FRANCISCO ARIZA 

EL SIMBOLISMO DE LA HISTORIA
Una perspectiva hermética de la Tradición de Occidente

Hermes en una vasija griega de figuras rojas.

Hermes psicopompo

 

CAPÍTULO III

HERMES: «GUÍA DE LOS PUEBLOS»

 

Esto último nos lleva a tratar necesariamente de la entidad que ha permitido ese vínculo integrador entre las realidades superiores y el destino del hombre; nos referimos a Hermes, bajo cualquiera de los nombres y formas que haya adoptado en los distintos pueblos y tradiciones sin excepción, pues la existencia misma de la cultura, y por ende de la civilización, ha sido debida siempre a la energía de esta deidad, el que ha sido celebrado en los textos egipcios como Thot, el Señor de la Sabiduría, del lenguaje y de toda ciencia y arte, y al mismo tiempo como el «Misterioso» y el «Desconocido», lo cual nos habla por un lado del dios comunicador y revelador (es el dios de la palabra y la escritura y por tanto del hecho cultural por antonomasia), y por otro del dios cuya naturaleza más íntima es inefable, como inefable es el origen increado y metafísico de la Doctrina Tradicional. Esos textos lo mencionan también como aquel sin cuyo «conocimiento nada puede ser hecho entre los dioses y los hombres», expresión que además de atestiguar su función intermediaria nos está indicando que a él estaba reservada la sabiduría iniciática, en la que está depositada precisamente la esencia misma de la Cultura. Como dice nuevamente Federico González, lo que llamamos Hermes:

es un numen y una energía presente en todo tiempo y lugar, entretejida en la misma entraña del hombre y el mundo y que se ha revelado y se sigue revelando de forma perpetua a través de una «Filosofía o Cosmogonía Perenne» que toma muy diversas formas según los pueblos y sus tradiciones, pero que en sí manifiesta de modo múltiple una única y permanente Ciencia Sagrada o Tradición Primordial. [Y en nota añade: El verdadero significado del término Tradición es el entronque con la Vía de los Antepasados, siempre míticos, con los que enlazamos de modo vertical, y no la simple conservación de usos y costumbres horizontales, relativos en el tiempo].[29]

Estas últimas palabras guardan relación con lo que decíamos más arriba acerca del extraordinario interés que a principios del siglo XX se despertó hacia el conocimiento de las culturas tradicionales, incluidas las arcaicas y «primitivas», lo que propició el volver de nuevo la mirada hacia la nuestra propia, la de Occidente, permitiendo así a muchas personas entroncar efectivamente «con la Vía de los Antepasados», y a través de ella recuperar la memoria de los orígenes, siempre actuales;[30] pues bien, estamos completamente convencidos que en ello tuvo una influencia decisiva el dios Hermes y su Enseñanza, que siempre han intervenido en el curso de la Historia en momentos no sólo de auge de la tradición, sino también cuando ella entra en crisis y está a punto de desaparecer;[31] tal es el caso de nuestra época. Pero así ha sido siempre, y no sólo en Occidente, sino en cualquier otro lugar y período, incluso antediluviano, pues se sabe de la existencia de un «Hermes de Hermes» primordial del que derivan todos los demás, y de los que surgieron las ideas que propiciaron el hecho cultural y civilizador en la última edad del Manvantara, el Kali-yuga. En efecto, además del Thot egipcio, el Hermes griego o el Mercurio romano, esta figura universal puede, en palabras de Federico González, asimilarse con el

Odín y el Wotan Nórdicos, con los Henoch, Elías y Eliseo bíblicos, con el Zoroastro iranio, y con el Quetzalcóatl tolteca y sus análogos en toda América,[32] con quienes comparte muchos de sus atributos y funciones (…) De hecho estos dioses son antediluvianos,  atlantes, y aún de origen anterior, hiperbóreos,[33] y su presencia ha sido continua a lo largo de la presente humanidad articulando las tradiciones conocidas por su propia función [el subrayado es nuestro], y hasta aquellas de las que hemos perdido noticia. Incluso es muy importante en la última revelación religiosa, el Islam, donde es conocido como el profeta Idris…

Asimismo las comparaciones con Jesús el Cristo son notables, y

no podemos dejar de señalar las numerosas equiparaciones de la alquimia cristiana medieval y renacentista entre el Mercurio Solar y la divinidad crística, e igualmente las relaciones hebraicas entre Metatrón y esta divinidad, hija directa del Padre, es decir, nuestro hermano.

Y concluye:

Por lo que Hermes, Pastor del rebaño celeste, Dios verdaderamente Universal, es al mismo tiempo la deidad más antigua de todos los panteones –siendo antediluviano– y por lo tanto un Númen que bien pudiera ser calificado de arquetípico, o mejor el Arquetipo de la deidad en el plano intermediario, identificado a la Enseñanza, como forma de comunicación, por mediación del Conocimiento, con los planos más altos de la Cosmogonía y la Ontología, y por lo mismo con los auténticos soportes de la Metafísica.[34]

Abundando un poco más podemos decir que, en efecto, de ese Hermes Arquetípico nacen todos los demás, que si bien aparecen de modos múltiples y variados, el mensaje y la Enseñanza son siempre los mismos en esencia: la revelación de la Cosmogonía Perenne. Hermes es el «guía de los pueblos»,[35] en la misma medida en que es el guía de los hombres, aquel que «interpreta» para éstos los designios de los dioses y les hace partícipes de las ideas y arquetipos, creadores de la Cultura, la que los hombres recibimos de Hermes como el don más preciado capaz de sacarnos de las tinieblas de la ignorancia y como psicopompo ayudarnos a «desanudar» los vínculos con el mundo profano. En efecto, fijemos nuestra mirada en cualquier época histórica y comprobaremos que allí está la presencia y la huella de Hermes, encarnado en los sabios, guías espirituales y héroes culturales de todos los pueblos, los que bien en forma solitaria o bien en grupos, escuelas y organizaciones iniciáticas, constituyen las «entidades intelectuales-espirituales» que conservaron y transmitieron la Ciencia Sagrada durante la última edad del Manvantara, vivificándola al adaptarla a las condiciones de tiempo y de lugar, adaptación que en este caso consistió en fijar y establecer a través de la escritura una Enseñanza que hasta entonces había sido prácticamente oral, lo que no quiere decir que esta fuese a desaparecer por completo pues es inherente a la esencia de esta Deidad, como nos recuerda Platón en el Cratilo (406d/408a):

Pues bien: ese nombre de Hermes parece referirse al discurso; los caracteres de intérprete (hermeneus), de mensajero, de ladrón astuto, de falseador de palabras y de hábil comerciante suponen todos una actividad que se reduce a las palabras y al poder del discurso. Según decíamos anteriormente, hablar (eirein) es hacer uso del discurso, y la palabra que emplea en Homero en muchos lugares, emésato (imaginó) equivale a maquinar, tramar. Según estos dos elementos, nos mandó el legislador designar al dios que imaginó el lenguaje y el discurso y [léguein es eirein] ese dios de que hablamos. ‘Hombres –nos dijo–, es bueno que al que imaginó la palabra (to airein emésato) le llaméis Eirémes.’ Solo que nosotros, creyendo embellecer su nombre, lo llamamos Hermes.»


Fig. 3. Hermes Trismegisto.
Michael Maier, Symbola Aurea.

Así, en Egipto encontramos a esa entidad, Thot (y posteriormente, en época alejandrina a Hermes Trismegisto (fig. 3), encarnada en el colegio sacerdotal; y en Caldea o Sumeria en los sacerdotes astrólogos-astrónomos, conocedores del destino de los hombres mediante la adivinación, y que eran también grandes matemáticos y médicos, y los creadores para su cultura del alfabeto y la escritura, además de un calendario del que deriva el nuestro. Eran llamados los «hijos de Enmeduranki», considerado como el dios de la sabiduría y rey antediluviano, lo cual lo identifica claramente con Hermes. De ellos decía ya Diodoro de Sicilia (o Diodoro Sículo) en su Biblioteca de la Historia:

Los Caldeos son los más antiguos de los Babilonios. Ellos forman en el Estado una clase semejante a la de los sacerdotes de Egipto.

Instituidos para ejercer el culto de los dioses, pasan toda su vida meditando sobre las cuestiones filosóficas y han adquirido una gran reputación en astrología. Se dedican sobre todo a la ciencia adivinatoria y realizan predicciones sobre el futuro; se ejercitan en desviar el mal y procurar el bien, ya sea por las purificaciones, o bien por los sacrificios o los ‘encantamientos’. Son versados en el arte de predecir el futuro por el vuelo de los pájaros; explican los sueños y los prodigios. Experimentados en la inspección de las entrañas de las víctimas, son conocidos por atrapar exactamente la verdad...

En la tradición persa y mazdea esa «entidad intelectual» fue conocida como Zoroastro, y si nos trasladamos a la India la encontramos en una determinada época bajo el nombre de Vyasa, que pasa por ser quien ordenó y fijó a través de la escritura la enseñanza de los Vedas, los textos sagrados hindúes. En la China no era otra que uno de los tres emperadores míticos, Fo-Hi, inventor de la escritura y creador del I-Ching, el libro donde se sintetiza la esencia de la cosmogonía y la metafísica extremo-oriental, directamente emanada de la Tradición Primordial. Se dice también que Fo-Hi fue el creador del matrimonio, un hecho cultural de suma importancia, y en el que hay que ver también una ejemplificación de la «unión de los contrarios». En el caso de la tradición judía, esa otra entidad llamada Moisés, además de los diez mandamientos revelados en el Sinaí, escribe los cincos primeros libros del Antiguo Testamento (el Pentateuco), los que incluyen igualmente la cosmogonía y la metafísica del pueblo judío, conformando la Torah.

En realidad, el hecho de fijar la doctrina, es decir de establecer la revelación directamente recibida de los dioses o de la Deidad mediante la escritura (gracias, no lo olvidemos, a que en primer lugar el hombre comprende y actualiza en sí mismo el «espíritu», el Noûs, contenido en ella), es un sello característico de todas las grandes civilizaciones y culturas que nacen a lo largo del Kali-yuga, y por supuesto de las que comienzan con él (principalmente la Caldea, la Egipcia, la China, y la Indo-Irania),[36] y tiene que ver efectivamente con la idea de «conservación» de la Ciencia Sagrada, posibilitando su constante «rememoración», que al decir de Platón, y de Sócrates, en el Fedro es la principal función de la escritura (ver fig. 4). Y esa adaptación, como decimos, no podía proceder sino del propio Hermes, el Dios de la Palabra y la Revelación, aquel sin cuyo «conocimiento nada puede ser hecho entre los dioses y los hombres».[37]


Fig. 4. Platón y Sócrates. Gema de la Colección Malborough

En este sentido, es importante destacar que los principios, ideas y valores contenidos en los textos sagrados y sapienciales (donde, como en el caso de Egipto, se plasman ritos extremadamente elaborados) también son siempre inmanentes mientras no se actualice su contenido y los signos escritos revelen así todo su poder espiritual e intelectual; queremos decir que esos textos serían «letra muerta» sino son «interpretados», «descifrados», «asimilados» y en definitiva «comprendidos»; no en vano la palabra hermenéutica (interpretación) procede de Hermes. De manera ineludible, existe una identidad entre el ser del hombre y el contenido del relato sagrado y revelado, identidad que se sustenta en el hecho de que dicho relato, expresión escrita de la Filosofía Perenne, da respuestas a todas las preguntas que el hombre de todas las épocas se plantea acerca del sentido de sí mismo y de la existencia, es decir del hombre tomado en toda su dimensión, en espíritu, alma y cuerpo. Federico González:

No hace falta señalar la importancia de Hermes como revelador cuando de su nombre deriva la palabra hermenéutica. Pero sí podríamos subrayar la analogía entre la forma de ser del hombre y el libro (el libro sagrado), ambos manifestación del Intelecto a través de una Palabra o Verbo. De ahí el libro comestible = Apocalipsis (= Revelación), como idea de asimilación, integración y consubstancialidad con respecto a los textos grafiados; igual en relación con la digestión de un rollo escrito, etc. Hermes encarna en este caso un poder de transformación, es un transformador de la literatura escrita en base a los signos mágicos de los ideogramas, o letras (…) Es decir, que todo ello se refiere a la idea de un alimento elaborado y digerido a partir de la Hermenéutica.[38]

Ese poder de transformación de la escritura en «alimento de vida» es el valor más alto de los libros sagrados y sapienciales, y de todos los que en cada tradición emanan de ellos a partir de su interpretación y comprensión profunda, la que incluye también, y diríamos que principalísimamente, la asimilación de los «silencios» o los «espacios vacíos que existen entre las letras» al decir de la Cábala, pues es en ellos donde reside el secreto de su inagotable fecundación. Es aquello «que no se dice» precisamente por su inefabilidad (de ahí también la idea del «silencio hermético»), por su naturaleza metafísica y no-dual, pero cuya certeza y verdad se intuye con el intelecto suprarracional por identificación con su sentido, y a través de él fluye a todos los planos de la vida humana, nutriéndola con su savia y dando a ésta toda su realidad.

El lugar supraceleste, ningún poeta de esta tierra lo ha cantado, ni lo cantará jamás, dignamente. Es, pues, así (se ha de tener, en efecto, la osadía de decir la verdad, y sobre todo cuando se habla de la Verdad): la realidad que verdaderamente es sin color, sin forma, impalpable, que solo puede ser contemplada por la inteligencia, piloto del alma, ocupa este lugar. Así, pues, como el pensamiento de la divinidad se alimenta de inteligencia y de ciencia sin mezcla, y lo mismo el de toda alma que se preocupa de recibir lo que le conviene, al ver, en el transcurso del tiempo la realidad, la ama, y contemplando la verdad se alimenta y se siente feliz hasta que el movimiento circular en su revolución la vuelve a llevar al mismo lugar. Y en esta circunvalación contempla la misma justicia, contempla la templanza, contempla la ciencia, no la que implica devenir, ni la que es diferente según trata de cada una de las cosas diferentes que nosotros ahora llamamos realidades, sino la ciencia que versa sobre lo que es realmente la realidad.[39]

Por eso mismo la Tradición y la Cultura, amparadas por Hermes, se regeneran a sí mismas a través de los hombres y mujeres que la encarnan, y nacen constantemente nuevas perspectivas y formas de expresarlas que evitan su anquilosamiento y paralización, pues no hay ciertamente dicotomía ni separación alguna entre la experiencia del Conocimiento, realidad puramente interior, y la experiencia humana envuelta en sus circunstancias existenciales y vitales al contacto con el mundo y su realidad llena de luces y sombras; todo lo contrario, entre esta realidad y aquella existe un canal de comunicación, un puente o una escala que las une, y bajo la influencia de las ideas superiores, sitas eternamente en el «lugar supraceleste» del que habla Platón, las cosas del mundo adquieren un valor y un sentido otro (se «alquimizan» podría decirse) que no tendrían si no fuera por su concurso. No se puede tomar al hombre como compuesto de una serie de partes sin conexión entre sí (como pretende el racionalismo), sino constituyendo en verdad una unidad cuyas partes o niveles son indisociables, si bien perfectamente jerarquizadas.[40]

A esta evidencia remiten, de una u otra manera, todas las tradiciones. Aquello que el intelecto percibe como una verdad desnuda y sin añadidos, de un fulgor diamantino, la siente el alma viviente como una emoción cargada de evocaciones y reminiscencias de su origen supramundano, y bajo esa impresión observa la realidad que la circunda bañada con otra luz. Una de las más sutiles de esas emociones vividas por el alma es precisamente el «amor a la Dama Inteligencia», aquella que nos permite discernir el ser verdadero de las cosas, y por lo tanto el nuestro propio, enterrado bajo la multiplicidad de las apariencias. Como dice también Platón en El Banquete, el Amor es un divino Arquitecto que bajó al mundo con el fin de que todo en el Universo viva en mutua conexión. Hermes, dios de la comunicación entre lo de arriba y lo de abajo, asegura para el hombre ese vínculo en el orden intelectual-espiritual.



NOTAS

[29] Las Utopías Renacentistas, capítulo X.

[30] El recorrido por la «Vía de los Antepasados», que es horizontal, es decir encuadrada en el tiempo y el espacio, preludia la entrada en la «Vía de los Dioses», que es vertical, y en donde las referencias son ya suprahumanas y metafísicas. Añadiremos que estas dos vías señalan el recorrido íntegro del «viaje iniciático».

[31] Estamos convencidos, como lo está Federico González al comienzo de la Introducción de Hermetismo y Masonería, que la única manera de sacar del callejón sin salida a las actuales ciencias humanas (léase racionalismo, positivismo, etc.) es fomentando la presencia en ellas del Hermetismo, «o sea la aceptación de todo aquello que significan los dioses en cuanto pautas, encuadres y patrones del pensamiento, en particular el versátil Hermes, deidad de las adaptaciones, mensajero y por lo tanto vehículo de la comunicación y la Enseñanza (Psicopompo).»

[32] Y en nota añade: «La misma deidad recibe los nombres de Kukulcán, Gucumatz y Votan (notar el parentesco del nombre con la deidad nórdica) entre los Mayas, Bochica entre los Chibchas colombianos, Viracocha entre las culturas incaicas, etc. etc., los que bien podrían ser llamados los Hermes Atlantes».

[33] Acerca del origen atlante e hiperbóreo de Hermes ver también los estudios de René Guénon titulados «Hermes» y «La Tumba de Hermes», ambos en Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos.

[34] Hermetismo y Masonería, Introducción. En nota añade: «De hecho, Hermes, señor del plano intermediario y conductor sutil en las estructuras del pensamiento es (…) capaz de llevarnos por los caminos del Conocimiento hasta los grados más altos, e igualmente de los modos más inesperados».

[35] Resulta bastante notable advertir que el mismo Hegel (al que nos referíamos como un filósofo representante de las concepciones modernas) mencione a Mercurio en el capítulo I de sus Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal como el «guía de los pueblos», y como aquel que «es el espíritu de los acontecimientos, que hace surgir los acontecimientos». Esta idea de Hermes-Mercurio como el espíritu que «hace surgir los acontecimientos» es muy sugerente y está estrechamente vinculada con lo que decimos acerca de su función reveladora, aunque no sabemos si Hegel hacía esta misma analogía.

[36] Es interesante advertir que de estas cuatro grandes civilizaciones derivan, o han influenciado de una u otra manera, a todas las que se han desarrollado a lo largo del Kali-yuga, sobre todo, claro está, en el continente Euroasiático y Norte de África. Es de notar además que dos de ellas, la Caldea y la Egipcia, proceden de la corriente Atlante (de la que derivan la gran mayoría de las civilizaciones precolombinas), y las otras dos, la China y la Indo-Irania (que en un momento dado se divide surgiendo la tradición hindú y la tradición persa o mazdea), estarían vinculadas más especialmente con la corriente hiperbórea. En el caso de los pueblos celtas, nos encontramos con una tradición que conjuga en sí misma la corriente atlante e hiperbórea, y el dios Lug era entre ellos el equivalente a Hermes. Todo esto lo decimos naturalmente de manera muy esquemática, pues existen numerosos matices que tendríamos que tener en cuenta.

[37] En este punto recordaremos lo que dice Marinus acerca de cómo su maestro Proclo recibe en sueños la revelación de que su alma pertenece a la cadena de Hermes. Asimismo Pitágoras, quien afirma ser hijo del mismo dios, según relata Diógenes Laercio en su Vidas de Filósofos Ilustres.

[38] Hermetismo y Masonería, capítulo I. Ver también «La Ciencia de las Letras» en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, de René Guénon.

[39] Platón: Fedro, 274 a. Un poco más adelante (275 a), Platón habla justamente de la actitud contraria a ésta, la de la erudición por la erudición, tan vana como estéril: «fiándose los hombres en lo escrito, recordarán de un modo externo, valiéndose de caracteres ajenos; no desde su propio interior y de por sí. (…) Henchidos de presuntos conocimientos, que no han adquirido, parecerán jueces entendidos en muchas cosas no entendiendo nada en la mayoría de los casos, y su compañía será difícil de soportar, porque se habrán convertido en sabios en su propia opinión, en lugar de sabios».

[40] Recordemos que la palabra «individuo» quiere decir «no dividido», indiviso, pues efectivamente se trata de un reflejo de la Unidad.