FRANCISCO ARIZA

LA OBRA DE FEDERICO GONZALEZ
Simbolismo - Literatura - Metafísica

 

Fig. 46. Los cuatro ases del Tarot de Marsella

 

Capítulo V

EL TAROT DE LOS CABALISTAS.
MEDITACIONES EN TORNO A SU SIMBOLISMO

 

El Tarot es un libro de sabiduría, un medio de conocimiento, una estructura de imágenes cambiantes, que nos permite por su propia simbólica y su idiosincrasia comenzar a observar hechos, fenómenos y cosas dentro de nosotros y en nuestro entorno que no podríamos haberlas supuesto sino por su intermedio. En este sentido es también un libro mágico, en cuanto posee en potencia el poder transformador que permitirá a nuestros conceptos e imágenes mentales el ir sublimando su contenido, ampliando así el campo de la conciencia.

Con estas palabras comienza El Tarot de los Cabalistas. Vehículo Mágico,[265] una de las obras en la que, junto a El Simbolismo de la Rueda, nuestro autor trata específicamente de un modelo simbólico del Cosmos, en correspondencia (tanto la Rueda como el Tarot) con el Arbol de la Vida cabalístico. Pero, como él mismo señala, los símbolos del Tarot tienen sus propias características, su idiosincrasia, y hay aspectos, hechos, fenómenos y cosas en nuestro interior que no podríamos conocer de no ser por la función despertadora de los mismos. Justamente esta es una de las enseñanzas principales del Tarot: que él puede abrirnos a la riqueza de ese mundo interior, poblado de imágenes, símbolos, mitos y evocaciones de realidades arquetípicas que iremos reconociendo en su propio código de manera mágica, sorprendente y maravillosa. El despertar de todo ese imaginario simbólico y mítico, de esa poética reveladora que subyace en nuestra psique más profunda, es la recuperación de una memoria que como decía Platón hemos olvidado al nacer, y que constituye el recuerdo del «Mundo Inteligible» de las ideas, la verdadera ambrosía que nutre el alma y le evoca todo lo que ella es.

Esa memoria está presente en el Tarot, y podemos decir que él constituye un sistema cifrado de ella. Y si sus cartas, o naipes, son llamadas «arcanos», es decir «misterios», es porque en ellos, y como símbolos que son, residen esas ideas y arquetipos universales cuya energía-fuerza transformadora permitirá a «nuestros conceptos e imágenes mentales el ir sublimando su contenido, ampliando así el campo de la conciencia». Como señala nuestro autor al respecto:

A cada carta se le denomina ‘arcano’ ya que conecta con un misterio, con una fuerza sobrenatural, con un arquetipo que se revela en ella –como en cualquier símbolo sagrado– haciendo posible así que esta energía superior tome una forma capaz de tocar los sentidos humanos y permitir que el hombre, partiendo de esa base sensible, pueda elevarse hacia el conocimiento de lo que está más allá del mundo material, e incluso más allá del mundo psíquico, es decir los planos arquetípico y espiritual.[266]

Son misterios que gracias a la intermediación del símbolo, y del mito y el rito, fecundarán nuestra vida estimulándonos hacia la búsqueda del Conocimiento, cuya realización nos llevará finalmente ante la presencia del «Misterio de los misterios», ese «tesoro» que vela y protege el arcano II de los arcanos mayores, llamado La Sacerdotisa, y de la que nuestro autor afirma lúcidamente que es «un agente secreto del Sí Mismo».

El Arte del Tarot y su función oracular

La belleza y elegancia de las cartas del Tarot, su plasticidad y colorido, sus figuras –al mismo tiempo tan enigmáticas y familiares, pues no en vano están en el origen de todos los juegos de naipes–, tienen un poder de atracción innegable, y de hecho poseen todas las claves para abrirnos la puerta por la que podamos acceder al amplio espacio de nuestra conciencia, con todos sus niveles y estados, análogos a los del cosmos, los que podemos empezar a recorrer con la guía de la Ciencia Sagrada, en este caso la que proviene de este vehículo hermético, verdadero instrumento de conocimiento del que también se afirma que es un mandala, es decir un soporte de meditación que nos ayude a entrar en contacto con las energías numénicas de forma ordenada y secuencial, esto es, según una didáctica especialmente pensada y diseñada para ese fin. Nuestro autor enseña a ver y concebir el Tarot como un arte que posibilite que nuestras potencialidades latentes relacionadas con el Conocimiento, con la Gnosis, se actualicen y conformen el eje de nuestra vida, de ahí que también nos recuerde que lo más interesante de consultarle a sus arcanos no sea precisamente sobre cuestiones anecdóticas y superficiales referidas a la personalidad egótica del «hombre viejo», sino sobre aquello que esté relacionado con ese proceso de regeneración interna que se inicia una vez hemos tomado contacto con la enseñanza de una cosmogonía y una metafísica vivas, siempre actuales, lo que viene dado por nuestra adscripción a una determinada Tradición sapiencial, en este caso el Hermetismo y sus vehículos simbólicos. Como podemos leer en el Capítulo VI:

Las cartas cumplen la función de evocar pensamientos y relaciones que despiertan la inteligencia, y también la de recordarnos –gracias al estímulo visual del símbolo– las ideas que están en ellas contenidas.

El Tarot es esencialmente un código de símbolos iniciáticos, y dependerá del alcance de nuestra capacidad para comprender el significado de esos símbolos, es decir de las ideas que transmiten y el sentido profundo de las relaciones y vínculos que se tejen entre ellas, que podremos acceder a sus lecturas más elevadas y trascendentes. Por eso mismo, dice nuestro autor que el conocimiento de cada uno de los arcanos puede profundizarse a niveles insospechados, y veremos así cómo efectivamente se despierta nuestra inteligencia y se modifica la «perspectiva» que tenemos sobre las cosas, empezando por nosotros mismos, lo que será análogo a la apertura de la conciencia. En efecto, gracias a esa modificación podremos entrar en otro ámbito de la realidad donde nuestra relación con el mundo ya no estará basada en criterios psicológicos y de poder, cualesquiera que éstos sean, sino que se sustentarán en esos valores y principios de índole espiritual y metafísica transmitidos por la Doctrina Tradicional, o Ciencia Sagrada, y que, una vez comprendidos y asimilados en nuestra conciencia, formarán parte definitiva de nuestro ser. En esto consiste precisamente la iniciación, palabra que ha pasado a convertirse en un tópico debido al mal uso que también se ha hecho de ella. Pero nuestro autor nos recuerda nuevamente su sentido prístino, el que él mismo ha contribuido a clarificar con su propia obra.

La iniciación es el proceso por el cual el hombre se acerca al conocimiento de otras realidades, que ocultas en sí mismo son, sin embargo, su auténtico Ser. Este recorrido interno a todos los niveles y los diferentes estados del Ser Universal, es lo que verdaderamente distingue lo sagrado de lo profano, lo real de lo ilusorio. Se trata de algo auténticamente nuevo. De la percepción interior de otros mundos, que a través de un recorrido prodigioso se realizan en el interior del ser humano, ya que éste, efectuando el rito del Conocimiento, la aprehensión de las verdades eternas, va adquiriendo las cualidades necesarias para una transformación integral, prólogo a toda idea de transmutación. Se necesita algún estímulo externo, no sólo para despertar al hombre, sino también para ordenarlo, y la Doctrina Tradicional, en este caso la Cábala y los vehículos herméticos, como el Tarot, cumplen esa imprescindible función. El símbolo es la contraseña, el pasaje, a la comprensión de otras realidades. El rito del estudio, la meditación y la realización de las prácticas auxiliares que incluyen jugar con esta baraja mágica, son la mayor garantía de la vivencia de aquellas energías que yacen ocultas y potenciales en nuestro interior. (Capítulo II).

La mayoría sólo ve en el Tarot una forma de «jugar» con su propia psique y «curiosear» en ella, o en el mejor de los casos lo toman como un medio para indagar en otros estados menos groseros de su individualidad, pero que finalmente no rebasan el limitado horizonte de la misma, acabando fácilmente en el autoengaño y en la confusión entre lo psíquico y lo espiritual.[267] Sin embargo, para quien el Tarot es un vehículo iniciático y mágico-teúrgico, el trabajo con sus símbolos será un modo operativo de ir regenerando –y generando– sus propias imágenes mentales, pues si el alma es lo que conoce, entonces para que ella pueda conocerse verdaderamente a sí misma (es decir ser una con el Alma Universal) y no tan sólo en sus aspectos más inferiores y fragmentarios, necesitará recibir el influjo y la impronta de las ideas eternas, que son transmitidas precisamente por los símbolos sagrados, que, repetimos, están igualmente en nosotros de forma latente como prototipos que muchas veces vivenciamos de manera inconsciente hasta que no recibimos la luz de la Tradición, desplegando a partir de entonces toda su potencialidad regeneradora y guiándonos en nuestro camino hacia el Conocimiento. Leemos en la contraportada de la edición de 1993:

El Tarot señala lo que a menudo presagiamos. Es una búsqueda íntimamente presentida, de proyecciones internas y externas. Los hallazgos son muchos y transparentes; y las claves que ofrece reconocen como hermana legítima a la intuición.

Trabajar con el Tarot implica grabar en nuestra mente las imágenes de cada uno de los arcanos y observar atentamente lo que van evocando en nosotros y con qué podemos relacionar todo aquello que nos sugieren, esforzándonos en vincularlas

con hechos y circunstancias importantes o significativos en nuestras vidas, o en las vidas de los que conocemos; o sea, traer esas imágenes a nuestra cotidianidad y tratar de vivenciarlas en nuestro interior de acuerdo a los elementos y contenidos mentales que poseemos. (Capítulo II).

Hablando acerca de todo esto, en alguna ocasión nuestro autor ha dicho que «somos la suma de nuestras imágenes más la Unidad». En este sentido, ese «más» está indicando aquí la idea de una sublimación o transmutación alquímica, y en consecuencia la absorción del ser individual en el Ser Universal, en la Unidad.[268] Sin la presencia de ésta, de la Unidad, esa estructura de imágenes mentales que pacientemente hemos estado construyendo de acuerdo al modelo cósmico, acabará derrumbándose estrepitosamente como la torre que aparece en el arcano XVI (La Torre de Destrucción), no reflejando entonces otra cosa que las subjetividades de una psique individualizada que en el fondo confunde la transmutación con el mero cambio, y esa confusión le impedirá continuar en su búsqueda del Conocimiento por imposibilidad de concebir la idea de un Principio trascendente, origen de todas las cosas.

Así pues, estamos en presencia de un código simbólico que promueve la contemplación activa, operativa, propia de todo trabajo iniciático, siendo ésta una cualidad intrínseca del Arte del Tarot. El es la cristalización de un Pensamiento arquetípico, que se revela a través de la didáctica de sus símbolos, los cuales, como todos los códigos simbólicos, serán el puente o la escala que nos permitirá participar también de ese Pensamiento y poder así liberarnos de las cadenas de la ignorancia, origen de todos nuestros males. Por eso mismo, es necesario saber qué son esos símbolos que vehiculan la enseñanza del Tarot y los vínculos que éstos tienen con la Simbólica universal. El Tarot de los Cabalistas ha sido estructurado de acuerdo con esta idea, y por eso, como señala nuestro autor, no pretende ser un estudio «dogmático» sobre el tema, sino más bien:

una introducción al mundo del símbolo y sus interpretaciones polivalentes, fundamentadas en años de trabajo con este instrumento sagrado y sus relaciones con otros métodos que atestiguan la cosmogonía y filosofía perenne. (…) Aprender a jugar con el Tarot es ir promoviendo situaciones y descifrando enigmas, enriqueciendo nuestra vida y universalizándonos (…) Trabajando con el Tarot, investigando sobre sus estructuras internas y los diversos simbolismos que polifacéticamente destella, pondremos a funcionar mecanismos de nuestra mente que nos servirán como despertadores para ir tejiendo relaciones y asomándonos a un mundo asombroso.

En realidad, el Tarot es un libro que en lugar de estar escrito con palabras derivadas de un alfabeto fonético, se encuentra plasmado de símbolos ideogramáticos y pictográficos, cargados de diversos sentidos, que funcionan conjuntamente entre sí. (Capítulo I).

En este sentido, aunque compuesto de siete capítulos, sin embargo podemos distinguir en el libro dos partes. Por un lado tenemos los cuatro primeros capítulos dedicados a fijar los fundamentos doctrinales del Tarot y también a relacionarlos con otras simbólicas y métodos de conocimiento que, como el propio Tarot, forman parte de la Tradición Unánime, y que se van reiterando a lo largo de dichos capítulos conformando así ese orden didáctico al que antes nos referíamos. Todas las disciplinas y símbolos estudiados en ellos contribuyen decisivamente a «desentrañar los arcanos más oscuros de nuestra baraja».

 

Fig. 52

 

«Tarot y Símbolo», «Tarot y Cosmovisión», «La Alquimia del Tarot» y «Tarot, Vehículo Mágico», son por este orden los títulos de esos cuatro primeros capítulos. Allí se menciona a la Aritmosofía o Numerología, a la Cábala (y el Arbol Sefirótico), a la Astrología-Astronomía, la Alquimia, la Magia, el Rito, la Iniciación, la Rueda y otros símbolos geométricos fundamentales (como la horizontal y la vertical, el Sello Salomónico, la Cruz), las Artes y las Artesanías, la Música, la simbólica del Laberinto y la del propio Tarot[269], la distinción principalísima entre lo profano y lo sagrado o entre lo exotérico y lo esotérico. Incluso hay un acápite titulado ‘Psicología’, donde se clarifica su significado desde el punto de vista de la Ciencia Sagrada, teniendo en cuenta que se trata de una disciplina que no era conocida como tal en la Antigüedad. Desde ese punto de vista la psicología tiene mucho en común con la Alquimia, pues de hecho ambas trabajan en el plano intermediario del alma (la psique), que como sabemos se divide en dos: el alma inferior y el alma superior, estando en relación con los mundos cabalísticos de Yetsirah y Beriyah, respectivamente.

Conocer nuestra psique individual es imprescindible para superarla y encarnar otros estados de conciencia más sutiles, y para ello es necesario fomentar ese fuego «que no quema» de que se habla en los textos herméticos, y experimentar sus efluvios como una forma de amor a la Sabiduría, clave de la obra regenerativa. Por otro lado, que nuestro autor ponga como título «La Alquimia del Tarot» a un capítulo del libro evidencia los aspectos transmutatorios de la simbólica de este «libro mudo», que desde luego es muy elocuente cuando conseguimos superar esa «barrera psicológica» que impide el trato con un vehículo sagrado, que ante todo exige respeto y mucha concentración por nuestra parte a fin de establecer contacto íntimo con él.

Junto con la Alquimia, la Cábala –y más concretamente el Arbol de la Vida Sefirótico– es otra de las ciencias sagradas que nuestro autor destaca como parte constitutiva de la didáctica del Tarot, y en los vínculos y correspondencias entre sus simbolismos respectivos abundaremos más adelante. De hecho, podemos decir que son la Alquimia y la Cábala, junto al propio simbolismo del Tarot naturalmente, las dos disciplinas que aportan mayores acápites a esta obra, señal sin duda del estrecho vínculo que existe entre ambas y el propio Tarot.[270]

Tampoco debemos dejar de señalar las referencias en esos primeros cuatro capítulos al oráculo sagrado del I Ching, que tanto tiene en común con el Tarot, cuestión esta que nuestro autor ha puesto de relieve en más de una ocasión. En efecto, y haciendo un inciso, no estaría de más recordar que varias veces en su obra se ha referido nuestro autor a los estrechos vínculos existentes entre la tradición extremo-oriental –y más exactamente el Taoísmo– y el Hermetismo, dos tradiciones que no están sujetas como otras a unas formas rituales que pueden desembocar en un excesivo rigorismo. Ambas tienen como fuente de inspiración constante las leyes del cielo y de la tierra expresadas en las energías vivas de la naturaleza,[271] y mientras la alquimia taoísta se basa sobre todo en el mundo vegetal, la alquimia occidental se sustenta en el mundo mineral; sin ir más lejos, el símbolo del yin-yang es lo mismo que el solve et coagula alquímico, energías que además están simbolizadas por las dos serpientes del caduceo hermético. Como decíamos, a nuestro autor siempre le ha interesado la metafísica taoísta, nada compleja en su exposición pese a la profundidad de lo que expresa, y conoció el I Ching y su práctica directamente de fuentes orientales. Esto le ha permitido establecer analogías entre los dos oráculos que han enriquecido la didáctica de su discurso simbólico. Por ejemplo, cuando leemos en el capítulo IV:

Aunque provenientes de tradiciones diferentes, el Tarot y el I Ching presentan afinidades y similitudes importantes: ambos están fundamentados en una estructura cuaternaria y hablan en un lenguaje mágico-simbólico, expresando cada uno a su manera, una cosmología; los dos son oráculos sagrados y sus resultados se producen aparentemente al azar. El conocimiento del I Ching y la práctica con este libro pueden ser de gran utilidad para las personas que se interesen en jugar con el Tarot, pues sus ideogramas tienen un texto constituido por los comentarios de sabios de diversas generaciones que bien habrán de servirnos de ejemplo de cómo un símbolo sintético puede ser objeto de multivalentes explicaciones y significados, sobre todo cuando se lo pone en comunicación con otro signo. Las ideas sagradas y reveladas que ambos oráculos contienen, al interrelacionarse, generarán en el observador imágenes que lo conectarán con lo arquetípico y espiritual.

De hecho, la relación que aquí se establece es entre dos libros, el Tarot y el I-Ching, cuyo origen no está computado históricamente, aunque emergen cada uno en una geografía y un tiempo determinados para dar testimonio al género humano de la Tradición Primordial.[272]

 

Fig. 51. Los ocho trigramas.

El I-Ching, como el Tarot, es también un oráculo sagrado

 

Es de destacar asimismo los dos acápites dedicados a Pitágoras y Platón, es decir a los fundadores de la Filosofía, con la que moldearon el pensamiento occidental mediante la descripción del mundo de las ideas y su aplicación posteriormente en el ámbito de las ciencias y las artes.[273] Los tres últimos capítulos, el V, el VI y el VII, están dedicados específicamente a la simbólica del Tarot, y llevan por título respectivamente: «Los 78 Arcanos del Tarot», «La Práctica con el Tarot», y finalmente «Símbolos Fundamentales del Tarot», que en realidad es un breve pero muy instructivo diccionario que nos desvela algunas claves para comprender más en profundidad este vehículo sagrado.

En El Tarot de los Cabalistas es el propio Tarot el que nos habla a través de sus páginas. Esto no es una frase hecha: es una evidencia que desde luego no es fácil de explicar, pero que se experimenta por las repercusiones que su estudio tiene dentro de nosotros, repercusiones que en realidad son emanaciones de una entidad espiritual que el propio Tarot refleja en su estructura, la que nuestro autor ha recreado por el propio conocimiento que de ella posee. Es esto precisamente, o sea la recreación que vivifica el mensaje del Tarot y su doctrina cosmogónica y la posibilidad real de actualizarla en nosotros, lo que en verdad se transmite en las páginas de El Tarot de los Cabalistas.

Nos consta que nuestro autor recibió del Tarot esa misma influencia espiritual que naturalmente le abrió un campo más amplio en sus investigaciones dentro de la Vía Simbólica, las cuales eran simultáneas al estudio de otros modelos simbólicos, como la Rueda y el Arbol de la Vida cabalístico, llegando finalmente a realizar una síntesis entre todos ellos que le llevaría a «descubrir» ciertos aspectos doctrinales del propio Tarot que no habían sido señalados por nadie hasta ese momento con la precisión y claridad conceptual con que él lo hace. Sin embargo, siendo esto cierto, hemos de precisar que esa síntesis no se circunscribiría tan solo a las disciplinas herméticas, o sea a unas formas tradicionales determinadas, sino que ella es la consecuencia de una verdadera realización metafísica por parte de nuestro autor, lo que le ha permitido investigar, sin limitación alguna en su alcance intelectual, en todos los ámbitos de la Ciencia Sagrada y la Tradición Unánime.[274]

Algunos de los autores que han estudiado el Tarot han señalado las correspondencias de los 22 Arcanos Mayores con las 22 letras del alfabeto hebreo, y asimismo con las diez sefiroth del Arbol de la Vida, aunque esto último no de manera completa, es decir han dejado de relacionar con las sefiroth aquellos Arcanos Mayores que van del XI al XXII, cuestión ésta que nuestro autor sí ha tenido en cuenta, ampliando y completando así esas relaciones; por otro lado, y que nosotros sepamos, nadie como él ha sabido desarrollar, dentro de una estructura de pensamiento tradicional, las correspondencias que también existen entre el conjunto de los 40 Arcanos Menores, y las 16 Cartas de la Corte, con los cuatro planos del Arbol Sefirótico. Estas últimas correspondencias nos parecen esenciales puesto que ellas nos abren posibilidades indefinidas de investigación entre estos arcanos, los cuatro planos del Arbol y las sefiroth con ellos asociadas, es decir entre los diversos niveles de manifestación en que se expresa el Ser Universal. Todo ello constituye una fuente de inspiración constante no sólo para el tarotista sino para cualquier interesado en la Vía Simbólica, ya que le permite profundizar en los diversos sentidos y significados que tienen todas esas ideas-fuerza, experimentando su acción regeneradora en el athanor de su mente.

El Tarot lo conforman el conjunto de sus 78 láminas, o sea los 22 Arcanos Mayores y los 56 Arcanos Menores (40 + 16), y es la simbólica de estos últimos, asociándola con la estructura cuaternaria del Arbol cabalístico como decimos, la más genuina aportación de nuestro autor al conocimiento del Tarot, además de haber «redescubierto» el significado simbólico de los 22 arcanos mayores relacionándolos con la Simbólica universal y en particular con el Arbol Sefirótico.

 

Fig. 49. Correspondencias entre los arcanos y las letras hebreas

 

Y a sólo con esto bastaría para asignar a El Tarot de los Cabalistas un lugar relevante dentro de la bibliografía que se ha escrito a lo largo del tiempo sobre el tema. Pero hay muchas otras cosas –algunas de las cuales iremos exponiendo en estas páginas– que hacen de este libro una referencia imprescindible en nuestro tiempo para adentrarse en el Arte del Tarot y recibir su magia transformadora, que para nada sospechan todos aquellos «charlatanes» que lo han degradado y lo siguen degradando diariamente utilizando los poderosos medios de comunicación audiovisuales, o bien más modestamente en oscuros gabinetes de «consulta» dirigidos por verdaderos profesionales del engaño y la manipulación,[275] aunque desde luego siempre ha habido y habrá honrosas excepciones al respecto. Pero lo que sí es cierto es que no ha existido nunca un código simbólico más profanado que el Tarot. Por eso mismo son necesarias obras como El Tarot de los Cabalistas, para que los verdaderos interesados en el Conocimiento descubran la autenticidad del Libro de Thot y su valor como vehículo simbólico, pudiendo así trabajar con él y beneficiarse de sus influjos regeneradores.

A muchas personas les sucede que cuando comienzan a trabajar con el Tarot para nada sospechan lo que éste es en realidad, o sea la sabiduría con que ha sido diseñado y que se expresa en él de forma velada, aunque siempre existe la posibilidad de «desvelarla», pues debemos recordar que el símbolo iniciático vela y revela simultáneamente las ideas que lo configuran. La ceguera de estas personas (que en realidad hemos sido todos en un momento dado de nuestra vida) viene condicionada por un montón de prejuicios impuestos por el medio profano e ignorante, por ejemplo sobre la improbable «veracidad» de las predicciones y vaticinios oraculares del Tarot, o al hecho de que al estar considerado como un «juego» esto pudiera restarle «seriedad», como si la vida misma no fuese en realidad un juego (es verdad que en ocasiones un juego muy «serio») en el que todos participamos, lo queramos o no. Todos estos prejuicios pueden irse aboliendo si internamente establecemos un compromiso con la Tradición, vehículo del Sí Mismo.

Siendo todo esto efectivamente así, nuestro autor, siempre que tiene ocasión, no deja de señalar una cuestión que para nada es baladí: que todos los vehículos simbólicos, en este caso el Tarot, la Rueda o el Arbol cabalístico, son eso, vehículos y soportes de conocimiento, pero no ese conocimiento en sí. Ellos:

Son el puente, el pasaje, el navío, que nos conduce de un espacio a otro; pero nunca un objeto de adoración o de devoción, en el sentido que se da a estos términos hoy en día. Una vez que el caballo nos ha llevado al término del viaje, nos despedimos con todo agradecimiento y cariño de él, y por mejor caballo que sea, lo dejamos, pues la función de nuestro vehículo ya se ha cumplido al finalizar el recorrido.[276]

Podríamos decir, recogiendo estas palabras, que lo importante es la actitud interior que cada quien mantiene con estos modelos y métodos del trabajo con los símbolos, o sea que éstos sean para nosotros realmente soportes del Conocimiento. Hay que concienciarse muy bien de que el símbolo no es lo simbolizado. En determinadas tradiciones se habla de la «recta intención» para referirse precisamente a esa actitud; en ella está implícita la idea de «axialidad», o sea de una tendencia del ser hacia la realización de sus estados superiores.

 



NOTAS

[265] Ed. Kier, 1993. Hay una segunda edición: Tarot (mtm, Barcelona 2008). Se trata ésta de una edición de lujo con un desplegable al final del libro que trata sobre las correspondencias entre el Arbol de la Vida Sefirótico y el Tarot. Ver más adelante el capítulo XV, donde hablamos de la iconografía simbólica en la obra de nuestro autor. Acerca de esta segunda edición recogemos las palabras que sobre la misma ha escrito Marc García en la página telemática de Symbolos: «Hoy llega a nuestras manos transformado en un espléndido volumen de tamaño folio cuya belleza refleja lo que sus páginas albergan: una obra de arte en el sentido más alto de este término (el del arte teúrgico) que ubica al Libro de Thot en el corazón de nuestra Tradición y lo brinda generosamente al lector como un vehículo mágico de Conocimiento. Pues vehicular el Conocimiento es la misión providencial que todos los oráculos sagrados desempeñan (¿o es que alguien piensa que el Conócete a Ti mismo del frontispicio de Delfos era una proclama ajena a la función y las labores de la Pitia?)».

[266] Programa Agartha. Módulo II.

[267] Dice nuestro autor en el Programa Agartha: «La posesión de la psiquis personal es la expresión más clara del error de percibirnos de modo individual».

[268] Podemos encontrar aquí una correspondencia con lo que significa la piedra angular en el simbolismo constructivo, que es la que se suma al edificio por lo alto «coronando» así la edificación; sin la piedra angular esa edificación quedaría inacabada. En el Árbol de la Vida la piedra angular se correspondería con la sefirah Kether, llamada precisamente la «Corona», e idéntica a la Unidad.

[269] Por ejemplo, se incluye una explicación de la simbólica de los colores del Tarot, es decir sobre su significado iniciático, que es más importante de lo que a simple vista pueda parecer. Cada color expresa una cualidad del Ser universal que se refleja en estados del alma humana.

[270] Acerca de esa relación entre la Alquimia y la Cábala queremos recordar que este es el título (concretamente «Cábala y Alquimia») del capítulo VI de Presencia Viva de la Cábala II. La Cábala Cristiana. Esto nos indica que nuestro autor siempre ha tenido en cuenta esas relaciones en la transmisión de la enseñanza de la Doctrina.

[271] Cuenta la leyenda que las figuras que componen el I Ching fueron halladas por el mítico emperador Fo-Hi mientras contemplaba el caparazón de una tortuga, animal que presenta en su estructura una imagen perfecta de los tres niveles cósmicos: el caparazón abovedado al cielo, la base cuadrangular a la tierra, y el propio animal al plano intermediario.

[272] Resulta interesante señalar que tanto el I Ching como el Tarot tienen como progenitores míticos a dos entidades espirituales: el ya mencionado Fo-Hi y el dios egipcio Thot, o sea Hermes Trismegisto. Por eso el Tarot recibe también el nombre de «Libro de Thot» o «Libro de Hermes». No es necesario señalar que tanto Fo-Hi como Thot-Hermes son dos encarnaciones para su tiempo de la Tradición Primordial. Abundando un poco más en esto, hay en las figuras del Tarot algo que las hace semejantes a los jeroglíficos egipcios, y este hecho se debe quizás a que ambas formas de «escritura» están basadas fundamentalmente en imágenes ideogramáticas. La idea de jeroglífico, de signo o imagen sagrada, está presente en todo el Tarot.

[273] Es indudable que esa herencia es recogida también por el Tarot. Recordemos en este sentido que en los Tarocchi italianos aparecen un conjunto de representaciones simbólicas algunas de las cuales tienen su origen en la tradición platónica y clásica, como es el caso por ejemplo de las tres Gracias, Eros como dios del amor, o la Fortuna.

[274] Podemos poner varios ejemplos de esto que decimos, pero basta con nombrar su última obra, el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.

[275] Estos charlatanes, en realidad una forma de los «falsos profetas», son en el fondo los literales de cualquier tradición, aquellos para quienes la letra es más que el espíritu. A todos ellos van dirigidas estas palabras escritas por nuestro autor al final del capítulo IV: «Empastado en sus fobias y manías aprendidas, que la televisión reitera todos los días, el tarotista fracasado es el medio, la moda, y acaso, el cálculo infinitesimal de sus módicas posibilidades; perezoso, lento y amparado por la sociedad circundante –amén de la seguridad de su grandeza–, el tarotista del poder mira siempre cosas inmediatas como si fuesen esenciales, porque no se permite ver un poco más allá por el hábito que lo imprime; por eso, el que pretende casi exclusivamente un destino módico debe dedicarse a las artes maléficas de la literalidad. Todo esto dicho como advertencia a los que por una o varias circunstancias no han comprendido que ‘el que siembra vientos recoge tempestades’.»

[276] El Simbolismo de la Rueda, cap. V.

 

ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.