FRANCISCO ARIZA

LA OBRA DE FEDERICO GONZALEZ
Simbolismo - Literatura - Metafísica

 

Fig. 44. Hemisferio Sur celeste. Constelaciones de la Ballena y el Phoenix

 

Capítulo III

EN EL VIENTRE DE LA BALLENA.
TEXTOS ALQUIMICOS

 

El año 1990 ve nacer En el Vientre de la Ballena: Textos Alquímicos, poemas en prosa de hondura metafísica:

Tu nombre es silencio. No el silencio audible de la belleza; ni siquiera la música perfecta de las esferas. Tu nombre es no. He caído fulminado en el piso del cuarto de baño. Me he visto estremecido y como un pellejo u odre vacío, abismado por la sola idea de lo que tú no eres, de aquello que no has creado. Verdadera dimensión del infinito, tu no ser (…).[220]

Estas palabras han de ser leídas con suma atención pues ellas encierran verdades muy profundas, vitales podríamos decir para poder entender ciertas claves del proceso de la realización espiritual. Nuestro autor evoca una experiencia que no dudamos en calificar de inefable, y por tanto muy difícil de expresar como no sea recurriendo a la síntesis simbólica y a un lenguaje que, como el de la poética, llega a espacios de nuestra conciencia hasta entonces inexplorados, ignotos, vírgenes, pero al mismo tiempo extrañamente familiares, pues todo está en el alma (como todo está en el cosmos), aunque existan ámbitos dentro de ella que hemos olvidado por haber nacido en este mundo inferior, donde «una descarga eléctrica inocente y convenientemente aplicada por el medio nos ha borrado temporalmente la memoria». Por eso mismo, cuando esos ámbitos afloran al exterior, a la superficie de la conciencia ordinaria, todo nuestro ser se conmueve y agita ante las perspectivas de recobrar nuevamente esa memoria olvidada.

Pero aquí nuestro autor nos habla de una realidad todavía más profunda, una realidad que «no es», lo cual, metafísicamente hablando, no representa ninguna contradicción en los términos, pues hay realidades que por su propia naturaleza no se manifestarán jamás, que «no son nada» de lo que conocemos o pudiéramos conocer, y sin embargo, esa «ausencia de existencia», ese «vacío de ser» si se nos permite la expresión, es lo que da sentido a cualquier existencia, comenzando por la más alta de todas: la del Ser universal.

«Tu nombre es silencio», pero no el silencio como origen de la palabra, el cual efectivamente puede ser descrito como «el silencio audible de la belleza», que se manifestará como «la música perfecta de las esferas», o sea la Armonía cósmica. Se trata del silencio en sí mismo, en su raíz inexpresable, metafísica; el silencio como una de las formas de referirse al No-Ser.

«Tu nombre es no», o sea que la Deidad desconocida, el «Dios oculto» (el En Sof cabalístico), no tiene nombre ni atributo alguno. Y si no lo tienes y nunca lo has tenido ni lo tendrás porque jamás serás nacido a la existencia, entonces ¿quién eres? y ¿cómo voy a conocerte? Estas preguntas, de gran calado, no podrán encontrar respuesta alguna con los instrumentos que nos ofrece nuestra mente individualizada, condicionada como está por sus propias limitaciones. Sin embargo, el hecho de que esa «nada» emerja a la conciencia y se haga «presente» aunque sea en la fugacidad de un instante, ¿no estará queriéndonos decir que existe en el hombre, tomado en su totalidad, una posibilidad superior, supraindividual, gracias a la cual puede «presentir» lo Inmanifestado, aunque esto efectivamente no se pueda expresar en todo lo que significa por ser realmente inexpresable?

Dicho «presentimiento» no es otra cosa que la auténtica intuición intelectual, y aquella posibilidad superior es la que mora en la cavidad más secreta de la cámara del corazón,[221] considerado el centro de nuestra individualidad y el «lugar» donde ésta vislumbra aquello que la excede por su misma naturaleza supracósmica y supraindividual. Así pues, ¿cómo no ha de dejar todo esto una huella imborrable y marcar necesariamente un antes y un después en la vida de cualquier ser humano, que queda inevitablemente «tocado» (hasta el propio cuerpo sufre las consecuencias: «he caído fulminado en el piso del cuarto de baño») al contacto con la realidad inabarcable, inconmensurable, del No-Ser, de la «verdadera dimensión del infinito»?

Y a no será el mismo una vez haya experimentado la potencia de esa intuición metafísica, que abre su conciencia a otros estados no ya meramente horizontales sino sobre todo verticales, mucho más sutiles, y que como un rayo fulgurante le «despierta» del sueño comenzando a poner en jaque todo lo que hasta entonces conformaba su concepción del mundo, y de las cenizas del hombre viejo surgirá el hombre nuevo. La intuición intelectual es el motor secreto de la transmutación.

Por eso mismo, y aunque las palabras de nuestro autor evoquen en cierto modo esa «noche oscura del alma» de que hablaba San Juan de la Cruz, hay sin embargo en ellas un matiz importante relacionado con el significado y la naturaleza de esa oscuridad que hace que más bien dichas palabras concuerden mejor con lo que Dionisio Areopagita entendía por las «tinieblas superiores más que luminosas», una idea imposible de comprender con las simples «luces de la razón», y a la que tampoco la vía mística y religiosa puede abarcar en toda su extensión por los límites que le impone el elemento piadoso-devocional, pero de cuya certeza no cabe ninguna duda una vez ha sido concebida con el Espíritu, que sopla donde quiere y a quien quiere.

En efecto, el Espíritu es un soplo o un viento que no puede estar contenido ni limitado por nada. Es absolutamente libre y sus mensajes son como aquellas semillas lanzadas al voleo, que caen allí donde quiere el azar venturoso.

En este sentido, no deja de ser significativo que este libro, En el Vientre de la Ballena, comience hablando de la recepción de un mensaje oído por «casualidad»:

Oyendo una audición casual por la radio esta mañana me he preguntado una vez más por mi identidad…

Lo que nuestro autor «oye» por la radio no lo dice, pero lo que sí es cierto es que, sea lo que sea, desencadena en él toda una serie de preguntas y de interrogaciones que, como las que vienen a continuación, están relacionadas con su identidad, la cual no es «nacida ni de la carne ni de la sangre y ni siquiera de querer de hombre», como leemos en uno de los textos más bellos y profundos del libro.[222]

¿Qué soy? ¿Qué he sido? ¿Qué validez tiene este tono personal? Esta nada asumida ¿qué significa? ¿En qué módulo ha de ser atrapada? ¿Cómo habrá de ser medida? ¿Cómo no advertir honestamente la aniquilación total? ¿Cómo no comprender los signos misteriosos, graduales, insistentes? ¿Cómo no conocer que esos signos son la vida de uno, que uno es sólo un símbolo? ¿A quién poder hacer entender que nada ha cambiado pese a la transmutación? (…).

Las respuestas a estas primeras preguntas conformarán en realidad estos textos bien llamados alquímicos, cuyo contenido se irá desgranando poco a poco, dando al libro una estructura articulada por pensamientos y meditaciones que plasman experiencias muy concretas de la realidad de lo sagrado, de lo mágico-teúrgico, y que tienen como tema principal la propia vida, que es la «materia prima» de la Gran Obra alquímica. ¿Qué otra cosa tenemos sino nuestra vida?, que además es la embajadora del Sí Mismo.

Siendo la ocasión precisa he de permitirme el lujo de apelar a la deidad. A ti, juez supremo, misteriosamente ausente del estrado, legislador simultáneo en la asamblea vacía, unánime ser que envías nada menos que a la vida como tu embajadora. El que crea, el que transforma, el que conserva, ha sido convocado bajo espesas polvareda de ignorancia, apareciendo esta vez como un amigo, más bien un hermano, posiblemente un padre, o algo que jamás se ha tenido. Un aliento invisible, tan sutil, que es más real que cualquier otra presencia, la presencia misma. Algo que nada tiene que ver con un amigo, ni con un hermano, ni con un padre. (XI).

Por eso, nuestra existencia cobra pleno sentido cuando se pone al servicio de lo único que realmente importa y para lo cual hemos sido convocados desde nuestro nacimiento. La percepción de que estamos en esa búsqueda aparece cuando caemos en la cuenta de que «las posesiones más esclavizadoras son las mentales», que son precisamente «las que conforman nuestra personalidad», o sea la máscara, o la costra, no el núcleo, la esencia, simbolizada por ese «brillante central», que como dice nuestro autor es lo más atractivo e invisible, lo que casi no existe, lo tenue, lo fugaz, lo más pequeño de todo, lo más bello y lo más difícil de obtener.

No hay nada en la sucesión horizontal de mundos o en el ciclo perenne de uno de ellos. Declaro que es pecado mortal poseer la idea de un infinito material, de una eternidad relativa. La suma de las vueltas alrededor de un eje es igual a la numeración de las galaxias: ambas no nos dicen nada acerca del Universo. Lo que está implícito en lo horizontal, lo que en él es inmanente, o potencial, lo que advertimos en la interioridad de la conciencia, eso es lo que interesa. No el vagabundeo de existencias análogas,[223] sino la esencia, la encarnación. (XXXIII).

Más allá no es fuera, sino dentro. Lo invisible es tal porque jamás podrá verse con los ojos de los sentidos. Confundimos la personalidad con el Y o y creemos que el premio prometido es esta ruindad, esta nada que somos y vemos alrededor. Tenemos que empezar por entender que lo incognoscible no nos es conocido. Que todo lo ignoramos; que cualquier cosa que podamos imaginar desde el plano de visión ordinario y profano que tenemos nada tiene que ver con la realidad. Dios es un asombro siempre nuevo. Por suerte nada ha tenido que ver con nuestras concepciones vulgares. (LXX).

En realidad, en nuestra condición profana, vivimos en el mundo inferior, en el infernus, esclavizados al «príncipe de este mundo», caracterizado sobre todo por la estupidez y la necia ignorancia, que es justamente lo contrario de la «docta ignorancia», la meta del verdadero sabio: saber que no sabe para así dejar que el Misterio se haga presente, sin interferencias egóticas, «dando realidad a todo lo que existe». Por eso mismo el contraste que se produce entre ese mundo inferior y aquel otro que comenzamos a vislumbrar como más real y auténtico resulta un factor determinante para tomar una decisión que no puede demorarse por más tiempo, como si efectivamente todo lo realizado en nuestra vida lo percibiéramos como ocurrido dentro de un laberinto, prisioneros de su trama sutil, y nos damos cuenta que lo único que puede liberarnos de él es nuestra necesidad de ser, impulsados por el amor al Conocimiento.

La urgencia de encontrar la fuerza suficiente como para poder salir del pantano. La necesidad de abrir la puerta, pospuesta desde siempre. El amor al conocimiento, sempiterna búsqueda del hombre. La idea de que existe una verdad, una clave, aunque nosotros no la sepamos. Caer en cuenta de que uno va poniéndose mayor, que no puede seguir haciéndose el distraído. Entender que todo es un enigma interesantísimo que apenas se comienza a develar justifica cualquier existencia. Puede ser que haya dolor, cierta angustia muy grande y terriblemente cegadora. Como el sol sale y se pone nuevamente todos los días, esos momentos pasan y se reiteran. Esos instantes jamás podrían ser un fin en sí mismos, sino que ellos nos brindan la oportunidad de trascenderlos. El viaje es largo y por etapas. Recordemos por otra parte que hay una promesa liberadora y un pacto que compromete por igual a ambas partes. (XLIX).

A este respecto, hay en muchos de estos textos (en algunos recurriendo al humor y la ironía, presentes también en su obra literaria y dramatúrgica) una enseñanza implícita destinada a desenmascarar a esas «fuerzas oscuras» que arrastran al ser humano a la literalidad, al plano más bajo de sí mismo, adornado con las luces engañosas del «peligroso reflejo lunar», el que ilumina al medio profano que nos circunda y ante el que debemos estar permanentemente alertas, entablando con nosotros mismos una lucha sin cuartel, como los héroes olímpicos, pues «si el enemigo es uno mismo hay que conocerse perfectamente bien para no dejarse enredar una vez más», evitando así que se nos borre la memoria de nuestra identidad, la cual, como decía Heráclito hablando acerca de la verdad, se complace en ocultarse.

Nuestro orden es anárquico. En permanente equilibrio en el filo de la navaja. Se ha dicho que la paz no es comodidad ni autocompasión satisfecha. Previamente a resignarnos casi para siempre con el confort estereofónico comprado a plazos carísimos, antes de conformarnos con una ‘espiritualidad’ más o menos digerible con ciertos ribetes sentimentales, oigamos las palabras del guerrero, aunque no más sea para aclarar la confusión: «No he venido a traer la paz sino la espada». El Y o ha entablado la lucha con el millón de egos. Lo pequeño y lo múltiple se enfrentan. El que vence a la muerte también dice: «Mi paz o dejo, mi paz os doy». «Velad». (LVI).

Con lo que estamos ante un juego de luces y sombras, apostando por realidades que no lo son cegados por ese reflejo lunar, o por el contrario, obcecados y empeñados en negar aquello que precisamente puede conducirnos a la liberación de ese autoengaño, con lo cual estamos ante un callejón sin salida, «ligados» y «anudados» a un montón de condicionamientos y apegos, y sólo la espada en manos de quien se busca a sí mismo puede desanudarlos. Nos damos cuenta que estamos encerrados en uno de aquellos círculos infernales descritos por Dante en su Divina Comedia, cuya salida, que siempre será axial, empero comienza a vislumbrarse una vez nos entregamos sin más dilaciones a la Enseñanza y a su recepción purificadora en nuestra alma.

Del collar se desprenden cosmos indefinidos que nada simbolizan en un mundo sin significados. Los números sólo para medir, las palabras para consumir, una potencialidad para que quede en nada. La llave perdida en la gruta de la montaña. Siempre un punto marca la puerta, señala y revela la salida. Voy a colocarme a la luz y al calor de la pasión contenida, de la atención concentrada, de la reiteración ritual sucesiva. (VI).

Aquí, en estos textos alquímicos, se pone de manifiesto la promesa salvífica de que en la Tradición está la llave, clave, que nos permite abrir esa puerta y salir de la caverna. La Tradición viene en nuestro auxilio cuando más lo necesitamos, y lo hace a través de sus emisarios y mensajeros, ya sean estos los símbolos que nos enseñan a conocer la estructura y leyes del universo (el Arbol de la Vida Sefirótico, la Rueda…), o esas voces internas que comenzamos a «oír» con nitidez en nuestro interior, o sea la genealogía espiritual de la «cadena áurea», mítica y humana, o de todo eso al mismo tiempo, pues resulta que el modelo cósmico y los antepasados están vivos, como los dioses, como nosotros mismos.

Descubrir esa genealogía y saberse partícipe de ella supone un hecho fundamental en nuestra navegación por el laberinto de las «aguas inferiores», por el plano intermediario de Yetsirah, que es lo que simboliza precisamente el «vientre de la ballena», o la caverna iniciática, lugar de muerte pero también de regeneración, de nuevo nacimiento, por lo que se identifica igualmente con la matriz o útero, ya se trate del útero del cosmos o del alma humana.[224]

Desde el vientre del pez dirigió Jonás su plegaria a Yaveh, su Dios, diciendo:

Clamé a Yaveh en mi angustia, / y El me oyó, / Desde el seno del seol clamé, / y tú escuchaste mi voz. / Echásteme a lo profundo, / al seno de los mares; / envolviéronme las corrientes; / todas tus olas y tus ondas / pasaron sobre mí. / Y dije: Arrojado soy / de delante de tus ojos. / ¿Cómo volveré a contemplar tu santo Templo? / Las aguas me estrecharon hasta el alma, / el abismo me envolvió, / las algas se enredaron a mi cabeza. / Había bajado ya a las bocas del hades, / la región cuyos cerrojos (se echaron) sobre mí para siempre; / pero tú, Yaveh, mi Dios, salvaste mi vida del sepulcro. / Cuando desfallecía mi ánima, me acordé de Yaveh, / y mi súplica llegó a ti, a tu santo Templo. / Los servidores de fútiles vanidades / abandonan su benevolencia. / Pero yo te ofreceré víctimas acompañadas de alabanzas, / te cumpliré mis votos. / De Yaveh es la salvación.

Dio Yaveh orden al pez, y éste vomitó a Jonás en la playa.[225]

El recuerdo del Señor, del Ser, es el que evita a Jonás el desfallecimiento de su alma, o sea la muerte o disolución en las «aguas inferiores». Ese recuerdo, producido por «su más alta intuición», es en realidad todo lo que el aspirante al Conocimiento necesita para hallarse a sí mismo y salir «del laberinto de sus dudas», pues habiendo sido invitado a un festín, a un banquete, no puede contentarse con simples migajas. La promesa es el reino de lo cielos, no el seol, el infierno, aunque para llegar a aquél haya que pasar necesariamente por éste. La víctima y el sacrificador son el mismo, ¿cómo podría ser de otra manera? Para nacer de nuevo, para autogenerarse, hay que morir, y estas dos realidades del ser individual son inseparables una de otra, como las dos caras de una misma moneda.

Hemos subrayado la palabra «pasar» para recalcar la idea de pasaje o tránsito que tiene el viaje por el inframundo, que es un tramo de un viaje más largo: el que se lleva a cabo por el mundo Intermediario, o sea por las aguas inferiores de Yetsirah y las aguas superiores de Beriyah. De igual manera, y en otro plano de realidad distinto, podría decirse que para arribar al No-Ser (En Sof) hay que pasar primero por el Ser (por Atsiluth). Si no encarnas el Ser, ¿qué podrás entregar entonces en el altar del sacrificio para alcanzar el estado Incondicionado, el No-Ser?

Señalaba anteriormente nuestro autor la necesidad del rito y su reiteración. Este es un tema capital, puesto que el rito, además de la armonización entre las distintas facultades de un ser, facilita asimismo la concentración de las mismas, o sea la de ir «hacia el centro».

El arquetipo del rito es el propio acto creador de la Deidad que deja un espacio vacío en su seno[226] para que el cosmos se haga. Lo mismo ocurre en el proceso iniciático: para que éste tenga lugar y la influencia espiritual-intelectual pueda ser transmitida sin interferencias (psicológicas o de cualquier otro tipo), el aspirante al Conocimiento tiene que haber superado ciertas pruebas purificadoras que generarán en él un estado de receptividad que será análogo a ese espacio primigenio del que surgió el cosmos, el orden universal.

El primer paso para que ese proceso de purificación tenga lugar será el de separar lo espeso de lo sutil, o lo profano de lo sagrado. Esta operación alquímica es imprescindible, y por eso mismo nuestro autor, en estos textos precisamente llamados «alquímicos», pone su acento muchas veces en la necesidad de distinguir, y de no confundir, una realidad con otra. El rito forja una «disciplina interior» que se torna imprescindible para que el caos mental comience a ordenarse de acuerdo a una Inteligencia Universal (que se reproduce en todos los órdenes de la Creación), participando así el ser humano plenamente de ella.

En la Organización hay lugar para todos. La Empresa se desarrolla del Presidente para abajo en forma concatenada. Hay un departamento de arquitectura y diseño, encargado del plan y forma del universo. Otro de medios de comunicación y publicidad, que propaga la luz, el calor, el sonido y los mensajes por los vientos. La sección ingeniería trabaja con pequeños modelos a escala de naturaleza trina y constitución cuaternaria que constantemente repiten las leyes físico-matemáticas. Prosigue la lucha a veces irreconciliable entre opuestos y se van creando nuevos equilibrios. Nada falta aquí, ni sobra. Tenemos el stock completo. Toda profesión o arte está asimilado a la Empresa. (LIII).

He aquí un organismo cuyas partes se enlazan constantemente unas con otras produciendo la diversidad de todas las manifestaciones. Podemos entrar en él en cualquier momento, al comienzo, al medio o al fin, aunque de aquí jamás se entra ni sale. Porque para él siempre es ahora en recurrencia instantánea y total; de su ser cualquier fragmento es la totalidad. No en el panteísmo de su insignificancia. Sino como un modelo a escala de una Inteligencia Viva, que también se expresa en la existencia que ella misma crea. Instaura un orden sin el que nada es posible. Aunque esa estructura sea móvil, tal vez anárquica como la inteligencia misma. Al menos contradictoria y paradojal, como la vida y la magia. (L).

No olvidemos que rito es sinónimo de orden, es decir de cosmos, por el hecho mismo de derivar de una raíz, rita, que significa precisamente eso, orden, y también ritmo, y por tanto armonía, cualidades que precisamente apreciamos también en la poiesis, en la que nuestro autor reconoce «la cadencia y el ritmo secreto del cosmos».[227] La «reiteración ritual sucesiva» es la propia activación de la energía del símbolo estableciendo relaciones y vínculos armónicos entre todos los estados del ser, los cuales vemos ejemplificados y sintetizados en los distintos planos o mundos que conforman el Arbol de la Vida Sefirótico; partiendo de Asiyah como realidad corporal, y culminando en Atsiluth (el Espíritu, donde mora Kether, la Unidad), tras atravesar como hemos dicho anteriormente el plano intermediario conformado por el alma inferior, Yetsirah, y el alma superior, Beriyah.

Yetsirah es también época de tesoros escondidos que con sus engañosas luces prestadas puede hacernos claudicar. Las posibilidades de la fantasía y los elementos para llevarlas a cabo están en nuestro poder. Similar es Asiyah a Yetsirah, sólo que con anteojos obscuros. Por eso Yetsirah es un paso en nuestra navegación. Un plano que hay que ir atravesando muy cuidadosamente, con toda energía y precisión. Sabiendo que el fin de nuestro camino está mucho más allá; que nuestra meta es Kether, la corona, que se halla sobre la cabeza, lugar éste donde aún se aloja el cerebro y su perpetua dualidad. La presa no es humana; y suceda lo que suceda sólo llegarán aquéllos que «perseveren hasta el fin». (LX).


II

En distintas oportunidades hemos hablado (y seguiremos haciéndolo) de la importancia que en la obra de nuestro autor tiene la poética como forma de transmisión de la doctrina, o sea de la poética como un arte, el arte poético. El Verbo al proyectarse en el alma humana incuba en ella una imagen sonora de él mismo: la palabra, gracias a la cual el pensamiento puede expresar su contenido (las ideas) y éstas articularse mediante el lenguaje dando forma al discurso, ya sea hablado o escrito. En este sentido el arte poético, como el arte musical, es expresión de un Sonido primigenio que lo toma como soporte para manifestar su potencia creadora, por lo que podríamos decir que constituye en sí mismo un acto demiúrgico: imita la acción del Artista Divino creando el mundo no con sus manos sino con su Palabra, como leemos en el Corpus Hermeticum. (Poimandrés IV).

Aunque trataremos con un poco más de amplitud este aspecto –que consideramos esencial– de la obra de nuestro autor cuando abordemos la pieza teatral En el Útero del Cosmos (que vendría a ser en cierto modo la «puesta en escena» de En el Vientre de la Ballena), podemos decir que estos textos son también un estudio sobre el lenguaje,[228] en el sentido de que las palabras son aquí escogidas después de haber sido filtradas a la conciencia tras una destilación o comprensión de su significado (pues queda claro que las palabras son también símbolos), así como los diversos matices de que son receptoras para mejor expresar las vivencias en el viaje del Conocimiento.

La esponjosa calidad del trópico entra y sale de mí y de la tierra; las plantas procreando en un mundo en expansión. Acumulo el aire necesario para navegar en el cielo y esa hoja que cae queda suspendida en un viento quieto. De la espiral de mis oídos se exhala una levedad que se perpetúa a miles de kilómetros de distancia. Me he escuchado a mí mismo a través de la longitud del tiempo y lo que he oído no ha sido mi voz. Nada de lo que suponía ha sido; sólo lo que soy se ha hecho presente. (VII).

Pero la poética como vehículo de la Gnosis tiene asimismo la facultad de la concreción y la síntesis, cualidades que posee en grado sumo la escritura de nuestro autor: la de poder ofrecer lo más diáfanamente una idea, que gracias a la palabra que la nombra deviene comprensible y puede ser en consecuencia experimentada, en el grado que esto sea. Pongamos el ejemplo de un concepto tan difícil de definir como es la fe.

La fe no es un credo hipotético que tiene que ver con nuestra adhesión imaginaria. La fe es una realidad concreta que se vive como lo único que se posee. Un solo deseo direccionado que va fructificando. La pérdida de la fe es la exclusión de esa realidad, al condenarnos para siempre a las burdas copias disponibles. No tener fe es perder la oportunidad de ser. Nuestra fe nada tiene que ver con las fantasías de los ilusos. (XLV).

El Verbo se hizo carne, o sea palabra concreta con toda la carga de su magia teúrgica que se acciona gracias a los mecanismos de asociación y de correspondencia simbólica ligados a una memoria arcana que se despierta por su mediación y que es capaz de revelar la realidad del mito y su enorme fuerza evocadora. ¿No será esa realidad el «espíritu de la letra»? La palabra que vehicula ideas y conceptos metafísicos, o sea no humanos, despierta en nosotros una atracción semejante a la del amor, una fuerza centrípeta que es como un llamamiento de voces internas, poderosas, emergidas de las profundidades de un tiempo todavía no sujeto al devenir, y por lo tanto más real que éste: el tiempo mítico.

Debo cantar la entraña del Amazonas donde fui a parirme por primera vez misteriosamente llamado por una esposa tropical; yo, que no conocía sino la cultura del frío. Informar sobre seres acuáticos y vientos narcóticos en el hálito de la selva; dar cuenta del gigantesco hongo violeta y de aquel negro y dorado, todos venenosos. Insinuar que el espíritu de la foresta es la ayahuasca y decir que ella me inició en los misterios sexuales de mí mismo y del Universo. Que me preparó para vislumbrar a mi princesa indígena, una gigante blanca de piedra, dormida, esperando el momento de alumbrar un mundo, una nueva humanidad y el Mesías. (XL).

Si de pronto el milagro se produce y uno se topa con un alquimista que nos dice: «Existe un pájaro más sublime que todos los demás. No te preocupes sino de buscar su huevo, al que has de cortar con una espada llameante», debe entenderse que algo obvio nos está expresando. Que estas frases encierran significados en sí mismas que ellas manifiestan siendo. Sabiendo que el sentido literal es una lógica secundaria se comprende que lo que se oculta está presente. (XIV).

El rito de la iniciación cósmica, ese proceso efectivo y real, es la dramatización vivencial del Misterio. Es un recuerdo vivo actualizado en su forma por la simultaneidad del presente. Sería la historia del Arquetipo si la Eternidad tuviese historia. Mejor sería decir que es una historia arquetípica. El mito encarnado en la interioridad es el renacer del símbolo. (XXXIV).

Recordemos que la poesía está patrocinada por las Musas, hijas de la Memoria. El origen de la palabra es un sonido «inaudible», un canto divino que trae consigo el alma humana desde su morada celeste, y el símbolo lo rememora para motivarla de nuevo y poder así emprender, desde su «exilio» terrestre, el vuelo de regreso a su origen liberándose de un destino abocado al olvido (la muerte) en las profundidades del Hades.[229]

Los textos que componen En el Vientre de la Ballena son también una forma que toma la enseñanza de nuestro autor, y hay que leerlos y releerlos dentro del contexto de su obra propiamente doctrinal. Pero también son cantos que nos pueden refrescar la memoria al implantar en ella imágenes de una gran fuerza expresiva y comunicativa, y en las que reconocemos jalones y vivencias de nuestro propio viaje interior. Hablamos por tanto de un reconocimiento, de un «reconocer» o conocer de nuevo, pero desde otra perspectiva, desde otro ángulo de visión más amplio porque estos textos refrendan una conjugación entre el conocimiento de los misterios de la cosmogonía y la vivencia de los mismos.

En efecto, el discurso inspirado de nuestro autor se constituye en un eje o escala que, como si de un Hermes psicopompo se tratara (en verdad se trata de eso), nos acompaña en el tránsito por el plano intermediario, comunicándonos y sugiriéndonos las realidades de otros más sutiles y universales; y más aún –y si sabemos leer entre líneas– la posibilidad de entrever la salida no sólo de ese plano sino incluso del cosmos entero (simbolizado por la Ballena misma), pues la cuestión es «coronar» un proceso de transmutación que el alma vive como una navegación que surca las pequeñas y las grandes aguas, siendo ella misma la barca –el arca– que bien guiada por las referencias cenitales de las luminarias celestes y polares llegará sin duda a su puerto de llegada, que es el Ser. Esta es la última puerta, el umbral supremo, más allá del cual su nombre es No.

Nuestra galaxia no es sino el intervalo respiratorio de un hombre grande. Navegaremos entre las islas en busca de nuestro destino. Cada vez uno se acostumbra más a esta idea. La de un viaje perpetuo hacia el dónde y el cuándo. Afortunadamente esta situación tiene una salida olvidada, una puerta que se nos muestra ayudados por ciertos ritos mágicos y muchísima paciencia. Se está hablando de trasponer el cosmos, que es a la vez la entrada y la salida. (XLII).

La carta número once del Tarot es llamada La Fuerza y representa a una mujer que ha domesticado a un león. Esa bestia amansada por la princesa del cuento, es el mismo asno que lleva hacia Jerusalem –el centro– al Maestro Jesús. Se trata del gobierno de los elementos materiales que toman forma de pasiones; son los primeros viajes que duran varios años, y el ingreso en los pequeños misterios, simbolizados por el cuadrángulo en la escuadra de los masones. El compás –el círculo–, los grandes viajes y misterios, casi no se mencionan, pues: «Si os he hablado de las cosas de la tierra y no comprendéis, ¿qué sería si os hablase de las cosas del cielo?». (XXXVI).

Hay tres mundos en este mundo. Tres planos de lectura de los hechos o de las cosas, amén del literal, que es el único que de ordinario conocemos. Estos son grados de consciencia o formas de vivenciar la realidad. Nadie ignora que el conocimiento de estos planos ocultos se logra con el trabajo hermético y que éste tiene mucho más que ver con la guerrilla, que con la cursilería devota. Son tres los colores graduales, los pasos de la Obra Alquímica, llamada transmutación y también nuevo nacimiento. Este es el viaje iniciático, la aventura interior, la ascensión por grados en la escala evolutiva. El rojo se asocia a la fe y a la pasión necesaria para encarnar el Conocimiento. El verde obviamente ligado a la esperanza y también a la regeneración, significa la primavera que por fin se abre después del invierno. El blanco simboliza la plenitud y la caridad. De la luz blanca se irradian todos los colores. Del color negro sólo diremos que –por lo más alto– se asocia con el No-Ser. (XXVII).

Aquel que «persevere hasta el fin» comprenderá entonces que nada había que buscar que no estuviera ya en él desde toda la eternidad. El modelo del Universo ha sido encarnado y se convierte en el soporte de la regeneración permanente, y se comprende al fin que la «fuente de inmortalidad» alquímica es la propia reintegración del ser en el centro de sí mismo y descubrir que cada día es el primero de la creación, que todo es tan nuevo como lo fue, y lo sigue siendo, en su origen intemporal. El Conocimiento se ha hecho en uno, y como se dice en la Cábala el verdadero destino del hombre, como el del mundo, es el Misterio: lo verdaderamente Inmanifestado e Innombrable. «¿Quién?»

 

Jonás tragado por la ballena. Letra capitular de un manuscrito medieval

Jonás tragado por la ballena, manuscrito medieval

(de la portada del libro que aquí se comenta)




NOTAS

[220] Texto XX. Diremos que el libro está compuesto por ochenta y seis textos.

[221] Precisamente en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos nuestro autor afirma acerca de la entrada Intuición intelectual: «Certeza con la que se conoce una cosa generada en lo más hondo del corazón».

[222] Nos referimos concretamente al texto LXII, que comienza así: «El tiempo por primera vez se ha detenido en su constante ambular, aunque todo es tan sutil y tan difícil de advertir: aun para ti mismo. Y tú has nacido a la realidad exactamente en ese instante. El embarazo ha llegado a su fin y se ha producido tu alumbramiento, al que los sabios llamaban la hora de la muerte…». Ver más adelante el capítulo XVIII.

[223] Esta expresión alude claramente a la «rueda de las existencias», es decir al samsara, que puede tomarse en sentido cósmico o bien en referencia a una vida particular, en cuyo caso ese «vagabundeo de existencias análogas» serían los mismos gestos y máscaras reiterados indefinidamente dentro de un mismo ámbito individual. Podemos cambiar una y mil veces de «personalidad» con sus correspondientes roles pero jamás podremos salir de ese ámbito sino advertimos que, oculto en esas apariencias, se halla el centro mismo de la rueda, la esencia.

[224] En el Nº 6 de la revista Symbolos hay una reseña de En el Vientre de la Ballena a cargo de J. M. Río donde podemos leer lo siguiente acerca del símbolo de la ballena: «La ballena (imagen del Cosmos) es por un lado la tumba del Ser, por la caída en lo insignificante, por la identificación con lo anecdótico y recurrente; por otro es también la caverna donde se produce el nacimiento, la toma de conciencia efectiva. Lo que está en cierta correspondencia con el vientre y el corazón. El primero, ligado (en un sentido ‘ascendente’) con la descomposición, con la separación y muerte del hombre viejo y con la peregrinación necesaria para salir del laberinto intestinal que constituye el mundo sublunar. El segundo con el nacimiento en su centro de lo actual, de lo permanente, del mito solar, del avâtara interno cuyo ‘reino no es de este mundo’».

[225] Jonás 2, 2-11.

[226] Es la idea de la Tsim-tsum en la Cábala. Ver especialmente aquí el capítulo XI, especialmente el acápite dedicado a Isaac Luria, al que se debe el desarrollo de esta idea central de la Cábala.

[227] Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.

[228] También de sus limitaciones, pues es evidente que hay cosas que por su propia naturaleza metafísica son inexpresables e inefables, como ya se ha señalado al principio de este capítulo.

[229] Recordemos aquí de nuevo que por algún motivo muchos mitos se transmiten por medio de la poesía; incluso la misma cosmogonía, la teogonía y la metafísica de muchos pueblos recurren a la poesía y al himno para revelar la doctrina, como es el caso de los Vedas hindúes.

 

ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.