Federico González, julio 2011. Publicada en el libro "La Obra de Federico González. Simbolismo - Literatura - Metafísica."

Federico González, julio 2011

 

La Obra de Federico González

Simbolismo – Literatura – Metafísica

FRANCISCO ARIZA

 

 

Y sembré en ellos las palabras de la Sabiduría y fueron alimentados con el agua de ambrosía.

Corpus Hermeticum I, 29.

 

INTRODUCCION

 

Quienes tenemos la gran fortuna de conocer a Federico González y su obra, en nuestro caso desde hace más de treinta años, sabemos muy bien que ésta constituye un corpus doctrinal que remite constantemente al mundo de las Ideas y los Principios universales, de los que ha derivado la Ciencia Sagrada o Cosmogonía Perenne presente en todos los pueblos y civilizaciones de la tierra desde tiempo inmemorial. Además, esta obra tiene la virtud añadida de expresar esas Ideas en un lenguaje muy didáctico y por tanto accesible a cualquier persona que, por los motivos que fuere, ha emprendido la búsqueda de su verdadera identidad, intuyendo que será en ellas y en lo que realmente significan donde podrá encontrar todo cuanto necesita saber para hacer efectiva la máxima socrática de «Conócete a ti mismo».

Esto es muy importante, sobre todo teniendo en cuenta los tiempos de oscurantismo espiritual, e intelectual, que nos ha tocado vivir, donde todo lo que se refiere a estos temas, y por la propia índole metafísica de lo que expresan, requiere justamente de una interpretación previa y de una didáctica que los transmita de forma gradual facilitando así su comprensión para quien realmente desee emprender el camino de su autoconocimiento o realización interior sin más obstáculos previos que aquellos que le imponen sus propias limitaciones y condicionamientos, que son precisamente los que necesita ir superando en el recorrido de dicho camino.

Esa didáctica siempre ha adaptado su forma de comunicar los contenidos de la Ciencia Sagrada a las circunstancias propias de cada momento histórico, evitando que se convierta en un anacronismo, es decir que esté «fuera de su tiempo», restando así fuerza a su mensaje regenerador, y siempre y cuando, naturalmente, dicha adaptación no suponga desvirtuarla, o adulterarla, razón por la cual siempre ha estado en manos de los verdaderos sabios y hombres de Conocimiento, bajo los auspicios del Dios Hermes, el Intérprete Divino. En este sentido, hemos de decir que la obra de Federico González se ha adaptado perfectamente a la mentalidad y al lenguaje de los hombres y mujeres de hoy en día.

Es por eso precisamente que dicha obra –y esto es algo que se constata de inmediato cuando se la comienza a conocer– está muy lejos de la erudición libresca fomentada y propagada desde la llamada «cultura oficial», que evidentemente poco tiene que ver con lo que en todos los pueblos y civilizaciones tradicionales se ha entendido siempre por cultura; para empezar que ésta tiene un origen sagrado, y que ese origen la distingue absolutamente de la cultura surgida en las sociedades modernas, donde la ausencia de cualquier principio de orden metafísico hace de ellas una verdadera anomalía histórica. Y si esa obra está lejos de la vana erudición, lo está aún más del pensamiento de quienes confunden la religión con la metafísica, o lo exotérico con lo esotérico, e incluso lo psíquico con lo espiritual, personas éstas que son idénticas en el fondo a aquellas otras que apelando a la Tradición (o a lo que entienden por ella) se hacen sin embargo cómplices de la literalidad y del dogmatismo más grosero y contrario al Verbo que la fecunda y la hace permanentemente viva y actual; es decir de quienes, como dice la parábola evangélica, no han hecho fructificar sus talentos y prefieren la seguridad engañosa del «confort espiritual» a un trabajo serio y riguroso consigo mismos, negando así, de hecho, la efectivización y encarnación de lo que se va comprendiendo en el camino del Conocimiento, es decir su auténtica operatividad, pues en el fondo, en dicho camino, de lo que se trata es de superar el plano puramente teórico y mental avivando ese «fuego sutil» de que habla la Alquimia y que moldea constantemente la «materia prima» o «piedra bruta» de nuestra individualidad, hasta lograr su total transmutación y simultánea reintegración en el Sí Mismo.

Esa didáctica a la que nos referíamos anteriormente, en la obra de Federico González se articula en torno a la Vía Simbólica, que es la manera contemporánea de denominar lo que siempre ha sido el esoterismo en Occidente, dentro del cual la Tradición Hermética ha ocupado y ocupa un lugar verdaderamente central, teniendo en cuenta que en ella confluyen también la síntesis de la Cábala hebrea y posteriormente de la Cábala cristiana, junto a todo el saber vehiculado por la Filosofía emanada de las enseñanzas de Platón y toda su progenie intelectual. Lejos de haber perecido en algún momento histórico, la Tradición Hermética ha llegado hasta nuestros días con todo su vigor, como lo demuestra precisamente la obra de nuestro autor. Como señala a este respecto José Manuel Río, un aspecto importante del contenido de esta obra consiste en

la visión de conjunto de las distintas disciplinas esotéricas, especialmente de las occidentales y de su relación entre sí. En ella se manifiesta la unidad de la Vía Simbólica que conforma a la Tradición Hermética y que permite de por sí establecer relaciones con todas las expresiones de la Tradición Unánime.[1]

En este sentido, la Vía Simbólica tal cual se propone y se expresa en la obra de Federico González testimonia la pervivencia de ese pensamiento filosófico, metafísico y hermético, al que, efectivamente, insufla una nueva vitalidad al actualizarlo, y también al vincularlo con otras tradiciones no necesariamente integradas dentro del acervo cultural de Occidente (o más específicamente europeo), pero al que no son totalmente extrañas gracias a la identidad común que existe entre sus símbolos fundamentales; y no nos referimos tan sólo a las grandes tradiciones del Oriente (Hinduismo, Taoísmo y Budismo, e incluso el Islam en su vertiente metafísica), estudiadas en profundidad y desde diferentes enfoques por autores de la talla intelectual de René Guénon, Ananda K. Coomaraswamy, Alan Watts, Walter F. Otto, o Mircea Eliade, sino también a todas aquellas tradiciones y pueblos «arcaicos» que aún subsisten en distintos lugares del planeta, y cuya concepción sagrada de la existencia, conservada a través de sus símbolos, ritos y mitos, ha sido sacada a la luz para beneficio del lector occidental gracias a los estudios realizados desde hace tiempo por toda una pléyade de investigadores sobre estos temas, extensible a los historiadores de las Religiones y Tradiciones Comparadas que no estén contaminados por los prejuicios «academicistas».

Muchas de esas tradiciones son vestigios de otras que existieron en todo su esplendor no hace demasiado tiempo, como es el caso de las culturas y civilizaciones precolombinas (fragmentos de las cuales perviven todavía en distintos lugares de América), y que nuestro autor conoce perfectamente al haber penetrado en el significado profundo de su cosmogonía y teogonía, lo cual es evidente no sólo en su libro El Simbolismo Precolombino, sino también en otras partes de su obra y artículos escritos en la revista Symbolos y otras publicaciones, tanto europeas como americanas.

Pues bien, todo ese legado con que se expresa en un determinado segmento histórico y geográfico la Ciencia Sagrada, está sintetizado en la obra de Federico González, de la que ha emanado también una Escuela de Pensamiento sustentada precisamente en toda esa herencia, la que ha revivido al actualizarla y renovarla; y esa síntesis, verdaderamente magistral (y pocas veces esta expresión puede ser invocada de forma tan adecuada), no es otra cosa que el resultado de un conocimiento directo de la Cosmogonía y los principios metafísicos que le dan toda su realidad, fundamentada en los símbolos, ritos y mitos de todas las culturas tradicionales como intermediarios entre el Mundo Inteligible y el mundo sensible, lo que es válido también para expresar las relaciones entre el Espíritu Universal y la individualidad humana, que tan sólo se libera de sus cadenas si guía sus pasos en pos de la Diosa Inteligencia, que es la que constantemente es invocada en la obra de nuestro autor. Ese conocimiento, directamente experimentado, se transmite de una u otra manera a quien se acerca a esa obra sin prejuicios de ningún tipo y deja que las ideas e imágenes arquetípicas que ella despierta se comuniquen y revelen a su conciencia, viviendo así una realidad cada vez más sutil en un proceso personal que incluye necesariamente la vinculación con una vía tradicional, hasta la total identificación con el Sí Mismo, el que mora en lo «más interno de la caverna del corazón».

Estamos hablando de la transmisión de una influencia de carácter iniciático al ser de orden estrictamente intelectual, en el sentido como entiende nuestro autor esta palabra, que la hace sinónima de espiritual. En otros términos, se trata de que a través de la obra de Federico González, de su profundización y comprensión, nos incorporemos a la «cadena áurea de los nobles Hijos de Hermes», es decir la gran Tradición Hermética, y a través de ella a la Tradición Unánime, Intemporal, reconociendo que este hecho asombroso es al mismo tiempo la aceptación de una responsabilidad relacionada con la continuidad de esa misma Tradición primordial vivenciada en nuestra conciencia, hasta el fin de los tiempos. «Dar, recibir y devolver».

Dentro de las diferentes maneras de abordar el conjunto de su obra escrita, nosotros lo hemos hecho a través de la cronología de su publicación, es decir de la secuencia temporal con que se ha ido revelando su pensamiento, que por lo mismo que está enraizado en los Arquetipos universales, y por tanto siempre presentes, es hoy en día un referente ineludible en los estudios sobre la Filosofía Perenne.[2] Asimismo, hemos querido establecer, dentro de esa cronología, una primera parte dedicada a los libros donde se exponen los símbolos fundamentales de la Cosmogonía (la Rueda, el Arbol de la Vida Sefirótico, el simbolismo del Tarot, las Artes Liberales, etc.). Es decir son los libros propiamente doctrinales, donde Federico apela a la didáctica del símbolo para exponer los principios cosmogónicos y metafísicos, los cuales también tienen su proyección en la Historia, conformándola, siendo este precisamente el tema de los libros que abordamos en la segunda parte,[3] en los cuales nuestro autor ha querido destacar a las distintas corrientes esotéricas y los protagonistas principales de las mismas (la genealogía espiritual o «cadena áurea» hermética) cuyas obras han sido la correa de transmisión de la Ciencia Sagrada en cada una de las tradiciones a las que pertenecieron: fundamentalmente la Hermética y la Hermético-Alquímica, la Platónica, la Cábala judía, la Cábala cristiana, e incluso la Masónica.

Nos consta que nuestro autor, con estos libros que nos hablan de una metafísica de la Historia, ha querido mostrar que las ideas que han nutrido su pensamiento, es decir la recepción en él de la Doctrina, han sido además las protagonistas principales en la constitución de la cultura occidental, lo cual para nosotros, hijos precisamente de Occidente, es una señal inequívoca de que si queremos conocer verdaderamente no sólo el origen temporal de esa cultura sino sobre todo su origen supratemporal, debemos sumergirnos en la comprensión íntima de todo ese legado sapiencial en estos libros plasmado.

A esas dos partes hemos añadido una tercera dedicada enteramente a su obra literaria, dramatúrgica y novelística, a la que hemos de contemplar como una recreación de ese mismo legado pero considerándolo desde estos dos ámbitos, cuyos orígenes, no hay que olvidarlo, son también sagrados y míticos. En el caso concreto de sus piezas teatrales, hemos de ver en ellas la escenificación psicodramática de la fuerza del rito (del símbolo en acción), o sea que esas ideas tienen el poder de actualizarse siempre, pues el teatro es la propia vida y el actor un oficiante movido por los hilos del Sí Mismo, con el que intenta identificarse constantemente.

Finalizamos con un capítulo donde hablamos de su último libro escrito hasta el momento de trazar estas líneas; nos referimos a ese verdadero tratado sobre la Tradición Unánime que es el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.[4] Allí, en la entrada «Iniciación», leemos lo siguiente:

La invocación muda y perenne en el atanor del adepto, su entrega al Conocimiento, es una virtud indispensable para su realización intelectual-espiritual, o sea para su iniciación. La metanoia es el proceso interno producto de la iniciación equivalente a la transmutación alquímica.

Precisamente, y al hilo de esta cita, una de las enseñanzas que hemos extraído estudiando, meditando y trabajando en la obra de nuestro autor es que se necesita de parte del lector una concentración y una entrega intensa (o sea un amor) al Conocimiento para poder extraer de ella toda su «médula substancial», su quintaesencia, pues siendo una obra construida de acuerdo a ese mismo Conocimiento, o sea de acuerdo a la Gnosis, posee todo lo necesario para promover una reconversión total de la psique (lo que se entiende exactamente por metanoia), en el sentido de orientarla en la dirección de trascender su dualidad intrínseca y concebir en nosotros la Unidad del Ser como puerta de acceso a los estados metafísicos e incondicionados. Esa reconversión equivale al «excesus mentis» (es decir la superación de lo mental por la acción de una influencia espiritual) de que hablaban los antiguos filósofos herméticos.


Debemos decir que nuestro autor comienza a publicar su obra cuando ya lleva muchos años entregado a la difusión de la Enseñanza a través de diversas Instituciones Culturales, Universidades y Bibliotecas repartidas a lo largo y ancho de Iberoamérica y de Europa, y dentro de esta última especialmente España, donde en 1979 funda en Barcelona el Centro de Estudios Simbólicos, una entidad que generó un espacio invisible en torno a la idea de la realización efectiva del Conocimiento.[5]

Visto con la perspectiva del tiempo, la creación de ese Centro fue la punta de lanza en la penetración de las ideas herméticas y tradicionales en suelo hispano tras varios siglos de destierro de las mismas; y no deja de ser significativo que este hecho acaeciera precisamente en la tierra de Sefarad, donde tuvo lugar la «edad de oro» de la Cábala, tradición que, a través del modelo del Arbol de la Vida Sefirótico, forma parte como hemos visto del núcleo de la enseñanza de nuestro autor, junto a todo el bagaje del pensamiento tradicional de Occidente expresado, como antes hemos dicho, a través de las distintas artes y ciencias de la Tradición Hermética, los códigos simbólicos universales y la sagrada Filosofía emanada de Platón, sin olvidarnos desde luego de las culturas precolombinas y arcaicas en general, que han ejercido una influencia en su pensamiento, y que en su obra son más importantes de lo que pudiera parecer a simple vista, pues ha permitido que en ella ese elemento mítico y evocador de la realidad de lo sagrado contenido en el lenguaje simbólico y que es imprescindible en toda transmisión iniciática, se potencie y manifieste de forma más transparente y directa, sin los artificios propios de la «erudición» y la «especialización».

Asimismo, fue en aquellos primeros años del Centro de Estudios Simbólicos donde la obra de René Guénon se expuso por primera vez en España de acuerdo al espíritu con que fue concebida y creada, es decir interpretándola a la luz de la Tradición Unánime. De esto no se desprende ni mucho menos que la obra de Federico sea una «expositora» más de la obra de Guénon, entre otras razones porque ella está centrada en la transmisión de esa misma Tradición en una época que como la del siglo XXI anuncia ya el fin de ciclo, y donde más que nunca se necesita de verdaderos hombres de Conocimiento que canalicen las influencias espirituales y actúen de puente (pontifex) o de intermediarios entre la Tierra y el Cielo, creando ese «caldo de cultivo» necesario para que puedan brotar las semillas espirituales que formarán parte del «Arca» simbólica que según todas las doctrinas tradicionales surcará las procelosas «aguas inferiores» durante ese período de «oscuridad» entre el fin de ciclo actual y el ciclo que verá nacer un nuevo Manvantara. Nos preguntamos, ¿acaso no estamos ya en ese momento?

Nuestro autor no es, como decimos, un comentarista de Guénon, pero sí estamos convencidos de que muy pocos autores conocen como él la verdadera dimensión de la obra guenoniana, la profundidad de su pensamiento y la trascendencia de su mensaje, al que precisamente él ha señalado con toda justicia como una síntesis y una guía de la Ciencia Sagrada en nuestro tiempo.[6] Esa guía también la ejerce la obra de Federico en la actualidad, y en este sentido es «providencial» como lo fue en su momento la del metafísico francés.

Nuestro autor definió en cierta ocasión al Centro de Estudios Simbólicos como un «modelo cultural», es decir como la cristalización de la idea misma de «centro» que irradia en torno a él una influencia intelectual, esencialmente benéfica para quienes la reciben. Lo cierto es que el Centro de Estudios fue el primero de una serie de proyectos que Federico iría actualizando a lo largo del tiempo, y que han permitido que personas interesadas en la Tradición Hermética, la Vía Simbólica, la Filosofía y la Metafísica pudieran encontrar un soporte para cumplir un trabajo interior con ellas mismas. Hablamos, por ejemplo, del Programa Agartha (que salió como un curso de Universidad a distancia a mediados de los años ochenta), de la revista Symbolos y la editorial del mismo nombre, así como de la creación más reciente de la compañía de teatro La Colegiata Marsilio Ficino.[7]

Por último, decir que quien esto escribe ha recibido esa influencia intelectual contenida en la obra de Federico, entendiendo por ésta no sólo la escrita sino también la que ha transmitido de forma oral. Hablamos de una certeza que no necesita justificación alguna, y si aquí la manifestamos es sencillamente porque no podría ser de otra manera teniendo en cuenta lo siguiente: en primer lugar, que este libro no podría haberse escrito sin la recepción de esa influencia, que al concretarse determina también un «punto de vista» (darshana) sobre la realidad del mundo derivado de la Doctrina Metafísica, y tomando como soporte fundamentalmente los vehículos de la Tradición Hermética. Por eso mismo, ese «modelo cultural» al que aludíamos anteriormente también lo conforma, y de manera relevante, la totalidad de la obra de nuestro autor, como plasmación del Verbo o «Logos espermático», término utilizado por los hermetistas y gnósticos alejandrinos para referirse a la potencia fecundadora del Espíritu Universal. En segundo lugar, y estrechamente vinculado con lo anterior, porque todo lo que en este libro decimos –y en la medida en que puede ser expresado con palabras pues en estos temas siempre hay una parte dejada a lo inefable– es cuanto hemos ido comprendiendo, o descubriendo, o intuyendo, del contenido de dicha obra, y donde también ha sido fundamental la relación personal mantenida con Federico a lo largo de los años, primero como alumno suyo y posteriormente como amigo y colaborador.

Por consiguiente, debería decirse que este volumen que presentamos no es sino el fruto de un trabajo de búsqueda del Conocimiento realizado a través del estudio y la orientación luminosa de tan eminente obra, en lo que podría ser descrito como un viaje hacia el Sí Mismo, una aventura que en realidad es la de la propia vida cuando ésta se integra en ese proceso y es recreada permanentemente por el influjo de las Ideas Eternas.

 

 



NOTAS

[1]  Revista Symbolos Nº 29-30 (Carta al Lector).

[2]  Queremos también hacer constar la importancia que para el orden y comprensión de nuestro discurso tienen las notas a pie de página, especialmente aquellas que completan determinadas ideas que han ido surgiendo en el desarrollo del mismo. Por otro lado, queremos destacar la parte gráfica que hemos incluido sabiendo de su importancia en la obra de nuestro autor, de la que hemos extraído precisamente gran parte de las imágenes y grabados con que hemos acompañado la mayoría de capítulos.

[3]  En esta segunda parte hemos añadido además tres estudios que tratan específicamente sobre el conjunto de su obra (capítulo XIII), la influencia que ésta tiene en la actualización de la Tradición Hermética (capítulo XV), y también un tema tan importante en ella como es el de la Iconografía Simbólica (capítulo XIV).

[4]  Tanto este Diccionario como sus obras dramatúrgicas y novelísticas están firmadas como Federico González Frías.

[5]  Años más tarde (2002) Federico fundó el Centro de Estudios Simbólicos de Zaragoza. Sobre estos Centros de Estudios y la actividad didáctica de nuestro autor a lo largo del tiempo, y por supuesto sobre su obra en general como una guía intelectual en la aventura del Conocimiento, recomendamos el libro de Mª Victoria Espín: Historia Viva. Un recorrido por la obra de Federico González. Asimismo Viaje en Pos de un Destino, de Mireia Valls, que es también un recorrido por la obra de nuestro autor a través de artículos, reseñas y conferencias realizadas sobre sus libros, y donde refulge con fuerza la poética inherente al lenguaje simbólico, de por sí sumamente evocador de las realidades sutiles y metafísicas que esa misma obra despierta en el alma de quienes han sido «tocados» por su influencia.

[6]  Véase a este respecto el cap. VI de Esoterismo Siglo XXI. En torno a René Guénon, titulado precisamente «Guénon en el corazón».

[7]  El Programa Agartha fue editado posteriormente en el Nº 25-26 de la revista Symbolos con el nombre de Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, y a él le dedicamos el capítulo VII. En cuanto a la propia revista Symbolos hablamos de ella extensamente en el capítulo IV; y con respecto a La Colegiata Marsilio Ficino remitimos a los capítulos que en la Tercera Parte versan sobre la obra dramatúrgica de nuestro autor.

 

ISBN 9788492759668. Ed. Libros del Innombrable. Zaragoza 2014.