FRANCISCO ARIZA

LA OBRA DE FEDERICO GONZALEZ
Simbolismo - Literatura - Metafísica

 

Tsim-Tsum o contracción divina: la primera manifestación.
Fig. 84. Tsim-Tsum o contracción divina: la primera manifestación.

Capítulo XI

ESTUDIO SOBRE PRESENCIA VIVA DE LA CABALA[479]

 

 

Como hemos señalado en diversas oportunidades a lo largo de estas páginas dedicadas a la obra de Federico González, la génesis y desarrollo de las ideas arquetípicas en la Historia es un tema que nuestro autor comienza a exponer a partir de Hermetismo y Masonería seguido de Esoterismo Siglo XXI. En torno a René Guénon; Las Utopías Renacentistas. Esoterismo y Símbolo; Presencia Viva de la Cábala y Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana. Todos sus libros anteriores los dedica enteramente a exponer los principios de la Cosmogonía Perenne y la Ciencia Sagrada, acudiendo para ello a los Símbolos Universales y la Tradición Hermética (el símbolo de la Rueda, el Arbol de la Vida cabalístico, el Tarot, la Alquimia, el Arte, la Geometría y el Número), el Rito y el Mito de los diferentes pueblos tradicionales, incluidas las culturas precolombinas y arcaicas, a las que conoce desde su interior, etc., lo cual no significa ni mucho menos que esos principios no estén expuestos también en los cinco libros enunciados anteriormente,[480] pues en ellos justamente nuestro autor trata de ilustrar cómo las ideas metafísicas han sido las que han dado vida y organizado las culturas y las civilizaciones, y que en el caso concreto de Occidente esas ideas han sido formuladas por las diferentes tradiciones vinculadas con el legado de la Filosofía pitagórica y platónica, el Hermetismo, las gnosis judía y cristiana en sus distintas ramificaciones, destacando también a aquellos hombres y corrientes sapienciales que las han encarnado y transmitido a lo largo del tiempo, llegando hasta nuestros días como de forma tan lúcida lo ha expresado nuestro autor en Esoterismo Siglo XXI.

Lo que queremos decir es que con estos cinco libros consagrados a la Historia de las Ideas, nuestro autor nos muestra las fuentes de donde proviene la Vía Simbólica y la Doctrina metafísica que él mismo ha transmitido en sus libros anteriores y en sus cursos y conferencias impartidos a lo largo de numerosos años tanto en Iberoamérica como en Europa y España, y con ello da testimonio de su vigencia y actualidad evidenciando la cadena de trasmisión esotérica –en la que su obra está insertada– que ha permitido la existencia y desarrollo en el tiempo de la Ciencia Sagrada. Pero naturalmente es imposible hablar de la Historia de las Ideas sin mencionar y profundizar en esas Ideas y las tradiciones y corrientes de pensamiento que las vehiculan, sobre todo cuando se trata de abordar el Hermetismo, el Neoplatonismo y la Cábala Judeocristiana, donde toda acción «exterior» llevada a cabo por sus adeptos y maestros es inseparable del conocimiento de las mismas, es decir de la Gnosis.

Por poner un ejemplo entre muchos, en Las Utopías Renacentistas nos muestra en qué medida la influencia de las ideas universales que transmitieron determinadas organizaciones iniciáticas y tradicionales –de forma anónima o bien a través de personalidades conocidas por su relevancia cultural, y que de una u otra manera estuvieron vinculadas al Hermetismo y al Neoplatonismo–, generó una época concreta de la Historia de Occidente como fue la civilización Renacentista, una civilización que por otro lado ha empezado a ser comprendida en su verdadera dimensión a través de los estudios que dentro del ámbito del arte y la historia de la cultura han sido llevados a cabo desde hace casi un siglo por investigadores de la talla de Edgard Wind, Frances Y ates y Erwin Panofsky, entre otros.

Pero la labor de nuestro autor va más allá en este tema, pues él restituye el valor del Renacimiento desde el punto de vista de la Tradición Unánime, es decir que arroja sobre ese período la luz de la Sabiduría Perenne y al hacerlo redescubre para nosotros las referencias al pensamiento metafísico y tradicional más próximas en el tiempo, y en donde tan determinante papel jugaría la Cábala en su revitalización y difusión por toda Europa y posteriormente en el Nuevo Mundo. Este es un hecho a destacar, pues estamos hablando de una síntesis de la Tradición de Occidente realizada, como decimos, desde la perspectiva de los principios universales, y esto, se mire por donde se mire, es haber puesto, para el público interesado de este siglo XXI, los cimientos y la estructura para entender no sólo la génesis de una época determinada de la Historia, en este caso del Renacimiento, sino que es como un modelo de pensamiento para poder entender lo que es verdaderamente la Metafísica de la Historia.

Sin ir más lejos, y volviendo de nuevo al papel jugado por la Cábala en la renovación del pensamiento tradicional en Occidente, este es uno de los temas que nuestro autor trata en Las Utopías Renacentistas y de manera más directa en Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana, cuyo contenido estudiaremos en el siguiente capítulo. De hecho, el simbolismo de la Cábala tal y como Federico lo expresa en sus libros tiene un vínculo directo con la Cábala judeocristiana y hermético-alquímica del Renacimiento, y no sólo eso sino que ese saber lo conjuga y sintetiza con las simbólicas de todas las culturas y civilizaciones tradicionales, es decir con el mensaje siempre actual de la Filosofía Perenne, estableciendo un hilo sutil de relaciones, vínculos y analogías entre las ideas que esas mismas simbólicas vehiculan, y que se corresponden con los diferentes matices, tonalidades y gradaciones que toma la Inteligencia Universal al manifestarse, conformando al cosmos y al hombre como miniatura de él.

Esa capacidad de sintetizar (que es una manera de «reunir lo disperso») es propia de quienes como Federico poseen la cualidad de «ver» (sinónimo de «conocer» según la tradición hindú) el sentido oculto presente en las cosas más allá de sus apariencias, señalándonos los medios tradicionales –los símbolos y los ritos– para que esa misma capacidad se «despierte» en nosotros como una posibilidad que nos es inherente y que nos permite acceder a un plano o perspectiva nueva donde esas apariencias se desvanecen ante el surgimiento de lo que presentimos como real al no participar del flujo y reflujo de lo que siempre deviene pero nunca es, como decía Platón. Es decir, que realizando esa síntesis entre las ideas, la obra a la que nos estamos refiriendo nos ayuda a conocerlas en nuestro interior pues nos constituyen y son nuestra identidad verdadera al conformar un eje fijo en nuestra conciencia que nos sirve como permanente referencia vertical en un mundo cuya característica principal es el perpetuo cambio, lo que el Budismo denomina el samsara, es decir el movimiento incesante de la rueda cósmica del devenir. Y ese conocerse a sí mismo es simultáneo con el conocimiento de la Cosmogonía, si bien todo ello no es sino una preparación necesaria para el verdadero Conocimiento, que es el metafísico y que pertenece enteramente al dominio de lo Inmanifestado, de En Sof según la Cábala.

En este sentido debemos recordar nuevamente que nuestro autor no sólo nos habla de la Cosmogonía Perenne a través de sus diferentes símbolos, mitos y ritos, sino que toda su obra se enfoca y tiende siempre hacia la Metafísica y los principios universales, los que incluyen la Ontología o conocimiento del Ser; o mejor aún, es desde la perspectiva Metafísica que él siempre se refiere a los misterios de la Cosmogonía y del hombre. En definitiva de lo Universal a lo particular, única manera de que lo particular o lo individual retome el camino hacia lo Universal, que es su Origen y Destino final. Este es para nosotros el hecho esencial de la enseñanza que emana de esta obra y el pensamiento arquetípico que la genera, y que constituye verdaderamente un modo de transmisión de la influencia intelectual-espiritual en nuestro tiempo, un tiempo que como ya sabemos está signado por una oscuridad espiritual que impide incluso a muchos de los que son «llamados» poder comprender y aceptar que el Espíritu se manifiesta «donde quiere» y como quiere, y no donde quieren los hombres y los prejuicios fruto de sus limitaciones, cualesquiera que éstas sean.

Como hemos señalado en diversas oportunidades, las formas que en la obra de nuestro autor toma esa transmisión están siempre basadas y relacionadas con el Símbolo en su condición de mensajero de las realidades superiores, o sea considerándolo como intermediario entre éstas y la propia existencia del hombre, a la que ilumina y fecunda; y el método para que esto se efectivice y se haga «operativo» es el Arte, o sea el rito, que es el símbolo en acción: la posibilidad de ser todo aquello que el intelecto conoce. Por eso mismo, estudiar esta obra y trabajar en y con ella supone uno de los ritos más saludables para nuestra inteligencia. Y decimos lo de «saludables» no como un mero recurso dialéctico, sino entendiéndolo como lo entendían ya los pitagóricos, que afirmaban que la verdadera «salud» (la que cura al alma de su ignorancia, origen de todos sus males) es la que nos viene de la efectividad del Conocimiento, que puede ser vivido y experimentado por quienes, como se dice en el Zohar, deambulan en torno a la morada de la Sabiduría y desean ardientemente esposarse con ella.

Con Presencia Viva de la Cábala nos sumergimos por entero en la esencia de la Tradición Esotérica de Israel (y por extensión en la cultura judía como una forma de manifestarse la Filosofía Perenne), apoyándose en una sabia e inteligente selección de textos que se convierten en una guía para el lector receptivo. Esa selección procede de los libros sapienciales de la Cábala (Sefer Yetsirah, Sefer ha Bahir y Sefer ha Zohar) y por supuesto del Antiguo Testamento y los propios textos que escribieron los maestros cabalistas de todos los tiempos, a los que los autores del libro comentan, interpretan, amplían con sus reflexiones, y en definitiva descifran con el fin de ayudarnos a conocer los distintos sentidos encerrados en los códigos simbólicos de la Cábala,[481] empezando por el Arbol de la Vida Sefirótico (cuya estructura simbólica, como la del Tarot y la de la Rueda, Federico ya enseñaba desde sus primeras clases), y todo lo referido al alfabeto y la metafísica del lenguaje, pues como leemos en el capítulo I, p. 20:

El gran tema de la Cábala es la metafísica del lenguaje y ocupan en ella un papel fundamental las letras del alfabeto hebreo. En verdad el universo es un inmenso conjunto de letras que al articularse conforman el Nombre Divino, el Verbo Creador, un rollo donde están escritas, que al pronunciarlas las ordena. O sea, el cosmos como un libro en el que están cifradas todas las cosas.

Con Presencia Viva de la Cábala estamos ante una obra de gran calado y el lector interesado tiene que proveerse de mucha paciencia, concentración y perseverancia (armas principales con que cuenta el alquimista), tomando su lectura y su estudio como un rito, y volviendo una y otra vez sobre su contenido para romper la cáscara que esconde la médula de dicha Enseñanza, cáscara que en el fondo es nuestra propia ignorancia ante el misterio que reside en nuestro corazón, que es la sede de la intuición intelectual, por lo que «reiterando» una y otra vez ese estudio también estaremos realizando un trabajo con nosotros mismos, afinando y puliendo nuestra percepción y discernimiento por el contacto continuado con las ideas y su necesaria comprensión y profundización.

Tengamos en cuenta que con Presencia Viva de la Cábala estamos ante un libro donde el conocimiento teórico (que es amplio) se conjuga con la vivencia directa del influjo espiritual emanado de los textos, símbolos y vehículos cabalísticos, y esto se percibe por la intensidad y la profundidad de pensamiento con que se accede a la «Tradición íntima» (ha-qabalá ha-penimit); es decir que en este libro la Cábala se conoce y se expresa desde su interior, pues el punto de vista con que se aborda, siendo el de la Simbólica y la Gnosis Universal (que recordemos nuevamente es de lo que trata el conjunto de la obra de Federico, una obra que, como la de todo verdadero maestro espiritual, se dirige a nuestro intelecto despertando sus potencialidades latentes, lo que supone el inicio de un viaje hacia nuestro verdadero Origen),[482] se complementa perfectamente con lo que la Cábala revela, hasta el punto que lo dicho en él se entrelaza armoniosamente con los propios textos cabalísticos, conformando un todo. Como leemos en la p. 125 por boca del gran cabalista de Gerona Nahmanides, recién nombrado:

Cuando el pensamiento vuelve de arriba hacia abajo, todo deviene parecido a una sola línea, y aquella luz suprema emana hacia abajo por la fuerza del pensamiento, que la atrae hacia abajo, y la Divina Presencia se manifiesta abajo; entonces la luz resplandeciente es atraída y se difunde por el lugar del que tiene ese pensamiento. Así es como los santos hombres de la antigüedad unían el pensamiento con el mundo de lo alto y atraían hacia abajo parte de la luz suprema, de manera que las cosas [de aquí abajo] recibían incremento y bendición de acuerdo con la fuerza del pensamiento.

A este respecto hemos de decir que para nosotros el título mismo del libro indica claramente que esa «presencia viva de la Cábala» reside en primer lugar en nuestro autor, como exponente de una Vía de Conocimiento, la Tradición Hermética, que justamente tiene una de sus fuentes principales en la simbólica de la Cábala Judeocristiana; y es desde esa «presencia» vivificante y el conocimiento directo que va con ella, que se ha podido transmitir en esta obra lo que la Cábala es en su «médula substancial», y en consecuencia todos aquellos que se entreguen a su estudio y meditación, y lo hagan sin prejuicio alguno, recibirán también esa energía-fuerza, produciéndose así entre el contenido del libro y el propio lector (es decir entre el binomio transmisión-recepción) una comunicación sutil que no se quedará simplemente en la «letra» sino que penetrará en el espíritu encerrado en ella, y en la medida y grado en que esto sea.[483] Se trata de recuperar la memoria de lo que somos y que devuelve a nuestra alma la presencia del «Dios Vivo»:

La Cábala (tradición) como la Shekhinah siempre se está haciendo y no es letra muerta, pues está presente en el corazón del ser humano, en su alma, y por lo tanto en todas las cosas y tiempos y sería matarla –como el racionalismo ha hecho con Occidente– si se la tratara como algo fijo e inflexible, o como un estudio meramente histórico y no como siempre viva, paradójica y cambiante como es la cosmogonía que describe, en vez de algo estático, como por otra parte lo demuestra su desarrollo en el tiempo. Es decir, una poética del espacio y la vida, perpetuamente actual, de donde deviene su inmenso poder transformador (p. 24-25).

Ese carácter vivificador de la Cábala ha sido nutrido por el mito y las constantes revelaciones de la Deidad, de YHVH, conformando la vida no sólo personal sino también colectiva e histórica del pueblo de Israel, que lo ha plasmado en la Torá, la Ley (conformada en principio por los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, es decir el Pentateuco),[484] que

ha sido siempre tomada como lo más sagrado y el verdadero centro de su cultura, que ha ido consolidando la Tradición Judía tal cual ha llegado a nosotros, desde los mitos fundacionales, los Patriarcas, su descendencia y la constante del exilio y la persecución, al punto de hacerlos esclavos en ciertos períodos, aunque finalmente se liberan siempre (p. 12).

La Torá fue recibida por Moisés en el Sinaí, cuya metafísica y ontología éste enunció en forma oral y escrita, compartiendo todo ello «con sus discípulos y éstos con otros hasta nuestro sol», constituyendo finalmente la «gran cadena áurea, en la que la misma voz de la deidad se hace presente», como podemos leer en la Introducción, la que no podemos obviar, entre otras razones porque allí se vierten ciertas ideas que nos harán entender mucho mejor lo que se desarrollará en el resto del libro; por ejemplo, y en relación con lo que estamos diciendo, cuando leemos en la nota 5 (p. 13) lo siguiente:

La historia sagrada del pueblo de Israel es la descripción de los avatares del alma del iniciado, el cual puede conjugar de modo simultáneo toda su herencia y participar así directamente de una modalidad específica, la suya, del Ser Universal.

En efecto, la Historia es una simbólica donde el alma humana se ve reflejada, ya que tanto una como otra están sujetas a las mismas pautas y ritmos en conformidad con el conjunto del orden cósmico, y en este sentido podemos ver cómo el nacimiento y desarrollo de una cultura reproducen las etapas y ciclos internos que vive el iniciado en la senda del Conocimiento, y análogamente la del propio desarrollo cósmico. De este modo, los avatares por los que ha pasado el pueblo de Israel (donde la guía de YHVH siempre está presente, mostrando ora su misericordia, ora su rigor, según el proceder de ese pueblo,[485] e incluso a pesar de los momentos de aparente abandono, como le ocurre también al propio iniciado en ciertas etapas de su proceso) se constituyen en un paradigma de la gesta iniciática, lo cual no es exclusivo sólo de Israel sino de otros pueblos a lo largo de la Historia,[486]

Los cuales han padecido análogas circunstancias o parecidas experiencias, que también se dan en el microcosmos y en la larguísima iniciación en el Camino del Conocimiento, por la correspondencia entre el hombre y el universo (p. 13).

No obstante también es cierto que en el pueblo judío se han vivido con especial intensidad las sucesivas «coagulaciones» y «disoluciones» que han conformado el devenir de su destino histórico, pero siempre, tanto en las circunstancias favorables como desfavorables (diáspora, exilio, persecuciones, holocausto), ha permanecido intacto su enorme poder creativo y la permanente invocación de sus sabios a la más alta Deidad, todo lo cual ha hecho posible que la efusión de la Sabiduría no se agotara nunca.

Antes de continuar quisiéramos decir unas breves palabras sobre la diáspora, que tiene también el sentido de «sembrar» (algo así como «sembrar al voleo»), y esto, desde el punto de vista de las leyes cíclicas y del esoterismo histórico, adquiere un significado que no se puede soslayar y que seguramente tiene que ver con lo que han representado en la historia de Occidente las ideas emanadas del seno de Israel durante su largo exilio: un «semillero» que, junto a otras influencias, ha fecundado la cultura europea hasta formar parte de ella de manera indisoluble. Creemos que no es por casualidad que la única lengua propiamente sagrada que ha tenido cierta presencia en Occidente desde el inicio de la era cristiana haya sido precisamente el hebreo, llegándose a consolidar bajo la Cábala cristiano-hermética.

En este contexto también podríamos hablar de otro tipo de «alianzas» que forman parte igualmente del esoterismo de la Historia. Leemos a este respecto en la nota 61 de Presencia Viva de la Cábala:

En un curioso apartado llamado ‘Los judíos del Languedoc’, de la obra Ordo Laicorum ab monacorum ordine de E. R. Callaey se indica: ‘…en la Provenza, más precisamente en Narbona, el antiguo principado de Septimia, donde merced a una alianza entre Pipino el Breve y el Califa de Bagdad, se establece un vasto territorio bajo el control de una comunidad judía liderada por Makhir, exilarca de los judíos de Babilonia, cuya influencia en el Midi se hará sentir durante siglos, aun después de ser ahogada en la historia junto con los ecos de los últimos cátaros.

La alianza de Pipino con el exilarca de Babilonia –descendiente por vía directa del rey David– excede el marco político. Makhir no sólo controlaba el principado de Narbona, sino que se casa con la hermana del rey –la princesa Auda Martel, hija de Carlos Martel– estableciéndose un vínculo de sangre entre el linaje davídico y las casas reales europeas. Este hecho histórico, tan poco observado, al igual que la influencia judía en el movimiento benedictino, resulta un gran desafío en la comprensión de la construcción del judeocristianismo medieval.

Como podemos ver este es un tema de gran interés en varias direcciones. Pero lo que nos importa ahora es subrayar un hecho: que de aquella comunidad judía procedente de Babilonia que se estableció en el Languedoc y la Provenza alrededor del siglo VIII, y cuyo jefe era un descendiente del rey David, el exilarca Makhir, saldría siglos más tarde el germen que daría nacimiento a la Cábala. De alguna manera, los destinos históricos del pueblo judío en el continente estuvieron desde su origen unidos a los propios destinos de Europa, que precisamente empieza a construirse en los inicios de la Edad Media.

Como íbamos diciendo, la enseñanza metafísica contenida en la Cábala tampoco es exclusiva del pueblo hebreo por la propia naturaleza de esa enseñanza, aunque ésta se formule en términos judaicos como es natural y haya impregnado la vertiente propiamente religiosa y exotérica de esta tradición, y es por eso precisamente que las expresiones y enunciados de esta última siempre se pueden trasponer a conceptos universales o expresiones de lo que es la Sabiduría Perenne. Lo que sí sería exclusivo y propio del judaísmo es su faceta exotérica, faceta o modalidad del pensamiento ligada a los dogmas y usos y costumbres que estructuran y regulan el ámbito de lo individual y lo social en todos sus aspectos, y que es de lo que trata fundamentalmente el Talmud, si bien en éste existen «aspectos más interiores de su tradición» (la agadá) y muchos cabalistas lo han tomado como fuente para sus investigaciones esotéricas e iniciáticas. Todos los tratados del Talmud se nutren enteramente de la Torá, denominada por ciertos talmudistas como un «océano de luz». (Sobre el Talmud ver las páginas 210 a 213 de Presencia Viva…).

Otra cuestión importante que se destaca en la Introducción es el hecho de que la cosmogonía expresada en la Cábala es en lo esencial idéntica a la de todas las civilizaciones tradicionales, pues es evidente que las leyes que rigen el cosmos son las mismas y se expresan por idénticos símbolos. Por ejemplo el círculo o la esfera; a este respecto, y con ocasión de algo que Jesús Peláez del Rosal dice en su libro Los Orígenes del pueblo hebreo, se traen a colación las palabras de Proverbios donde se habla de que «la Sabiduría jugaba con la bola de la tierra». También el cuadrado o rectángulo es otro de los símbolos recurrentes en las antiguas cosmogonías, y en numerosos textos bíblicos se hace mención de ello.

Por otro lado, y en referencia de nuevo al círculo, también nos ha llamado la atención en la Introducción la mención a una familia de teúrgos «hacedores de lluvia» y descendientes de un tal Honi que todavía vivían en tiempos de Jesús. En sus ritos era imprescindible trazar un círculo (de ahí el nombre de «trazadores de círculos» con que también se les conocía), y esto nos aclara dónde está realmente el origen, o uno de los orígenes, de los ritos herméticos que tienen al círculo como elemento principal en la invocación y descenso de las influencias espirituales,[487] influencias que precisamente tienen en la lluvia (o el rocío) uno de sus símbolos más representativos.[488]

Evidentemente la Cábala, la gnosis hebrea, no puede sustraerse a su origen judío, pues como su propio nombre indica es la Tradición de ese pueblo (recordemos que Cábala quiere decir tradición y también recepción), aunque asimismo es la voz de la Filosofía Perenne o Tradición Primordial en el seno del mismo, y esta puede ser la razón de que en un momento determinado de la historia de Occidente la palabra «Israel» no designase únicamente al pueblo judío sino a todos aquellos que han formado y forman parte de la «cadena áurea» o «hilo de oro», es decir a los iniciados de todos los tiempos pertenecieran a esta o aquella tradición, y que en el fondo se han sentido, y se sienten, exiliados y desarraigados en este mundo.[489]

Otra cuestión clave tratada en la Introducción es lo referente a las influencias que la Cábala recibió del pensamiento y la filosofía griega (fundamentalmente pitagórica y platónica) en ese crisol de culturas que fue la Alejandría de los tres siglos anteriores y posteriores de nuestra era, siglos donde se fragua la Tradición Hermética, y que produjo obras como la del historiador Flavio Josefo y sobre todo como las de Filón de Alejandría, judíos ambos imbuidos de la cultura greco-romana. Concretamente, este último

al abrazar la filosofía griega formula al judaísmo en esa perspectiva transformando el Mito en Logos. Es decir, la elaboración judaica y bíblica en un logos griego (p. 13, nota).

En efecto, Filón de Alejandría relaciona el pensamiento griego, enraizado en la idea del Logos como Palabra que crea el cosmos por su emanación, con el mensaje de la revelación contenido en el Antiguo Testamento, es decir que de alguna manera realiza una síntesis entre la filosofía griega y la gnosis judía que gira en torno a la interpretación del texto sagrado. Esto es de suma importancia para entender el desarrollo del esoterismo judío a partir de esos primeros siglos, pues desde entonces el influjo del pensamiento griego, y la cosmogonía y metafísica a él vinculado[490] (que alcanzará su culminación entre los neoplatónicos y gnósticos de Alejandría y de la Academia de Atenas, coronada con la obra de Proclo), será permanente en el judaísmo, como lo será también en el cristianismo (entre los Padres de la Iglesia, y sobre todo en Dionisio Areopagita) y el Islam (por ejemplo entre los metafísicos como Ibn el Arabí –llamado significativamente «hijo de Platón»– y los filósofos neoplatónicos medievales, especialmente los ismailíes del Irán), es decir entre las tres tradiciones descendientes del patriarca Abraham, lo que permitirá la fructífera comunicación de sus respectivos esoterismos a lo largo del tiempo. Esto no significa ni mucho menos que la Cábala –que es netamente judía– derivara del pensamiento griego, sino que ella tomó

…. del siglo I al VI de nuestra era, como hemos dicho, formulaciones netamente emparentadas con el pensamiento neoplatónico, la Tradición Hermética, los gnósticos, y por cierto de la secta de los cristianos primitivos nacidos en el seno del judaísmo, que se repetirá concretamente en la obra de autores cristianos como Dionisio Areopagita y posteriormente en el siglo IX en la pluma de Juan Escoto Erígena (División de la Naturaleza) [en nota: Se considera que tanto Eckhart (1260?-1327) como Nicolás de Cusa (1401-1464 están influidos por este tipo de visión esotérica], y más adelante en la Edad Media. Como muchos de ellos, los que la conocieron, tomaron de la tradición de los hebreos, pese a que era oculta, elementos de distinta naturaleza, comenzando evidentemente por los cristianos.

Por otra parte, no está de más recordar la unanimidad de las tradiciones esotéricas en todo el mundo ya que todas se refieren en sus gnosis a una Tradición Primordial, Arquetípica, que está entretejida en la trama misma del hombre y del universo, lo que constituye para los hebreos la Shekhinah, la permanente inmanencia divina. Igualmente la Tradición Hermética accedió en el Renacimiento y sus epígonos a la tradición del pueblo de Israel, en lo que se vincula con la doctrina, la contemplación y la teúrgia, adaptándolas al modelo sefirótico, o mejor, se sintió expresada por ella dadas las analogías evidentes entre ambas tradiciones y el extraordinario aporte que ha constituido la Cábala hebrea incluso entre la teosofía cristiana, el pensamiento sapiencial en general y para Occidente en particular.

Esta cita corresponde al primer capítulo, titulado «La Cábala Judeocristiana» y señala claramente la existencia de un «trasvase» de ideas que se dio entre el esoterismo judío y las diferentes tradiciones con las que éste convivió en ese momento histórico tan importante como fue el período alejandrino, y que no se agotarán allí sino que llegarían hasta la Edad Media, donde precisamente la Cábala eclosionará en tierras provenzales y españolas. En este sentido, no se entendería el desarrollo de la Cábala en las regiones meridionales del Occidente europeo sin el influjo de las gnosis griega y hermética, teniendo en cuenta que todo ello tiene lugar dentro de una sociedad que es netamente cristiana[491] y cuyos círculos intelectuales más imbuidos de platonismo y hermetismo se hacen receptivos al mensaje cabalístico al encontrar en él una misma identidad en cuanto al trasfondo metafísico de las ideas presentes en el esoterismo cristiano y judío, esoterismo que,

por otra parte, ha estado estrechamente interrelacionado desde el principio de nuestra era. Valga, desde ya, nuestro respeto, o mejor reverencia, por una y otra manifestación de lo sacro, loado sea (nota 12).

De ahí que el término de «Cábala Judeocristiana» elegido por Federico se ajuste perfectamente a lo que la Cábala fue y representó (y continúa representando para todos aquellos que todavía hoy se nutren intelectualmente de ella) en el Occidente europeo, pues reunía en sí una sola y misma Sabiduría, la revelada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, es decir en la Biblia,[492] lo cual fue advertido ya en la Edad Media por Ramón Llull y otros filósofos y teúrgos cristianos, y con total clarividencia por Pico de la Mirandola y sus discípulos en los primeros tiempos del Renacimiento, época que se distingue precisamente por las grandes síntesis entre las distintas corrientes tradicionales de Occidente, todas ellas auspiciadas por el Dios Hermes.

 


 



NOTAS

[479] Libros del Innombrable, 2005. Zaragoza. Esta obra ha sido escrita con la colaboración de Mireia Valls.

[480] Por ejemplo, y en lo que se refiere en este caso concreto al simbolismo cabalístico, muchas de las ideas que desarrolla en Presencia Viva de la Cábala y también en Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana, están sintetizadas magistralmente en El Simbolismo de la Rueda, en El Tarot de los Cabalistas y en Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha.

[481] Basándose, como dicen, «en las mejores traducciones disponibles y el material crítico de los grandes estudiosos del siglo XX, comenzando por Gershom Scholem, que junto con Charles Mopsik, Aryeh Kaplan, Moshe Idel y otros, fundamentan este libro, aunque no siempre se está de acuerdo con ellos». Recomendamos en este sentido la bibliografía que se encuentra de la página 369 a 374.

[482] Nahmánides recuerda en su comentario al Sefer Yetsirah las siguientes palabras de Salomón: «La enseñanza del sabio es una fuente de vida», así como «Manantial de vida es el intelecto para su dueño» (Presencia Viva de la Cábala p. 122).

[483] El sentido más elevado del estudio entendido como un rito (que recordemos es el símbolo en acción) y no como una simple «lectura» nos lo recuerda este sabio judío perteneciente al hasidismo eslavo llamado Hayim de Volozhyn en su obra El alma de la Vida, y que encontramos en las p. 352-353: «Durante el estudio no hay ninguna necesidad de buscar la unión con Dios, porque el estudio y la reflexión son por ellos mismos una adhesión a la voluntad y a la palabra divina, y Dios, su voluntad y su palabra son idénticos».

[484] Resulta sumamente instructivo lo que se dice en la página 14 de la Introducción acerca del Pentateuco, cuyos cinco libros (Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio) sirven como base doctrinal a la Ciencia Cabalística. Estos libros: «parecen haber sido escritos por cuatro escuelas de sabiduría israelí que confluyeron finalmente en el propio texto. En efecto, son tres las corrientes que se mencionan contribuyendo a su creación: a) el documento Y ahavista, b) el Elohista y el sacerdotal y c) el Deuteronomio, distinto no sólo estilísticamente a los demás. El responsable de la compleja formación de este conjunto parece que fue Esdras a finales del V o comienzos del siglo IV a.C.».

Añadiremos que estos siglos se corresponden con una época de lentos pero profundos cambios que afectaron a muchas civilizaciones a escala planetaria, lo que en el ámbito de la Ciencia Sagrada se reflejó en la búsqueda, por parte de los sabios, profetas y hombres de conocimiento, de una síntesis necesaria para evitar la pérdida de aspectos importantes de la doctrina metafísica.

[485] Al principio del Zohar leemos lo siguiente: «Rabí Hizkia empieza su conferencia: Está escrito: ‘Como la rosa entre las espinas’ (Cantar de los Cantares II, 2). ¿Qué quiere decir ‘rosa’? La Comunidad de Israel. Así como la rosa es roja o blanca, la comunidad de Israel vive tanto el Rigor como la Clemencia».

[486] El reinado de Salomón, durante el cual se construye nada menos que el Templo de Jerusalén, constituye un ejemplo de esos momentos florecientes donde se coagula o cristaliza la sabiduría de Israel conformando una civilización con gran influencia en toda la zona de Oriente Próximo y en el área del Mediterráneo en su conjunto. Y como ejemplo de disolución tenemos el que sobreviene precisamente con las dos destrucciones del Templo de Jerusalén, ocurridas en distintas épocas (siglo VI a.C. y siglo I d.C.), las que dieron como consecuencia sendas diásporas o dispersiones por distintos lugares de Europa, Asia y Africa, es decir por todo el mundo conocido en ese entonces.

[487] Creemos que no es por casualidad que la palabra círculo se emplee también para designar una agrupación de cabalistas, como es el caso de los que fueron conocidos como círculo iyyun (iyyun = contemplación), originarios de la Provenza con gran influencia sobre los cabalistas españoles, especialmente de Gerona y Castilla. Hablaremos más tarde de ello.

[488] De alguna manera esta tradición continuó estando presente en el seno del judaísmo a través de los «asperjadores» de agua, tal y como figura en el epitafio de una tumba de la judería de Toledo: «Atesórase en esta sepultura un asperjador hijo de asperjador varón…, su gloria está en las regiones de la Vida, pues hizo descender la lluvia…».

[489] Antes hemos tocado de pasada el tema del exilio al mencionar la diáspora del pueblo judío. Añadiremos que el exilio, el desarraigo interior, forma parte de la aventura del Conocimiento y está estrechamente relacionado con el hecho dramático del alejamiento de la humanidad de su Principio, hasta el punto de que quien reconoce esa realidad advierte el destierro entre sus contemporáneos, a quienes nada les une pues su pensamiento y la intención de su voluntad no siguen los caminos trillados por la mayoría. Precisamente, esto se amplía más adelante, concretamente en el acápite dedicado a Moisés Cordovero (cap. V, «La Cábala de Safed») donde se afirma: «El tema del ‘exilio’ del pueblo de Israel […] es una imagen del ‘exilio’ del ser humano apartado del seno de Dios, por lo que el hombre después de haber caído debe penar en la tierra; todo esto sucede en el alma del ser humano y por lo tanto mayor es el ‘exilio’ con sus problemas y adversidades, ya que no sólo es un peregrinaje en este mundo sino el peregrinar del alma en busca del espíritu, es decir de su Primera Identidad. La historia del pueblo de Israel es igualmente una imagen de la búsqueda humana del Sí Mismo».

[490] En este sentido es interesante observar las correspondencias que existen entre los símbolos pitagóricos de la Tetraktys y el «Cuadrado de Cuatro» por un lado, y el nombre de YHVH, incluida la suma de los números pertenecientes a cada una de las letras; y todo ello con el símbolo hermético de la «piedra filosofal». Ver René Guénon: Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. XIV.

[491] Recordemos que el Sefer ha Bahir (Libro de la Claridad) y el Sefer ha Zohar (Libro del Esplendor) fueron escritos precisamente en las comunidades judías insertadas dentro de las sociedades cristianas de la Provenza francesa y de la Castilla española, respectivamente.

[492] En la misma nota 12 leemos acerca de la expresión Cábala Judeocristiana: «Se nos puede reprochar que utilicemos este término, pero en realidad nos estamos refiriendo sólo al esoterismo presente en ambas tradiciones que, por otra parte, ha estado estrechamente interrelacionado desde el principio de nuestra era.»

 

ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.