FRANCISCO ARIZA

LA OBRA DE FEDERICO GONZALEZ
Simbolismo - Literatura - Metafísica

 

Capítulo VII

INTRODUCCION A LA CIENCIA SAGRADA
PROGRAMA AGARTHA

(fin)

 

Módulo II

Los acápites del Módulo II amplían y desarrollan en muchos casos los del anterior, y comienzan a emitirse algunas ideas sobre la Cábala que van dando cauce a otros conceptos que hasta el momento no habían sido suficientemente tratados, pues el interés se centraba lógicamente en la exposición del modelo del Arbol Sefirótico con el fin de que el estudiante fuera familiarizándose con él. Pero una vez esa estructura ha sido asimilada mentalmente éste deberá empezar a meditar y profundizar en la idea de que el Universo, y todo cuanto él contiene y es susceptible de contener en el encadenamiento de su existencia temporal, no es sino un punto residual en la nada infinita de En Sof, llamado el «Antiguo de los Antiguos», o el «Misterio de los Misterios», remarcando así su naturaleza verdaderamente supracósmica.

De hecho, no deja de ser significativo que este segundo Módulo II se inicie prácticamente con un acápite (Cábala, p. 153) donde se habla precisamente de En Sof (el Infinito) que es un concepto central en la Cábala y que nuestro autor introduce en este segundo nivel de la Enseñanza seguramente para que el estudiante, que ya conoce el modelo del Arbol de la Vida, empiece a habituarse a este nuevo lenguaje que expresa ideas metafísicas muy elevadas y de gran complejidad, como es el En Sof y otras semejantes, tal el caso de la Tsim Tsum (Cábala, Módulo II, p. 266). Todo esto es esencial para tener un conocimiento cabal de la Doctrina, pues se trata de ir incubando en la conciencia la idea del Infinito, sin la cual no podríamos ni siquiera presentir o intuir, y ni mucho menos concebir, los estados incondicionados y supraindividuales. Es lo que señala precisamente nuestro autor cuando en otro acápite se pregunta:

Si lo informal o supraindividual escapa al entendimiento racional inmerso en los límites de la sucesión temporal y la dualidad ¿cuánto más difícil le será concebir a lo ilimitado, a un no-algo, o sea a lo no manifestado, a lo que trasciende por completo toda existencia condicionada?[439]

En efecto, y volviendo de nuevo a En Sof, éste entraña una idea de vacío absoluto, equivalente al No-Ser:

Esta nada y este vacío no son «algo» en el sentido de la expresión moderna, a saber: algo que pueda ser percibido o se exprese como una negación de otra cosa. En verdad En Sof no es nada de lo que pudiera ser algo, tal la Majestad Inmensurable de esta doctrina cabalística.[440]

Naturalmente, en este Módulo II todos estos conceptos se van simultaneando con los acápites que continúan transmitiendo las distintas ciencias y artes herméticas (Cábala, Alquimia, Astrología, Aritmosofía, Magia, Teúrgia…) y también entre aquellos símbolos explícitamente dedicados a la Cosmogonía: la escala, la esvástica, el simbolismo vegetal y animal, los cuadrados mágicos, las siete artes liberales, la analogía, la corona, la luz, Jano; otros donde se mencionan determinadas ideas-fuerza como: «lo más pequeño es lo más poderoso», el amor, la belleza, las tres gracias, la visión; algunos más completando determinados temas que se iniciaron en el Módulo anterior, como por ejemplo los que hacen referencia explícita al simbolismo constructivo (el nivel y la plomada, el compás y la escuadra), cuyo modelo arquetípico lo constituye la Ciudad Celeste, una idea fundamental muy presente en la obra de Federico como ya sabemos, y que brilla por su ausencia en la mentalidad profana con que está elaborada la ciencia moderna en contraste con todos los pueblos antiguos y tradicionales, que unánimemente veían en ella el origen de su cultura.

Importantes sin duda son los acápites que esclarecen puntos vitales de la doctrina, como aquel que se refiere a la necesidad de no confundir la metafísica con el ascetismo, o con lo religioso (Módulo II, p. 268), cuestión que nuestro autor ha tratado varias veces y que aquí hemos subrayado en más de una ocasión.[441] En el mismo sentido de «aclaración» debe leerse Espíritu-Alma-Cuerpo (Módulo II, p. 232), acápite fundamental que nos ofrece con argumentos doctrinales irrebatibles la verdadera jerarquía entre los distintos estados del ser.

Asimismo, merece mencionarse los acápites dedicados a la simbólica de la Historia, y también de la Geografía, consideradas como dos ciencias tradicionales que estando relacionadas obviamente con el tiempo y el espacio respectivamente son inseparables de los grandes ciclos y los ritmos cósmicos (que en este Módulo II comienzan a tratarse en profundidad, ampliándose en el Módulo III), o sea que están insertadas dentro de la Armonía Universal y en consecuencia estrechamente vinculadas también con todas las demás Artes y Ciencias de la Cosmogonía.

Vemos así como el Programa Agartha amplía su contenido conforme avanzamos en su estudio, y los nuevos temas que van surgiendo nos ofrecen otras perspectivas desde donde continuar nuestra aventura en pos del Conocimiento.

Y de tanto en tanto aparecen acápites en los que nuestro autor despliega toda su poética sapiencial, describiendo su contenido con una belleza e inteligencia tan sutil que si estamos lo suficientemente concentrados en su lectura y en lo que ella transmite, finalmente acabarán por «cristalizar» muchas de las ideas que habían atraído nuestra atención por la profundidad de su significado, y que quizá les faltaba ese último «impulso» para acabar de fijarse definitivamente en la conciencia. Son símbolos y cuestiones doctrinales de las que ya se ha hablado en otros lugares de su obra, pero como aquí el contexto es diferente y como sabemos hay una interrelación entre todos los temas que conforman el Programa Agartha (y que nos lleva a concebir su intrínseca unidad doctrinal), necesariamente surgirán otros matices o nuevas posibilidades presentes en esas mismas simbólicas. Este es el caso, por ejemplo, de La Lira de Apolo y la Flauta de Orfeo (Módulo II, p. 221), acápite del que transcribimos los siguientes fragmentos:

La música, arte del ritmo y la armonía por excelencia, es sin duda la que de manera más obvia y bella revela el carácter cíclico y recurrente del tiempo, desmintiendo la absurda concepción lineal, uniforme y cuantitativa que de él ha forjado la mentalidad profana. El número es la estructura del ritmo, y como tal es «cualidad» manifiesta que se distingue netamente de la pura agitación, como la música y la melodía lo hacen del ruido; esta concepción «auditiva» del cosmos nos aproxima a lo invisible, a lo sutil, a todo aquello que está más allá de la constatación sensible en general.

La potencia divina crea pues el cosmos a partir de ritmos, de alteridades, que ora se equilibran, ora se desequilibran, sin salir jamás del diapasón divino. La Belleza (…) al manifestarse lo hace a través de la perfección de las formas, y éstas, antes de devenir groseras, configuran idealmente la osamenta sutil y formativa del universo, la arquitectura invisible del cosmos. Dicha arquitectura es realmente un lenguaje divino y maravilloso cuya aprehensión está directamente vinculada a la intuición intelectual del corazón, sagrario del templo humano y sede de todas las teofanías. La música platónica de las esferas ilustra de manera perfecta esta concepción al describir al cosmos como una inmensa caja de resonancia que no hace más que amplificar unas energías virtuales hasta llevarlas a su concreción efectiva, para luego devolverlas a su origen, como chispas, destellos o reflejos transitorios de un arquetipo inmutable.

O este otro, titulado Angeología I (Módulo II, p. 271), que si nos fijamos bien guarda íntima relación con el anterior, y donde asimismo se resalta la presencia intangible de un Arquetipo divino que tiene sus intermediarios en el mundo angélico, siendo a través de esa intermediación que el hombre «descubre» en sí mismo su «Y o esencial»:

Los Angeles son el soporte de los Nombres del Innombrable. Son Dios y al mismo tiempo son cognoscibles; habitan, o son, el lindero entre lo visible y lo invisible y es por ello que se les llama mensajeros (en hebreo Malakh).

El mundo angélico es ‘Dios en función’; Dios como sujeto activo. La creatividad divina se manifiesta por su intermedio, determinando la diversificación de los seres que, sin separarse de Dios, garantizan la presencia de lo Divino en la tierra (Shekhinah). Es por ello que su función es teofánica. Y así como la Geometría describe el ‘orden de la tierra’, el ‘orden celeste’ está constituido por el mundo angélico y su estructura invisible gobernada por Metatrón.

Proporciones geométricas y armonías musicales nuevas (equilibrios y conjuntos de significados) son las primeras manifestaciones perceptibles al hombre que toma contacto con su ser esencial: con su ángel. Un ángel es la realidad esencial de cualquier ser, o sea, su ‘siendo’ en su grado más elevado; y es por ello que se puede hablar del ángel de un paisaje o de cualquier obra creativa. «Tu Señor Divino y personal, es tu Angel por el que Dios te habla de boca a oído»; es también el nombre propio y el ‘aroma’, la ‘melodía’ personal…

Los Arcángeles, como arquetipos que son, habitan el mundo beriyáthico (o plano de la Creación) en el que se desarrolla el primer capítulo del Génesis. La denominación de ‘ángel’, aunque es genérica, se da a los espíritus revestidos de ropaje formal que habitan el plano de Yetsirah (o Mundo de las Formaciones).

Los cuatro arcángeles que se suelen mencionar (Miguel, Rafael, Gabriel y Uriel) surgen de y son movilizados por el Verbo creador, para llevar a cabo el desdoblamiento de la palabra en los cuatro mundos que fluyen de las cuatro letras del nombre de YHVH, y mantienen igualmente en guardia los cuatro puntos cardinales o «cuatro campos de la Shekhinah».

Es a todas luces admirable el poder evocador de estas palabras, que nos permiten dar un «salto cualitativo» en la comprensión de ideas que ya habíamos «oído» con anterioridad y sin embargo, gracias a que existe menos resistencia en nosotros al influjo sutil de la Enseñanza aquí revelada, ahora brillan bajo una luz más cenital, más nítida y transparente.

Por otro lado, que la Geometría, que describe el orden o medida de la tierra, se ponga en correspondencia con el ‘orden celeste’ constituido por la estructura invisible del mundo angélico gobernada por Metatron, nos está indicando el origen divino de esa ciencia, de la que Platón decía que era un verdadero camino de iniciación.[442] Los cuatro puntos cardinales, o campos de la Shekhinah, es decir de la «presencia» de Dios en el mundo, son las «piedras de fundamento» de toda arquitectura sagrada. Si existe una arquitectura terrestre es porque existe una arquitectura celeste (cuyo origen está en la Palabra o Verbo creador), la que se identifica sin duda alguna con las «medidas» y «proporciones» de la Ciudad del Cielo, de la «Tierra de los Vivos».

Es significativo, en este sentido, que los tres acápites siguientes a éste, que son también los tres últimos del Módulo II, incidan en la idea de la correspondencia entre el cielo y la tierra, o entre el macrocosmos y el microcosmos. Nos referimos a La Tradición Unánime, Aritmosofía y Astrología, quedando un cuarto y último acápite llamado Memorándum, que comienza con las siguientes palabras, a modo de recordatorio:

La disciplina fortalece y preludia la fecundación y la realización espiritual.

Nos introducimos así en el Módulo III, el tercer grado de estudio del Programa Agartha.

Módulo III

El último Módulo es el más extenso de todos. El más extenso por su número de páginas, y también el más intenso por cuanto que, como se dice precisamente en el Memorándum citado, el propósito de este Módulo es

profundizar y ampliar los temas que se han ido esbozando y destacando con el fin de lograr los frutos que este manual se propone. Para ello debemos contar necesariamente con la participación espiritual activa del lector y su sed renovada de conocimientos, así como con su voluntad decidida, su pasión por lo que hace, y el equilibrio y la paciencia requeridos para la efectivización de la labor alquímica.

En efecto, tras haber dado en los dos Módulos anteriores los temas principales que atañen directamente a la enseñanza de la Ciencia Sagrada (Alquimia, Cábala, Aritmosofía-Geometría, Astronomía y Astrología, la Ciclología, la Vía Simbólica, las Artes Liberales en general, etc.) desde el punto de vista de la Tradición Hermética, en este Módulo III se profundiza en el contenido de algunos de esos temas sin pretender desde luego agotar su significado, que es inagotable como todo lo que atañe a los símbolos de la Cosmogonía Perenne, y esto lo sabe muy bien nuestro autor que así lo ha recordado en más de una ocasión. Se trata siempre, en estos temas, de destacar sobre todo sus aspectos cualitativos, o sea profundizar en sus elementos esenciales y en consecuencia ofrecer el mayor grado de síntesis posible de los mismos, buscando también las analogías y correspondencias que puedan darse entre unos temas y otros. [443]

Este es el caso por ejemplo de la Doctrina de los Ciclos y los Ritmos (la Ciclología), que en este Módulo se profundiza y amplía efectivamente con tres acápites más[444] que tratan específicamente no sólo de la descripción de las Cuatro Edades de la humanidad que conforman el gran ciclo cósmico del Manvantara (que también está constituido por «cinco grandes años»), sino asimismo del ciclo más grande, el Kalpa, en el que este último está comprendido. Y dentro de cada edad del Manvantara se consideran sus propias subdivisiones cíclicas, las que están en relación con los períodos históricos donde se han desarrollado las culturas y civilizaciones humanas, todo lo cual, y visto en conjunto, nos daría una visión de la Historia (y de la Geografía) completamente distinta de la que se enseña habitualmente, y que aquí en el Programa Agartha se estudia, al igual que la Ciclología, la Astronomía y la Astrología, con las que está naturalmente vinculada, como una materia perteneciente a la Ciencia Sagrada y por tanto una vía simbólica de acceso a su conocimiento. Acerca de la Astronomía-Astrología se afirma en este Módulo III en relación con lo que estamos diciendo:

La astronomía es la más antigua de todas las ciencias y es ella la que determina en su origen una civilización, como lo ha hecho con todas las de la antigüedad. Efectivamente, el estudio de los ciclos y los ritmos de los astros genera las pautas en que se fundamentará el pensamiento religioso, político y económico, de toda cultura, en definitiva de una sociedad.

Y precisamente de algunas de esas civilizaciones y períodos históricos –enmarcados en su realidad cíclica correspondiente– se tratan en este Módulo III, centrándose en el área cultural de Occidente. Hablamos de Egipto, Grecia y Roma, y también de Alejandría en relación sobre todo con el surgimiento de la Tradición Hermética, la que conoce (después de Alejandría) dos grandes momentos históricos de expansión: la Edad Media y el Renacimiento, aunque en verdad sus distintas corrientes surcan todo el período moderno llegando hasta nuestros días, como el propio Programa Agartha, y el conjunto de la obra de Federico, lo testifica. Toda una serie de acápites dedicados al Hermetismo en esos distintos períodos se despliegan a lo largo de este Módulo, donde también se aborda la Filosofía Perenne y las Tradiciones aún vivas, comprendidas las Arcaicas, como es el caso de las precolombinas, y «todas aquellas culturas mágico-religiosas que se incluyen en lo que se entiende, o mejor, se mal entiende, por chamanismo».

Se amplía también un tema capital como es el del simbolismo de pasaje, muy apropiado para este momento del proceso en que se encuentra el estudiante, quien ya ha tenido oportunidad de realizar más de una inmersión en las «aguas» de su psiquismo inferior (como Dante), pero que, alumbrado por la luz del Agartha, de la Tradición, ha podido nuevamente remontar a la superficie albergando en su alma el deseo de conocer lo que está más allá de esas aguas, para lo cual ha de atravesar el mundo intermediario que ellas, junto con otros símbolos, están representando: la puerta, el puente, el arco iris, la barca, la escala y el octógono, fundamentalmente. Es decir el pasaje del alma inferior (Yetsirah) al alma superior (Beriyah), y de ésta al mundo del Espíritu puro (Atsiluth), representado por un punto (el «ojo del domo» u «ojo de la aguja»), por donde se produce el «pasaje» a lo supracósmico y metafísico.

Con respecto a la Cábala precisamente nuestro autor nos recuerda que ella:

constituye un manantial de interrelaciones y asociaciones de imágenes que posibilitan la facultad de conocer de manera intuitiva y directa.

O sea el despertar de la intuición intelectual. Que la Cábala constituya una metafísica del lenguaje significa que ella contempla al cosmos como una estructura hecha de nombres y palabras divinas. Las veintidós letras del alfabeto sagrado al unirse a las diez sefiroth (números y nombres de Dios), conforman los «treinta y dos senderos de la Sabiduría». En este Módulo III hay varios acápites que hablan sobre las letras y los nombres divinos, y no sólo en referencia a la Cábala, si bien es en ésta donde sus sabios y maestros más han tratado acerca de sus misterios cosmogónicos y metafísicos.

Por eso mismo es por lo que se busca una «participación espiritual activa» en el estudiante: para que la esencia de toda esa Enseñanza que se desprende de la didáctica del Programa Agartha se actualice en él. Este estado, que podríamos calificar de «activamente contemplativo», es propio de quien realmente busca el Conocimiento y no cualquier componenda de tipo «místico» o de «confort espiritual». Como leemos en el acápite Alquimia (Módulo III, p. 395):

Pero sobre todo ha de destacarse la intensidad con que el aprendiz encare el Conocimiento, lo que le llevará, cuando ésta es firme, decidida y prudente, a las puertas de una segunda Iniciación, mucho más real y verdadera, la cual ya no es simplemente especulativa, teórica, o intelectual, sino operativa, práctica y encarnada.

En efecto, profundizar en los temas que el Programa propone es ahondar y penetrar en su sentido más elevado, es decir tratarlos a otro nivel de lectura, complementario con los que hemos ido conociendo a lo largo del proceso, como no podía ser de otra manera, pues la Enseñanza iniciática conforma un conjunto estructurado y jerarquizado que le viene dado por la propia naturaleza del grado de conocimiento real desde el que ella es vivida y encarnada.

Por ejemplo, cuando en el acápite Alma (Módulo III, p. 298) se dice que ésta debe «conquistarse» se nos está hablando implícitamente de que esa conquista constituye en verdad el quehacer del trabajo iniciático, o sea la «activación» de todas las potencias y posibilidades contenidas en el alma en estado latente, de ahí que también se utilice el símbolo de la «piedra bruta» para referirse a dicho estado («caótico» o de «materia prima») cuyo «pulimiento» engendrará la «piedra cúbica», o sea la creación de una «forma sutil», o «cuerpo de luz» (el alma propiamente dicha), el vehículo que nos llevará al Ser, al Espíritu:

Al cual se lo identifica de modo natural con la Unidad aritmética, lo que es a su vez el paso necesario para la concepción del No Ser –el En Sof de la Cábala– y finalmente la de la No dualidad entre Ser y No Ser, la cual es verdaderamente lo que los hindúes entienden como Suprema Identidad.

Por eso mismo esos trabajos de conquista o de pulimiento de la piedra bruta (según sea la simbólica que queramos emplear), es decir las pruebas y ritos iniciáticos, son los

que efectivizan esta Unión con el Ser, la ontología como paso previo o soporte de la metafísica, o sea el sacrificio de ese Ser (que desde luego ya no es un simple ego) en el altar de la «nube del no saber». Se supone que esta es la última entrega y también el sentido del alma individual, como vehículo, símbolo, o número, o sea como la signatura del Creador –Verbo o Logos– en el mundo; un vehículo de acceso al Espíritu, o sea en la disolución en aquello que lo fundamenta todo, pero que, desde luego, no existe, tal cual los objetos que perciben los sentidos o elabora el cerebro.

Todo esto se entiende un poco mejor si acudimos al acápite titulado «Los Aspectos del Alma» (Módulo III, p. 382). Allí se presentan los tres grados del alma humana, «o los planos de conciencia en que se manifiestan», en correspondencia con los mundos del Arbol Sefirótico, siendo el más alto de esos grados neshamah, ubicado en Atsiluth, el que se identifica con el Espíritu, mientras que nefesh (la fuerza vital) pertenece al alma inferior (Yetsirah), y ruah (el soplo divino) al alma superior (Beriyah). Y nuestro autor añade lo siguiente:

En el trabajo hermético la energía motora despierta, o mejor, es despertada, y si es bien conducida (con humildad, paciencia y verdad) será capaz de estimular a nefesh, el cual a su vez nos podrá transferir a ruah, al mundo del psiquismo superior, al punto de inflamarlo, en cuyo caso es muy posible que se nos abra la puerta de neshamah, el espíritu puro.

En efecto, cuanto más avancemos en la realización del trabajo hermético, es decir en la comprensión de la Doctrina y del Modelo del Universo más iremos conociéndonos a nosotros mismos y en consecuencia menos ataduras psicológicas mantendremos con el mundo profano y el punto de vista que éste sustenta, hasta lograr desprendernos definitivamente de él. Existen otras posibilidades del alma humana que se desarrollan con la reiteración del rito, que implica ante todo la concentración en el estudio y la adecuación de su comprensión en los distintos ámbitos de nuestra cotidianidad, que se desenvuelve en un medio que se ha vuelto completamente profano, o sea en una entidad enemiga de todo cuanto representan nuestras labores herméticas y metafísicas. En el acápite «La Labor Cotidiana» (Módulo III), al que ya hemos hecho alusión anteriormente, se dice que:

Varias armas tiene el aprendiz de alquimista para vencer en esta guerra. La primera es la paciencia, una forma de lentificar el tiempo; asimismo posee distintos vehículos para lograr sus propósitos, los que se han ido indicando a lo largo de nuestro Programa. El objetivo de estas labores, del entrenamiento del que nos provee este manual, es obtener la atención concentrada, la reminiscencia y recuerdo de uno mismo, y el conocimiento de los secretos cosmogónicos, de cara a abordar la metafísica y la contemplación efectuando determinadas prácticas y ejercicios, como el estudio y la meditación, e igualmente el cultivo de ciertas potencias anímicas en relación con las imágenes visuales y mentales que se producen en nosotros y que actúan como despertadores de la conciencia.

Pero el aprendiz de teúrgo sabe a esta altura del camino recorrido que es gracias a la perseverancia cotidiana que pueden obtenerse logros verdaderos en su realización.[445]

Abandonar el punto de vista profano, que niega la posibilidad de ser, constituye de hecho una primera purificación imprescindible para que nuestra mente pueda aprehender la realidad del mundo con «otra mirada», la que hemos denominado la «mirada esotérica», y que en verdad deviene una señal de que el alma ha sido «inflamada» por la luz de la Inteligencia, la que nos hace distinguir entre lo interior y lo exterior, entre la esencia y la substancia, entre lo invisible y lo visible, y al mismo tiempo a saber relacionar esos dos ámbitos entre sí (pues en realidad no están separados), o sea encontrar sus vínculos sutiles y en consecuencia la manera en que lo invisible se hace manifiesto y se expresa a nuestros sentidos y facultades cognoscitivas, y viceversa, el modo en que lo manifiesto revela su causa y su origen invisible, puesto que él se constituye en símbolo de la idea que lo conforma. Con esa percepción, cualquier cuestión, por ejemplo un hecho histórico, o una noticia de «actualidad», o un suceso personal (especialmente si está referido a nuestro proceso de Conocimiento), puede constituirse en un símbolo, o imagen, de una realidad más profunda, y que nos pasaría desapercibida si no hubiéramos desarrollado en nosotros esa «mirada esotérica», la que nos da una lectura de las cosas por encima de lo literal y alegórico, estando ligada por tanto al punto de vista metafísico y a la intuición intelectual que le es consubstancial.

En verdad todo esto tiene que ver con las leyes de las analogías y las correspondencias que ligan entre sí los distintos planos y niveles de la Manifestación Universal (desde el plano más inferior de Asiyah hasta el más alto de Atsiluth, pasando por el de Yetsirah y Beriyah), más allá de la cual no puede decirse, sin errar, que esas analogías y correspondencias continúan existiendo, pues ya no hay «realidades» que se reflejen unas a otras por la sencilla razón de que todas han sido absorbidas en su Origen Inmanifestado, en el Silencio del No-Ser, tal y como nos lo ha estado enseñando constantemente esta verdadera Introducción a la Ciencia Sagrada que constituye el Programa Agartha.




NOTAS

[439] ¿Dios Existe? Módulo II, p. 229.

[440] Estos dos acápites que hablan del En sof y de la Tsim Tsum habría que estudiarlos conjuntamente con aquel otro que aparece casi al final del Módulo I (Cábala, p. 144), en el que se menciona al Macroprosopos, el «Rostro Mayor» de Dios, y al Microprosopos, el «Rostro Menor», respectivamente relacionados con el plano de Atsiluth (el de los principios ontológicos), y los planos de Beriyah, Yetsirah y Asiyah, los que contienen a las sefiroth propiamente cósmicas. Asimismo, este último acápite está estrechamente relacionado con el que aparece también en el Módulo II (Cábala B, p. 189).

[441] Aunque en este acápite apunta un matiz interesante al afirmar que: «Este equívoco trata de la tremenda limitación de comprender lo sagrado tan solo como santidad, y por lo tanto como algo inalcanzable del que sólo son dignos aquellos pocos elegidos completamente fuera de serie, llamados ‘Santos’ (ya sean de una u otra tradición, en particular si lo demostraran con fenómenos, milagros y cuestiones paranormales), con toda la carga devota, piadosa, beata y supersticiosa que esa idea trae aparejada».

[442] Ver acápite Geometría en el Módulo III. Recordemos también que Apolo, la deidad de la luz suprasensible, es denominado el «Dios geómetra».

[443] Merece también destacarse en este tercer Módulo los tres acápites que tratan específicamente de la ciencia, y que junto con el que aparece en el Módulo I, constituyen una magnífica síntesis para entender lo que ésta significa desde una concepción hermética y tradicional. Trataremos de esta importante cuestión cuando abordemos el estudio de Hermetismo y Masonería.

[444] Nos referimos a «Las Cuatro Edades», «Los Ciclos I» y «Los Ciclos II», a los que habría que añadir un cuarto llamado «Fin de Ciclo», el cual habría de ser leído conjuntamente con otro por título «El Fin de los Tiempos».

[445] Como complemento a estas palabras recomendamos el acápite «Artes Marciales» (Módulo I), donde entre otras cosas importantes se dice: «Hay dos grandes principios en la estrategia que pueden ser la causa de la impecabilidad del guerrero: a) no subestimar al adversario; b) no mostrar las armas al enemigo (Tao Te King). Además debe saber el guerrero que sus emociones son secundarias siempre que su causa sea justa. En la elección de esa causa y en el conocimiento que eso supone, está la clave del éxito final».

 

ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.