechos históricos. Historiadores como el ya nombrado Polibio así lo consideran, y en su obra cumbre titulada Historias la diosa Fortuna está constantemente presente en los asuntos humanos, y sus designios con respecto a éstos constituyen siempre una lección que el hombre ha de asimilar como  una enseñanza venida de los hados, y haciendo de la Historia una «maestra de la vida». Recogiendo esta idea se ha dicho que

Polibio no piensa que el estudio de la historia impedirá a los hombres caer en los yerros de sus predecesores y que les permitirá superarlos en sus éxitos; el éxito a que conduce el estudio histórico es un éxito interior, una victoria sobre sí mismo, no sobre las circunstancias. Lo que aprendemos de las tragedias de sus héroes no es el modo de evitar que esas tragedias nos sobrevengan, sino la manera de aceptarlas con valor (o sea con virtud) cuando la fortuna nos las envía.[52]

Abundando en esto pero ampliando al mismo tiempo lo que Polibio nos dice acerca de la diosa Fortuna, que «realiza muchas cosas novedosas e interviene de continuo en las vidas de los hombres», he aquí lo que se ha dicho sobre las Historias de este autor:

La obra está en efecto atravesada por una meditación sobre la responsabilidad de los hombres y el papel de la Fortuna en el desarrollo de los acontecimientos históricos. La historia aparece como el campo de acción, incluso de experimentación, de la Fortuna, esta potencia que ha hecho converger todos los acontecimientos hacia un fin único (I, 1.4) –y que de esta forma sería el principio de orden subyacente de la historia reciente–. Ella encarna la inestabilidad de las cosas, puesto que da la vuelta en última instancia a las situaciones consolidadas y crea ocasiones inesperadas. La Fortuna es el único enemigo que incluso los mejores generales no pueden vencer. Es también el menos seguro de los aliados y el general precavido merece más el elogio que el general con suerte. La Fortuna prodiga sus advertencias, y la sabiduría consiste en no provocar sus manifestaciones caprichosas pues, según las palabras de Aníbal a Escipión, antes de la batalla de Zama, «ella se divierte con nosotros como si fuésemos niños» (XV, 1.6). Aparece no obstante como una forma de justicia que castiga los excesos y fechorías –precipita el encadenamiento de las desgracias que marcan la derrota de Filipo y de los macedonios (XXII, 2.10)–. Invita a los que favorece a la moderación, en el temor de sus giros inesperados.[53]

Con esos «giros inesperados», que reflejan una aparente «inestabilidad», la diosa Fortuna fomenta en los hombres la virtud de la prudencia, que en efecto es una forma de la Sabiduría, y que por consiguiente conduce a la certidumbre interior de que todas nuestras acciones están entrelazadas con el destino de todas las cosas dentro del plan de la Providencia, expresado también en la Historia, la que puede ser vista entonces como un mandala tridimensional, en el que el pasado está vivo y se hace permanente lección para el presente. Oigamos a Boecio:

Consecuentemente, el sabio no debería alarmarse cuando se enfrenta con la fortuna, de la misma manera que el esforzado soldado no se alarma cuando suena el grito de combate. Para ambos el riesgo es su oportunidad: para el soldado, la de conquistar más gloria, y para el sabio la de afianzarse en la virtud. Por eso mismo se llama virtud, que significa valor, fuerza. Se apoya en su misma fuerza y no se deja vencer por la adversidad. Y vosotros, los que progresáis en la virtud no penséis en nadar en delicias o en dormitar en el placer. La lucha que mantenéis con todo tipo de fortuna es dura: que no os oprima la tristeza ni os reduzca el placer. Mantened el justo medio con todas vuestras fuerzas. Tanto lo que se queda corto como lo que se pasa de la raya os lleva al desprecio de la virtud. Está, pues, en vuestra mano la clase de fortuna que queráis forjar: todo lo que nos parece adverso, o perfecciona, o corrige o castiga.

El Destino quiso que Fortuna beneficiara a Roma frente a Cartago. Esto le permitió desarrollar sus virtudes innatas contenidas ya en sus orígenes fundacionales y míticos, y que sin duda alguna fueron encarnadas a lo largo del tiempo en sus instituciones sagradas, religiosas y políticas, así como en los mejores de sus hombres,[54] virtudes que serán como los mimbres con los que se irá tejiendo la civilización romana en simultaneidad con su historia, en el desarrollo de las cuales participarán necesariamente todos los pueblos que vivían y circundaban el Mediterráneo, así fuese guerreando con ellos o estableciendo pactos y alianzas, o ambas cosas, pues ya sabemos que la guerra entre los pueblos antiguos era una forma también de la comunicación (como lo fue el comercio), y desde luego el carácter sagrado que se le atribuía por doquier hacía de ella algo más que un litigio a resolver entre los hombres, extendiéndose igualmente al orden divino: reflejo de la gran batalla cósmica entablada entre los dioses y númenes, la guerra humana se veía como una forma en que se expresaba también la ley de equilibrio y armonía, pues las «oposiciones» que la generan quedan finalmente «resueltas» en la «paz».[55]

 Precisamente en los siguientes fragmentos Polibio (griego de nacimiento pero romano de adopción, siendo así un exponente del hombre greco-latino) habla de manera implícita de la elección de Roma por la diosa Fortuna, y cómo este hecho hizo nacer en él la necesidad de escribir la primera historia universal, pues los dominios que Roma alcanzó en sus conquistas justificaron semejante empresa:

La peculiaridad de nuestra obra y la maravilla de nuestra época consisten en esto: así como la Fortuna ha hecho inclinar a una sola parte prácticamente todos los sucesos del mundo, y obligó a que tendieran a un solo y único fin, del mismo modo también es preciso, valiéndose de la historia, concentrar bajo un único punto de vista sinóptico, en beneficio de los lectores, el plan de que se ha servido la Fortuna para el cumplimiento de la totalidad de los hechos. Lo que acabo de notar es lo que nos ha impulsado y estimulado más a dedicarnos a la historia, y también, además, el hecho de que nadie, entre nuestros contemporáneos, haya emprendido la confección de una historia general. De ser así, yo no habría puesto tanto empeño en una obra de estas características. Pero ahora me he dado cuenta de que muchos investigan historias particulares y hechos ajenos a ellas; sin embargo, nadie se dedica, al menos por lo que nosotros sabemos, a dilucidar la estructura general y total de los hechos ocurridos, cuándo y de donde se originaron, y cómo alcanzaron su culminación. Por ello, he creído absolutamente necesario no omitir ni dejar pasar, sin detenerme en ello, la obra más bella, y al mismo tiempo más útil, de la Fortuna. Esta, ciertamente, realiza muchas cosas novedosas e interviene de continuo en las vidas de los hombres, pero, francamente, no había realizado jamás una obra semejante ni había propugnado un conflicto como el actual.[56]

Lo que aparece como «casual» o «fortuito» puede ser a su vez una «causa» de los hechos históricos y humanos. Ante esta constatación no se puede menos que decir que la Deidad, el Ser, es siempre un asombro permanente, y «sus caminos son inescrutables» para cualquier criatura, la cual lo único que puede hacer es atender a los signos que la corriente de la vida infinita, en su libertad, le pone ante sus ojos. En este sentido, es desde luego un misterio que la Fortuna eligiera a Roma, pero sí sabemos que esta diosa sigue siempre a la virtud, que es el lema que aparece en la Emblemata de Alciato: «Que la Fortuna sigue a la Virtud» (fig. 5). Este «reconocimiento» de la virtus romana sirvió para que se consolidara definitivamente su civilización y se pusieran los cimientos para la posterior creación del Imperio, lo cual estaba acorde con el espíritu de la época, es decir con las ideas-fuerza que predominaban en ese momento histórico y en esa parte del mundo. Roma fue elegida por los dioses porque ella, en su núcleo más íntimo respondía al influjo de esas ideas-fuerzas, estaba en armonía con ellas, lo cual seguramente no era el caso de Cartago, último baluarte de lo que sin duda alguna fue una gran civilización, la Fenicia, que sin embargo en esos momentos ya veía cumplido y agotado su ciclo histórico.

Varios siglos más tarde, otro historiador, Zósimo[57] (que vivió entre los siglos V y VI, y que es considerado como el cronista de la decadencia y caída del Imperio romano) recoge las ideas de Polibio acerca de la diosa Fortuna y las amplía afirmando que éste cuando:

Se decidió a registrar los acontecimientos dignos de mención ocurridos en su propia época, creyó adecuado mostrar por medio de los hechos mismos cómo los romanos, en seiscientos años de lucha que siguieron a la fundación de la ciudad, no consiguieron adquirir un gran imperio, sino sólo hicieron suya una parte de Italia, parte de la que quedaron desposeídos con la invasión de Aníbal y la derrota de Canas, llegando a ver a sus enemigos al pie de las murallas mismas, para, a continuación, resultar favorecidos por la Fortuna hasta tal punto que en menos de cincuenta y tres años se apoderaron no sólo de Italia sino también de toda Libia, sometieron tras ellos a los iberos occidentales, atravesaron después, estimulados por designios más ambiciosos, el golfo de Jonia, subyugaron a los griegos, desposeyeron a los macedonios de su imperio y, tomando como prisionero al que entonces era su rey, lo condujeron a Roma. Ahora bien, semejante empresa no puede ser achacada a la capacidad humana, sino a la necesidad impuesta por las Moiras, a las revoluciones de los ciclos astrales o a una voluntad divina que secunda nuestros empeños cuando van acompañados de justicia. Instancias estas que, al imponer una especie de encadenamiento causal sobre los sucesos futuros para que forzosamente acaezcan de una determinada manera, informan a cuantos juzgan rectamente los hechos de que el gobierno de las cosas humanas está encomendado a una Providencia divina, de suerte que florezcan cuando concurren almas feraces, mientras que si prevalece la desgana se ven arrastradas a la situación que puede verse hoy día.[58]

El pensamiento que expresa aquí el historiador greco-romano es totalmente acorde con la doctrina tradicional, y además está dando a entender algo fundamental: la «colaboración» que existe entre la Voluntad divina y la voluntad humana cuando ésta realiza sus acciones en conformidad con la «norma universal» (o dharma en términos hindúes), de la cual la justicia es una manifestación en el orden humano.[59] E incluso cuando menciona que todo ello impone un «encadenamiento causal sobre los hechos futuros para que forzosamente acaezcan de una determinada manera» y que esto denota «que el gobierno de las cosas humanas está encomendado a una Providencia divina», en el fondo está llegando a las mismas conclusiones que Guénon cuando éste hablaba de las relaciones entre la Providencia, la Voluntad y el Destino.[60]


II

No queremos concluir todas estas reflexiones en torno a las relaciones jerarquizadas entre estas tres potencias del Universo que son la Providencia, la Voluntad y el Destino sin recoger el siguiente testimonio de Federico González, que aborda dichas relaciones desde otra perspectiva, aquella en la que interviene el hombre como el sujeto activo de un proceso de transmutación al encuentro de su Ser verdadero.

Con respecto a los términos jerarquizados de Providencia, Voluntad y Destino tratados por los antiguos y (…) desarrollados también por Guénon, hace ya tiempo que pensamos que esa triunidad puede verse de manera inversa.

O sea, que habiendo puesto nuestra Voluntad (libre albedrío) al servicio de la Providencia –interviniendo en ello la fe– accedemos a un Destino que ha sido nuestra necesidad. Pero una vez que comprendemos ese Destino, es cuando se traduce en términos de Voluntad –a ese Destino– y éste es capaz de llevarnos nuevamente a su fuente inspiradora, es decir a la Providencia Divina –que lo es todo–, y ser absorbidos por su Inteligencia, en íntimo contacto con su Sabiduría. Esta inversión nos daría una pauta, tal vez sorprendente para quienes consideran la historia sólo desde un punto de vista lineal y de desarrollo indefinido. Es decir, que pudiéramos estar condicionados por nuestro futuro, tanto como por el pasado. Igualmente esta actitud capaz de liberarnos de la pesada carga de una concepción falsa podría ser liminar en cuanto a una nueva visión de lo simultáneo.

En otro orden de relaciones esto se expresa en la Cábala, o sea en una Tradición que tiene su primer autor a este respecto en Joseph Chiquitilla, que no comienza su descripción del cosmos por la creación del mismo, o sea desde su creador como era habitual, sino de la criatura que ha tenido la gracia, a contrapelo de la propia creación, de poder alcanzar el Conocimiento de la Providencia Divina –por necesidad, o tal vez fatalidad– a través de la escalada por distintos mundos, por medio de su Voluntad (con la que coadyuva permanentemente la fe), encarnando las jerarquías intermediarias hacia su propio origen increado.[61]



NOTAS

[48] Ver el capítulo XVII de Los Estados Múltiples del Ser, de René Guénon.

[49] Dice a este respecto Oswald Spengler: «La mirada capaz de penetrar hasta la realidad metafísica es la que revive en los datos el simbolismo de lo acontecido y, de esa suerte, eleva el azar a la dignidad de sino [de destino]». La Decadencia de Occidente. Bosquejo de una Morfología de la Historia Universal (Tomo I, capítulo II, número 16).

[50] Recogido del libro Historia y Pensamiento Histórico, de Emilio Mitre. Lo último dicho por Bossuet nos hace recordar aquel fragmento de una obra de F. Ossendowski (Bestias, Hombres y Dioses) que cita René Guénon en su libro El Rey del Mundo (capítulo IV), expresión ésta que es precisamente una de las designaciones de Dios mismo considerado como el Monarca Universal: «El Rey del Mundo –le dice un lama al Sr. Ossendowski– está en relación con los pensamientos de todos quienes dirigen el destino de la humanidad… El conoce sus intenciones y sus ideas. Si ellas agradan a Dios, el Rey del Mundo los favorecerá con su ayuda invisible; si ellas desagradan a Dios, el Rey los pondrá en jaque».

[51] Federico González: Ibíd., capítulo XII.

[52] R. G. Collingwood: Idea de la Historia, capítulo I.

[53] Jacques Brunschwig y Geoffrey Lloyd: El Saber Griego, p. 571-572.

[54] «Tito Livio se propuso escribir la historia de Roma. Ahora bien, un historiador moderno entendería ese propósito en el sentido de una historia de cómo llegó Roma a ser lo que en efecto llegó a ser; es decir, una historia del proceso que produjo las instituciones peculiarmente romanas y que modeló el carácter típicamente romano. Pero a Tito Livio no se le ocurre semejante interpretación. Roma es la heroína de su relato; Roma es el agente cuyas acciones describe; Roma, por lo tanto, es una sustancia (o una idea) inmutable y eterna. Desde que empieza el relato Roma ya está allí fabricada de antemano y completa, y cuando se llega al fin del libro, Roma no ha sufrido alteración espiritual ninguna. Las tradiciones empleadas por Tito Livio como fuentes hacían remontar ciertas instituciones, tales como los augurios, la legión, el senado y otras, a la época más antigua de la ciudad (…) De esta suerte, en Tito Livio, el origen de Roma aparece como un milagroso y súbito nacimiento de la ciudad tal como era en años posteriores (…) A Roma se le llama la «ciudad eterna». ¿Por qué? Porque la gente todavía piensa en Roma de la misma manera que Tito Livio, es decir, por su sustancia, no históricamente». Ibíd., p. 51.

[55] Todas las civilizaciones tradicionales han aceptado el hecho de la guerra (al igual que el mal, el dolor, el fracaso, la enfermedad, la muerte), como un componente de la realidad misma. Negar esa evidencia es tanto como rechazar la mitad de la creación, y no entender que todo lo que aparece como negativo es desde el punto de vista metafísico «…tan sagrado como el bien, la belleza, la armonía, el éxito, la salud y la inteligencia cósmica. El desorden es tan sagrado e importante como el orden cósmico. Y ambos emanados de la misma fuente, la deidad, cuyo símbolo más alto es la unidad, que al fragmentarse produce las dos columnas del Arbol Sefirótico, expresión de dos energías, una positiva y otra negativa que deben ser permanentemente conjugadas». (Siete Maestros Masones, La Logia Viva, capítulo: «La Unidad como símbolo»).

En la manifestación el bien no existe sin el mal, como la justicia sin la injusticia, etc., pues estamos en el plano de lo dual aunque estuviésemos en los niveles más altos de la misma. Sabiendo esto, como lo han sabido los auténticos sabios de todas las épocas, se trata siempre de encontrar el equilibrio entre ambos, lo que en el Arbol Sefirótico está representado en la «columna del medio», claramente referida al Eje del Mundo.

[56] Historias, Libro I.

[57] No confundir con el alquimista griego Zósimo de Panópolis, que vivió en el siglo III d.C.

[58] Nueva Historia, libro I.

[59]  Aunque no podemos desarrollarlo tal como se merece, a todo esto se refiere también lo que los antiguos egipcios entendían por Maat, deidad que se puede traducir también por «justicia», «rectitud», «ley» (y por consiguiente dharma), con la que ha de estar en conformidad el corazón del hombre, sede de su voluntad rectora y de su inteligencia. Leemos en un texto antiguo: «Fue mi corazón el que me movió a cumplir (mi deber) según él me indicaba. El es para mí el mejor testimonio, no he faltado a sus indicaciones, pues temía infringir su ley, y así prosperé mucho. Todo me fue del mejor modo gracias a que él inspiró mis acciones, intachable fui yo bajo su guía. [...] dicen los hombres, una palabra divina es él (= el corazón) en cada cuerpo. ¡Dichoso aquel a quien le ha guiado por el camino correcto en sus acciones!».

[60]  Asimismo, no deja de ser interesante señalar que la expresión «encadenamiento causal» es empleada por René Guénon en varias ocasiones a lo largo de su obra y siempre referida a la cuestión de las leyes cíclicas, dentro de las cuales se integran el desarrollo de las civilizaciones y de las colectividades humanas como ya sabemos. Pero especialmente interesante, y en relación con el tema que estamos tratando, es aquel concepto que la tradición hindú designa con el nombre de apurva, y que Guénon estudia en Introducción General al Estudio de las Doctrinas Hindúes, concretamente en la última parte del capítulo titulado «La Mimansa», que constituye un darshana o «punto de vista doctrinal» en el que está integrada la Historia como una ciencia tradicional que deriva enteramente de los principios metafísicos. Aunque este término, apurva, se refiere más bien al efecto de la acción individual (el karma), también se puede extrapolar a los hechos históricos, muchos de los cuales se comprenderían en gran medida si tuviésemos una noción clara de lo que significa realmente el apurva. Remitimos al lector a su estudio.

[61] Federico González, fragmento de la «Carta al Lector» perteneciente al Nº 31-32 de Symbolos, monográfico dedicado enteramente a la Historia y la Geografía Sagradas.<