FRANCISCO ARIZA

LA OBRA DE FEDERICO GONZALEZ
Simbolismo - Literatura - Metafísica

 

SEGUNDA PARTE

HISTORIA DE LA CULTURA Y LAS IDEAS METAFISICAS

 

Fig. 65. Carl Johan Wahlbom (1810-1858), La Academia de Platón.

Capítulo VIII

ESOTERISMO SIGLO XXI
EN TORNO A RENE GUENON

 

El año 2000, o sea en el tránsito del siglo XX al XXI, nuestro autor publica Esoterismo Siglo XXI. En torno a René Guénon,[446] obra que sin duda alguna es una contribución importante para conocer de primera mano el panorama que presentan hoy en día las diferentes formas del esoterismo occidental, con sus luces, pero también con sus sombras, que son posiblemente más que las luces debido sobre todo al momento cíclico que estamos viviendo. En efecto, en este libro, que es asimismo una aportación al conocimiento de la Historia de las Ideas, nuestro autor reúne todo un material referido a los temas que ha ido publicando en Symbolos dando cuenta del panorama esotérico en los últimos años del siglo XX, testimoniando la vigencia y actualidad de la Tradición Unánime o Ciencia Sagrada. Asimismo, añade:

Muchos pensamos que el representante más autorizado de la Ciencia Sagrada en Occidente para este tiempo (aunque hay igualmente otros autores de la misma auténticos) es René Guénon; y su obra, que toca pluralidad de ámbitos, el testimonio sintético y global de esta Ciencia en este momento por el que atraviesa la civilización Occidental que muchos esoteristas equiparan a un Fin de Ciclo.

En efecto este libro gira en torno a René Guénon y a algunos de los temas puntales que nuestro autor ha tratado sobre la Tradición y el Esoterismo en general, incluyendo las recensiones y comentarios a libros, revistas y eventos culturales relacionados con las distintas corrientes y personajes que conforman el Hermetismo y el esoterismo occidental de hoy día (dentro del cual destaca de manera eminente la Masonería), recensiones y comentarios en los que nuestro autor no pierde oportunidad de seguir exponiendo –en breves síntesis y con un estilo ágil y fresco pero sin menoscabo en cuanto a su habitual carga de profundidad– sus puntos de vista acerca de la doctrina y de su aplicación, incluso en cuestiones de actualidad, aclarando unas veces, o poniendo el acento en ciertos temas importantes para requerir la atención del lector en otras, pero siempre con ese fondo didáctico y de apertura constante al mundo de las ideas inseparable de su pluma.

Son numerosas las citas que podríamos escoger para dar una idea de lo que estamos diciendo, pero pensamos que con las tres que siguen serán más que suficientes. Por ejemplo, en una recensión hecha a la revista «Vers la Tradition», y hablando de la ciudad «física» y de su estructura urbana, que en el caso de la ciudad moderna crece por adición y no por yuxtaposición orgánica como ocurre, o ocurría, en la ciudad construida según los criterios de la Ciencia Sagrada, he aquí lo que nos dice:

No es ésta una consideración tan periférica como pudiera parecer pues una «ciudad tradicional» lo es tanto por su estructura social como por su estructura urbana ya que ésta cumple la función de soporte «físico», función que, dicho sea de paso, le es conferida en virtud del rito fundacional, lo que da fe además de su adecuación a los principios metafísicos. Y este es también un aspecto importante (diríase que propiamente fundamental) que no pasó inadvertido para Guénon, porque está en la raíz misma de la «idea» de ciudad: es el rito quien otorga validez al orden. Siempre el urbanismo fue una cuestión política (utilizamos aquí estos términos en su sentido más noble), aunque obsérvese cómo en la actualidad es precisamente al revés: es la política vulgar la que se sustenta en el urbanismo vulgar, de tal manera que los arquitectos y urbanistas modernos llegan a tener más «poder» que los políticos (p. 160).

En el cap. VII (p. 232), y hablando del libro de Walter F. Otto Dionisos. Mito y Culto, nos dice que la figura del dios Dionisos,

tratada bajo diferentes puntos de vista (simbólico, histórico, doctrinal) es considerada de una manera que cuesta hallar en otros estudios del tipo y que ejemplifica la auténtica esencia del espíritu griego. Escrita con un estilo al mismo tiempo claro y luminoso, se nos muestran los verdaderos valores del pensamiento clásico y se los acerca al hombre de nuestros días, cegado por informaciones sólo eruditas o materiales; la embriaguez divina, y su maestría en los ritos de iniciación, nos llevan a comprender la complejidad de la Ciencia Sagrada y la ambivalencia de los símbolos, los ritos y los mitos.

Asimismo, en el cap. IX (p. 266-267) haciendo la recensión del estudio de Isaac Newton El Templo de Salomón y resaltando lo referido por el prologuista de esta obra eminente sobre lo dicho por el economista Keynes, que llamaba a Newton el último de los magos, nuestro autor nos dice de nuevo:

Efectivamente, el ilustre sabio que enunciara la famosísima ley de la gravedad universal fue un esoterista que veía en la naturaleza el Templo del Gran Arquitecto del Universo y por lo tanto al científico como un sacerdote que podría intervenir en los procesos del mundo y llevar hacia el Conocimiento y el Origen gracias a las pistas que el Creador había manifestado y al tiempo velado en su discurso criptogramático. (…) «¿Por qué le llamo mago?, –se preguntaba Keynes– «Porque contemplaba el Universo y todo lo que en él se contiene como un enigma, como un secreto que podía leerse aplicando el pensamiento puro a cierta evidencia, a ciertos indicios místicos que Dios había diseminado por el mundo para permitir una especie de búsqueda del tesoro filosófico a la hermandad esotérica». (…) En un manuscrito suyo titulado The original of religions puede leerse: «De manera que era propósito de la primera institución de la religión verdadera en Egipto proponer a la humanidad, mediante la estructura de los antiguos templos, el estudio de la estructura del mundo como el verdadero Templo del gran Dios al que adoraban».

Y en el cap. VII (p. 156), comentando el estudio «L’initiation» de Gastón Georgel aparecido en la obra colectiva: René Guénon et l’actualité de la Pensée Traditionnelle:

De hecho, la Iniciación es iniciación en el Conocimiento, y esto lo manifiesta Guénon de cabo a rabo en su obra; igualmente es sabido que éste destaca, siguiendo a Aristóteles, la identidad entre Ser y Conocimiento, motivo por el que se es lo que se conoce. La iniciación sin el ser es un absurdo, así se trate de Misterios Menores o Mayores, y los recipiendarios de una influencia espiritual transmitida de modo vertical, aunque recibida en lo horizontal, son los portadores de ese Conocimiento como obtenido de una manera gradual a través de toda clase de pruebas, que abarcan lo físico, lo psicológico y lo espiritual, y que se encarna en el ser individual identificándolo con el Ser Universal, expresión afirmada del No Ser (En Soph), que sólo de modo indirecto está relacionada de manera refleja con ceremonias, sacramentos o actitudes solemnes. El verdadero rito es el Rito del Conocimiento, producto de la Intuición Directa, radicada en el Corazón, promovido por una Enseñanza y ella no tiene demasiado que ver con adscripciones burocráticas y pequeñas formalidades institucionales.

Acerca de esto último Federico cita abundantemente la autoridad de Guénon en cuanto a las diferencias que éste, como el más insigne representante de la Doctrina Tradicional en el siglo XX, establece entre el Ser y el No-Ser. Pocos autores actuales, aparte de nuestro autor, dan la importancia que merece a esta cuestión que es clave en la comprensión de la verdadera idea de lo que es el Conocimiento, y por extensión la sabiduría iniciática, que lo expresa de tantas y tantas formas pero siempre señalando esa jerarquía entre el Ser del Cosmos y su Origen Inmanifestado (No-Ser, En Soph en la Cábala), frente al cual aquél es tan sólo un punto afirmado en su Infinitud. Lejos de ser una mera «especulación» esta Idea es tal vez lo más operativo que existe pues en ella está la raíz y la esencia de lo que hay que entender por la transmutación y por la transformación alquímicas, que se producen siempre en la conciencia humana tras, si se nos permite la expresión, su «inmersión» previa en esas «Tinieblas Superiores más que luminosas» de las que habla Dionisio Areopagita, y que resuenan en este canto de san Juan de la Cruz sobre la «noche oscura»:

En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía.

En esa Idea reside por tanto el camino hacia la auténtica Libertad a la que conduce el Conocimiento, y que pasa necesariamente por el Uno-Solo (superior al Noûs-Dios, el principio creador) de que se habla en el Corpus Hermeticum y que tan abundantemente se menciona en Hermetismo y Masonería, libro fundamental para el conocimiento de la Historia de las Ideas en Occidente, y del que nos ocuparemos en el siguiente capítulo.

Las citas recogidas en diferentes obras de Guénon en las que nos habla sobre esta cuestión tan importante (la diferencia entre el Ser y el No-Ser) aparecen al final del capítulo VI, titulado «Guénon en el corazón», en el que nuestro autor señala la importancia capital de la obra del gran metafísico francés, y hablando en nombre también de los redactores de Symbolos y de muchos de los lectores de Guénon afirma algo que ya hemos apuntado: que dicha obra ha sido una guía intelectual que ha permitido evadir, como Dante relata al comienzo de La Divina Comedia, la senda oscura, y ha hecho posible el

vincularse a una luz duradera en el recorrido de su destino y por lo tanto el agradecimiento subsecuente es de rigor entre aquellos que han vivido la experiencia de su pensamiento.

Destaca Federico la perfecta adecuación a nuestro tiempo del lenguaje utilizado por Guénon en la exposición de las ideas, de la claridad conceptual y la exactitud en la expresión con que se teje su discurso, producto sin duda alguna de su rigor intelectual (del que no está exenta la belleza en cuanto idea-fuerza), el cual se comunica también al lector,

al que de una u otra manera se le despierta una especie de «reminiscencia», respecto a multitud de imágenes que no recordaba, pero que formaban parte de su bagaje cultural y personal; lo que, sin duda alguna, promueve en el interesado, a su vez, multitud de analogías. (…) el campo riquísimo que se nos abre es ciertamente lo más verdaderamente Universal que hayamos conocido.

Pero por sobre todo subraya lo fundamental que ha sido para muchos de los lectores de Guénon comprender la importancia del símbolo y su valor como transmisor de la Ciencia Sagrada, que es lo que le otorga su verdadera función:

Igualmente la relación entre los distintos símbolos entre sí, constituyendo códigos completos de conocimiento y aperturas que se van despertando mientras se avanza en los trabajos y se estudian –y comprenden– al encarar las distintas formas en que se manifiesta el Ser universal, a través de distintas culturas, o de experiencias que se pueden deducir de modo analógico y que están al alcance –configuran el entorno– de cualquier ser humano contemporáneo.

Estas correspondencias entre cultura y cultura, mito y mito, diferentes lenguas, etc., son características de Guénon, que maneja y desarrolla distintas simbólicas, incluso alejadas en el tiempo y el espacio, entrelazando imágenes que terminan convirtiendo en un lenguaje propio el vehículo de las ideas de lo que él llamó la Ciencia Sagrada. Como bien se ha dicho: la inteligencia brilla con lo que la refleja.

Evidentemente muchas de las cosas que nuestro autor dice sobre la obra de René Guénon pueden ser dichas también sobre la suya propia, pues quien conoce ambas sabe perfectamente que las dos se complementan y coinciden en lo esencial, siendo además una y otra exponentes claves en la permanencia y actualidad de la Tradición Unánime en Occidente; incluyendo la firmeza en la «defensa» de esa Tradición y el Pensamiento que vehicula ante los desvaríos, desmanes, manipulaciones, imposturas y despropósitos con que desde diferentes instituciones, medios y personalidades se intentó ya en tiempos de Guénon, y se intenta ahora con la propia obra de Federico, mancillar la Ciencia Sagrada, naturalmente sin conseguirlo dada la propia naturaleza de lo que ella vehicula, nada más y nada menos que las ideas de orden metafísico y la doctrina que las sustentan, lo cual está muy por encima de los extravíos de los seres humanos.

De ahí que, en este sentido, sean particularmente importantes los cinco primeros capítulos de Esoterismo Siglo XXI, a saber: «Religión y Metafísica en el Fin de Ciclo», «Esoterismo y Fin de Ciclo», «¿Qué es la Tradición?», «Breve sobre la necesidad del exoterismo» y finalmente «Algunas expresiones del esoterismo actual». Son artículos necesarios e imprescindibles para entender muchas cosas acerca de la profunda degradación que atraviesa el esoterismo y la Tradición en general en sus distintas formas y expresiones, incluidas las religiosas, y no sólo en Occidente sino en todo el planeta, degradación que está en consonancia con el momento cíclico que atraviesa la humanidad en su conjunto, anunciador del «fin de los tiempos». Como dijimos anteriormente nada puede ser más nefasto que la confusión en el orden de las ideas, antesala de la tergiversación, la manipulación y finalmente de la mentira y la traición, siendo ésta la secuencia de una siniestra lógica inevitable si antes no interviene el necesario rigor intelectual para cortarlas de raíz, en beneficio de nuestra salud espiritual, si se nos permite la expresión. Míticamente, y ciñéndonos concretamente a la Tradición Cristiana, ese rigor tiene su arquetipo divino en San Miguel, «Príncipe de las Milicias Celestes», y su arquetipo humano en San Jorge, patrón de las órdenes de caballería, y los atributos simbólicos con que se acompañan en su acción salvífica, la espada y la lanza, hacen clara referencia a la idea de eje y de verticalidad, y por tanto de luminosidad relacionada con la espiritualidad solar y la polar.

Es innegable la contribución que Federico González ha hecho con estos artículos y con este libro al esclarecimiento del panorama esotérico contemporáneo (y sobre el momento cíclico que vivimos), una actualización como la que hizo Guénon en su tiempo, y, como él, nuestro autor también nos da las ideas esenciales para que con «la Pasión, que la antigüedad denominó Furor», vayamos efectivamente desenmascarando externa e internamente, o sea en uno mismo, a los verdaderos enemigos del Conocimiento, revestidos de mil formas y maneras.[447]

Lo que no podemos permitirnos es no saber nada acerca de las circunstancias que nos han tocado vivir. Debemos conocerlas porque ellas son las formas, los símbolos, en que se ha manifestado a nosotros la vida, al ser parte integrante de la misma. Si no conocemos nuestro medio y no nos sentimos partícipes en menor o mayor medida de él, no podremos salir del mismo. Y entonces no tendremos más remedio que intentar una fuga imaginativa que, por otra parte, es lo que estamos habituados a hacer cotidianamente. Por el contrario, la primera labor del aspirante al Conocimiento es enfrentar el mundo que le ha correspondido. Es decir, verlo y oírlo, aunque estemos en la fase final del Kali-Y uga. («¿Qué es la Tradición?»).

En este capítulo «¿Qué es la Tradición?» existen unas reflexiones muy instructivas y que podemos aplicar en distintos órdenes de ideas acerca de los «peligros» a que conduce la solidificación de las instituciones tradicionales, ya fuesen iniciáticas (esotéricas) o referidas específicamente a una cultura o civilización, tema éste que nuestro autor ha expuesto en diferentes lugares de su obra y que desde luego es muy importante para entender la naturaleza intrínsecamente dual de cualquier manifestación o exteriorización, así sea el orden en que esto se dé. Esa solidificación responde a las leyes cíclicas y es un componente mismo del ser cósmico y humano, es decir de lo manifestado como tal, pero que no afecta a la Esencia de esa misma manifestación, cuya «característica», si se nos permite la expresión, es lo virginal, lo incorruptible y lo incondicionado:

La institución visible lleva en sí el germen de su propia decadencia y de la humanidad a la que pertenece. Cuando los templos y las culturas terminan de construirse, de solidificarse, comienzan en ese momento su lenta degradación. Tal es la ley del ciclo; cuando por fin se ha podido construir la cultura o la ciudad –creada por sus constructores–, cuando por fin el inmenso esfuerzo de unos pocos ha dado lugar a una codificación, es decir, a un orden, adecuado para la realización de la vida humana, este orden comienza a decaer. Su época de mayor brillantez corresponde a la de su mejor funcionamiento. Pero es esa propia «función» la causa de su «caída». La organización viva se va convirtiendo en un modelo mecánico. Con el tiempo, los hombres alejados de sus orígenes tomarán literalmente al modelo mecánico como la «realidad». Dicho de otra manera: confundirán sus propias concepciones culturales con la vida misma. Hecho particularmente doloroso cuando estas concepciones han ido perdiendo verdad en virtud de un desgaste inherente a cualquier ciclo (p. 53).

El «enderezamiento» cíclico (ligado con la idea de verticalidad y de recta intención) al que Guénon hace referencia en distintos lugares de su obra y que tendrá lugar al final de los tiempos (que son «nuestro tiempo»), puede ocurrir en cualquier momento también en uno mismo y forma parte de la dialéctica contenida en la conocida frase evangélica: «Busca y encontrarás», inherente a todo proceso iniciático; y esto nos está indicando que por encima de todas las dificultades que se nos presentan en un mundo como este, que niega o ignora todo lo que tiene que ver con la Ciencia Sagrada y su realización en el alma humana, existe permanentemente la posibilidad de cumplimentar esa realización. Y siempre, de una manera u otra, se cumple la máxima hermética de que «cuando el discípulo está preparado el maestro aparece», que es semejante a aquella otra que nos dice que «cuando todo parece perdido, es cuando será salvado», y que marca un punto de inflexión en nuestro itinerario existencial al permitirnos la posibilidad de un ascenso por esa «escala filosófica» de que nos hablan de una u otra manera todas las tradiciones.

La vigencia del Hermetismo, y dentro de éste de la Masonería, que pese a la incomprensión generalizada de muchos de sus miembros hacia la Ciencia Sagrada continúa empero estando viva gracias a la existencia de logias dedicadas enteramente al estudio y operatividad del rito y el símbolo, debe tener un sentido relacionado con esa posibilidad de acceso al Conocimiento, y por lo demás estas palabras que Guénon escribió hace más de setenta años en su libro El Rey del Mundo, y que Federico cita en la nota 29, continúan conservando su plena actualidad:

Se debe hablar entonces, como ya lo decíamos precedentemente, de algo que está oculto, más que verdaderamente perdido, ya que no está perdido para todos y que algunos todavía lo poseen íntegramente; y, si eso es así, otros tienen la posibilidad de volver a encontrarlo, siempre que lo busquen como conviene, es decir que su intención esté dirigida de tal suerte que, por las vibraciones armónicas que ella despierta según la ley de las ‘acciones y reacciones concordantes’, pueda ponerles en comunicación espiritual efectiva con el centro supremo.

¿Podríamos decir que la gran labor llevada a cabo por René Guénon en la restauración de la Ciencia Sagrada para nuestro tiempo ha cundido entre el público occidental hacia el que iba y va dirigido? La respuesta es obviamente negativa si lo miramos desde el punto de vista cuantitativo; sin embargo, desde el punto de vista cualitativo es obvio que, como señala Federico en el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos (entrada Guénon), su figura se agiganta con el tiempo, tal vez por el propio contraste tan potente que produce la luminosidad de su obra frente a la oscuridad reinante, hecho éste que no pasa desapercibido a quienes todavía tienen «ojos para ver» y «oídos para oír» y se han percatado de los «pies de barro» sobre los que se sostiene la sociedad moderna. Asimismo, podemos decir que la «función cíclica» de Guénon no es únicamente (pese a que sea fundamental) la de reunir los fragmentos de una Sabiduría Perenne al final del Manvantara, sino que precisamente esa «re-unión» está destinada a convertirse en los gérmenes y semillas que fructificarán sobre la «nueva tierra y el nuevo cielo» del próximo Manvantara. Por eso mismo cobra también una importancia capital la obra de nuestro autor, Federico González, quien desde luego recogió su herencia metafísica y la ha recreado para que permaneciera viva y actuante en pleno siglo XXI.

De ahí, también, que cobren sentido las siguientes palabras del propio Federico sobre esa «función» de Guénon, y la responsabilidad que en los albores de este «nuevo Eón que se avizora» tienen todos aquellos que en estos precisos momentos les toca, por así decir, continuar con dicha herencia puesto que la han recibido en su corazón, y hacerla fructificar, como en la parábola evangélica:

Hay un Guénon secreto, siempre actual, que dice cosas muy inesperadas y susceptibles de diversas lecturas referidas a la Tradición Unánime y a muchas de sus ramificaciones, en especial como mensajes a Occidente, y que no han sido suficientemente investigados, tarea que le corresponde a una nueva generación esotérica, interesada en conocer los Orígenes de la Ciencia Sagrada.[448]

II

Volviendo a lo que decíamos anteriormente acerca de la confusión en el plano de las ideas, uno de los equívocos más graves es el que lleva a la impostura de suplantar a la iniciación (o la metafísica) por la religión, lo esotérico por lo exotérico, cuando es evidente, leyendo a Guénon, y corroborado en estos estudios por nuestro autor, que la superioridad de la metafísica viene dada por el nivel en que ella se sitúa por su propia naturaleza, «es decir por su Origen y su Objetivo», que no es otro que el ámbito de lo Inmanifestado y de lo realmente Incondicionado (la Posibilidad total e Infinita); mientras que la religión, está limitada y condicionada precisamente por sus dogmas, credos y moral, teñido todo ello, sobre todo en el caso de las tres religiones abrahámicas, por una fuerte presencia de lo sentimental y emocional, en detrimento de lo intelectual y lo verdaderamente espiritual, ámbito que la mayoría de sus representantes y autoridades actuales (y subrayamos lo de actuales, pues no siempre ha sido así) desconocen por completo.

Federico es muy claro a este respecto, y sus palabras se dirigen a denunciar desde el punto de vista de la Doctrina las imposturas de la inmensa mayoría de las actuales jerarquías religiosas pertenecientes sobre todo a las tres ramas abrahámicas, pues ninguna se salva de la degradación actual debido a que han ido negando paulatinamente su propio esoterismo y por lo tanto han cortado toda vinculación con la fuente de donde verdaderamente emana su autoridad. Denunciar esas imposturas no significa en absoluto que se sea antirreligioso, sino precisamente todo lo contrario: porque se conoce el origen sagrado de cualquier forma religiosa es que no se puede ser complaciente con los nuevos fariseos que como mercaderes están comerciando nuevamente «dentro del templo». Y frente a esa ignominia no se puede uno quedar de brazos cruzados. El compromiso es ante todo con la Verdad, teniendo en cuenta además, que antaño muchos hombres y mujeres de Iglesia fueron también grandes esoteristas y hermetistas, sin olvidarnos del largo elenco de hermetistas cristianos que surcan toda la historia de Occidente. Por eso mismo

Los redactores de SYMBOLOS nos hemos mantenido totalmente fieles a las enseñanzas evangélicas, así como a las del Antiguo Testamento. Igualmente a la doctrina de la Iglesia en cuanto no se aparta del pensamiento tradicional, enunciado en Grecia por Pitágoras y Platón, expresado posteriormente por los neoplatónicos y gnósticos (cristianos o no), el Corpus Hermeticum, también Proclo, y manifestado más luego por Dionisio Areopagita, cristalizándose de esta manera las estructuras de la Edad Media y su secuela (Escoto Erígena, la escuela de Chartres, los San Víctor, Alberto Magno, también algunos aspectos del aristotélico Tomás de Aquino, Eckhart, Suso, y tantos y tantos otros) hasta llegar al Renacimiento: Gemisto Pletón, el Cardenal Bessarion, Marsilio Ficino, Pico de la Mirandola, Nicolás de Cusa, Guillermo Postel, etc., etc. Y sus prolongaciones en el mundo moderno. Esa es la doctrina que nos interesa por ser idéntica a la base metafísica del auténtico cristianismo original. Y hemos de reconocer que ese pensamiento ha venido a nosotros a través de Occidente, y por lo tanto de la cristiandad, y desde luego de su forma de vida y sus usos y costumbres, que son los nuestros, derivados en gran parte como se ha dicho de judíos y paganos. («Esoterismo y Fin de Ciclo»).

Dicho esto es evidente que la metafísica y la religión no se encuentran al mismo nivel

y el desconocimiento de la metafísica y su sustitución por lo religioso, que la suplanta, equivale a su negación. Por lo que hoy se puede confundir –de buena o de mala fe– a lo metafísico con lo profano (repárese en la inversión) a fuerza de asociar exclusivamente la religión con lo sagrado.

Esto es exactamente lo mismo que dice Guénon en distintas partes de su obra. Precisamente, al final del capítulo V («Algunas expresiones del esoterismo actual»), aparece un anexo en el que se recogen escritos de Guénon señalando las diferencias entre la religión y la metafísica. Por ejemplo, esta cita del cap. IV de Oriente y Occidente:

La metafísica y la religión no están ni estarán jamás en el mismo plano; de ello resulta, por otra parte, que una doctrina puramente metafísica y una doctrina religiosa no pueden competir ni entrar en conflicto, puesto que sus dominios son claramente diferentes.

O esta otra, aparecida en el cap. III de Apreciaciones sobre la Iniciación:

el esoterismo es esencialmente otra cosa que la religión, y no la parte «interior» de una religión como tal, incluso cuando toma su base y su punto de apoyo en ésta como ocurre en ciertas formas tradicionales, en el Islamismo por ejemplo; y la iniciación no es tampoco una suerte de religión especial reservada a una minoría.

Asimismo, no deja de ser significativo, por lo que tiene de «penoso signo de los tiempos», que sea precisamente entre algunos de los «seguidores» de Guénon, capitaneados por tres de sus «herederos» (el ya nombrado F. Schuon, M. Pallis y J. Reyor), donde esa confusión, y otras de igual calibre, se produce de manera escandalosa:

A ellos deben sumarse los «tradicionalistas guenonianos» de «estricta observancia», que en su mayor parte son más papistas que el papa, y les coge una especie de rigor que asocian con la visión religiosa, la «moral», la política inquisitorial y una presunción inversamente proporcional a su Conocimiento. Y es lógico que así sea: ¿de qué forma podría la contratradición cumplir su función de mejor modo que adulterando el pensamiento y la obra del más grande intérprete de la Ciencia Sagrada en este siglo? Guénon comenzó la lucha contra los impostores y la degeneración no ha cesado y ¿dónde podría notarse más si no es precisamente en lo ámbitos supuestamente relacionados con esa Ciencia Sagrada? («Esoterismo y fin de ciclo»).

Por eso precisamente nuestro autor denuncia a todos esos impostores que alguien calificó alguna vez y con toda justicia de «parásitos de la obra de René Guénon», siendo tal vez el más siniestro de todos F. Schuon, antiguo colaborador (como Jean Reyor y otros) de Guénon hasta cierta época, a partir de la cual se convierte en un adversario y en un adulterador (y traidor) de la obra del gran metafísico francés, y en consecuencia de la Ciencia Sagrada, expuesta con toda fidelidad por dicha obra en sus aspectos esenciales. Son estas personas, como tantas otras semejantes a ellas, que por las circunstancias que fuesen tomaron en un momento dado la senda equivocada, y por no haber rectificado a tiempo, y haberse enquistado en el error, se fueron alejando cada vez más de la fuente de la que bebieron hasta perderse en la propia «tela de araña» que ellos mismos se tejieron.

Por ello, esos comportamientos son también «ejemplares» de alguna manera, pues nos hacen ver y comprobar los peligros y dificultades que acechan en el camino del Conocimiento, al menos durante un trecho de él, aquel que se corresponde en la Cábala con el nivel más bajo del Plano Intermediario, Yetsirah, llamado de las «formaciones». Y es indudable que ha sido también por esta razón que Federico ha querido señalar por igual tanto a esas confusiones como a quienes han sido sus promotores, pues finalmente todo ello no es sino la expresión de una «entidad» amorfa (el Adversario) cuyo objetivo y función han sido bien perfilados por la Tradición, y que está tan alejada de la verdadera Sabiduría que precisamente ese fuerte contraste nos hace ver la Grandeza y Majestad de la misma.

En este sentido nos parece muy instructivo el Apéndice 2 y último de Esoterismo Siglo XXI, titulado «Schuon versus Guénon», que en su momento constituyó el Nº 9 de los Cuadernos de la Gnosis, de la Editorial Symbolos. En él, como se dice en la Presentación, se publican algunas de las afirmaciones de Schuon (muchas de ellas llenas de ignorancia y maldad, las cuales, como nos advierte, Platón suelen ir acompañadas) realizadas en su gran mayoría en publicaciones dedicadas a Guénon y que han ido apareciendo a lo largo del tiempo tras la desaparición de éste. Asimismo se escriben diversos documentos publicados en distintos medios a lo largo del tiempo y que muestran las diferencias esenciales que existen entre la obra de René Guénon y la de Schuon, que no es, bien mirado, sino una pálida sombra y un sucedáneo de aquella.

 



NOTAS

[446] Ed. Muñoz Moya, Brenes. Sevilla.

[447] La expresión «guardianes de Tierra Santa» alude expresamente a una de las funciones ligadas a las antiguas órdenes de caballería, sin embargo su sentido simbólico tiene más alcance, y está relacionado con la idea de defender, o proteger, la pureza de la Ciencia Sagrada, es decir de evitar su desviación y en consecuencia su desaparición.

[448] Symbolos Nº 9-10. René Guénon I. Carta al Lector.

 

ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.